HOMENAJES > JOSé SAZBóN, RETRATO DE UN FILóSOFO SECRETO
El martes 16 de septiembre murió el filósofo José Sazbón, dejando una obra silenciosa pero donde el silencio no hace más que poner de relieve su enorme productividad. Fue editor, profesor, ensayista y, quizás, como afirmó Ricardo Piglia, “el maestro secreto de toda una generación”. Algunos aspectos de su vida, como el exilio bajo la dictadura, ya se han vuelto emblemáticos de los intelectuales argentinos de los ’60 y ’70, pero el conjunto de su actividad le daría un perfil único de humanista estoico, un modelo que a modo de homenaje Horacio Tarcus reconstruye en estas líneas.
› Por Horacio Tarcus
El año que concluye fue impiadoso con los intelectuales de la generación de los ‘60 y ‘70, llevándose figuras como Oscar Terán, Jorge Tula, Jorge Schvarzer, Nicolás Casullo, José Luis Mangieri y José Sazbón. De todos ellos, Sazbón fue sin duda el más recóndito. Ajeno a los primeros planos, refractario a la palabra estridente, renuente al uso de la primera persona, si firmaba sus ensayos con su nombre era porque no le quedaba otro remedio. Podría aplicarse a Sazbón lo que Borges señaló de su propio padre: era tan modesto que hubiera preferido ser invisible. Acaso fue también el más extemporáneo de su generación, con su culto de la vida retirada, su perfil de filósofo estoico o de sabio humanista y erudito.
Pero Sazbón ejerció sin embargo un silencioso y prolongado magisterio como profesor de Filosofía e Historia de las Ideas, como autor de ensayos medulosos, como exquisito traductor y editor. Ricardo Piglia, reconociendo su deuda intelectual, lo recordaba recientemente como “el maestro secreto de toda una generación”.
El martes 16 de septiembre José Sazbón falleció en la ciudad de Buenos Aires a la edad de 71 años. Un mes y medio después, el viernes 7 de noviembre, más de cien colegas, amigos y alumnos de Sazbón desbordábamos un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para recordar distintos aspectos de su vida y de su obra, en un ejercicio colectivo que atinadamente Alberto Pérez calificó de “memoria coral”.
Con la desaparición de Sazbón seguramente perdimos a uno de nuestros últimos intelectuales humanistas de erudición universal. Pero contra lo que hoy podríamos suponer, no fue el heredero de un antiguo linaje intelectual, sino el primer hijo de una familia judía humilde y trashumante. Su padre, Mauricio Sazbón, había dejado a su familia judeo sefardí en su Esmirna natal cuando era apenas un adolescente para arribar a los veinte años a la Argentina. Luego de un extenso periplo por el país, arribó a Urdinarrain, un pueblo del centro de la provincia de Entre Ríos colonizado por los “gauchos judíos”. Allí conoció a quien sería su esposa, Guinesi Guershanik, hija de judíos azkenazis. La pareja permaneció algunos años en Urdinarrain, donde Mauricio montó un almacén de ramos generales. Guinesi vino a dar a luz al Hospital Durand de la ciudad de Buenos Aires, donde un 18 de julio de 1937 nació el niño que iban a bautizar José Isidoro Sazbón. En 1944, cuando el pequeño tenía unos siete años, la familia se trasladó a Puerto Bermejo y luego a Barranqueras, en la provincia de Chaco.
Como en la segunda de estas localidades no había escuela secundaria, el niño, para poder proseguir sus estudios, debió comenzar a vivir solo en Resistencia, la capital provincial, a la edad de doce años. Comienza entonces el primero de una serie de ciclos signados por la vida en pensiones y la entrega solitaria a la lectura. Sin duda, esa soledad fue parcialmente compensada por los encuentros con los condiscípulos para leer y debatir en el Café Sorocabana de Resistencia. Son los últimos ‘40 y los primeros ‘50 cuando la editorial Sur venía de publicar El existencialismo es un humanismo mientras que Losada daba a conocer ¿Qué es la literatura?
