Domingo, 26 de julio de 2009 | Hoy
CINE > TODOS LOS DILLINGER DE LA PANTALLA
John Dillinger fue el ladrón más buscado de los años de la Gran Depresión en Estados Unidos: un hombre que robaba bancos, y de alguna manera se convertía en el reverso de ese sistema financiero que, con su colapso, había hundido al país. Aquí, un repaso de las películas que lo tuvieron como protagonista, incluida la última, dirigida por Michael Mann y protagonizada por Johnny Depp y Christian Bale, que se estrena la semana que viene.
Por Alfredo Garcia
John Dillinger murió el 22 de julio de 1934 cuando salía del cine Biograph de Chicago, adonde había ido a ver Manhattan Melodrama, un film con Clark Gable. Los hombres del FBI lo acechaban fuera de la sala, esperando su aparición junto a la “dama de rojo”, la prostituta rumana Anna Sage que lo había delatado a cambio de no ser deportada. El problema era que Dillinger estaba oculto hacía varios meses, y su fisonomía, conocida a lo largo y ancho de los Estados Unidos, había cambiado para no ser reconocido.
Aun después de su muerte, la fascinación por Dillinger seguía siendo un verdadero fenómeno masivo. El FBI puso su rostro en las siluetas de cartón que utilizaban como blanco en las prácticas de tiro. Y hacia 1935 su padre, John Dillinger Sr., ofrecía una gira por los Estados Unidos con una especie de espectáculo teatral en el que contaba la verdadera historia de su hijo junto con la que había sido su novia, una mujer de sangre india y francesa llamada Billie Frechette.
Justamente el primer film sobre el enemigo público número 1, Dillinger, dirigido por Max Nosseck en 1945, comenzaba con papá Dillinger ofreciendo una de estas presentaciones. Ya desde antes de su muerte el ladrón de bancos tenía un halo de personaje de leyenda, favorecido por míticos relatos propios de la era de la Depresión sobre actitudes dignas de Robin Hood –o de Jesse James– acerca de supuestos robos a ricos para repartir dinero entre los pobres. Al menos en una ocasión parece estar comprobado que Dillinger pagó la hipoteca de un pobre campesino que estaba a punto de perder su granja, sólo para robar inmediatamente después el banco donde había realizado el pago.
Claro que en el film de 1945 John Dillinger no beneficia a nadie, ni siquiera a sí mismo, ya que el férreo Código Hays de censura dejaba claro el famoso axioma: “El crimen no paga”. Lawrence Tierney, en su primer papel importante, elegido según un crítico más “por su innata brutalidad que por su talento actoral”, era malísimo, al punto de matar a dos ancianos que lo habían ayudado, o de matar al mozo de un bar con el vidrio roto de la jarra de cerveza con la que acababan de brindar. Históricamente poco rigurosa, la película adapta a sus necesidades los mitos sobre el criminal, como en la escena en la que Dillinger le compra a su novia una joya que vale 8 mil dólares, luego la hace esperar en el auto y vuelve a entrar a la tienda a robar el dinero.
Producido por Monogram, el más pobre de los estudios clase B del Hollywood clásico, Dillinger se convirtió en todo un fenómeno en sí mismo. Es que el personaje aún estaba vivo en la memoria colectiva, lo que provocó un éxito sin precedentes que resultó terriblemente redituable: producido a un costo que según distintas fuentes oscilaba entre los 70 mil y los 190 mil dólares, la película arrojó unos 4 millones en la taquilla norteamericana. Si eso ya era todo un hito, el film logró algo mucho más descabellado para una producción de la impresentable Monogram: conseguir una nominación al Oscar en una categoría tan importante como la de mejor guión. Es más: hay una leyenda difícil de comprobar que asegura que el guión de Philip Yordan (junto a un William Castle no acreditado) realmente ganó el Oscar al mejor guión en la votación, pero que la Academia se negó a premiar a la Monogram ofendiendo a los estudios importantes, y entonces dio como ganador a un oscuro film suizo que competía en el mismo rubro.
Es que no sólo el logo de la Monogram no daba prestigio sino que además el título Dillinger era todo un grito de crudeza y sensacionalismo que podía fascinar a las masas, pero por cierto no al establishment: en Chicago, por ejemplo, las asociaciones dedicadas a la moralidad trataron de prohibir la exhibición del film, cosa que lograron al menos durante los dos años posteriores a su estreno en el resto del territorio estadounidense.
En la Argentina este primer Dillinger no se veía hace mucho tiempo, y por algún motivo, igual que los demás films sobre el delincuente, rara vez se lo pasa por televisión, ni siquiera en algún canal dedicado a clásicos. En todo caso en Buenos Aires fue rescatado por la Aprocinain, que exhibió una copia nueva hace dos semanas en el Malba, donde se volverá a proyectar el próximo 7 de agosto. Es un policial realmente recio, cargado de violencia y con soberbias actuaciones secundarias de actores de culto como Marc Lawrence, Elisha Cook y Eduardo Cianelli. Pero, claro, el importante es el villano estelar y delincuente fuera y dentro de la pantalla Lawrence Tierney, que dado el éxito de la película podría haber aspirado a una gran carrera en Hollywood, si no fuera que se bebió todas sus posibilidades, provocando tantos estragos violentos bajo los efectos del alcohol y terminar siendo tan impresentable como el personaje que lo hizo famoso en la pantalla grande. Al final de sus días, contratado por Quentin Tarantino para un papel secundario de cierta importancia en Perros de la calle, Tierney se peleó con todo el elenco, y de hecho casi se agarra a las trompadas con el director, que de todos modos introdujo en los diálogos un pequeño homenaje a Dillinger.
