MODA
Cómo ser un dandy criollo
Heredero de un linaje que va del excéntrico coronel Mansilla al botarate de Isidoro Cañones, José Otero celebra la gran tradición del distingué argentino con Dandy de las Pampas, una colección de corbatas de piel de potrillo realizadas con un dégradé de pelambres y forradas con estampas de antiguos grabados del Río de la Plata. Chic nacional ciento por ciento, pero procesado por un ojo pop digno de Dandy Warhol.
› Por Victoria Lescano
Los excesos de guardarropa de Manuel Quintana, Lucio Victorio Mansilla, Bernardo de Irigoyen, Fabián Gómez y Anchorena, conde del Castaño, y Benigno Ocampo fueron documentados por Pilar de Lusarreta en la trama de Cinco dandys porteños, una rareza de mediados de los ‘40 ahora reeditada por Ediciones Continente. Allí la autora revisa los guantes blancos de confección francesa que Mansilla lucía en los tés del jardín con magnolias de Manuelita Rosas y en los interiores de las tolderías ranqueles, la pasión por el derroche de Fabián Gómez (pionero, además de playboy, en extenuar el mundo en yate propio y traer a Buenos Aires el primer chalet desmontable, elegido en la Exposición Internacional de París y anclado en su manzana de Plaza San Martín), la compulsión por chalecos y levitas del presidente Manuel Quintana, los cuellos postizos que aumentaban la estatura de Benigno Ocampo o el invento de Irigoyen de llevar levita sobre el frac. Un posible continuador del linaje dandy de Lusarreta fue Adolfo Bioy Casares, que dijo que “las corbatas son la fantasía en la vestimenta masculina” y las compraba por docenas, exclusivamente en Hermès, para combinarlas con trajes hechos a medida por el sastre Spinelli.
¿Habría elegido Bioy alguna de la colección de José Otero, bautizada Dandy de las Pampas? Diseñador gráfico y artista plástico, Otero concibió una serie de corbatas de piel de potrillo y rescató los artilugios a gogó de Isidoro Cañones, número uno de los playboys vernáculos. Realizadas con un dégradé de pelambres, forradas con estampas de antiguos grabados del Río de la Plata, las corbatas de Otero se llevaron el segundo premio en la edición 2002 del concurso de indumentaria organizado por Pieles Saga y la Cámara Argentina de Peleteros.
El trofeo: una semana de aprendizaje en una academia y centro de experimentación con pieles de Copenhague. En el cóctel de entrega, la silueta de Otero –un metro noventa con chaqueta vintage a lo Sgt. Pepper y camisa rematada con falsa corbata de piel sostenida con cabecitas de alfileres– llegó a eclipsar incluso el protagonismo de los ornamentos mapuches de la colección permanente del Museo Etnográfico. Las personalidades del jurado, la cronista de modas Catalina Lanús y la socióloga Susana Saulquin, elogiaban la caja de madera con crin de caballo y las trabas con forma de molinos de plata y rosas de los vientos del homenaje al dandy Cañones.
Realizador de montajes junto al grupo Signo, el currículum de Otero empieza con un documental llamado Breve tratado de cosmetología, que incluía planos-detalle de tirones de cera en el cavado y otras torturas del mundo de los beauty parlours, realizado mientras estudiaba en la Escuela de Artes Visuales de La Plata; sigue con numerosas ambientaciones de fiestas –memorables los trapos de piso usados como manteles en la boda de un acaudalado petrolero– y hace dos temporadas dejó su marca en la galería Belleza y Felicidad cuando hizo los packagings de ModePupen, una muestra de moda para muñecas del diseñador Horacio Sandoval, y la fragancia incierta Puppen 666.
Un apartado especial merece su militancia en el arte pop. Otero fue bendecido con 15 minutos de fama en la galería virtual de la Modern Tate durante el último homenaje a Andy Warhol, cuando su retrato fue uno de los pocos elegidos para ser warholizados. En cuanto al pop local, el artista suele visitar junto a grupos de alumnos de arte el estudio de Marta Minujin, todos equipados con flores de colores, bombitas de luz de cien watts y champaña a manera de pago simbólico para la creadora de La Menesunda.
