Dom 07.12.2008
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ARTE > LA GALERíA INESPERADA EN LA COMISIóN NACIONAL DE ENERGíA ATóMICA

El arte atomizado

Adalberto Pereyra es un diseñador industrial que trabaja en la División de Física Experimental de Reactores del Centro Atómico Constituyentes, en una de las sedes de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Pero durante los últimos seis años se dedicó a montar, en el pasillo central, una suerte de galería de arte informal, cuyas obras él llama “bromas”, pero que hablan con elocuencia de la ciencia y el arte contemporáneo. Por eso, la artista Verónica Gómez fue especialmente a conocerlo. Y volvió con este diario de visita.

› Por Verónica Gómez

24 de noviembre de 2008. El servicio meteorológico indica 26,5º. Son las 10 menos 5 de la mañana. Va a hacer calor. Tal vez lluvia. El 140 me deja en Constituyentes y General Paz. Apenas bajo del colectivo siento el olor de la arboleda. Un viento cálido esparce el perfume dulce del jacarandá. Bruscamente, el enorme tanque de Gas Natural bloquea el cielo abierto y superpone su pesadez a la sutileza del aire. Pasando el tanque de gas se divisa la torre color sepia del acelerador de partículas del Tandar. Es señal de que estamos llegando al Centro Atómico Constituyentes.

En el puesto de seguridad de la entrada solicito al guardia: “Adalberto Pereyra, interno 7206”. Un gendarme habla por el otro teléfono mientras un perro merodea. “¿Se puede sacar fotos?”, pregunto al guardia. “Hasta 4 fotos. Y si no salimos lindos, las borrás.”

Y ahí viene a buscarme Adalberto. Tito. Camisa blanca manga corta, con un logo de CNEA bordado, blanco sobre blanco, jean agujereado y alpargatas blancas. El guardia saca un libro de tapas negras. Ingresa mis datos, me pide el DNI y extiende una tarjeta blanca plastificada con la leyenda Visita. La paso por el detector, se destraba el molinete metálico y ya estoy adentro de la ciudadela científica. Y avanzamos.

El Centro Atómico Constituyentes es una de las sedes de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica). Dividido en manzanas, por sus calles numeradas se esparce una agradable vegetación: arbustos de rosas chinas, eucaliptos, pinos, y las flores de las tipas que delimitan un extenso margen amarillo a lo largo de los cordones de las veredas.

Hacemos una cuadra y giramos a la derecha.

“No te quiero demorar mucho Tito, unas preguntas nomás y algunas fotos.” “Hay tiempo, hay tiempo”, me tranquiliza. Y me quedo pensando en el tiempo. Acá nadie está apurado. Viven en un mundo fuera del ritmo típicamente urbano. Hay calles, pero no hay tránsito. Algunas personas deambulan de un laboratorio a otro, del comedor a la oficina. Guardapolvos blancos. A veces se cruzan. Se saludan. Se escabullen por pasadizos hacia algún gabinete. Sólo interrumpe el silencio el ruido intenso e intermitente de cavadoras y sierras que indica que están construyendo más oficinas.

“Hay cada vez más espacio cubierto y menos gente para habitarlo”, me dice Tito con cierta tristeza. Muchos becarios, cansados de esperar el ingreso a Planta, se van. La posible extinción de grupos de investigación y experimentación por falta de incorporación de personal es una amenaza latente. El riesgo de que la sabiduría científica especializada no encuentre herederos es alto.

“¿Pero te parece, Vero? ¿Escribir sobre las cosas que cuelgo en un pasillo? ¿No será empezar con el pie izquierdo?”, me dijo Tito una semana atrás. “Vamos viendo, Tito. Vos decís que no sos artista. Pues yo no soy reportera. Así que creo que este encuentro es de lo más coherente. Dale, sigamos.”

Me aseguro de entrar a la galería de Tito con el pie izquierdo. Y lo primero que veo es una tabla apaisada de unos 2 metros x 1 metro cruzada sobre una puerta de dos hojas. El esmalte sintético derrama trazos sueltos de colores intensos sobre la superficie. Mangueras plisadas tipo acordeón emergen del plano para volver a hundirse como serpientes. Discos de metal se injertan en la madera, como si alguien hubiera estado lanzando frisbees afilados contra un paredón pictórico. Un fondo gris veteado emula un río sucio donde flotan, violando las leyes de la gravedad, restos de algún naufragio tecnológico. Le pregunto a Tito: “¿Qué es esto?”.