Silvia Seibelt, su compañera de estudios en la Escuela de Comercio, rememora aquella tertulia estudiantil, “las noches pasadas en bares emblemáticos de Resistencia como el Sorocabana, cuyas mesitas de mármol recibían los trazos de alguno de los pintores y dibujantes que circulaban por allí y se incorporaban a ‘la mesa de los independientes’ donde eran infaltables José Sazbón, Kike Blugerman y otro amigo llamado Armando. Por supuesto, los recién llegados se incorporaban si recibían el visto bueno correspondiente; de lo contrario, miraban desde afuera”.
Su proverbial timidez llevó a José Sazbón a dejar Resistencia para evitar el baile de fin de curso. Es así que en 1955 está instalado en Buenos Aires, otra vez en una pensión, para cursar como alumno libre el último año de la enseñanza media. Incursionó fugazmente por la Facultad de Derecho de la UBA para instalarse en 1957 en La Plata, donde inició sus estudios de Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
En el comienzo de este nuevo ciclo de su vida volvió a transitar las pensiones y los bares estudiantiles. La Plata, ciudad de estudiantina por excelencia, animada por una intensa vida intelectual y política, será un escenario propicio para el nacimiento de nuevas y duraderas amistades: el estudiante de Filosofía Alfredo Pucciarelli, el estudiante de Sociología Julio Godio, el estudiante de Química Víctor Grippo, el estudiante de Historia Ricardo Piglia... Este último recordaba el encuentro en estos términos: “Llegué a la facultad, me mostraron a José y me dijeron: ‘Mirá, él sabe Leibnitz’. Me acuerdo como si fuera hoy. José ya era un sabio en esa época. Me acuerdo que íbamos a La Modelo, una cervecería lindísima que hay en La Plata, nos juntábamos días continuos, a las dos de la tarde, y leíamos El Capital. José era el que tenía la cabeza filosófica, conocía muy bien la Crítica de la Razón Dialéctica”.
Sazbón fue por entonces uno de los artífices de una agrupación universitaria de izquierda independiente. Se llamó Estudiantes Reformistas y lo llevó a ocupar nada menos que el cargo de presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades. Pero antes que la militancia estudiantil lo atrajeron las formaciones de la “nueva izquierda” intelectual, que entonces conocían su tiempo de esplendor.
Atento a la producción marxista europea, afanoso lector de Les Temps Modernes y de otras revistas izquierdistas francesas e italianas, entre 1963 y 1965 hizo sus primeras traducciones y presentaciones de textos para la Revista de la Liberación que dirigía en La Plata el trotskista José Speroni con la colaboración de Milcíades Peña y donde Piglia fungía como secretario de redacción. Sazbón dio a conocer allí un artículo de Roger Garaudy polemizando con Sartre y la célebre introducción de este último a Los condenados de la tierra de Franz Fanon. Su primer artículo, “El método de Sartre”, fue escrito para Literatura y sociedad, otra de las revistas emblemáticas de la “nueva izquierda” que en 1965 iba a lanzar Piglia, ahora en Buenos Aires.
Ese mismo año Sazbón se graduó como profesor de Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata. Filósofo con vocación histórica y política, enseñó en la segunda mitad de los ‘60 en el área de ciencias sociales de la Universidad Nacional de La Plata, siendo designado en 1970 profesor adjunto de Sociología General, una cátedra que marcaría un hito en la enseñanza superior platense. Allí estrechó lazos de amistad, que se prolongarían a lo largo de sus vidas, con su titular, Horacio Pereyra, y con todo el cuerpo docente, que integraron también José Antonio Castorina, Oscar Colman, Julio Godio, Gladis Palau y Alfredo Pucciarelli.
