Dom 22.12.2002
radar

Primera persona

Música En su último disco, Round Midnight y otros tangos, el pianista Adrián Iaies usa las herramientas del jazz para adueñarse de toda clase de músicas (Serrat, Fito Páez, Charly García), salir del ghetto y contar su propia vida. Con siete álbumes en cuatro años, este admirador de Monk y de Keith Jarrett acaba de lograr un pequeño milagro: que un sello multinacional por primera vez publique a un jazzman argentino sin domesticarlo.

› Por Diego Fischerman

“Hay músicos que tocan muy bien pero tocan las vidas de otros. Y hay músicos que cuentan su propia vida”, dice Adrián Iaies, uno que narra, sin duda, la suya. “No quiero contarte la vida de Evans ni la de Monk. Tuve que aprender a contarlas para poder contar, después, la mía. Pero hoy sólo quiero contar la única que sé de memoria”, explica a Radar. Iaies es un pianista de jazz. Es decir que toca en festivales de jazz, graba en sellos de jazz y usa al jazz, según sus propias palabras, “como manual de procedimientos”. Sin embargo, rara vez atraviesa materiales propios del jazz con esos procedimientos. Y cuando lo hace, como en aquel “‘Round Midnight” con bandoneón o, desafiante, en el título de su último CD, Round Midnight y otros tangos, recién editado en España por Lola, el sello de Fernando Trueba, se trata de verdaderas declaraciones de principios. No se trata de una cuestión de géneros sino, más bien, de “sentirse cómodo”. De tocar cosas que le gustan pero, también, de internarse en esa vida que se “sabe de memoria”. Por eso en el disco que EMI acaba de editar en la Argentina también aparecen “Las cosas tienen movimiento” de Fito Páez, “Mediterráneo” de Serrat o “Seminare” de Charly García.
Es la primera vez, en todo caso, que un sello grande y multinacional publica a un músico de jazz argentino y no lo hace a regañadientes, alterándole el contenido, obligándolo a tocar con músicos ajenos a su estética o, simplemente, ninguneándolo en la difusión y distribución. Es la primera vez, también, que un músico de jazz argentino trasciende las fronteras de su propio género, que vende en un mes más de mil discos o que aparece en carteles por la calle, anunciando sus conciertos. “Hice las cosas bien”, explica Iaies, conciso. Y la frase, que podría resultar pedante, no lo es en tanto habla, sobre todo, de su capacidad de trabajo y de sobreponerse a situaciones personales dramáticas (por ejemplo la muerte de su esposa, a mediados de este año). “Me rompí el alma, escuché una y otra vez mis discos para reconocer errores, para mejorar y para hacer más precisa mi idea, escuché consejos, estudié. Y además tengo claro que me interesa que me escuche la mayor cantidad de gente posible. A Dave Douglas, que es un músico que yo admiro muchísimo, le preguntaron, cuando estuvo aquí, si no extrañaba sus comienzos en el Down Town neoyorquino, en el Knitting Factory. Y él decía lo mismo, que quería ser popular. En la medida en que la música siga siendo la misma, que siga haciendo lo que hago, jamás podría preferir que me fuera mal en lugar de que me fuera bien. Recién sale en España ni séptimo disco. Fueron siete discos en cuatro años, lo que habla, en principio, de que me gusta hacer discos. Pero, además, nadie puede decirme que un disco sea igual a otro. Que no haya en cada uno algo que lo distingue. De ninguno puede pensarse que se juntaron tres tipos media hora antes en un bar para decidir qué temas tocaban. Estuve en España con Horacio Fumero (el contrabajista que fue compañero de ruta, durante años, de Teté Montoliú y con el que toca cuando viaja a Europa), al que conozco desde hace dos años, y el tipo tiene una carpeta gigantesca con arreglos que le fui pasando. Laburar, laburé. Me rompí el culo. Y en la medida en que haga las cosas seriamente y esté seguro de que estoy trabajando, que me vaya lo mejor posible. Si a este disco le va bien, voy a poder hacer otro. Ésa es la idea.”
Otro dato que Iaies reconoce como importante en su evolución es “haber podido salir del ghetto”. Dice: “No es tanto una cuestión del público como propia. Yo tenía cierto miedo a abandonar un lugar más o menos seguro. Y hay que hacer todo un proceso para poder dejar de pensar en la mirada del ghetto como la única existente. Dejar de preocuparse por qué van a pensar los músicos del club de Berklee acerca de lo que uno está haciendo. Poder dejar de preguntarse, por ejemplo, sobre si se está notando que sé lo que es una escala mixolidia. De alguna manera, yo siento que me desentendí de esta historia. Y de a poquito. Porque uno toca para los músicos y un díadescubre que, para peor, los músicos no van a los conciertos y no compran los discos”. Entre los nuevos permisos que Iaies se da a sí mismo, además de tocar temas de García o Páez y, próximamente, de Spinetta, o de tocar con Liliana Herrero, a quien considera “una de las grandes cantantes de Latinoamérica” y con quien proyecta grabar un disco completo, a dúo, está “tocar sin solos: agarrar una canción y tocarla pelada”. En su resumen de situación, el pianista habla de “seguridad en mí mismo” y explica: “Si a uno lo invitan a tocar en el Lincoln Center y no se trata de un acto organizado por residentes argentinos exiliados sino que el que lo contrata a uno es Wynton Marsalis, o si uno toca en San Sebastián en el mismo auditorio en el que el día anterior estuvo Chick Corea y el día siguiente estará Andrew Hill, uno se siente más seguro”.
Hay nombres que aparecen una y otra vez: John Lewis, Keith Jarrett, Spinetta. Hay, también, ideas que vuelven. “¿Cómo no estar más relajado, más tranquilo? ¿Cómo no tomarle el gusto si después de años de pelearla, de cargar equipos, te llaman para tocar y vos decís ‘bueno, fenómeno, pero pongan un piano de cola’ y lo ponen”. Iaies habla de sí mismo pero, también, del momento actual del jazz: “Sin duda es mucho más interesante lo que está pasando en Europa que lo que sucede en Estados Unidos. En Nueva York lo único que se ve, salvo cuando se trata de los grandes, son montones de grupos tocando be-bop, todos salidos de las academias, todos con una técnica impresionante pero de plástico. De golpe escuchás a unos viejos como Benny Golson, por ejemplo, y te das cuenta de que te rompen la cabeza con ese mismo lenguaje. Que ellos sí tienen, todavía, mucho para decir con ese código”.

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