CINE > ZEMECKIS FILMA A DICKENS: COMO CADA AñO, LA NOCHEBUENA CONTRAATACA
El Cuento de Navidad de Dickens se ha convertido no sólo en un clásico, sino en un relato mítico capaz de ser adaptado en diferentes épocas y ambientes, manteniendo su tensión dramática y su moraleja de bondad. Fue llevado al cine, a la televisión, al teatro, al musical. Se hicieron adaptaciones fieles y otras libres. Lo interpretaron los mejores, los peores y hasta los Muppets. Ahora se anota Robert Zemeckis con una versión animada, 3-D y con Jim Carrey como Scrooge. Pero como no todos van a quedar conformes con este cuento sobre el avaro visitado en Nochebuena por el fantasma de las navidades pasadas, Radar repasa las mejores Nochebuenas del cine.
› Por Mariano Kairuz
El espíritu de las producciones recientes en Hollywood no es más que un fantasma en la máquina: el nuevo 3-D convertido en el lugar hacia el que todo debe converger, una promesa de profundidad que muchas veces no equivale a tocar otra cosa que el vacío.
Así, agitándose como si fuera el espíritu de lo que vendrá, pero no más innovador ni revolucionario que la idea de un tipo que se acerca en la oscuridad cubierto por una sábana, llega la flamante versión animada en 3–D del Cuento de Navidad de Charles Dickens, con Jim Carrey haciendo las voces de varios personajes bajo la dirección de un realizador que alguna vez se mostró muy obsesionado por los fantasmas de nuestro pasado, presente y futuro, llamado Robert Zemeckis.
Durante años, la Navidad proveyó al cine el escenario perfecto para dramas familiares, tramas criminales y desbarajustes fantásticos, pero ese espíritu parece haber desaparecido de Hollywood. A lo que se ha vuelto siempre, como una fórmula infalible, es al Christmas Carol de Dickens, y si se recorre la larga lista de sus adaptaciones a la pantalla –que suman, entre cine y televisión, más de setenta– puede comprobarse que, más allá de algún ligero cambio, algún ocasional trasplante de época y lugar, siempre ha sido el mismo cuento, contado casi de la misma manera una y otra vez. Los adaptadores han tomado al original de Dickens literalmente, casi como si antes que una novela se tratara de un guión –tan visual es en sus descripciones–, y lo han seguido al pie de la letra. De haber nacido cien años más tarde, Dickens hubiera sido un gran y requerido guionista de cine: las palabras son, con ligeras variaciones, las suyas, y los ambientes y los personajes también se mantienen inalterables a lo largo de las versiones; algo hay en la escenografía del frío invierno londinense del XIX, con sus calles atestadas de hombres de negocios y de mendigos, que es innegablemente cinematográfico.
Así es como ese viejo avaro y misántropo de Scrooge vuelve a preguntarles una y otra vez a los representantes de la caridad que se le presentan en la víspera, por qué deberían preocuparles los pobres: “¿Acaso ya no quedan cárceles y asilos?”. Y nunca deja de ser su viejo socio, Marley –que lleva siete años “tan muerto como el clavo de una puerta” cuando empieza el relato–, quien se le hace presente, en transparente estado de descomposición, para anunciarle el inminente llamado y su última oportunidad de redención. Casi siempre vuelven a ser tres los fantasmas (lo que difiere es a menudo la representación del primero, el de los tiempos pasados, cuyo carácter mutante y juvenil suele estar encarnado por un nene o una mujer). Y tan poderoso es el relato de salvación con que se anuda la historia, tan inoxidable y hollywoodense su happy-ending, que hasta las adaptaciones más infantiles se han animado a representar sus aspectos más oscuros –el siniestramente festivo fantasma del presente, la inconfundible parca del porvenir– y han sabido aprovechar la infalible efectividad dramática de un personaje como el pequeño Tim –el hijo del único empleado de Scrooge, el optimista imbatible Bob Cractchit–, a quien, tullido y sin los medios para recibir un tratamiento adecuado, no le quedan muchas blancas navidades por delante.
El libro fue publicado por primera vez en diciembre de 1843 y la primera adaptación registrada se remonta a 1901, con Scrooge o el fantasma de Marley, puntapié de más de una decena de cortos y largos mudos. La primera sonora fue Scrooge (1935), de Henry Edwards, que, junto con otra de 1938 protagonizada por Reginald Owen y la que en 1951 dirigió Brian Desmond Hurst, son las más recordadas del cine clásico. Esta última estaba protagonizada por el actor escocés Alastair Sim y contaba con un guión de Noel Langley (El mago de Oz) que se destacó por introducir unos pocos aportes propios que desarrollan, por ejemplo, la relación de Scrooge con Marley, y también con su hermana, un personaje mencionado fugaz pero significativamente en el original.
