Dom 04.10.2009
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TELEVISIóN > MEX URTIZBEREA PRESENTA HISTORIA DE LA RISA

La larga risa de todos estos años

En estos últimos años, Mex Urtizberea no paró. Desde Cha cha chá, Magazine For Fai y Medios locos pasó a la conducción de dos programas en Canal 7, Mañana vemos y Laboratorios Dormevú, y a participar de Los exitosos Pell$. Ahora, de pronto, el vértigo de la televisión se detuvo y sólo se quedó con la conducción del flamante Historia de la risa, un ciclo de Canal (á) en el que recorre la historia del humor argentino, del que forma parte, y sobre el que reflexiona a continuación.

› Por Angel Berlanga

El humor, lo que le hace gracia, dice Mex Urtizberea, es lo que tiene que ser y no es, lo que se corre ahí, en ese pasaje. “Hoy fui a comprar el diario y me atendió un policía”, pone por ejemplo, y refuerza la cosa con ojos que se agrandan, labios que se aprietan y se tuercen un poco, mano que se cierra escalonada desde meñique a índice y va hasta la barbilla, pausa de un segundo antes de seguir. “No sé, me saca de contexto, me viene como una ola”, dice. Una que viene, otra que va: el tsunami del fútbol que llegó a Canal 7 encarajinó la programación y algunos ciclos fueron entonces a parar a varios de los días en los que recetaba desde Laboratorios Dormevú, así que la del miércoles pasado fue la última emisión. Pero no pasará una semana sin él en pantalla, porque desde el martes comienza con la conducción de Historia de la risa por Canal (á), un programa que, en principio, ofrece un ordenamiento por rubros para cada estilo: humor negro, blanco o verde, paródico o publicitario, vinculado con la música o con las colectividades. En el primero, dedicado al humor político, aparecen entrevistados Horacio González y Santiago Varela, Tomás Sanz y Ernestina Pais, Freddy Villarreal y Marcelo Tinelli; la recorrida abarca revista Barcelona y Tato Bores, Humor y CQC, Tía Vicenta y Gran cuñado, y se aboca sobre todo al grado de incidencia que programas y publicaciones tienen, tuvieron, sobre gobierno y sociedad. “En este ciclo intentaremos descifrar cuáles son los mecanismos de la risa y cómo han ido cambiando con el paso del tiempo”, dirá Urtizberea mientras camina distraído por Plaza de Mayo hacia la cáscara de una banana. “Casi, ¿eh?” –agregará si zafa del patinazo–. La torpeza puede producir risa, pero más que nada puede producir moretones.”

“Disfruto mucho de distintos tipos de humor, incluso de cosas que sé que nunca voy a hacer –dice Urtizberea en su casa de soltero, borde de Caballito–. En alguna época, por ahí más joven, criticaba por prejuicio o por alguna cuestión intelectual, pero tipos como Corona o Alacrán, que hacen chistes y putean, me hacen mucha gracia. Yo no sé contar chistes, ni me seduce demasiado el que los cuenta en las reuniones, pero ese tipo está loco, está puesto en un lugar que me atrae. Van a estar los clásicos: Olmedo, Porcel, Pepe Biondi, Dringue Farías, cosas muy disímiles. Francella, que me encanta: hace eso que es muy de Sordi, del humor italiano, ves esa porquería del argentino tan bien representado, tan gracioso. Siempre me gustó la idea de estar en este canal; hace unos años propusimos con Lucrecia Martel un proyecto para hacer una especie de documental apócrifo con algo de Magazine For Fai, pero me dijeron que no. Y ahora me llamaron para esto, que es donde están todos los cómicos, los tipos que uno admira, que tienen que ver con uno, clasificados o cómo sea: un honor, la verdad que divino.”

