ENTREVISTAS > HUGO MUJICA HABLA DE GEORG TRAKL
Precoz, lúcido y atormentado poeta austríaco, Georg Trakl (1887-1914) fue un hombre que en pocos años entró en contacto con la bohemia, las vanguardias y el ocaso de su época. Adicto a las drogas duras, fue enrolado como médico a la Primera Guerra Mundial, y allí el dolor de ese mundo desgarrado en el que la razón y el humanismo retrocedían hasta casi desaparecer, lo llevaron al suicidio. Hugo Mujica toma la figura de este poeta obsesionado por la pureza y perseguido por una sombra de su pasado para explorar ese abismo que se abre cuando un mundo se extingue.
› Por Miguel Rep
En agosto de 1914, Georg Trakl parte hacia el frente. El poeta austríaco ve el horror en el sangrienta batalla de Grodeck. A raíz de ello, escribe su último poema, “Grodeck”.
Muy poco tiempo después, se suicida.
Hugo Mujica convivió décadas con la lacerante belleza de la poesía visionaria de Trakl. Y produjo un libro exquisito, La pasión según Trakl (Editorial Trotta, Madrid, 2009), un texto nacido “entre mi escucharlo y su decirme”, según sus palabras, “ese entre es este libro, desde ese entre surgió”. Aquel misterio, sumado a este nuevo, mujiquiano, generaron esta charla.
Acaba de aparecer tu libro La pasión según Georg Trakl. Poesía y expiación. Invirtiendo el orden, por qué Trakl y por qué pasión.
–Hace casi 30 años publiqué un pequeño ensayo sobre Trakl, y ya hacía más de una década que lo leía... Cuando lo descubrí me atrajo la aspereza de su tono. Es un tono en carne viva. Después aparecieron las palabras... Y me hablaban, y lo siguen haciendo. Lo de pasión es en relación a pa-thos, a padecer, y, también, ser pasible de ser afectado, dejarse tocar por la vida, por la historia, en su caso, dejarse herir, al fin, dejarse matar por la guerra en la se mató.
Lo presentás como una persona muy marcada por la historia, ¿no?
–Así es, atravesado y partido por el hecho de que le toca vivir en el gozne del siglo XIX al XX, cuando con la caída del Imperio Austro-húngaro comienza la desintegración de Occidente, y Trakl pone el cuerpo, encarna ese desgarro. Para Trakl lo que se hunde en Europa no es un imperio político sino el alma de una civilización. Es su eclipse, el del alma, y el comienzo, la grieta, de su agónica pérdida. Allí, en la grieta abierta por el desmoronamiento del orden universal que se creía perenne, allí donde el humanismo iniciaba su retirada y donde el vacío era el espacio que comenzaba a extenderse se situó la figura de Trakl. Y a la vez, aunque desgarrándose él, Trakl busca reunir los escombros, dar forma a los fragmentos: crea su poesía, da unidad al sinsentido. El haber hecho del dolor un camino hacia la creación y la belleza, la lacerante belleza de su obra, es su milagro, el milagro y la posibilidad que nadie le puede quitar a nadie: la libertad de significar.
¿Es la época expresionista, sí?
–Sí, y en mi libro cifro el expresionismo en la imagen del grito, obviamente sin poder dejar de pensar en el cuadro de Munch. El expresionismo fue un exceso en el lenguaje mismo, y un exceso del lenguaje o es silencio o es un grito y en Trakl fue un grito. En el grito no buscamos significar sino expresar: salir, irrumpir. El grito es carne, no aliento, porque el grito, a diferencia del lenguaje, no está ya allí, en el registro de la memoria, disponible para ser gritado; cada grito es la primera vez. En el grito se nace, se inaugura algo más de nuestra carne, algo que todavía no había visto la luz. Es, como en Trakl, lenguaje en carne viva.
Vos planteás en tu libro el eje, o más bien, la dicotomía culpa-pureza en la vida de Trakl, ¿verdad?
