Domingo, 29 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Juan Carlos Onetti
Investigar, si valiera el trabajo, si al principio de la historia hubo la nieve. Y si la hubo en el año ’90, y una débil muestra organizada, tan linda de ver y arrojarse a sufrir, en el 24.
O puede ser otra, ni registrada, apenas vista, querida en el año actual o conveniente.
Pero igualmente real, sí o no, para los muchachos que pudieron contar algún día la nieve, su tintorería asombrosa. Y aunque nadie puede presumirse, creyó la historia, el crepúsculo, nadie, es decir todos, resbaló en la grosería de dudar mientras escuchaba mentiras y buscaba ingenio. No tuvimos nieve, quedó establecido por el observatorio, por los que saben y por los que tienen atrás viajes y años.
Celista, aguanieve, confusión, no admitieron más.
Pero las chicas y los chicos de Santa María vieron, puede discutirse, los copos blancos y moribundos que caían y blanqueaban. De modo que, ellos, invadieron sin nieve la noche de Santa María disfrazados o protegidos por pantalones estrechos, por pulóveres tan gruesos que hacían sospechar años de trabajo de madres tan felices y complacientes, tías, abuelas, madrinas; protegidos, los más jóvenes o ricos, por las vestimentas marcianas que pasaron de moda un año después: desde los tobillos a la garganta nilón grosero al tacto, forradas con pieles excesivas y malgastadas, explotando en la paz sanmariana sus estridencias de amarillo que no llegaba o superaba el amarillo, sus azules y sus rojos.
Ellas, las muchachas imposibles, y ellos, los complicados idiotas caídos de la última película (“filmes”, dicen idiotas de otra clase), caídos sin mayor violencia de un cielo, otro, novedoso y pasajero. El pelo largo, abundante y grasiento para todos, machos o hembras.
Pantalones de cowboys asesinos, repartidos con generosidad despreocupada, sin meditaciones sobre sexos. Ellas y ellos, con abrigos largos cubriendo la estólida y persistente y breve imbecilidad de aquel invierno que tal vez no haya existido nunca, que acaso hayan inventado ellos, los adolescentes, con bolas de algodón en las orejas, aquí se permitían colores diversos e increíbles, con guantes excesivos, con un propuesto aliento que se hacía vapor, hielo casi en el aire cada vez que discutían, cantaban o pedían otra vuelta de ponches en el Berna.
Bastaba mirarlos, tan hermosos y envidiables; bastaba escucharlos tan persistentes, tan, acaso, irremediablemente burros y pájaros. Pero, si no hubo nieve ni posibilidad de juegos invernales, estuvieron ellos tan jóvenes en el Berna, en la plaza Brausen, en la rambla, alguna vez, con desafío en el bar del Plaza.
Estas líneas, tituladas “Nuestra Señora”, es uno de los relatos y fragmentos inéditos de Juan Carlos Onetti incluidos en la flamante reedición de sus Cuentos Completos que Alfaguara distribuye por estos días en Argentina. El episodio de la nieve se refiere a la posibilidad de que alguna vez haya nevado en su mítica ciudad de Santa María.
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