TEATRO.
Anochecer de un mundo agitado
La estrenaron primero en Viena y ahora
se la puede conseguir en Buenos Aires:
La última noche de la humanidad es la nueva obra del siempre inquietante grupo El Periférico de Objetos. A la aceitada máquina escenográfica a la que nos tienen acostumbrados, agregan esta vez los textos
y la figura del ácido Karl Kraus, un pensador que osciló entre el apocalipsis y la decadencia, ahora aquí, a la vuelta de la esquina.
Por Cecilia Sosa
La trama de cuerpos, objetos y materia que sube a escena en cada obra de El Periférico de Objetos está montada sobre un resbaladizo territorio alegórico plagado de intertextualidades y simbolismos. Este juego de citas suele permanecer oculto a los ojos del gran público que, estreno tras estreno, llena butacas y corresponde con aplausos al equívoco. Pero a base de una puesta siempre deslumbrante, Emilio García Whebi, Ana Alvarado y Daniel Veronese, núcleo fundador de la compañía en 1989, lograron hacer del malentendido una gracia, no un defecto. La última noche de la humanidad, que llega con los galardones ya otorgados por el estreno en el Weiner Festwochen de Austria, no es una excepción. Así como el pensamiento de Freud y Deleuze sobrevoló Zooedipus (1998), y los textos de Heiner Müler a Máquina Hamlet (1995), esta vez, los periféricos se sumergen en el universo de Karl Kraus (1874-1936), el cáustico ensayista checo sobre el que giró toda la fastuosa decadencia europea, con centro en Viena, de principios del siglo XX. Amparados por el financiamiento del Weiner Festwochen, los periféricos, post doctorados en la Universidad de la consagración europea, no tienen empacho en confesar que llegaron al texto de Kraus casi por descarte. Así, en una rara elipsis moldeada por el azar, un autor poco conocido, aun para el público universitario, reingresa al fangoso escenario teatral argentino.
Ahora bien: ¿es que el texto profético de la primera gran guerra tiene alguna lectura posible en el presente argentino?, ¿qué línea de complicidades puede tenderse con un escritor checo que alguna vez fue instado a robustecer su complexión física o a cambiar su manera de escribir?, ¿qué extraña noche de la humanidad se estrena en el renovado Espacio Callejón del Abasto? Veamos.
Desprovista de toda otra fastuosidad que no sea la macabra escenografía de la muerte, la primera escena de La última noche de la humanidad, la “Opereta Apocalíptica e Hidrocefálico”, descubre a actores y muñecos deformes, sobrevivientes y cadáveres, revolcándose en el fango de un páramo desierto. Allí, al fulgor cansino del fueye, se entona el himno a una especie ya extinta. Los desertores bailan una danza demencial con los restos celebrando el olvido del horror. El elenco deleita, desnudo y embarrado, una procaz sonata de celebración idiota de la vida cuando ya no hay vida posible. La voz incriminatoria del que denuncia la estafa es una vez más desoída. “Murió la vida, el crimen baila el tango”, dice KK. Frente a los fantasmas universales de la guerra, cinco infradotados se regodean en el fango festejando una sobrevida inútil. He aquí la última noche.
¿Cuál es la guerra y quiénes los victoriosos? Walter Benjamin sentenció alguna vez que Kraus escribe no de cara a una época que agoniza sino frente a otra que se encuentra directamente ante las puertas del “juicio final”. Tal vez, sólo tal vez, el baile con los muertos, el festejo enlodazado, recuerde algunas de las miserias del insoportable estío argentino post revolución dicembrina. Kraus sentencia: “Toda la infamia bélica acaba superada por la infamia humana de no querer saber nada de la guerra, porque los hombres toleran que la haya, pero no que la haya habido”. Ajá. Y, desde algún otro lugar de la baticueva, Elías Canetti, discípulo confeso de Kraus, resume: “El momento de sobrevivir es el momento del poder. El espanto ante la visión de la muerte se disuelve en satisfacción pues no es uno mismo el muerto”.
Sigamos. Tras una oportuna y necesaria “pausa higiénica” –se recomienda al público no perderse el baño del sector humano del elenco (Maricel Alvarez, Federico Figueroa, Emilio García Wehbi, Román Lamas y Eliana Niglia) en la Pelopincho mal disimulada tras el escenario–, la obra prosigue en “White room”, un segundo escenario montado a modo de bunker,colonia en Marte o psiquiátrico universal, donde se pone en acto un intento de refundación de la especie. En la aséptica caja de ensayos, cinco individuos vestidos de blanco son despertados por una maquinal voz en off recién salida de la CNN, obligados a alimentarse con una sustancia blancuzca (que llaman leche) y a aceptar nombres nuevos: One, Two, Three, Four y Five. He aquí el primer día de una nueva humanidad. De la agonía embarrada al espacio aséptico, de la lucha sexual en el barro al laboratorio de experimentación: La última noche de la humanidad experimenta un violento pasaje del estado de naturaleza al orden. Los seres a quienes les toca despertar en la prisión del tiempo deben someterse a los rituales panópticos y purificatorios de un último intento de refundación de lo humano. “I want to go home”, logra balbucear una de las condenadas, como ET en la tierra.
Esta segunda parte es ocasión para que la compañía despliegue toda una serie de recursos técnicos de seducción y tortura: cámaras que sorprenden desde el interior de las heladeras, televisores que transmiten en vivo la cocción de Choppe, el perro de uno de los encerrados; y hasta la casita de muñecas ocupada por cucarachas donde los reclusos son obligados a verse reflejados. Los ojos se multiplican y luces que señalan al centro. Norte-Sur, Centro-Periferia, la opresión se actualiza en distintos lenguajes. El disciplinamiento periférico exige el uso del inglés. Algunos responden con acento perfecto y bailan; otros resisten, intentando a fuerza de autoflagelación transformar lo blanco en rojo.
“White room” es también ocasión para que la compañía despliegue en vivo su propio drama. Los periféricos pagan el precio de sus diplomas europeos y lo devuelven con creces en puro argentino. La más rebelde de los sobrevivientes pide “centro” y la sucesión de insultos parece no tener fin. ¿Cómo habrá sonado la saga de puteadas en criollo sobre el escenario del Weiner Festwochen?
Una última cosa. En el cuadernillo que acompaña a la obra hay una secuencia integrada por tres imágenes: un estudio de movimiento de Edward Muybridge; un óleo de Francis Bacon con dos figuras copulando, y una imagen del segundo acto de La última noche de la humanidad. Las tres imágenes guardan una evidente sintonía, parecen ser sus continuaciones más inmediatas o sus más literales traducciones. ¿Pretencioso? Los periféricos recogen el guante e inscriben su obra en la más prestigiosa serie de la alta cultura occidental. Extraño juego de textualidad y representación. Tal vez en la rara cita de la combinación erudita y la producción escenográfica casi sublime, se encuentre una de las pocas compañías que logra la difícil misión de provocar y, a la vez, generar desconcierto.
La última noche de la humanidad se exhibe los viernes, sábados y domingos a las 21 en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759).