Defina su breve tratado sobre las corbatas
–Empecé haciendo corbatas de lata en el ‘92: tenía que ir a una fiesta de gala y justo vi un colgante con collages en la revista Colors y meapropié de la idea. La primera fue de Coca Cola; después hice una colección con latitas de tomate, jugos exóticos y cerveza Quilmes que se vendió en una galería de arte de La Plata y también en la tienda Pri. Me acuerdo que cuando estudiaba precisaba dinero y un día me fui a vender grabados a una casa de marcos exquisitos, pero la dueña quedó interesada en mi corbata y me encargó sesenta. Les puse el logo Tin Tie. Hubiera adorado hacer corbatas con los cientos de latas de sopa Campbell que instalé en mi cocina, pero las latas no son pintadas. Ahora planeo corbatas y moños de lienzo con forro de nylon relleno de yerba y otras con perfume humus, una fragancia de tierra negra húmeda (me interesa que estén vinculadas con el olfato). De las de piel me encanta que a pesar de los procesos en la curtiembre conserven una carga de olor animal muy interesante. En simultáneo imagino una línea antiautóctona –corbata y moños inflables– emparentada con las primitivas de lata por lo artificial.
El bello Brumell focalizaba su ritual dandy en la forma ligera de anudarse las corbatas de muselina. ¿Cuál fue el trademark de Isidoro Cañones? ¿Tiene una lectura de la evolución del estilo y la vestimenta a lo largo de las distintas etapas del personaje?
–Isidoro usó un tipo de nudo llamado Four in Hand Knot, que hoy es el más popular y que en la Inglaterra del siglo XIX popularizaron los aficionados a las carreras de carruajes para asegurar sus pañuelos del viento. Respeté que en el comic la corbata es muy ancha, a veces rayada, escocesa, con zigzags o estampados de colores estridentes. Mientras que los demás personajes siempre llevan corbata negra, él cambia todo el tiempo. También cité la actitud del conde de Orsay que satiriza la portada de la revista The New Yorker; encontré puntos de contacto entre ambos personajes: hay una pose y un gesto altivo que noto que estaba presente también en las aventuras de Isidoro. Las citas que aluden a sus estilistas remiten al sastre polaco Popov, su eterno acreedor, al lustrabotas y el mayordomo Manuel, y el estilo podría resumirse en atuendos para la boîte (traje, zapatos blancos, camisa negra desprendida un botón y cinturón de argollas) o la estancia (saco sport y poleras de colores insólitos) o la cama (siempre duerme con pijama rayado abotonado, y se levanta con bata sobre el pijama).
Pero antes de convertirse en Isidoro Cañones, este dandy sufrió múltiples mutaciones. Nació en el invierno de 1927 como Un porteño optimista, entre las historietas del diario Crítica, y en menos de un año se convirtió en Las Aventuras de Don Gil Contento, un personaje que vestía ropa menos juvenil y nunca salía sin sombrero hongo y cuya silueta regordeta poco tenía que ver con la del seductor Isidoro. El único punto común era que ambos vivían sin trabajar. Cuando en 1928 pasó a La Razón, ya había adoptado al indio Curugua Curuguaguigua, que luego se convirtió en Patoruzú, y la tira se representaba día a día con el nombre de Julián de Monte Pío. A partir de 1936 apareció en una página a color de El Mundo Argentino como Isidoro Cañones, y en 1968, finalmente, salió la revista mensual Locuras de Isidoro.
En las descripciones de gabinetes de dandies se impone el tocador, con cortinas excesivas y otomanas violetas, frascos de esencia y recipientes dispuestos de un modo particular. En la casa de Otero –un semipiso con vista a las cúpulas de las fabulosas construcciones europeas del Once–, los posavasos de paño para agua tónica tienen forma de copa de dry martini, hay tesoros de los ‘50 y cierta crudeza elegantísima. El cuarto de baño es blanco, con balcón corrido y tina con pies de metal; el placard –además de una colección de corbatas antiguas, otras de jardines de infantes rescatadas de la calle y un original Nicolle Miller– deja verjunto a los perfumes una docena de botellas con variadas ediciones de aguardiente.
Los looks con los que Otero asiste a las fiestas Absolut podrían ser tema de varios catálogos espontáneos y competir con esas megaproducciones por encargo del Primer Mundo. Incluyen corte de pelo simulando la botella en cuestión, microbotellitas adheridas a los zapatos y atuendos color mandarina de pies a cabeza.
¿Adhiere a la definición de dandy de Thomas Carlyle: “hombres que consagran su alma, espíritu, bolsillo y persona a la vestimenta”?
–Creo que un dandy no sólo está adecuadamente vestido; también impone cosas. Warhol impuso el uso de saco con jeans; él fue el que inmortalizó esa forma de llevar el Levis 501, así como Isidoro inmortalizó las corbatas anchas y las poleras con saco. Yo me rijo por fanatismos: soy fanático de Absolut Vodka y me considero el chico Absolut de Buenos Aires, aunque acá no me mandan las invitaciones para las fiestas. En lo formal soy miembro de la Sociedad de Coleccionistas de Absolut por internet y hago el seguimiento de los avisos de Sudamérica para la red. Tiene que ver con mi chifladura con el arte pop: Warhol era el fanático número uno del vodka Absolut. Lo usaba como perfume.