Dom 19.01.2003
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MúSICA

El canto del patito feo

Mientras vacila entre la rentrée triunfal y la disolución, Pulp saca Hits, un disco nuevo armado con canciones viejas que en ese orden, y todas juntas, cobran un significado nuevo y definitivo. Los temas del álbum son el sexo y la lucha de clases, pero la historia que narra –protagonizada por Jarvis Cocker– es la de una banda muy poco común que nació de los actos de fin de curso, desconcertó a todo el mundo, llenó estadios y decidió volver a la intimidad de los clubes con la frente en alto.

› Por Rodrigo Fresán

“Siempre quise estar en una banda. Cuando tenía quince años, en Sheffield, yo me paseaba por el patio del colegio pensando que estaba en un grupo de éxito”, recuerda Jarvis Cocker –”las mismas iniciales que Jesús Cristo”, como canta en una canción–, que nació en 1962, justo cuando otros cuatro provincianos nacidos en otra ciudad portuaria grababan un single titulado “Love Me Do” y a ver qué pasa. Y Jarvis Cocker también recuerda que pocas semanas después de aquello ya estaba metido en eso. Era 1978 y nacía Arabacus Pulp. Para 1980 daban su primer concierto en el Rotherman Arts Centre y a nadie le gustó lo que hacían. Jarvis Cocker desconcertó especialmente. Ese extraño modo de pasearse por el escenario –mezcla de caminar de dandy con bailecito de espástico acompañado de una mirada entre desafiante y golpeada y una voz que a menudo se quebraba en un sollozo lúbrico de Barry White pálido y enclenque– y esa música extraña que parecía abarcar demasiadas cosas al mismo tiempo: pop, tecno, disco, glam, kitsch y letras cáusticas sobre la sórdida vida en la provincia. El nombre también era raro. En algún momento se descartó Arabacus. En el ‘83 grabaron su primer mini-LP como Pulp y –en un paisaje habituado a la fama súbita y a la lenta decadencia– Jarvis Cocker y su gente demoraron once años en empezar a ser conocidos, otros más en hacerse muy famosos, otros tres en grabar una obra maestra que muy pocos comprendieron y tres más en presentar lo que muchos entienden como una bucólica despedida.
El recién aparecido y más que oportuno Hits no sólo canta canciones sino que, además y por el mismo precio, cuenta el cuento.

GRANDES FRACASOS
Hay discos de grandes éxitos que no son otra cosa que un rejunte de canciones memorables. Otros son una aglomeración de números uno y dos y tres que lavaron nuestro cerebro hasta secarlo. Y hay unos pocos exponentes de este género tan floreciente durante las fiestas de fin de año que –más allá de estar armado con material curtido y transitado– combinan las dos variedades anteriores, pero se las arreglan para ser el mejor greatest hits de todos: el que suena como si fuera un disco nuevo construido con canciones viejas que ahí, en ese orden y todas juntas ahora, acaban cobrando un significado nuevo y definitivo. Es el caso de Hits y, también, es el caso de Pulp, que –concluido ahora su contrato con la discográfica Island y según los insiders– se apresta a disolverse luego de tantos años como fracasados de éxito y exitosos fracasados.
Pulp, claro, es –más allá de alineaciones cambiantes– Jarvis Cocker. Oírlo para jamás olvidarlo y verlo para creerlo. El adolescente que en los inicios de su banda cantó durante un tiempito en una silla de ruedas porque se había caído por la ventana tratando de impresionar a una chica, y seguro que lo consiguió. El único valiente que se subió a un escenario a sabotear el numerito de mesías-pedófilo de Michael Jackson. El alfeñique de 44 kilates que se fue a vivir a Nueva York con la diva del cine indie Chloë Sevigny y volvió vencido, abandonado y “aburrido de Nueva York. No me gusta: el sistema de calles es demasiado lógico. Imposible perderse ahí”. El artista que –a la hora de la verdad y de la perspectiva y de las conclusiones– habrá resultado involuntario, pero seguro ganador de la Batalla del Britpop que libraron Oasis y Blur y Radiohead. La evidencia –parcial, pero lo suficientemente incontestable como para que el jurado necesite apenas cinco minutos para deliberar– está en estos dieciséis clásicos conocidos más un flamante y último clásico desconocido, cerrando la formación. Aquí están, éstos son: “Babies”, “Razzmatazz”, “LipGloss”, “Do you Remember the First Time?”, “Common People”, “Underwear”, “Sorted for E’s and Wizz”, “Disco 2000”, “Something Changed”, “Help the Aged”, “This is Hardcore”, “A Little Soul”, “Party Hard”, “The Trees”, “Bad Cover Version”, “Sunrise” y “Last Days of the Miners Strike”. Lo dicho: un grandes éxitos con más ganas de llenarte el corazón que de vaciarte la billetera. Un grandes éxitos que no aparece ensamblado para hacer tiempo y dinero o ganar dinero y tiempo sino para obligarnos a recordar que, en contadas ocasiones, el tiempo no pasa para algunas canciones porque algunas canciones pasan del tiempo y de todo eso.