–Trakl tiene la obsesión, la pasión, por la pureza, por lo inmaculado, lo transparente. Se la plantea desde la moral pero va más allá, busca, creo, el origen, no lo originado. El tiene por un lado esta sed de transparencia absoluta, de la página en blanco, anterior a cualquier trazo, pero la cual no se puede habitar si no es escribiéndola, siendo la sombra de la luz que anhela. Y su sombra, existencialmente, fue el incesto con su hermana. No se sabe qué duración tuvo esa relación, pero por la cuenta que saco, la hermana tenía doce años, él diecisiete, y tiene que haber sido más una violación que un consentimiento. Eso, a sus propios ojos, marca y mancha su vida para siempre; pensá que Trakl viene de una formación cristiana católica-protestante cuyo énfasis era la culpa y el pecado...
Trakl es víctima, también él, de la tergiversación de una religión, la cristiana, que es la de un Dios que se hace carne, que abraza lo humano en cuerpo y alma, y termina predicando el desprecio a la carne, al mundo y a la Historia; que en vez de tratar de encarnar el alma termina predicando la negación del cuerpo para liberar el alma.
–Para Trakl el único ser puro es el que él llama el nonato, el no nacido. El único sin culpa, también sin carne ni historia. “El alma es extraña en la tierra”: creo que son las exactas palabras que escribió Trakl, las líneas centrales de su concepción de la vida, y esa misma extrañeza iba a ser el sendero de su vida. El exilio de no haberla podido encarnar, el ser un extraño en su propia carne. Un extraño de su propia carne.
La poesía del nonato sería la poesía sin poema, algo como quería Trakl, el alma sin su carne, o la vida sin su historia.
–Suele decirse que la diferencia entre la poesía y el misticismo es que el misticismo aspira al silencio y la poesía a la palabra. No lo creo. Si el misticismo fuera mero silencio nada sabríamos de él, ni siquiera su nombre, y si la poesía no aspirase al silencio sería prosa o periodismo. No lo que es, precisamente un lenguaje que deja oír, no sólo que dice. Nosotros solo podemos escuchar el silencio en medio de las palabras, al borde de ella, nuestro silencio es el que separa las palabras y así las hace audibles, les deja irradiar su sentido, significar. Nombrando perdemos lo nombrado, nos separamos de lo nombrado, pero no lo hubiéramos tenido, aunque sea para perder, si no lo hubiésemos nombrado, por eso de alguna manera siempre estamos nombrando la despedida, siempre estamos pisando el umbral... creo que estoy hablando de la finitud. De lo que en todo planteo purista se trata de negar.
¿Vos creés que Trakl tenía claro todo esto que vos estás conceptualizando o que simplemente lo sufría?
–Yo escucho mucha música y algo que aprendí es que la vibración de una cuerda no termina nunca en el silencio. Tampoco lo que un poeta dice termina en sus palabras. Trakl padecía muchas de estas cosas que estoy diciendo, no sé si tenía claro o no lo que estamos diciendo, pero mucho de todo esto lo escuché en lo que él decía cuando decía otra cosa. Por otro lado la claridad no pertenece a la poesía, simplemente porque el color de la vida son los claroscuros, los matices, el alba, cuando la luz enciende pero todavía no delimita. Arriesgando un afirmación diría que Trakl no tuvo mucha claridad sobre sí, no era libre hacia sí, creo que en el fondo se despreciaba. Además, vivía absorbido por la subsistencia material, aplastado por el sufrimiento físico y psíquico y alienado por las drogas. Su claridad no fue pensar o saber sino crear, y ésa es una claridad sobre la que no tiene derecho el creador.
De hecho se suicida así.
–Sí, una sobredosis de cocaína le paraliza el corazón, o se lo revienta, para no usar un eufemismo. Lo hace al no poder soportar el dolor, no ya el propio, sino el de los enfermos, moribundos y mutilados por la guerra donde se había alistado de enfermero. Su madre era adicta al opio, sus hermanos también consumían y Trakl lo hacía desde su adolescencia, tanto drogas duras como fármacos. Paradójicamente su primer empleo fue en una farmacia cuyo nombre era El Angel Blanco.
Volviendo a la idea del pecado como lo siente él, Trakl intenta superar la separación por medio de la creación. ¿Eso decís?