Aunque la chica de rojo sigue apareciendo a la salida del cine Biograph, es en la forma de un personaje totalmente ficticio interpretado por Anne Jeffreys, la novia de Dillinger que primero le es infiel con otro hampón (que muere a hachazos) y luego lo traiciona por la recompensa de 15 mil dólares. Excepto para liquidarlo al final, el FBI brilla por su ausencia durante toda la película.
No pasa lo mismo en la otra gran película sobre el enemigo público número 1. El primer film de John Milius, Dillinger (1973), es un auténtico duelo entre el famoso criminal (un memorable Warren Oates) y su archienemigo del FBI, Melvin Purvis (un impiadoso Ben Johnson que se hace prender un cigarro Montecristo antes de ametrallar personalmente a cada gangster que encuentra).
En una escena, el hombre de la ley y el orden, segundo en el FBI después del mismísimo Edgard J. Hoover, observa a unos chicos que juegan a dispararse como policías y ladrones en el hall de una estación de trenes. Purvis llama al chico y le pregunta si está jugando a ser ladrón o policía. El chico lo mira casi con asco y le dice: “Ladrón, ¡por supuesto!”. El G Men se pone serio y le pregunta si su papá no le enseñó que el crimen no paga. “No tengo papá”, dice el chico. Sin saber qué más hacer, Purvis insiste. Saca su enorme pistola calibre 45, le saca el cargador y la bala de la recámara, y se la ofrece al chico, que la acepta encantado.
–¿Te das cuenta? Si estudiás y sos un agente del FBI, podrías tener una pistola igual a ésta.
–Dillinger tiene una como ésta, y para ser como él no hace falta estudiar.
Más allá de las escenas ultraviolentas, las matanzas a mansalva por parte de los agentes del FBI, y la mirada simpática hacia el gangster protagónico (que no deja de ser totalmente brutal y ultraviolento), parece que la escena entre Purvis y el chico de la calle indignó sobremanera a Edgar Hoover, que obligó a la productora American International Pictures (anteriormente asociada con Roger Corman) a que agregue en los créditos del final una voz autoritaria explicando que de ninguna manera el FBI aprobaba la inmoral visión de los realizadores sobre los acontecimientos relatados.
Más conocido como guionista de Apocalypse Now!, realizador de films de culto como El viento y el león o Los jóvenes defensores, y el hombre que le dio el primer papel importante a Schwarzenegger en Conan, el bárbaro, con Dillinger John Milius llevó a su máxima expresión la saga de films revisionistas de gangsters iniciada por Arthur Penn en Bonnie and Clyde y continuada por películas excelentes como La masacre de Chicago y El Clan Barker, de Roger Corman, o La Pandilla Grissom, de Robert Aldrich. El carisma de Warren Oates y las actuaciones brillantes de un elenco que incluye a Richard Dreyfuss (como Baby Face Nelson), Harry Dean Santon y Michelle Philips, más la pericia e imaginación de Milius para plasmar los más furibundos tiroteos y persecuciones automovilísticas, convierten a su ópera prima en una de las mejores películas en la historia del género. El film también trata de contar con cierto rigor la historia de la delatora dama de rojo, Anne Sage, interpretada magistralmente por Cloris Leachman.
Hubo otros Dillinger, por supuesto, pero al lado de estos dos sería comparar un matagatos con una ametralladora Thompson. Nick Adams apareció como Young Dillinger (Yo soy Dillinger) en un film demasiado violento para 1965, aunque hoy totalmente olvidado. Y en Baby Face Nelson de Don Siegel, John Dillinger era un personaje co-protagónico interpretado por Leo Gordon (Mickey Rooney lucía sorprendente como el gangster del título). Roger Corman, tal vez por haberse perdido el proyecto que dirigió Milius, luego produjo dos interesantes aunque no tan conocidas variaciones sobre el personaje. La mejor es La chica de rojo (The Lady in Red), escrita por John Sayles y dirigida por Lewis Teague en 1979, contando con ultraviolencia y desnudos gratuitos a granel la historia de la delatora del cine Biograph, aquí interpretada por la televisiva Pamela Sue Martin, mientras Robert Conrad era un Dillinger eficiente, pero poco parecido al personaje de la crónica policial. Hay una teoría conspirativa sobre una asociación entre Dillinger y la mafia de Chicago para hacer un simulacro en el cine Biograph y hacer matar un inocente, liberando así al hombre más buscado por el FBI. Esa historia, además de alimentar programas para el Discovery Channel, sirvió de base a la producción de Corman Dillinger y Capone, con dirección de John Purdy y las improbables caracterizaciones de Martin Sheen como Dillinger y F. Murray Abraham como un Capone un poquito más flaco que el mafioso más famoso de todos los tiempos.
Ahora un buen chico como Johnny Depp es Dillinger, mientras que el cruzado de la Justicia, Christian Bale –en sus versiones encapotadas de Batman–, es Purvis, en la flamante visión histórica del asunto a manos de un gran director como Michael Mann. El hombre que creó División Miami e Historia del crimen, además de enfrentar a Robert De Niro con Al Pacino en Fuego contra fuego, evidentemente sabe lo que hace. Pero si logra que sus actores estén a la altura del Warren Oates y Ben Johnson en el Dillinger de 1973... Bueno, es algo que el lector podrá decidir por sí mismo a partir de este jueves y en el estreno en la Argentina del nuevo enfrentamiento entre policías y ladrones, Enemigos públicos, de Michael Mann.
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