Las versiones siguieron apilándose y no debe haber pasado un año en que no hubiera una en la radio, en el teatro, el cine o la televisión, pero de todas las que hoy son difíciles o imposibles de ver, las más atractivas son la que en 1947 protagonizó John Carradine para una televisación en vivo y otra de media hora emitida en 1949, aunque más no sea por el relato en off de Vincent Price, a quien, y es increíble que ningún productor lo hiciera realidad, hubiera sido muy divertido ver haciendo sus morisquetas de grand guignol en el papel de Scrooge. A 1964 corresponde quizá la más llamativa de todas, escrita por Rod Serling, el creador de La dimensión desconocida, que sí se consigue buceando en Internet. El protagonista de esta última, que no acredita a Dickens salvo en su título, Carol for Another Christmas, es un amargo magnate industrial que no ha conseguido recuperarse de la muerte de su hijo en la guerra, en plena Navidad de 1944. La protagonizaron Sterling Hayden, Eva Marie Saint, Robert Shaw (como el fantasma de un futuro desolador) y la dirigió Joseph L. Mankiewicz, el director de La malvada, en su primera experiencia televisiva, justo después de fracasar con Cleopatra.
Hubo también musicales, infinidad de especiales televisivos (el de Los Picapiedras, Bugs Bunny, Mickey, hasta Barbie) y múltiples versiones animadas, entre las que se destacan el corto de 1971, ganador de un Oscar, dirigido por Richard Williams con notable trazo manual; y una película protagonizada por Mr. Magoo. A fines de los ’70, An American Christmas Carol trasladó la historia (con Henry Winkler, en la cima de su fama por la serie Los días felices) a Nueva Inglaterra durante los años de la Gran Depresión. Por esa época varias series hicieron sus propias versiones, entre ellas El hombre nuclear (¡!), Camino al cielo (con Michael Landon), y Lazos familiares. Esta última partió de una idea particularmente perceptiva que supo captar el fantasma de los tiempos que corrían, principios de los ’80. El papel de Scrooge estaba a cargo de su adolescente protagonista Alex P. Keaton –Michael J. Fox, en la sitcom que lo convirtió en una estrella antes de Volver al futuro–, hijo de un matrimonio de ex hippies aburguesados y modelo de juventud reaganiana; el naciente yuppie con los ojos puestos en Wall Street.
Un crítico norteamericano agradeció que Los fantasmas de Scrooge, la película de Zemeckis con Carrey dibujado, no hiciera alusiones al gran monstruo de la crisis internacional. Aunque ésa fue una de las únicas observaciones suspicaces que se le han hecho históricamente a la fábula universal de Dickens: que su espíritu redentor descansa en la no muy convincente idea de que todo depende de la voluntad individual. Que son las personas, no el capitalismo; que el villano es apenas un prestamista, no el sistema bancario.
Eso no cambia tampoco en el film de Zemeckis, aunque debe decirse a su favor que, sin proponer nada nuevo, es una película que se le anima a la oscuridad, con fantasmas de lo más inquietantes, algunas imágenes de una composición pictórica ominosa, y la recuperación del único detalle del relato original que fue a menudo obviado por el cine y la televisión: las demenciales, terroríficas figuras de Necesidad e Ignorancia, los dos niños-alegoría que el Fantasma de las Navidades Presentes arrastra colgados de sus piernas.
Pero la pregunta que flota en el vacío fantasmagórico del 3-D a la salida del cine es por qué habrá elegido Zemeckis este formato para filmar lo que –a juzgar por su imaginación visual y por su obra previa– hubiera sido tanto más emocionante con actores, en sets un poco más reales. Si la animación es un medio fértil para la experimentación y el exorcismo de la realidad, esta versión de dibujos digitales “realistas”, clones inanimados de los actores en los que están basados, sólo tiene para ofrecer lo peor de dos mundos: ni la gracia de la caricatura, ni la densidad vital del modelo real. Es un poco difícil relacionarse emocionalmente con estas viñetas falsas y Zemeckis ya viene perdiendo el tiempo hace tres películas: con la también navideña El expreso polar, con la fábula Beowulf, y ahora con Dickens. Justo él, el hombre que le puso a la ciencia ficción hollywoodense un rostro bien humano: el viaje en el tiempo como un encuentro entre generaciones en Volver al futuro, un viaje cósmico que es en el fondo un encuentro cercano del tercer tipo entre padre e hija, en Contacto; un recorrido a pie por los hitos más extraordinarios de la historia norteamericana en Forrest Gump, las caricaturas más salvajes convertidas en protagonistas de una historia política de Hollywood en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
El, justo Zemeckis, termina convirtiendo una historia irreductiblemente humana en efectos especiales. El fantasma se ha atascado en la máquina.