–Trakl se lo plantea explícitamente (y por eso pongo como subtítulo de mi libro el lema Poesía y expiación). Se pregunta si lo estético es capaz de suturar la herida original o, dicho en los términos morales con los que se lo plantea Trakl, de expiar el pecado. El reedita el clásico conflicto entre lo ético y lo estético, y para él lo estético no es suficiente, es, dice, “una expiación incompleta”. Creo que en el hecho de no reclamar la suficiencia de la creatividad, lo que sería su propia suficiencia, está su salvación, sin saber muy bien qué significa salvación. Trakl nunca se justifica a sí mismo, no se cierra en sí. Y, a la vez, se abre y da de sí, creando, no renunciando a crear aunque crear, como dijimos, no lo justifique ante sus propios ojos.
¿Y vos qué creés de estas teorías?
–Que es verdad, que es constitutivo de la condición humana, pero esa separación, desde su positividad, es la condición de la libertad, y esa libertad la tiene que usar para reunirse de nuevo, pero no hacia atrás, hacia el origen perdido, sino hacia delante: creando, originando. La infancia –y pienso en Dostovievski, tan leído y admirado por Trakl, o el paraíso perdido, o la edad de jade o de oro, desde otros discursos–- plasma esa nostalgia de pertenencia a un tiempo sin adioses, a un habitar sin partidas. Esa separación es espacio, libertad, y también vacío, el vacío que tanto aterra a Occidente, el que parece que sólo los artistas, algunos, osan afrontar. Vacío, silencio o ausencia... metáforas de lo abierto, de aquello en lo que el pensamiento no rebota y por tanto no regresa trayendo información, la información que necesitamos para dominar, para colonizar lo otro, reducirlo a lo propio. Afrontar, soportar ese vacío, esa ausencia, es descubrir que allí se crea, con un crear que no es un continuar ni un extender, es un nacer. Creo que el artista verdadero es el que crea para mantener abierto ese vacío y no para llenarlo, para silenciarlo.
Tu acercamiento a él es por ese dolor, ¿o también tendrías acercamiento a poesías de celebración?
–Si pienso en mis lecturas creo que inconscientemente elijo más a los que padecen la vida que a los que la celebran, a los que escriben con sangre que a los que escriben con tinta; además desconfío de la celebración que no está revestida con el pudor, con la conciencia del dolor del otro, de los tantos otros. Creo que la alegría es más autosuficiente, que el dolor hermana más, casi diría que es más humano, que nos toca más, en la doble acepción del verbo tocar. En todo caso la verdadera celebración creo que sigue al dolor, nunca lo antecede. El dolor es siempre por una pérdida, por algo que creía mío y la vida me demuestra mi error. Que todo es don. Por eso creo que el sentimiento último es la gratitud, que es haber entendido que no precisamente por la felicidad, sino a pesar del dolor el mundo es digno de ser vivido, abrazado, elegido. Amor fati, diría Nietzsche, a quien Trakl leía y de quien aprendió. Trakl posiblemente no conoció el sentimiento de la gratitud, pero sí algo impresionante, y es que nunca quiso merecer nada por sí mismo. El sabe que esa comida del pan y el vino no le pertenecen, que él no está entre los humildes ni los simples, él reconoció el bien, por así decirlo, y no se creyó digno. Y sin embargo lo celebró en los otros. Y a ese sentimiento llegan muy pocos, y menos aún lo logran expresar como lo hizo él.
Hablemos un poco más de esos bienaventurados, los admirados por Trakl.
–Tomamos conciencia de que, más allá de su ya tenebrosa vida personal, Trakl está respirando, asfixiándose, en el enrarecido clima que prologa al estallido de la Primera Guerra Mundial, la primera barbarie de un siglo que la volverá a repetir; el grito no ya de Munch sino de una generación entera, lo sublime convertido en siniestro. Es surcando ese mundo, en los márgenes, sin contar para la cuenta del poder, donde aparece otra senda, camino de tierra. Aparece, diría Hesíodo, la vida “del trabajo y los días”. La gente simple, artesanos, campesinos... son los que al volver de sus trabajos se sientan a la mesa y comen el pan y el vino, la metáfora por antonomasia de la vida bendita para Trakl, el pan bendito por el sudor, como él lo dice. Una vida a la cual él no está invitado; un pan y vino que no comerá, el hambre que nunca lo abandonó. En su obra estas imágenes no ocupan el centro, como esos mismos habitantes en nuestro mundo, pero están allí, de tanto en tanto, como una tenue luz, pero también como una tenue esperanza de otro mundo en este mundo, una esperanza entre los que sí han nacido pero no se han alejado de lo latiente, en los que aún late el pulso de la vida.
