CINE > REGRESO A FORTíN OLMOS
Entre 1960 y 1975, unos militantes católicos guiados por el padre Arturo Paoli, que abogaba por la no violencia, establecieron una cooperativa en Fortín Olmos, un pueblo de hacheros olvidados tras el cierre de La Forestal Argentina. La represión, la persecución y el terrorismo de Estado también se cirnió sobre ellos. Regreso a Fortín Olmos, el documental de Patricio Coll y Jorge Goldenberg, no sólo vuelve al lugar para recuperar la memoria de aquellos militantes, sino que como si fuera poco descubre una de las mejores metáforas del cine argentino de los últimos tiempos: la palabra y la figura de Amadea Velazco de Bártolo, directora entonces de la escuela del pueblo y esposa del secretario general del partido peronista, enemiga declarada de Paoli y hoy, una mujer que postrada en la cama destila una memoria cargada de odio.
› Por Hugo Salas
Antes de convertirse en la tan ponderada “perspectiva histórica”, antes de que el trabajo intelectual reconstituya un campo de tensiones capaz de hablar al presente, el tiempo tiene por manía devolvernos una visión aplastada (y aplastante) del pasado, como una foto desvaída donde los colores han perdido sus matices y densidad el contraste, una vieja polaroid en que los rostros apenas se distinguen entre sí. Previsiblemente, este proceso se agrava frente a situaciones límite que obligan a una toma de posición ética y moral tajante. Así, el terrorismo de Estado, ese gran enemigo común, ha contribuido al proceso de erosión que arrasa con la identidad de sus víctimas y de su signo ideológico, contribuyendo a borrar las profundas diferencias que existían entre ellas, y extremadamente ingrato ha sido este común olvido con los grupos de activistas de inspiración católica, partidarios de la no violencia y el cooperativismo, a menudo relegados por una visión condescendiente que, de antemano y sin analizar su accionar, los condena por inofensivos, ingenuos, como si aún no fuera materia de discusión el camino viable hacia una democracia verdadera.
Nada de ingenuo, sin embargo, parece haber en el testimonio de la admirable y cálida Ana María Seghezo que presenta Regreso a Fortín Olmos, sino antes bien un profundo pensamiento crítico (inusual, hay que decirlo, en el discurso de la militancia desencantada), capaz de ver y reconocer los errores tanto tácticos como ideológicos de aquella experiencia que hiciera suya junto a su marido, Rubén D’Urbano. Ellos, al igual que muchos otros, formaron parte del grupo que, entre 1960 y 1975, constituyera bajo la guía del sacerdote Arturo Paoli una cooperativa en Fortín Olmos, localidad de hacheros abandonada a su suerte tras el cierre de La Forestal Argentina (responsable de tala indiscriminada, así como también de mantener en la esclavitud a su personal, como quizá recuerden quienes hayan visto Quebracho), experiencia comunitaria de producción, administración y reparto de tierras.
Con gran acierto, los directores Patricio Coll y Jorge Goldenberg (mejor conocido por su impecable labor como guionista) reconstruyen no sólo la experiencia pasada y el destino de sus participantes, muchos de ellos en el exilio, así como también sus conflictos con otras líneas de militancia, sino también su impacto sobre el pueblo y su ruinosa actualidad. El resultado es un testimonio emotivo sin necesidad de incurrir en añadidos retóricos, un documento sobre aquella experiencia cooperativista pero también sobre el abandono de toda iniciativa presente. En efecto, Regreso a Fortín Olmos debe ser una de las primeras películas sobre la militancia que no busca (y logra) despertar en el espectador una nostalgia romántica por las condiciones políticas del ayer, sino un inocultable pesar por la injustificable inacción del presente, donde el mito del triunfo del capitalismo se ha vuelto una excusa para no inventar, ni siquiera discutir, la sociedad del mañana.
Pero es un peculiar detalle, sin embargo, el que vuelve a este atractivo documental una película imperdible: la decisión de incorporar el testimonio de Amadea Velazco de Bártolo, por aquellos años directora de la escuela del pueblo y esposa del secretario general del partido peronista. “Modestia a un lado se define a sí misma—, fui la inspiradora intelectual y activa de todos los adelantos del pueblo.” En tal carácter, resultó la más feroz opositora de ese proyecto al que aún hoy tilda (despectivamente) de marxista, “porque aparentemente ellos eran muy buenitos, pero yo veía que estaban desgastando la educación nacionalista que teníamos. A mí lo que más me impactó fue una conversación que tenía el padre con los jóvenes, diciéndoles que ellos eran libres, que no tenían que estar sujetos al autoritarismo paterno, que Dios nos hizo libres y que ellos hagan su voluntad, y eso lo oí en mi escuela, porque el padre Paoli... su actividad era ésa: las cabezas del pueblo, contra la cabeza de Amadea, la pobre”.
El azar y el tiempo han querido que, a su avanzada edad, doña Amadea dé testimonio desde la cama en que yace tendida, con los ojos cerrados y una inocultable carga de odio, más vivo que ella misma. A diferencia de los militantes y del propio Padre Paoli, sonrientes, entusiastas, su imagen es la de un espectro implacable, que con el nacionalismo en una mano y la resignación frente a la miseria en la otra, agita todavía el tiempo de la historia argentina. La buena señora se erige así, indudablemente, como una de las metáforas más potentes (y menos obvias) del cine nacional de los últimos años, una encarnación más que concreta, y espeluznante, de ese difuso conjunto de contradicciones que algunos se empeñan, aún, en llamar el ser nacional.
Regreso a Fortín Olmos puede verse todos los días en el Complejo Teatral Tita Merelo (Suipacha 442) y también en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), los viernes a las 20 y los sábados a las 20.15.
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