Influido desde sus años de estudiante por el marxismo sartreano y lukacsiano al mismo tiempo que interesado por la novedad que por entonces representaba la corriente estructuralista, en 1968 compiló, tradujo y prologó para una pequeña editorial de la nueva izquierda llamada Quintaria el volumen colectivo Sartre y el estructuralismo. Acaso el fruto más recordado de su prolongada labor de traductor y editor la constituya la docena de volúmenes de la colección El pensamiento estructuralista, que Editorial Nueva Visión dio a conocer a lo largo de 1969 y 1970, que incluyó textos clave de Lévi-Strauss, Todorov, Pouillon, Leach, Lyotard, Bourdieu, Glucksmann y Barthes, entre muchos otros. Desde entonces, desplegó una intensa labor editorial con la que, por otra parte, se ganaba la vida: compiló para Nueva Visión el volumen colectivo Presencia de Max Weber (1971) y tradujo poco después, a instancias de Oscar Masotta, Las formaciones del inconsciente de Lacan. En 1970 compiló para Editorial Tiempo Contemporáneo dos volúmenes colectivos: Análisis de Michel Foucault y Análisis de Marshal McLuhan; en 1973 compiló una Introducción a Bachelard para Editorial Caldén y en 1975 tradujo del italiano para Editorial Siglo XXI Gramsci y la revolución de Occidente, de Maria-Antonietta Macciocchi, a quien había conocido durante su estancia en París. Paralelamente llevaba adelante su carrera de investigador. A partir de 1965 obtuvo dos becas sucesivas, primero de iniciación y luego de perfeccionamiento, en la universidad platense, para ingresar luego como becario del Conicet. Con el apoyo de esta institución, inició en 1970 en la Facultad de Humanidades de la UNLP los cursos del Doctorado en Filosofía; y con una beca externa del Conicet se instaló en París entre 1972 y 1974 para proseguir sus estudios de doctorado. En la Ecole Normale Supérieure tuvo como director de estudios a Jacques Derrida y en la Ecole Pratique des Hautes Etudes a Manuel Castells. Asistió, entre otros, a los cursos de Derrida, Nicos Poulantzas y Claude Lévi-Strauss. En septiembre de 1973 viajó a Varna, Bulgaria, para participar en el XV Congreso Internacional de Filosofía.
De regreso en la Argentina, prosiguió desde Buenos Aires con su labor de investigador, docente y editor. En 1975 Nueva Visión publicó su primer libro, Mito e historia en la antropología estructural y un año después preparó y tradujo para el Centro Editor de América Latina, una edición popular del Curso de Lingüística General que permitió un amplio acceso a la obra de Saussure. Precedida de un estudio preliminar, el volumen se tituló Saussure y los fundamentos de la lingüística, alcanzando una enorme tirada y una amplia repercusión, que no pudo disfrutar en su propio país.
Cuando sobrevino el golpe militar de marzo de 1976, Sazbón decidió exiliarse en Maracaibo, Venezuela, aceptando el ofrecimiento de Julio Godio y otros integrantes del grupo platense que se estaban refugiando en ese país. Allí partió con su mujer Berta Stolior, profesora de Filosofía, compañera de sus empresas editoriales y traductora de muchas de sus compilaciones, y con su pequeño hijo Daniel.
Diversos testimonios coinciden en reconocer el desconcierto que suscitó en Maracaibo el despliegue intelectual de José Sazbón. Ingresó como profesor invitado a la Universidad de Zulia y en poco tiempo fue designado director de investigaciones de la Facultad de Derecho, creando una Maestría en Ciencia Política. Sus pormenorizados programas de estudio, con su inabarcable bibliografía anotada y sus traducciones para uso interno de las cátedras, no tardaron en poner de relieve el compromiso que ponía en la labor docente.
Uno de sus alumnos venezolanos, Alvaro Márquez-Fernández, recuerda ahora cómo le sorprendieron entonces esas clases de Sazbón organizadas como una composición tipográfica: “Tengo la firme certeza de que Sazbón traía consigo desde siempre su rol de editor, como una especie de doble piel, pues en cada una de sus clases reproducía ese oficio de redactar en voz alta y de compaginar las citas de un texto, desde el pie de página hasta alguna concordancia con lo más granado de la episteme especializada o la historia de las ideas”.