Ouch. Hago mal los deberes. Es lo último que debería preguntarse frente a una obra de arte. Y sin embargo, todavía no sé por qué, es la pregunta más pertinente. Con naturalidad, Tito me explica que antiguamente el tablón oficiaba de mesa para trabajos de electrónica. Un día, mientras pintaba unos aparatos, se manchó la mesa. A Tito le gustó, la sacó al pasillo, y paulatinamente, como un organismo voraz e imantado, la tabla fue atrayendo objetos diversos. Detrás del río turbio, las puertas son el ingreso bloqueado al laboratorio de espectrometría. En un gesto –¿amable?– con el transeúnte, Tito adjunta un cartelito donde nos informa sucintamente de qué se trata la cosa. Título: Prueba de honestidad y cordura. Técnica: Cirujismo compulsivo. Movimiento: Cirujismo místico. Y una pequeña crítica a la manera de advertencia: Si Ud. cree que esto es una porquería, Ud. es honesto y está cuerdo. Si cree y no dice que esto es una porquería, Ud. está cuerdo, pero no es honesto. Si puede elogiar verborrágicamente esto, Ud. es un político. Ya estamos en el universo de Tito. Por el ácido tobogán del humor nos deslizamos...

A la derecha, en A4 plastificada, una introducción a la galería...

–Yo no le llamo galería –me corrige Tito.

–Bueno, ¿cómo la llamás entonces, Tito?

–Pasillo.

–¿Y cómo llamás a las obras?

–No son obras de arte. Son bromas. Les llamo bromas.

Siento que discutir con Tito sería como contradecir al Principito. En el asteroide B-612 las cosas se ajustan a reglas misteriosas y bellas.

Es preciso detenerse en los párrafos que nos presentan este espacio que acordamos en llamar, por el momento, Pasillo de las bromas. Transcribo:

“Esta muestra la armamos mi inconsciente y yo. Ese eterno saboteador que todos llevamos dentro. Uno hace las obras y otro las críticas. Lo que no sé es quién hizo cada cosa”.

Y sigue: “Como quienes ven en las nubes formas de pájaros, de flores, otros ven fogosos amantes besándose apasionadamente... Están los que sólo ven una nube y nada más y lamentablemente algunos, y espero que no sea tu caso, ni siquiera miran el cielo”.

Desde hace 6 años, silenciosamente, casi por descuido, Tito ha estado instalando estos objetos-broma en el pasillo central de la División FER (Física Experimental de Reactores). FER trabaja principalmente al servicio del RA1 (Reactores). Allí se aloja el primer reactor experimental de la Argentina, con un diseño conceptual tipo Argonauta.

Como diseñador industrial, Tito ingresó a CNEA en 1981. Si le preguntás cuál es su trabajo exactamente, sonríe pícaro y te dice: “Soy una especie de comodín”. A Tito lo buscan sus colegas cuando hay que inventar algo, y entonces transforma, por ejemplo, caños de PVC, masilla, alambres, capuchones de jeringa y termocuplas (sensores de temperatura) en un dispositivo para experimentar una técnica de medición de caudal en lugares hostiles, como es el caso del interior de un reactor nuclear.

Ese diálogo casi subterráneo de los objetos, bajo una disposición aparentemente caótica, nos recuerda ciertos despliegues del arte contemporáneo. Pero lo que en arte contemporáneo es puesta en escena, en esos recintos de la ciencia es puro funcionamiento. Lo que hermana las búsquedas es la dimensión experimental y cierta devoción por las transmutaciones de la forma.

Todavía es de mañana. Tito me invita a ver el reactor. No está operando, así que tendremos acceso, no sólo a la sala de controles sino también al recinto. Cruzamos la calle que separa el FER del RA1. Colocados los dosímetros en los pliegues de nuestra ropa para medir la radiación ambiente, ingresamos al recinto conducidos por Fabián, joven operador del reactor. Paseamos por el recinto. Fabián y Tito develan pausadamente los asuntos casi invisibles que se gestan en el sitio. Neutrones en danza, el interior del átomo resquebrajándose, rompiéndose para liberar energía, fisiones, reacciones en cadena... El corazón del reactor es pequeño: un ramillete de tubos metálicos descendiendo a una pileta, coronados por barras de combustible con uranio enriquecido. La magia nuclear se produce bajo el agua desmineralizada que actúa como moderadora. La carcaza que protege este corazón radiactivo es amplia, geométrica y de un rojo brillante. Dando la vuelta a la carcaza descubrimos una pequeña compuerta que se abrirá oportunamente para emanar el haz curativo de neutrones sobre el tumor implantado en el hámster. El animal, acostado en su mini-camilla, participará estoicamente en colaboración con los biólogos en el perfeccionamiento de un tratamiento para el cáncer llamado “Terapia por captura neutrónica en boro”.

