TARAS > UNA MUESTRA SOBRE LA HISTORIA DE LA CORBATA
Dinastías chinas, legiones romanas, cortes parisinas, tropas croatas, revolucionarios, anárquicos y clericales: mucho antes que Hermes o Valentino, la corbata atraviesa buena parte de la historia europea. Una muestra en el Museo Decorativo desanda las aventuras y protagonistas alrededor de ese lazo con que tantos se ahorcan cada mañana.
› Por Santiago Rial Ungaro
“¡El Emperador tiene corbata! ¡El Emperador tiene corbata!” Como en el cuento del traje nuevo del Emperador de Hans Christian Andersen, alguien debe haber sido el primero en descubrir y anunciar que el Rey Sol, Luis XIV, había incorporado a su majestuoso atuendo un detalle, copiado de sus mercenarios croatas: un cuello de muselina o de seda, que se remataba en un moño. En Nodi italiani - Corbatas con Historia, en el Museo de Arte Decorativo, se puede ver un traje original de mediados del siglo XVII del célebre Rey Sol, pionero en el uso de la corbata en Europa y de su expansión prácticamente universal.
Y es que sí, la corbata ha ido tomando desde entonces una vida propia, una historia de la que esta exhibición (que ya estuvo en Seúl y en Washington, y que a partir del 14 de abril visitará Montevideo y San Francisco) da cuenta con elegancia, y para la que no hace falta ir de corbata. Aunque sí dan ganas de conseguirse una.
Pero aunque la anécdota se inicie en París y la muestra también tenga en cuenta los antecedentes históricos de las huestes imperiales de Huang Ti en la antigua China y de los legionarios del emperador Trajano, la historia de la corbata empieza con una de las guerras religiosas más sangrientas de la historia de Europa: la Guerra de los 30 Años. El nombre corbata viene de cuando los soldados croatas (hravt = croata) pasaron por París, ya de regreso de la guerra, usando unos pañuelos anudados al cuello y dos extremos libres y en punta. Evidentemente al rey le gustó y los parisinos, ya refinados y metidos en el juego de generar y seguir modas, les pareció que sí, al rey le quedaba canchera esa corbata... Y al rey le gustaba. Y aunque probablemente haya sido una típica snobeada de alguien acostumbrado a sorprender con sus caprichos, el gesto, dentro de esta historia, fue vanguardista: los cortesanos, siempre pendientes del rey, lo adoptaron, al punto tal que ya con Luis XV se había instituido un cargo dentro de la Corte: el de “porta-corbatas”.
Desde París, la corbata se convirtió en moda cortesana y se fue extendiendo por toda Europa: las espumas de jabot barroco, las coloraturas en las puntillas del rococó francés, las corbatas desmesuradas de los románticos, la elegancia de los Estuardo. Cada época fue tomando una forma y la corbata se convirtió en la clave de la elegancia masculina, al punto tal de que, hacia 1828, H. Le Blanc escribió un tratado sobre el tema, El arte de anudar las corbatas, ilustrando las posibles variantes de realizar el nudo con las corbatas de esa época.
Pero fue el corbatero americano Jesse Langdorsf, en 1925, el que definió la corbata actual, alargándola y volviéndola más estable con tres segmentos de tejido cortados en forma oblicua. Esto permitió cierta estandarización de la corbata y que la misma se terminara globalizando.
Desde entonces, la corbata puede ser un uniforme o un signo de distinción, un elemento de seducción o un pedazo de tela con el que uno puede sentirse que se ahorca a sí mismo todos los días. Y es que cada corbata tiene su significado: los colores, la elaboración (no es lo mismo un corbatín de colegial que una corbata de siete pliegues), los nudos y los tejidos de las corbatas han ido creando una serie de significados fluctuantes con el tiempo, pero que han convertido a la corbata en el último refugio de la vanidad masculina y en el accesorio que suele decidir su elegancia.
Y también la identidad: si hacia el siglo XVIII, en la época cortesana, los lazos azules y amarillo eran sinónimos de nobleza y de poder, a mediados del siglo XIX la corbata roja era la de los revolucionarios, la negra la de los anárquicos y la amarilla era la de los clericales.
Con su estandarización la corbata se volvió omnipresente, y de algún modo es un espejo y un signo de los tiempos y, en algunos casos particulares, de (algunas) personas.
En la década del ‘40, las corbatas presentaban diseños multicolores, inspirados en el futurismo y el cubismo; en los ‘60 se pusieron de moda el estilo hippie con su fascinación flower power y sus fantasías psicodélicas; en los ‘80 y los ‘90 la sobriedad y el aburrimiento se fueron imponiendo en los corbatas junto con el estilo paisley.
Y en cuanto a las personas, con el paso del tiempo no hizo falta ser rey o de la nobleza para imponer una marca desde la corbata. Aunque Eduardo VII haya introducido el nudo libre a principios de siglo y Eduardo VIII, duque de Windsor, haya impuesto en 1930 un nudo voluminoso muy usado hoy en día en Italia, Europa y Latinoamérica.
A partir del siglo XIX, la corbata se fue convirtiendo en el accesorio del dandy. Y ahí están las imágenes de Oscar Wilde (quien dijo que “una corbata bien anudada es el primer paso serio en la vida”), Charles Baudelaire, Marlene Dietrich y George Bryan Brummell (con sus célebres corbatas blancas y almidonadas) para demostrarlo.
O ese microcosmos que es el universo de la moda, que permite que, entre los géneros sobrios de Zegna, Ferragamo y Hermes, y los estampados de Versace, Moschino, Valentino o Lanvine, también exista un corbatero como Alberto Valentín, considerado como el “Salvador Dalí de la corbata”, de quien se exhiben sus exclusivos modelos del futuro: una pieza de plástico, otra ecológica, otra con algodón orgánico.
“La corbata es el hombre”, exageró Lord Brummel, el dandy que necesitaba de un par de ayudantes para anudar sus corbatas. Y, como todas las exageraciones, algo de razón tenía: dime qué corbata usas y te diré quién eres. O quién quieres ser. O de dónde eres. O cuánto dinero te puedes gastar en una corbata.
La muestra se podrá ver hasta el 18 de abril en el Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902.
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