IDAS Y VUELTAS
Hits cuenta una buena historia donde el sexo y la lucha de clases (o la lucha de estéticas y éticas) son siempre El Tema. Tribulaciones de un joven viejo verde y fashion que trazan un arco narrativo más que interesante y, sí, inequívocamente inglés –tal vez Jarvis Cocker sea el Thomas Hardy del pop–, en el que el hedor a papas fritas y pescado acaba imponiéndose sobre el perfume de la última fragancia de moda.
Hits está ensamblado a partir de un puñado de singles extraídos de los EPs reunidos en Pulpintro: The Gift Recordings, el más que atendible His’N’Hers, el exitosísimo Different Class, el turbio e insuperable This is Hardcore y el desconcertante y audaz We Love Life. Arranca con esas canciones que retratan la vida desesperante en los pueblos chicos de un joven con demasiadas inquietudes y hormonas que se fríe el cerebro en las primeras acid-parties. Continúa acompañando a nuestro héroe a la Gran Ciudad, donde finalmente conoce las amarguras de la dolce vita y (el himno de combate “Common People” que puso y pone a Jarvis Cocker a la altura de Ray “The Kinks” Davies a la hora de escribir sátira con sentimiento) seduce o es seducido por chicas encantadas de acostarse con un provinciano de clase baja para probar “lo que se siente”. Hits prosigue desencantado después de haberse puesto y pasado de moda con oscuras odas a la pornografía de la fama (“This is Hardcore” y su formidable videoclip filmado à la Douglas Sirk), la porquería de la industria discográfica (“Bad Cover Version”), la imposibilidad de sostener las relaciones familiares y de diálogo entre padres e hijos (“A Little Soul”) y la perversión de envejecer (“Help the Aged”) o de negarse a aceptarlo con un venenoso dardo a Bowie en “Party Hard”. Hits concluye con la redentora vuelta al campo como única escapatoria posible hacia una existencia mejor. “Yo solía odiar el sol porque brillaba sobre todas las cosas / Me hacía sentir que todo lo que había hecho era llenar hasta los bordes el cenicero de mi vida... Pero aquí viene mi amanecer”, recitaba Jarvis Cocker en “Sunrise” (lo que no quita que en el campo también tengan lugar episodios bastante siniestros). Y Hits –con la posdata inédita de “Last Day of the Miner’s Strike”– cierra el círculo con un flashback a los ochenta marca Thatcher en el que Jarvis Cocker canta y alza el puño recordando las rabias y las raves que ya no volverán: “En el ‘87, el socialismo sucumbió ante la vida social / Elevemos nuestras manos ahora / Una vez más el Norte se ha puesto de pie”.

ADIOS Y HOLA
Y ahora Jarvis Cocker se sienta. Nadie ha dicho nada, pero todo parece indicar que Pulp se acaba, o que por lo menos entrará en un compás de espera.
Hace cosa de un año vi a Pulp en Barcelona presentando We Love Life en la sala Razzmatazz, bautizada así en honor al primer gran himno jarvisiano, y lo cierto es que el muchacho se movía poco y como cansado de todo. Volví a ver a Jarvis Cocker meses, más tarde oficiando de DJ en una disco de culto, y lo cierto es que se lo notaba mucho más feliz. Por ahí leo que Jarvis Cocker no deja de involucrarse en festivales, filmar clips para otras bandas, aparecer como invitado sorpresa aquí y allá. Y las declaraciones a la hora de apoyar Hits dicen mucho y no hace falta que digan más: “Preferiría que me arrancaran todos los dientes antes que tener que volver a oír esas canciones. No lo digo porque piense que son una mierda sino porque me siento tan cercano a ellas. Es como leer un diario íntimo, y uno se va cansando un poco de la obligación de oír cómo leen tu diario íntimo en público noche por medio. En especial si el que lo lee es uno... No me quejo, claro. Si no hubiera sido por Pulp, seguiría cargando pescado en el mercado de Sheffield. No: supongo que a esta altura ya tendría una pescadería. Pero seguiría intentando sin resultado que las chicas me llevaran el apunte y tratando de quitarme de las manos ese olor a pescado tan imposible de quitar... He estado en Pulp toda mi vida adulta, desde los diecisiete años, y lo cierto es que eso hizo que yo hiciera ciertas ‘cosas normales’ mucho más tarde que el resto de las ‘personas normales’. Yo solía pensar que no tenía que pensar en asuntos como, por ejemplo, casarse; porque para estar en una banda uno tiene que ser absolutamente egoísta y caprichoso y ocuparse nada más que de uno mismo. ¡Cosa que he hecho con enorme profesionalismo durante las últimas dos décadas! Pero estoy empezando a pensar que todo eso no son otra cosa que estupideces; porque si no te hundís de lleno en las complicaciones de la vida, te vas quedando sin ideas sobre las cuales escribir, te vas separando del resto del mundo, y si uno quiere que la gente compre sus discos, bueno, hay que acercarse a la gente”.
El mensaje está claro y no tanto: ¿después de tantos años Jarvis Cocker se siente hecho pulpa y tira el serrucho? ¿O simplemente sale a comprarse una sierra eléctrica para producir más y mejor aserrín? Misterio, y la verdad es que produce un poco de miedo y un poco de euforia la posibilidad de encontrarte a Jarvis Cocker en el subte o en un ascensor o en una pizzería haciendo la cola mientras se estremece con ese bailecito tan suyo y nada más que suyo. Desaparezca Pulp para no volver o entre a los estudios pasado mañana, como si aquí no hubiera pasado nada, Hits se sostiene y se sostendrá, más allá de lo que ocurra, como buena música y documento sociológico. Aquí adentro está la historia poco común de una banda poco común que surgió de actos de fin de curso, llenó estadios y volvió a clubes pequeños por decisión propia y no por los inevitables malos modales de una industria que no perdona ni pide perdón. Aquí adentro está –tal vez sea lo más importante– el manual de instrucciones para triunfar haciendo lo que a uno se le da la gana. La fórmula secreta de un final feliz o de un continuará... en el que el patito feo canta como ningún otro, sin por eso verse obligado a caer en la vulgaridad de tener que convertirse en un cisne del montón.

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