Volviendo a la poesía de Trakl, ¿cabría decir que es la poesía del des-nacer antes que del nonato?
–Nacimos sin haber sido consultados. Creo que por eso todos, en algún momento, debemos dar nuestro sí a ese acto inicial, debemos besar la vida, confirmarla como propia, agradecerla, pero profundamente, con una decisión por la gratitud. Creo que su opuesto, el no a la vida –y sin juicio sobre cada caso particular– es el acto suicida; el radical no a ese don inicial, el deseo de no haber nacido, el intento de desnacer. Creo que algo de eso tuvo el gesto final de Trakl.
¿Y vos pasaste alguna etapa en tu vida parecida a la de Trakl?
–La única vez que intenté suicidarme era un chico de 15 años así que no sé bien qué impulso o verdad había en ese conato fallido. Me acuerdo del hecho externo, pero del resto se hizo cargo la imaginación que, cuando mira hacia lo atrás y lejano, la llamamos memoria. Si pienso en una etapa parecida a la de Trakl, a lo que en él no fue una etapa sino toda su vida, puedo recordar un par de años, dos o tres, de depresión en la época que vivía en Nueva York, años fumando frente a mi ventana y viendo el prenderse y apagarse de las luces, los días vacíos, las noches cerradas... Un día, igual a todos, estaba tirado sobre la cama, tal un cliché, mirando el techo, y veo en el blanco del techo la asquerosa mancha negra de una cucaracha atravesándolo... veo la asquerosa cucaracha caer sobre mi pecho... Grité, salté, salí a la calle, era madrugada y fría, caminé y volví, pero ya no era el mismo. El horror y el dolor de esos años, quizá condensados para mí en ese bicho, habían quedado atrás, otra vez amanecía, había un adelante, otra etapa, otra de las formas que tomaría mi vida.
¿Pero estuviste cerca del salto?
–El salto no es algo que pueda corroborarse, es salto y no cálculo, y, además, se salta hacia lo que no se es, hacia lo que nace en ese salto. Es como si algo de nosotros que aún no somos saltase hacia ser, naciese. Creo que todos saltamos más de una vez en la vida, sin saber hacia dónde, pero sabiendo que donde sabemos ya no podemos seguir, a menos que nos traicionemos, que elijamos la repetición en lugar de la creación.
¿Para qué te parece que la poesía debería servir?
–Si algo sobra en nuestros tiempos son las cosas que sirvan para algo. Tal es así que la antigua y esencial pregunta sobre qué es la vida se transformó en la pregunta sobre para qué es la vida; ese cambio casi imperceptible nos revela como utilitarios, hacedores de útiles, herramientas, todo lo que sirve para usar, usar y tirar, tirar para cambiar. Ese para remite todo a otra cosa, a algo que no está en sí, y la poesía, el arte, no es del orden de los medios sino de los fines, de lo que se cumple en sí, no más allá de sí; es del orden de lo que no se justifica ni desde afuera, por la aprobación o el mercado, ni sin si quiera desde el propio creador; la obra, el poema, instaura su propia ley, su propia clave interpretativa, su propio valor, es, diría su propia justificación y su propia revelación. Y, también diría, su propia revolución, ser belleza en medio de un mundo reducido a mercadería; revolución y protesta: ser gratuidad en un mundo hundido en el lucro y la especulación. La poesía es el puro ser por sí, quizá como la vida misma, quizá por eso el arte puede enseñarnos a vivir. Después puede venderse, usarse, investigarse... insertarse en la cultura y hasta en el mercado, pero eso es siempre después, en un después que ya es el trueno y no el relámpago.
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