CINE > SERGIO MAZZA ESTRENA SUS DOS PRIMERAS PELíCULAS
En general, el debut de un director de una película como El amarillo merecería la atención. Pero si ese mismo director estrena en simultáneo su segunda película, Gallero, la oportunidad de conocer ese universo que orbita alrededor del lugar oscuro del sexo y el amor es inescapable.
› Por Juan Pablo Bertazza
No importa cuán trillada esté. Aquella vieja metáfora que ve en una obra al hijo, al descendiente, al retoño de un artista, relampaguea plena de sentido en el caso de Sergio Mazza, joven director argentino que es noticia porque sus dos primeras películas están dando los primeros pasos en el Malba al mismo tiempo: El amarillo y Gallero. De la nada al número dos; dos pájaros de un tiro o el parto infrecuente de dos películas mellizas, concebidas en diferente tiempo y expuestas en simultáneo. La metáfora gana terreno cuando, no bien comenzada la entrevista, un todavía shockeado Sergio Mazza cuenta que, además del estreno de ambos films, durante este movido año a punto de terminar, vio también nacer a Milo, su hijo literal de siete meses que, en brazos de la madre, ahora lo mira, lo escucha y lo secunda mientras él empieza a hablar de sus criaturas. Como si fuera poco, el mismo Mazza refuerza la metáfora sin querer mientras se refiere a una pareja anterior, afirmando que aquel amor no había dado como fruto el nacimiento de un hijo pero sí la llegada al mundo de su primer largometraje. A pesar de la sorpresa que le causa el hecho de que sus “películas poco digeribles” estén siendo tenidas en cuenta y comentadas en diversos medios, sorpresa que se nota en su misma lentitud y humildad al expresarse, queda claro que Mazza es un padre orgulloso pero nada complaciente en lo que hace a su arte. Arte en el cual, no hay duda de esto, se involucra de lleno, con su propia intimidad de punta y con su dolor en estado de emergencia.
Antes de llegar al Malba, El amarillo y Gallero fueron exhibidas en el Bafici y en Mar del Plata, además de recorrer diversos festivales internacionales como los de El Cairo, Venecia, Berlín, Kiev y Málaga. Y si bien en ningún lado se dice que una película es continuación de la otra, su nacimiento casi compartido cambia la mirada sobre ellas, y las vuelve casi inseparables aun siendo independientes. Esa peculiaridad permite explorar máximas como la de que, en realidad, la verdadera primera película de alguien no es la primera sino la segunda, porque es entonces el momento en que un director empieza a rumbear su camino. Tal como lo explica Mazza: “Cuando uno hace su segunda película define quién quiere ser: el director que refuerza y repite su técnica. Técnicamente, yo preferí meterme en problemas nuevos pero a nivel temático se mantiene la relación con el lugar oscuro, con el sexo, la opresión y, sobre todo, el amor”.
Al mirar juntas las dos películas, saltan más semejanzas que diferencias; especialmente en lo que hace a sus atmósferas entre oscuras, extrañadas y tristes; y sobre todo, al peso indeclinable que va teniendo el paisaje en la trama. En El amarillo, de claro aire documental, un joven débil y algo desgarbado (Alejandro Barratelli) que viene de lejos, aunque nadie sabe exactamente de dónde, se sumerge en el calor entrerriano y comienza a hacer tareas domésticas a cambio del techo y la comida en casa de una cantante del amor y el desamor (Gabriela Moyano), tan avasallante como silenciosa y excluyente, con la cual empieza a surgir cierta atracción. En Gallero, película en la que se ponen más de manifiesto estrategias propias de la ficción y que hace recordar mucho a Japón de Carlos Reygadas, un joven débil y algo desgarbado (Gustavo Almada), propietario de gallos de riña, llega a un pequeño pueblo catamarqueño en busca de trabajo, y casi sin darse cuenta, va ingresando a la casa y a las profundidades de Julia (Silvia Zerbini), una mujer silenciosa y solitaria, a punto de convertirse en anciana, con la cual empieza a surgir cierta atracción.
“El amarillo la escribí en el 2004 y Gallero la terminé de escribir en el 2008. Una vez que me topé con los resultados, me acuerdo de que largué un ‘¡Escribí la misma película!’ Otra vez un extraño que llega a un lugar que no conoce, otra vez la mujer es el sexo fuerte, otra vez empiezan a entablar un vínculo...’ no me gustó nada esa sensación de déjà vu. La película que escribo nunca es la que hago, pero evidentemente hay algo de eso que todavía tengo ganas de decir. De hecho terminé el guión de mi próxima película, Graba, y otra vez la mujer tiene el rol fuerte y el hombre el de la espera”, explica Mazza en un hablar reflexivo que, a cada rato, va rogando que en la nota no salga lo que acaba de expresar o lo que está por decir.