Volvemos al FER. Ingresar al Pasillo de las bromas viniendo del reactor refuerza la nebulosa poética de la visita. Y nos topamos con: Escultura móvil: aparato que da vueltas al cohete y se cuelga de donde puede.

Una banda de aluminio colgante se enrosca cobijando círculos plateados. Se balancea levemente. Al lado, como una pieza de museo, una antigua máquina plegadora de metal supo fabricar en su momento el soporte de la escultura móvil. Enroscada en su manija, una guirnalda navideña roja con motivos de muérdagos. “Yo no fui”, confiesa Tito.

Enfrente, un botiquín que se camufla con la estética setentosa imperante en la comunicación visual de la Institución, contiene una serie de embalajes intervenidos por Tito. Las etiquetas versan: Honestidad, Sentido Común, Sensatez. Completan el kit una cajita de Viagra y un práctico aplicador. Por favor no rompa nuevamente el vidrio... la caja de Viagra está vacía, se nos aconseja desde la letra chica del rótulo que acompaña la obra. Y explica: Se trata de un diseño para atender emergencias en el lugar del desastre durante los desbordes de estupidez. Los dinosaurios se extinguieron posiblemente por choques de grandes asteroides contra nuestro planeta. La humanidad se extinguirá posiblemente por su estupidez. Encargado por una empresa multinacional, el botiquín surge de un estudio de mercado (ficticio) en el que se detectó:

§ Una epidemia crónica y masiva de adicción al poder y el dinero que nos mantiene en un permanente síndrome de abstinencia.

§ El conocimiento científico es usufructuado por la mercadotecnia, la publicidad y la producción de armas, y un porcentaje muy bajo al servicio de la vida.

Esto, entre otras enfermedades de la humanidad. Se nos informa que el objeto pertenece al movimiento Cirujismo crítico optimista.

De tanto en tanto, mientras trabaja en el taller que da al Pasillo de las bromas, Tito se entretiene escuchando conversaciones de visitantes desprevenidos sobre sus objetos. Cierta vez, una chica indignadísima, suponiendo la existencia de dos personas, artista y crítico, se quejaba de la dureza con que este último acosaba al primero. “No está mal –le digo– tener una abogada defensora de vos mismo, Tito.” Y Tito se ríe. Y sus ojitos veloces se encienden un poco.

“También pasa que la gente interactúa”, cuenta Tito. La otra vuelta le han metido clavos en unos agujeritos que tenía el marco de Basurero Tecnológico.

Para criticar a la Institución Ciencia, Tito recurre a la Institución Arte. Y arma una galería. Sin permisos, sin enunciarse como tal, la galería crece parasitariamente dentro de la infraestructura científica. ¿Y de qué se alimenta? No sólo de los objetos que la tecnología desampara... Como una letanía, Tito repite que es más fácil reciclar que tirar y su preocupación por el destino de los residuos se hace latente en todas sus acciones. Una conciencia trágica pero no por ello menos realista acerca de una humanidad, transformando su hábitat en un enorme basural. Tito denuncia “la locura de pretender un crecimiento tendiente al infinito en un planeta finito”. Con sus objetos-bromas, socava la solemnidad allí donde ésta se hace máscara, eufemismo. Tito elige el humor, tal vez como catalizador de un estado de las cosas que lo abruma.

Bien podríamos preguntarnos: ¿es arte?

Pero, en todo caso, no importa. Antes de que se inventaran las categorías de arte o ciencia, el hombre ya estaba en eso.

–Bueno Tito, me voy yendo... fue muy lindo venir, gracias.

–Es el cumpleaños de Pablo, uno de los becarios del equipo. Trajo tarta de frutillas. Te podés quedar al brindis...

–Eeeehhh... bueno, dale, me puedo demorar un poco más...

Son las cuatro de la tarde. El sol ya empezó a declinar sobre la ciudadela científica, pero falta mucho para el atardecer todavía.

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