MAS ALLA DE LA IMITACION

Urtizberea dice que el humor argentino es maravilloso para los argentinos; por ahí, también, para los italianos, o para algún latino. “Pero no sé si un peruano se ríe tanto de lo que hacemos –objeta–. Algún humor que otro puede importarse, pero cuando uno tiene mayor complicidad el gusto es también mayor, y para eso hace falta conocer el orden y la naturaleza de ese corrimiento del que hablábamos antes: eso, que produce gracia, es muy interno, propio de acá. Y acá hubo de todo, variadísimo: desde un Verdaguer, con un tono norteamericano, así, de stand up, a un Biondi, que era más circense; desde los personajes de La tuerca, que parodiaban a lo argentino y se reían de sí mismos, hasta los uruguayos de Telecataplum, que andaban más por el absurdo y la parodia.” Eso sí, apunta, y en un toque va a ponerse enfático, va a golpear la mesa incluso, pero por ahí es de broma: el humor puede producir reacciones opuestas. “A un humorista se lo ama o se lo odia –dice–. Con otros lenguajes no es tan rotundo; de un actor dramático, por ejemplo, decís ‘me gusta’, ‘es correcto’, ‘más o menos’, o ‘no, no está bueno’, pero no te produce un juicio apasionado, digamos. Pero si el humorista no te hace reír, ¡lo odiás! Porque te produce lo contrario de la risa ese tipo, y decís qué porquería, qué estúpido, ¡de qué se ríen, hijos de puta! Y si te produce lo contrario querés animar a otro, que comparta y se ría de eso, porque es maravilloso, lo mejor que vio en su vida.” Es difícil, entonces, dice, porque el argentino es muy lapidario.

“Y también es muy gracioso –empalma–, en esa cosa chanta que tiene, del vivo, que padecemos. Pero el vivo es rápido, es ocurrente. Hay una impronta increíble: pasa algo dramático y a los dos días hay doscientos chistes sobre eso. Al toque de que se matara, o se muriera, el hijo de Menem, había doscientos chistes. Desde el humor le das vida al asunto, profundizás muchísimo sobre el hecho político, lo que sucedió, algo injusto o lo que sea. ¡Tuc! El humor es poderoso.” Es la forma más bonita, dice, de herir a alguien. Mejor, más fuerte, que el modo panfletario, directo: la ironía, la acidez, apunta, multiplican por diez la potencia de las palabras. “Porque ese tipo dijo algo y jugó con vos. Mirá la presidenta, ingenua de ella, cuando se las tomó con Sábat. Le dolió, interpretó algo que no era para tanto y se largó, sin filtro, quiero creer. Ya ni me acuerdo cómo era el chiste, pero le dolió.”

Y ya que Historia de la risa empieza por el rubro político, cabe preguntarle: Urtizberea, tal como se sospechaba, no fue fan de Gran cuñado. “No me hace gracia el humorista que imita. No lo valoro tanto, no le veo una gran creación; el don pasa por saber copiar, que hay que tenerlo, está bien, pero me aburre. Tiene que pasar algo más: en Radio Mitre trabajaba con Tarico, que en sus imitaciones captaba muy bien la psicología de los personajes e iba más allá de pintarlos exactamente. El humor político para mí es Tato Bores: me quedo con eso, con la ironía que manejaba.” De CQC destaca la actitud irreverente hacia los funcionarios, el corrimiento de las situaciones, pero el programa le genera más vértigo que risa. “Algo de lo que hice en For Fai o en Dormevú era humor político, porque trataban temas sociales o de injusticias y se burlaban de lo siniestro, de la bestialidad con la que se manejan muchas cosas en el mundo.” A Urtizberea, tal como se sospechaba, le encanta lo que hace Diego Capusotto, y destaca el trabajo con los guiones de Pedro Saborido: “Bombita Rodríguez, el montonero cantor, es muchas cosas, por eso lo ves y lo volvés a ver y no te cansás, descubrís algo más. Porque remite a una época, a un contexto, a un concepto, a un trasfondo: es bello, es artístico. Es la política, pero va muchísimo más allá de la imitación. Son divinos los personajes de Capusotto: los querés, no sé por qué. Son tipos abyectos, esos seres tan de mierda del rock, que uno valoraba, o respetaba, ‘eh, son locos, pero tienen que ser así’, y cuando los conocés son una porquería de gente. Tocan, hacen canciones lindas, pero después nada, son basura, porquerías de personas que no sirven ni para mierda y se los comen los bichos. Pero bueno, es el folklore del rock, que además es inventado en otro lugar y copiado acá, donde todos quieren ser Sid Vicious y hablan asseeee, desde Charly García a Pity. Está lleno de Pomelos. Y uno los quiere igual”.

¡COMPREMOS VEINTE!