No es exactamente que no haya ninguna escena humorística: tanto en El amarillo como en Gallero, la recurrencia que tienen los lugareños a no contestar lo que preguntan los forasteros protagonistas, o contestar después de mucho tiempo o contestar cualquier otra cosa podría motivar más de una sonrisa. Sin embargo, esas mismas circunstancias terminan de moldear una interesante atmósfera cargada de extrañeza y gravedad antes que de risa. Como un chiste o una mueca graciosa que ya no hace reír porque resulta evidente que esconde algo que subyace, lo que viene a decir Mazza con estas dos películas es que si bien puede existir ironía ante el dolor, aprendizaje de los errores, y hasta la sanísima parodia de uno mismo, ahí donde no hay una pizca de amor tampoco puede haber nada de humor.
“El amarillo es una película de conflicto atmosférico; en Gallero traté de hacer una suerte de tragedia mezclada con un absurdo capaz de romper el verosímil. Pero ahí está el problema: romper el verosímil no es hacer reír. A mí me interesa el absurdo como esa búsqueda de extrañeza en el tiempo y en el espacio –cuenta Mazza–. En comparación con El amarillo, Gallero es una película atemporal, y su absurdo me permitía que la película no contara la historia del pendejo garca que coge con la vieja para quedarse con sus cosas; ése era para mí el gran riesgo. Hemos armado una película entera casi con frases sin sentido en los dos casos, es verdad. Pero traté de evitar que esas frases sin sentido armaran una película sin sentido, intenté evitar hacer un guión de la nueva dramaturgia en la que se habla de cualquier cosa para hacer una película que sea cualquier cosa. Al menos intenté que el resultado sí fuera sólido.”
El gran tema en común de estas dos películas, sin dudas, es el dolor. Así como nunca queda clara la procedencia de los frágiles hombres protagonistas, tampoco se explicita cuál es el dolor que generó su tristeza; lo cual sólo acrecienta esa sensación de arrojo en el mundo. “Sí, la información que no doy traté de suplantarla con el trabajo de dirección de los actores. Al protagonista de Gallero lo entrené como si fuera un clown, el clown es un niño interno que carece de subtexto: si tiene subtexto tiene que decirlo y entonces se sorprende a sí mismo de lo que dice; es muy transparente. En El amarillo, en cambio, construí un personaje gay, que debía asumir el desafío de sumarse a ese matriarcado liderado por la cantante como una mujer más. Me acuerdo que le dije: ‘Tu padre es un militar de Olivos, que un día te encontró cogiendo con tu profesor de piano, te echó de casa, y desde entonces no podés volver, por eso terminaste acá’. Ella se pone en el lugar de hombre y él se le acerca como una mujer. Hay una transformación de los personajes a través de su propia sexualidad”, revela Mazza.
En sintonía con el dolor, todos los vínculos inestables, inseguros y algo patológicos que van surgiendo en ambas tramas tienen que ver con el consuelo, una forma no tanto de aliviar el dolor sino de hacer algo con él. En El amarillo, además de obligarse a estar ocupado en una infinidad de tareas que van desde mantener la cancha de bochas hasta presentar a la cantante, el protagonista se deleita escuchando las tristes canciones de amor de ella. Si cantar es disparar contra el olvido, escuchar cantar es algo así como dejarse disparar por el olvido, tomar agua salada con el objetivo de perder la sed. En Gallero, cuando Julia decide entregarle su casa a Mario lo hace diciendo “a quién se la voy a dejar si no”, poco después de una visita al cementerio donde descansan su marido y sus hijos. Por su parte, Mario encuentra en la morbosa atracción por Julia un reemplazo no sólo del otro sexo sino de su propia madre, en cuya cama la hace dormir a ella durante una visita a su casa.
“Habrá una herida o algo para decir de mis propios traumas. Siempre estoy haciendo versiones de personas que necesitan amor. Siempre termino revolviendo dolores; hay algo del dolor que, me parece, encierra mucha poesía. El sabor amargo –reflexiona Mazza–. Tal vez hacer arte con el dolor es intentar transformarlo en placer.”
El amarillo y Gallero se están exhibiendo en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), los viernes a las 20 y los sábados a la misma hora, respectivamente.
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