En Venezuela prosiguió con la elaboración de su tesis En los orígenes del método marxista. En ella el “modelo puro” que de la concepción materialista de la historia habían formulado tempranamente Marx y Engels era contrastado con la emergencia de las “formaciones impuras” que sometían a prueba aquel modelo: la Alemania donde no tenía lugar la revolución burguesa sino el ascenso de Bismarck, la Francia donde no estallaba la revolución proletaria sino el golpe de Luis Bonaparte.
En 1981 la Universidad de Zulia publicó su segundo libro: Historia y estructura, donde sometía a un minucioso escrutinio el proyecto arqueológico de Michel Foucault. En el contexto de sus estudios acerca de Marx y de revisión crítica del estructuralismo y del naciente posestructuralismo, la visita a Venezuela del historiador marxista británico Perry Anderson fue para Sazbón un gran estímulo y el nacimiento de una amistad político-intelectual.
De la productividad de los años del exilio dan cuenta también sus artículos en las más diversas revistas. Desde Maracaibo enviaba, a partir de 1980, sus colaboraciones a Punto de Vista, fundada poco tiempo atrás en Buenos Aires, al mismo tiempo que remitía a Cuadernos Políticos de México “El fantasma, el oro, el topo”, su celebrado ensayo sobre el influjo shakespeareano en Marx, quien es mencionado a lo largo del texto apenas como Karl. Aunque una finísima ironía campea en todos sus ensayos históricos y filosóficos, esta se hace aún más aguda en sus ensayos literarios, como su memorable parodia de Borges. Sazbón presentó “Pierre Menard, autor del Quijote” en el Primer Concurso de Cuento Argentino que en 1982 convocó el Círculo de Lectores y en el que el propio Borges formaba parte del jurado. Remedando magistralmente el estilo borgeano, y acaso parodiando también su propia condición de historiador erudito e indiciario, Sazbón compone allí un Menard izquierdista, lector de los formalistas rusos, de Marx y de Lenin. Creo no traicionarlo si revelo que su “Pierre Menard” se contaba entre sus textos predilectos.
De retorno a la Argentina en diciembre de 1985, Sazbón se instaló definitivamente con su familia en Buenos Aires. Se reincorporó como investigador de carrera al Conicet y desplegó una intensa actividad docente. Dictó materias y seminarios en las carreras de Filosofía, Historia y Sociología de las Universidades de Buenos Aires, La Plata y San Martín, sobre problemas de la filosofía contemporánea, historia de las ideas y de los intelectuales, marxismo historicista y marxismo estructuralista, entre otros muchos temas. Aunque abarcó con notable erudición todo el arco del pensamiento contemporáneo, se detuvo particularmente en ciertas estaciones que estuvieron entre sus preferidas: Marx, Lukács, Gramsci, Benjamin y Sartre.
Como señaló Patricio Geli, “era un intelectual de izquierda y, aunque crítico de su propia familia política, nunca renunció a esa identidad”. Poco amigo de las polémicas, discutió sin embargo en 1983 con Oscar Terán desde las páginas de Punto de Vista para recusar su “invitación al posmarxismo”. En esta misma revista dio a conocer en 1987 su estudio sobre el debate entre E. P. Thompson y Perry Anderson en el seno del marxismo británico; y en 1989, en pleno apogeo mundial de la “crisis del marxismo”, presentó en el XII Congreso Interamericano de Filosofía reunido en Buenos Aires una ponencia en la que discutía la presunta novedad de dicha crisis en una historización que se remontaba a los tiempos del propio Marx, rescatando así la vigencia de esa herencia teórico-política, incluso bajo las formas de la “reconstrucción” o la “deconstrucción” del materialismo histórico.
