LA TIGRA, CHACO, óPERA PRIMA DE FEDERICO GODFRID Y JUAN SASIAIN
Premiada en Karlovy Vary y en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, La Tigra, Chaco es el debut de Federico Godfrid y Juan Sasiain, en el que despliegan un viaje de vuelta al pueblo, durante el que se encuentra el destino y se reencuentra a un viejo amor de engañosa transparencia.
› Por Juan Pablo Bertazza
De un tiempo a esta parte, cuando hay un viaje en el cine argentino, la línea del horizonte no suele aparecer adelante sino atrás: el misterio no radica ya en el destino del viaje sino en las razones que lo motivaron. Los protagonistas que, en términos emocionales, viajan con una mano atrás y otra adelante, cambian aventuras por tratar de elaborar recuerdos –un trauma– que, sin ser explicitado, tiñe todas las historias. Y los ámbitos rurales que sirven como circunstanciales puntos de llegada, lejos de resultar exóticos, pintorescos o conquistables, funcionan como un refugio algo forzado en el cual pueden albergarse de manera gradual los necesitados protagonistas.
Eso pasaba en Gallero y en El amarillo, las dos primeras películas de Sergio Mazza; y vuelve a suceder en La Tigra, Chaco, ópera prima de Federico Godfrid y Juan Sasiain que se estrenó el viernes pasado en el Malba luego de obtener mención especial en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, en República Checa; y el galardón Fipresci del último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Esteban (Ezequiel Tronconi) vuelve a su pueblo natal hecho un hombre y tras seis años de ausencia. El objetivo, supuestamente, es encontrarse con su padre –un camionero al que hace años que no ve– para hablar de algunos problemas de allá (entendiéndose por “allá” Buenos Aires); una visita fugaz que no parece esperar a cambio una verdadera transformación, un regreso acotado, incompleto –un viaje sin deshacer las valijas– que, a lo sumo, dejará un espacio para que esa pequeña localidad de La Tigra ejerza su poder de influencia sin que él se oponga demasiado. Así, sin planearlo, se reencuentra con Vero (Guadalupe Docampo, que obtuvo su premio a mejor actriz en el Festival de Mar del Plata), una ¿amiga? de la infancia.
Entre el intercambio de noticias –él acaba de separarse de su chica y ella sigue de novia–, los reconocimientos –él le dice que a ella le creció todo menos las orejas– y los chistes que ya no hacen reír –“perdiste la magia”, se burla ella cuando él intenta volver a los juegos de la infancia–, su relación se llena de un silencio erótico, un silencio de roces y miradas sigilosas, tan intenso que los dos se ven obligados a traducirlo en palabras mediante el viejo dicho: “Acaba de pasar un ángel”. Tal silencio se contrapone con la verborragia de la tía de Esteban (quien incluso canta en checo porque los primeros habitantes eran checos, eslavos, ucranianos y búlgaros). La verborragia de esa mujer, sin embargo, no acalla sino que más bien pule el silencio con el que trabaja la película: así como la ausencia repentina del padre le impide llevar a cabo la idea de su viaje, Esteban no puede decirle a Vero que le gusta, Vero no puede decirle tampoco nada a él, ni le habla a su novio del amigo que acaba de volver. Serán encuentros fugaces y espontáneos –un baile de chamamé, una caída en bicicleta, una carcajada– los recursos con los que el pasado se irá apoderando, entre altas temperaturas y tereré, del presente.
Sería fácil decir que La Tigra, Chaco es una película poco ambiciosa, pero muy contundente y exitosa en su propia búsqueda. Y lo es, pero algo más importante que eso sería aclarar que, además de su sencillez, transparencia y frescura (es notable la química entre la pareja principal) se trata de una película tramposa en el mejor sentido de la palabra: si estamos acostumbrados a que los triángulos amorosos se resuelvan en nombre de la libertad, lo original (y tramposo) en este caso es que el novio de Vero no es más feo ni más tonto ni más maleducado que quien vuelve para arrebatársela: es trabajador (junto a su padre en la carnicería del pueblo), tiene un proyecto de vida (una banda de rock para la que demuestra ser buen cantante), la quiere y no la asfixia. Es así que La Tigra, Chaco tiene un anzuelo y también un colmillo: tras su manto de fábula bucólica se esconde un drama que muestra en una mano la ternura nostálgica de los viejos amores y esconde en la otra el tremendo riesgo que, en materia del corazón, implica aferrarse al pasado.
La Tigra, Chaco se proyecta viernes y sábados a las 20 en el Malba.
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