La serie inglesa de culto Black Adder, creada y protagonizada por Rowan Atkinson (Mr. Bean) y Ben Elton, ofreció con este especial (coprotagonizado por, entre otros, Stephen Fry y el futuro Dr. House Hugh Laurie) una de las mejores parodias posibles de la historia de Dickens. El chiste es muy bueno: la fábula de redención se invierte y Scrooge (Ebenizer Blackadder: Atkinson), recibe la visita del fantasma de la Navidad y, tras echar un vistazo a sus egoístas y exitosos antepasados y al esclavizado futuro de sus descendientes, pasa de ser el hombre más amable y generoso de toda Inglaterra, a un cretino lleno de odio hacia la humanidad. Es decir, el Blackadder que interpreta en el resto de la serie.
Dirigida por Richard Donner, su truco consistió en traer la historia a la actualidad, ambientándola en un espacio en el que mandan la codicia y la crueldad: la televisión. Frank Cross (Bill Murray) es un cínico ejecutivo capaz de todo para convertir a la cadena televisiva que conduce en la número uno; empezando por desechar la típica puesta de cada año de, dice, “el viejo pedorro leyendo el cuento navideño frente a la chimenea”. A cambio propone un film que condense “el verdadero espíritu de las Fiestas: ¡drogadicción, terrorismo internacional, sexo!”. De más está decir que lo espera el llamado de los tres embrujos, empezando por un taxista neoyorquino que lo arrastrará a toda velocidad hacia su infancia miserable.
La batuta la llevaba el director británico Ronald Neame (La aventura del Poseidón), pero si esta versión vale la pena es básicamente por la posibilidad de verlos a Albert Finney como el viejo huraño y a Alec Guinness como el fantasma de Marley, interpretando un par de escenas juntos con gran humor negro (aunque, indica la trivia, Guinness la pasó bastante mal y se lastimó filmando los efectos especiales). Pero corresponde una advertencia: se trata de un musical con canciones a lo Broadway compuestas por Leslie Bricusse, el perpetrador de los soundtracks de todo Doctor Dolittle y de Willy Wonka y la fábrica de chocolate. Es decir, de los horribles musicales de una época en que ya no se hacían musicales.
Para capturar apropiadamente el espíritu del cuento de Dickens tuvieron que llegar la Rana René y su compañía de criaturas de fieltro con su gracia infinita. Bajo dirección de Brian Henson (dos años después de la muerte de su padre Jim, el padre de los Muppets), A Muppet Christmas Carol tenía un casting inspiradísimo: el gran Gonzo como el mismísimo Dickens narrando todo el asunto junto a la rata Rizzo; René y Miss Piggy como los padres de la tullida ranita Tiny Tim; Marley desdoblado en dos fantasmas, los viejos Waldorf y Statler (aquellos increíbles cascarrabias que se quejaban de todo desde su palco, en el programa televisivo); y, totalmente entregado al juego, Michael Caine como el mejor y más convincente de todos los Scrooge: ¿cómo es que a nadie se le había ocurrido antes?
Liberadas del peso de la letra original, las mejores versiones cinematográficas del cuento navideño de Dickens resultaron ser las no oficiales; historias y caracterizaciones tan sólo inspiradas en su espíritu, resucitado por los salvajes tiempos en que les tocó aparecer. La más poderosa, perdurable e imitada fue Qué bello es vivir (1946), que cambiaba fantasma por ángel de la guarda para una visita guiada a las penurias de un presente que pudo ser todavía peor. Frank Capra y James Stewart la hicieron para levantar sus espíritus cuando, vueltos de la guerra, sólo veían fantasmas en el porvenir. El Mr. Potter interpretado por Lionel Barrymore fue uno de los Scrooge más temibles, junto con, cuarenta años más tarde, la Sra. Deagle de Gremlins (1984): dos bestias del mundo de las finanzas capaces de dejar a los más desgraciados en la calle justo cuando la nieve cae más fuerte. Sólo que, a diferencia del viejo terrible de Dickens, no hay redención para ninguno de los dos; la Sra. Deagle incluso recibe su merecido a manos de unas criaturas que cantan villancicos monstruosamente alegres para tiempos tan funestos como los ’80.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux