Dom 24.05.2009
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MUSICA > EL ESPERADO E INESPERADO DISCO DE MANIC STREET PREACHERS

Una voz del más allá

El caso de Richey Edwards es uno de los más misteriosos y sugestivos de la historia del rock: a los 27 años, después de un par de discos con los que se había convertido en la sensibilidad gemela de Kurt Cobain, abandonó su auto al costado del río y nunca más se lo vio. A fines del añpo pasado, la ley británica lo dio legalmente por muerto. Y ahora, sus compañeros de banda editan Journal For Plague Lovers, un disco extraordinario con el santo grial de Edwards: las letras que dejó en un cuaderno como único legado.

› Por Mariana Enriquez

El 1º de febrero de 1995, el guitarrista y letrista de Manic Street Preachers, Richey Edwards, se fue del hotel londinense donde descansaba para partir a una gira promocional por Estados Unidos a primera hora de la mañana. Hasta donde la huida pudo reconstruirse, dejó el auto junto al puente sobre el río Severn que cruza hacia Gales —había pasado un tiempo allí, viviendo en el coche, escuchando discos y mirando fotos de su familia—. Nunca más se lo vio, tampoco fue encontrado su cuerpo si es que su vida terminó en esos días o después. En cualquier caso, en noviembre del año pasado se cumplió el plazo que la ley británica establece para considerar a una persona desaparecida legalmente muerte. Y la fría norma le dio a sus compañeros de grupo —James Dean Bradfield, Nicky Wire, Sean Moore— el permiso para usar el objeto que entre los fans tenía carácter de mito: el cuaderno de letras y collages con Bugs Bunny en la tapa que Edwards dejó como herencia y recuerdo, con el implícito deseo de que esas palabras fueran usadas para canciones.

Pero claro, el momento de al fin usar las letras era muy difícil de determinar. Algunas fueron incluidas en Everything Must Go, el disco de 1996 inmediatamente posterior a la desaparición; un disco eufórico, tan diferente del disco que antes de irse había concebido Richey, el terrible The Holy Bible, el álbum más oscuro de los años ‘90 junto a In Utero de Nirvana, con sus imágenes de chicas anoréxicas que quieren “caminar sobre la nieve y no dejar huellas”, con canciones llamadas “El intenso rumor del mal” (“The Intense Humming Of Evil”), o líneas como “es un chico, pero querés una chica arrancale la pija, hacele colitas, cogételo, llamalo Rita si querés”). Años después, sus compañeros se asombran del poder lírico y la ambición crítica de Richey —cada vez más ausente del rock, hasta niveles patéticos— y le comentan a New Musical Express: “El pendejo no quería ser nada más que un letrista, ¿no? Iba por el Pulitzer. No quería que se lo comparara con ningún letrista. Quería ser J. G. Ballard”.

Le dicen “pendejo” porque Richey Edwards tenía 27 años cuando desapareció, y ellos, ahora, ya tienen más de 40.

El disco nuevo, con letras exclusivamente de Edwards, todas sacadas del mítico cuaderno —hay que recordar que fueron concebidas en la era anterior a la omnipresencia digital, y fueron redactadas en una máquina de escribir Olivetti, y a mano— se llama Journal For Plague Lovers y está teniendo críticas muy elogiosas incluso en medios que, presumiblemente, habrían estado afilado los dientes para destrozar a los hombres maduros que invocan al fantasma del hermoso joven desaparecido lleno de talento para revitalizarles la carrera. El New Musical Express, por ejemplo, escribe: “En los próximos años, esta década estará caracterizada como una época de ofuscación e ironía, barata y cobarde. En el reino del rock alternativo los Manic Street Preachers van a ser valorados como notables por haber balanceado con éxito la sinceridad y la inteligencia, sin importar qué valor tengan esos commodities en particular hoy día. Journal For Plague Lovers es un disco impresionante por sí mismo, y no, no es The Holy Bible. Pero, ¿salen discos como ése ahora?”

Una buena pregunta. Otra es por qué justo este momento para desempolvar el cuaderno. ¿Se trató sólo de la muerte legal del autor? Los Manics dicen que no. “Creo que Send Away The Tigers —el disco que editaron hace dos años, y con el que recuperaron el éxito comercial— fue una gran ayuda”, dice Nicky Wire. “No digo que sea el disco más abarcativo alguna vez hecho, pero nos hizo sentir jóvenes de nuevo, y nos ayudó a reingresar, digamos, al medio. Por eso podemos lanzar este proyecto: porque nuestro disco anterior llegó al Nº 1, y no sentimos que ésta sea una forma de intentar la resurrección de nuestra carrera”. Bradfield agrega: “También necesitábamos sentir un cierre, una distancia entre nosotros y la desaparición de Richey. Teníamos que entender las letras, teníamos que dejar que el polvo se asentara de manera natural. Y creo que existía la responsabilidad de saber que podíamos hacer una música que estuviera a la altura de las letras. Ahora podemos hacerla”.

Las letras son mucho más serenas y resignadas que las de The Holy Bible, aquel juicio vitriólico a los tiempos modernos. La banda tampoco exagera el gesto: el productor es Steve Albini, que a Richey le gustaba —es el productor de In Utero— pero no se sumergen en oscuridades, y hay punk vital, momentos acústicos, riffs feroces, melodías muy lindas. Se acomodan a barbaridades como “si un hombre casado se coge a un católico/ Y su esposa se muere sin saberlo/ ¿Eso lo hace un infiel?” (“Jackie Collins Existential Question Time”), a sentencias muy Edwards como “Cuanto más veo, menos grito/ La lamparita siempre está encendida/ Lastimaduras en mis manos al intentar desenterrar mis uñas/ El jean Levi siempre fue más fuerte que Uzi” (“Peeled Apples”) o “El silencio no es sacrificio/ La crucifixión es la vida fácil” (“Doors Closing Slowly”), a historias de amor enfermo como “Ella pensó que la carne quemada iba a gustarle a su amante/ Para mantener el amor vivo y la lujuria a un lado/ El amor la sumergió en un baño de lavandina” (“She Bathed Herself In a Bath Of Bleach”) o a una tristeza infinita en una canción que puede ser leída como la nota suicida del autor, “Te amo, pero dejame ir/ Amo hasta al diablo aunque me haya hecho daño/ Por mantenerme más tiempo/ Estoy muy cansado/ Y me encantaría ir a dormir y despertarme feliz” (“William’s Last Words”).

Journal For Plague Lovers no tendrá simples. El arte de tapa lo diseñó la joven pintora inglesa Jenny Saville, que también había prestado una de sus pinturas para The Holy Bible (el tríptico de una mujer obesa en ropa interior llamado Strategy-South Face/ Front Face/ North Face). En este caso, la pintura es Stare (2005), el rostro de una niña andrógina, que podría o no estar herido y ensangrentado, una niña que se parece mucho a Richey. La tapa acaba de ser prohibida en todas las cadenas de supermercados de Inglaterra: los dueños decidieron que podía ser demasiado fuerte para algunos consumidores. Pero no hay nada ofensivo en esa hermosa pintura de Saville. Sólo hay verdad y un retrato muy valeroso del dolor.

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