Dom 22.12.2002
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Pampa Bárbara

Grabado Probablemente pocos recuerden que durante la década del ‘70, Osvaldo Lamborghini escribió algunas historietas en las que se propuso violentar los límites de los cuadritos. Treinta años después, el dibujo se toma revancha: Julio Fuks acaba de presentar los grabados con los que ilustró El fiord, el libro que convirtió al escritor en la estrella de la vanguardia argentina. Guillermo Saccomanno explica por qué el resultado pone a la obra de Lamborghini contra las cuerdas.

POR GUILLERMO SACCOMANNO
Quizá ninguno de los devotos de Osvaldo Lamborghini recuerde sus historietas. En los ‘70, en su breve tránsito por la historieta, Lamborghini escribió algunos guiones. Para el dibujante Gustavo Trigo escribió en Top Maxihistorietas la serie “Marc”, una de espionaje, apelando a los códigos pop y a un humor vitriólico. Ahí se planteaba una dupla interesante. Un escritor al que no le gustaba mucho condescender a un género menor, la historieta, pero que aprovechaba sus límites para excederlos. Y un dibujante que, a su vez, ambicionaba secretamente obtener reconocimiento como plástico. Considerado en perspectiva, creo que Lamborghini estuvo siempre un poco sobrevalorado por la crítica. Me explico: sus guiones, prisioneros de una convención, se rebelaban contra ésta. Es decir, los márgenes del género le imponían una furibundia desmesurada. En cambio sus textos narrativos (¿narrativos?, cabría preguntarse), al disponer de una absoluta libertad, regidos por el capricho y el alcohol, no van mucho más allá de un dadaísmo acriollado para lacanianos mal entretenidos. Si Pizarnik –aventuro una hipótesis– encuentra en el suicidio la forma de mantener “adolescente” su poética, Lamborghini traza con su drama personal una parábola similar. Luego de los exabruptos rantes de chisporroteo con el lenguaje, de haber asumido una vida más larga quizá se habría encontrado, inexorable, una evolución que lo condujera a una narrativa más confiada en la solidaridad con el lector que en el experimento narcisista de corte juvenil, la perpetuación del enfant terrible. (Paréntesis: su hermano Leónidas asumió, además del riesgo de la edad, la experiencia que dan los trabajos y los días. También una posición política que, para una inteligencia cipaya, es conflictiva. Lamborghini el Viejo es peronista. No es casual entonces que las reivindicaciones de Lamborghini el Joven provengan de una inteligencia que cultiva el paso doble entre lo presuntamente de izquierda y lo posmo, un estructuralismo infantilista, más atento al experimento de elite que al contacto con los estilemas en crudo de la cultura popular.) Quiero decir: sigo prefiriendo al Lamborghini escritor de historietas antes que al creador de una biografía rica en anécdotas turbulentas pero oclusiva y hermética en sus resultados literarios.
Los grabados de Julio Fuks que ilustran el fiord de Lamborghini imponen una reflexión que comprende la estética de Lamborghini. Si un gran mérito tienen sus ilustraciones, éste consiste en obligar a una revisión de Lamborghini a partir de una corporización de su palabra, acentuando lo que puede haber en ésta de bárbaro y “narrativo”. Las imágenes siempre fueron distintivas de lo bárbaro. Los pobres, los humillados y ofendidos, no leen. Miran. Y con suerte, ven. Es decir, Fuks les da cuerpo a las alucinaciones operando con sus palabras como si los textos de Lamborghini fueran guiones de historietas. Fuks recorta una fulguración y se propone, justamente, lo que Lamborghini se fijaba en la historieta: indagar en la limitaciones del género. En este aspecto, también es violenta, por su naturaleza tosca, la técnica elegida. El grabado se vuelve propicio para la temática de Lamborghini. Lo aclaro: Fuks violenta con la imagen los textos de Lamborghini del mismo modo en que Lamborghini, al escribir guiones, pretendía sacudir los límites de una narración fragmentada en cuadritos.
Violentar, escribí. Y lo subrayo. Si la literatura de Lamborghini, en sus gestos de marginalidad, expresan la violencia ideológica de los ‘70, una violencia que, en el nivel del lenguaje, pareciera proyectarse desde lo social y marchar más allá, es decir hacia acá, es porque se toma en solfa hasta a quienes, más tarde, serán sus propios monaguillos. Fuks encara a Lamborghini y al ilustrarlo, lo que hace, persiguiendo una gráfica que combina lo salvaje (“El matadero”) con lo exquisito legible (“el libro objeto”) es resaltar desde el expresionismo el amaneramiento de Lamborghini. La diferencia que hay entre Lamborghini y Fuks es no sólogeneracional. Conviene subrayarlo: la diferencia es de extracción de clase. Fuks pertenece a un ámbito campero donde la cuchillada de la barbarie refulge en primer plano. (Quien pueda acceder a la labor de Fuks como fotógrafo, no menos sugerente que ésta como grabador, coincidirá en que la suya es una mirada capaz de retratar los signos de una poética de la periferia, esa zona donde se confunden suburbio, villa miseria, potrero y campo.) Brutales, los trazos de Fuks parecen haber surgido para recrear la boutade de Lamborghini, pero enfrentándola consigo misma, con su mecanismo paródico, con sus verosímiles inspiradores. Cuerpos abiertos como reses, vísceras, torsiones monstruosas despliegan, con su trazo grueso, la “puesta en escena” de la imaginería de Lamborghini. Un ejemplo: hay una reiteración como de un foco teatral en buena parte de sus ilustraciones.
Lamborghini parte desde una biblioteca perturbadora (Sade, Lautrémont, etc.), pero biblioteca al fin, hacia la barbarie. Su reivindicación de lo criollo se insinúa como pose dandística: un Mansilla guaso. En su caso, la periferia es no tanto un destino como una elección. Casi típica, es la actitud urbana de quien idealiza, desde la “cultura”, una providencial redención literaria oriunda de la intemperie, la tierra, lo instintivo. Actitud que deviene también en liturgia reivindicadora de las fuerzas elementales de la naturaleza, las mismas que Levinas considera razón argumental de la filosofía del hitlerismo. (¿Cabría interrogarse cuánto puede haber de autoritario en una literatura que se plantea, desde el vamos, como una apuesta para iniciados y que, desde un círculo áulico, adopta el guiño como canon? Frivolidad, entonces. Y nada genera más violencia, lo sabemos, que la frivolidad.) Fuks hace el movimiento inverso. Fuks viene de un destino de periferia, pero lo resignifica. Fuks viene del campo, de la violación (eje temático de nuestra literatura, según Viñas) y, al traducir a Lamborghini en imágenes, a la vez que homenajea un programa poético discutible, lo destripa con la autoridad de quien tiene un saber de la cosa ruda criolla que no procede de un repertorio impostado. Como si ahora Lamborghini fuera contemplado desde la realidad que burló. Pretendiendo la periferia, sólo obtuvo lo que al enfant terrible más le aterraba (o tal vez no, tal vez no tanto como manifestaba): una consagración académica y canónica. Inocente, en este punto, el trabajo de Fuks es interesante por lo que subyace bajo el rendez vous. Es decir, Fuks, destinado a ser uno de los seres del campo de observación de Lamborghini, ese campo proletario-rural, se armó en su contra al desmontar un discurso literario institucionalizado como subversivo y que, dudemos un instante, no lo es, tal vez, tanto como simula serlo.

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