Uno de sus ex alumnos en la Universidad del Litoral, Luciano Alonso, recordaba agradecido el hallazgo de estos textos de Sazbón en el marco del derrumbe de los “socialismos reales”: “Mientras todo se tambaleaba, mientras nos quedábamos sin certezas, José nos proponía revisiones críticas que no desechaban todo sino que nos permitían nuevos anclajes. Nos ofreció un conjunto de lecturas firmes en una época de debacles y nos enseñó a leer de otra manera”.
A partir del año 1989 dio a conocer una serie de estudios sobre la Revolución Francesa en encuentros y revistas. Entre 1990 y 1992 fue director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Desde allí fue, con Nicolás Casullo, uno de los propiciadores del Coloquio Walter Benjamin realizado en el Instituto Goethe de Buenos Aires, al que presentó su ponencia “Historia y paradigmas en Marx y Benjamin”. En la década de 1990 preparó para las ediciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dos compilaciones consagradas a filósofos modernos: Homenaje a Kant (1993) y Presencia de Voltaire (1997).
José Sazbón disfrutaba reuniendo en un libro textos en torno de un problema o de un autor. Sin embargo, fue renuente a reunir en volúmenes sus propios textos, los que solía entregar a las más variadas revistas, ya fueran prestigiosas o apenas emergentes. Si sumamos sus artículos en publicaciones periódicas, prólogos, capítulos de libros y ponencias en congresos, sus escritos superan el centenar.
Editor eximio, evitó serlo de su propia obra, como si estuviera animado por una voluntad de dispersar sus textos a los cuatro vientos para que los recogieran aquellos que tuvieran la sabiduría o la fortuna de encontrarlos. Abordó en ellos un vasto espectro que fue de la recepción de la semiología a los estudios sobre marxismo y el estructuralismo, pasando por la filosofía de la historia, la historia moderna y contemporánea, la historia intelectual y el pensamiento argentino y latinoamericano.
Sólo en sus últimos años aceptó reunir en libro algunos de esos artículos. Una decena de ellos fue recuperada en 2002 por la editorial de la Universidad de Quilmes bajo el título Historia y representación. En el año 2005 Ediciones Al Margen de La Plata reunió en un volumen sus estudios sobre la Revolución Francesa; y su ensayo “Figuras y aspectos del feminismo ilustrado” sirvió recientemente de estudio preliminar al volumen Cuatro mujeres en la Revolución Francesa (2007). La editorial de la Universidad de Quilmes tiene en prensa otra compilación que se titulará Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual.
Cuando lo sorprendió la muerte, Sazbón dictaba clases en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), en el Doctorado en Ciencias Sociales (UBA) y en el IDAES (Unsam), al mismo tiempo que coordinaba la Maestría en Historia y Memoria de la Facultad de Humanidades de la UNLP, la primera en su género en América Latina y a la que consagró sus últimos estudios sobre la relación en historia y memoria.
Patricio Geli nos recordaba que, gravemente afectado por su enfermedad, Sazbón “dictó sus últimos teóricos haciendo un enorme y conmovedor esfuerzo físico”. Pero ese esfuerzo no era sino otra forma de denotar una conducta en la medida en que había hecho “de la enseñanza una misión a la cual consagró enteramente su existencia. Lejos de concebir sus clases como una carga pública o una actividad casi burocrática de segundo orden en comparación con la investigación o la escritura, las pensaba como un acto intelectual por excelencia”.
Como señaló ajustadamente Laura Sotelo en el homenaje: “Sazbón era un activo pensador de la izquierda anticapitalista, pero no hacía propaganda para los crédulos. Era un inusitado lector de Marx, pero no resignaba ninguna contrariedad de la teoría a los dogmas de los expertos. Estaba convencido de que la apropiación individual y colectiva del conocimiento colaboraba con el necesario acto de despertar que reclamaba la lucha anticapitalista. El efecto que sus escritos y sus clases provocaban en sus frecuentadores, era por cierto filosófico, es decir, proveían modos nuevos de comprender el mundo, cultivando una razón que forjaba previsiones y multiplicaciones del sentido liberador que experimentaba el pensamiento. Esta es su contribución mayor, como ilustrado, como marxista, como humanista”.
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