Los nombres y las formas de lo dicho hasta acá invitan a preguntar por los ‘90: Cha cha chá y VideoMatch son dos programas de humor de esa década. “En el mundo de la televisión, el capo es Tinelli –dice Mex–. Hay tipos que se dedican al gran negocio, que es fascinar, entretener, llegar a cantidad de gente, porque tienen que vender publicidad. Pero no lo puedo tomar como una cuestión puramente artística, que estaba cuando hacíamos Cha cha chá. Uno está desubicado en este medio, porque no responde a pleno con sus exigencias de hacer rating, sumar; pensás más en hacer algo que sea bueno artísticamente, entonces estás errado. ¡Estás errado! Aunque siempre está la necesidad de que esto exista, siempre hay nichos: ahora se van agrandando; no te digo con Cha cha chá, pero ya en Todo por dos pesos y ahora con Capusotto, hay algo más de espacio.” El que marcó una línea, el pope de “esto”, el absurdo, dice Urtizberea, fue Alfredo Casero, a quien conoció en el Parakultural. “Y está también la personalidad de quienes estábamos alrededor, Fabio Alberti, Mariana Briski, Pablo Cedrón. La forma de tratar algunas cosas, desde la miseria, o de hacer todo con un palo y un alambre, construir desde ahí. Grabábamos en mi casa, usábamos los sillones, las paredes estaban escritas: era un taller. Nunca miramos una planilla de rating. Porque teníamos un mecenas, Eurnekian, que le gustaba y lo pagaba: sin eso no estaríamos hablando de Cha cha chá.”

Líneas: como antepasado de Cha cha chá, Telecataplum, “que era más inocente pero estaba hecho por artistas, tipos muy buenos, preparados, talentosos –dice–. No eran (Raúl) Ricutti, que proponía la risa a partir de que le saliera todo mal. O como pasa en Tinelli, que tiene eso de que se cae alguien, o se golpea, o hace el rengo, o el puto. Son efectistas, pero no pasa por construir algo desde lo artístico. Y la repercusión tuvo que ver con un momento del país que acompañaba eso, al piola, al vivo. La viveza siempre existió, pero en los ‘90 se le dio rienda suelta. Y fue cuando más se fundió el país. Desde el presidente hasta el último, todos vivos. ‘¡Compremos veinte!’ ‘¡Siete televisores!’ Y nadie pensaba, ‘che, pará, ¿alguien está pagando todo esto? Por qué no averiguamos’... Es muy así, el argentino vive el momento, tiene un presente muy desesperado. Todo con alambre. Y entonces es difícil construir un país, también, así. Va a pasar muuucho tiempo. Está lleno de vivos, y en los ‘90 se engendraron muchísimos”.

COMO PASARON LAS COSAS

El fin de Laboratorios Dormevú lo puso casi de vacaciones, porque llevaba casi cuatro años con ciclos diarios, un período que abarcó la conducción en Mañana vemos en Canal 7 y la actuación en Los Pell$ en Telefe: la media hora semanal que le insume Historia de la risa le deja mucho tiempo libre, así que planea hacer un disco, escribir, retomar unos guiones para cine, ya verá. “Salvo con Medios locos, nunca había hecho algo así. Ahora estoy como bajando. Es una cosa tremenda la televisión.” Ingrata, suma: largas horas y horas sin percibir devolución del público. “Por eso me alegró la existencia de Facebook, donde dejan comentarios para Dormevú: yo nunca había entrado. Uno necesita complicidad para hacer esto, que exceda al cameraman y a los dos tipos que están con el cable, así. Por eso al actor le gusta el teatro: lo aplauden, se ríe, se siente la vibración. Pero la tele te chupa el aire, fffluuup, y ya fue, se murió.” ¿Qué tiene a favor ese ritmo frenético? “Por momentos es un buen ejercicio fascinar todo el tiempo. Eso es la televisión: más que lo normal. Todo el tiempo con un sonajero. Que no se vaya a la mierda por esto, por lo otro. Una locura. Y bueno, es el único medio que llega a todo el mundo: cuántos directores de cine dicen ‘qué bueno, me pasan la película en Canal 13’: saben que lo ven dos millones de personas, y por ahí al cine fueron cien mil. Si hacés algo artísticamente y vas a exponerlo, cuanta más gente lo vea, mejor. Es una satisfacción para tu ego, para qué sé yo qué mierda.”

Entre los comienzos con De la cabeza y Los Pell$ hay unos cuantos contrastes, notorios. “Fue raro cómo pasaron las cosas, porque yo quería ser músico. Pero me encontré con Casero y empecé con el piano, acompañándolo, y después me encontré actuando, escribiendo, editando, haciendo un montón de cosas con esos monstruos, una época divina, aprendiendo. Luego, con For fai, encontré un lugar como conductor, ese personaje medio periodístico que inventé. Un poco porque estaba cómodo ahí, y otro por cierta inseguridad, dudaba de lo que podía dar como actor, pero después de Los Pell$ agarré confianza. Hice algunos otros personajes en Dormevú y me recopa hacerlo. Por eso ahora tengo ganas de divertirme ahí, de jugar con eso.”

Historia de la risa se estrena
el martes a las 21 en Canal (á).
Repite los jueves a las 23.30.

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