MúSICA
Sin plumas
Lou Reed no tiene límites: lanzado ya desde hace tiempo en uno de los viajes más egomaníacos que haya padecido un músico de rock, esta vez decidió revisar el material de POEtry (el musical que creó junto al director de teatro avant-garde Robert Wilson el año pasado), encerrarse con las Obras completas de Edgar Allan Poe y poner no uno sino dos huevos: El cuervo, un disco doble en el que el viejo Lou se da todos los gustos: graba con medio mundo, reescribe al mismísimo Poe y construye una agotadora aplanadora sonora de música, canciones, diálogos, monólogos y lo que venga. Rodrigo Fresán, por supuesto, pone el graznido en el cielo.
› Por Rodrigo Fresán
“La esperanza es esa cosa con plumas”, escribió la poetisa encerrada viva Emily Dickinson, contemporánea del escritor -cuentista, novelista, ensayista y alucinado todo terreno– Edgar Allan Poe. The Raven —nuevo trabajo del suma cum rocker Lou Reed inspirado por los escritos del último con un solipsismo digno de la primera— es esa cosa sin plumas. Es decir: nada que ver con la esperanza sino con todo lo contrario. Es oír: abandonad toda esperanza quienes entren a este compact. Doble, además. Así que, otra vez: abandonad toda esperanza quienes entren a este compact.
LATIDOS
Así habla y define Lou Reed su nuevo opus magnum: “Está claro que Edgar Allan Poe puede ser definido como el más clásico de los escritores norteamericanos. Un escritor que sintonizó con más fineza el latido del corazón de un nuevo siglo por venir que el del suyo propio. Obsesiones, paranoia, entusiastas actos de autodestrucción que nos acorralarían a lo largo de nuestras vidas. Y a pesar de que vamos envejeciendo, aún podemos oír los gemidos de aquellos para quienes la atracción hacia un caos de lamentaciones es una fuerza monumental. He releído y reescrito a Poe para hacerme una vez más las mismas preguntas de siempre. ¿Quién soy? y ¿por qué me siento atraído hacia lo que no me conviene? He luchado contra estos pensamientos innumerables veces: el impulso del deseo destructor, el deseo de la automortificación. Para mí Poe es el padre de William Burroughs y de Hubert Selby. Y yo siempre estoy compaginando su sangre con mis melodías. ¿Por qué hacemos lo que no tenemos que hacer? ¿Por qué amamos lo que no podemos poseer? ¿Por qué sentimos pasión por aquello que está mal? ¿Y qué queremos decir con está mal? He vuelto a enamorarme de Poe y cuando se me ofreció la oportunidad de resucitarlo a través de versos y música, texto y danza, bueno, me abalancé sobre él como un perro rottweiler persiguiendo un hueso ensangrentado. Lo leí y lo recité en voz alta y por primera vez comprendí ‘El corazón delator’. Soñé e imaginé y entonces vi la primera puesta en escena en el teatro Thalia de Alemania (que me encargó la escritura de todo esto), donde la sola emoción por su existencia no me produjo otra cosa que sentirme todavía más hambriento al pensar en su contraparte norteamericana, su reescritura final... Este es un disco hecho con amor”.
Perfecto. Tranquilo. Te creemos. El problema —el molesto quid de la cuestión— es que, como en otras ocasiones, Lou Reed pretende que su descubrimiento epifánico sea compartido con la misma pasión por sus oyentes. Es más, lo que quiere Lou Reed no es invitarnos a un nuevo paseíto por Poelandia sino —ni más ni menos— ser él y nada más que él quien nos descubra a Poe. Así, para Lou Reed, si nunca leíste a Poe, él te lo explica. Y si lo leíste —o alguna vez cometiste el pecado de comprarte aquel disco de The Alan Parsons Project o apenas escondes el deseo perverso de que Michael Jackson filme esa anunciada biopic del autor de “El gato negro”— lo siento, volver a empezar, cómo pudiste pensar que estabas en lo cierto. Resulta que Poe no era como uno pensaba. Poe es así. Poe c’est moi, gruñe Lou Reed. Y entonces entra una de esas descargas de guitarras sucias estilo Guitar Machine Music que te dan ganas de levantar el parquet de tu living o bajar a los sótanos o prenderle fuego a todo (empezando por el equipo de música) como si fueras Vincent Prince en cualquiera de esas pequeñas grandes películas de Roger Corman sobre Edgar Allan Poe que, seguro, a Lou Reed le parecen muy poco serias.
MAULLIDOS
Una cosa está más o menos clara: Lou Reed tiene sesenta y un años, treinta y un discos, pero todavía es un adolescente. Lo que no tiene por qué estar mal y, probablemente, esté bien. Cierta furia acneica y hormonal es lo que distingue al buen rock más allá de la edad del que lo arroja contra nosotros. El problema está en que Lou Reed, por lo general,es un adolescente insoportable. Ese adolescente que se siente en la última fila del aula y todo el tiempo levanta la mano para hacer preguntas supuestamente complejas y certeramente idiotas. Lo que no quita que Lou Reed sea también un adolescente talentoso y savant capaz de conseguir momentos mágicos que te dejan sin aliento. Esa pulsión psicótica es lo que no le perdonaba el crítico Lester Bangs en sus célebres duelos y titila en The Raven con enferma regularidad. ¿Y qué es The Raven? Básicamente un canto de amor fou de un músico dark a un escritor más dark con el concepto de la ciega autodestrucción en nombre de la visión artística —credo adolescente si lo hay— como hilo conductor y soga alrededor del cuello. “Estas son las historias de Edgar Allan Poe / No era lo que se dice un tipo común / Si nunca oíste de él debes ser sordo o ciego”, canta-habla Lou Reed de entrada y uno no puede sino pensar: oh-oh-oh y enseguida se nos vienen encima y en alegre avalancha “El tonel del amontillado”, “La caída de la casa Usher”, “Hop-Frog”, “El corazón delator”, “Annabel Lee”, “El gusano conquistador”, “El cuervo” como en esos festivos finales de El show de Porky.
Inspirado y expandido a partir de POEtry —el musical que Lou Reed y el director de teatro avant-garde Robert Wilson crearan el año pasado para la Brooklyn Academy of Music— The Raven es inmortalizado ahora como una verdadera superproducción de música, canciones, monólogos, diálogos, lo que venga que ciento veinte minutos son muchos minutos. Y hay muchos amigos y colegas que se suman al festejo: los actores Willem Dafoe, Steve Buscemi, Amanda Plummer, Elizabeth Ashley y Fisher Stevens; los músicos David Bowie, Laurie Anderson, los Blind Boys of Alabama, las hermanas McGarrigle, el contra-tenor Anthony (a quien Lou Reed define como “un descendiente directo de Little Jimmy Smith”), la cellista Jane Scarpantoni, el saxo de Ornette Coleman, cuerdas, bronces y la última encarnación del power-trio habitual de Lou: la guitarra de Mike Rathke, el bajo de Fernando Saunders, la batería de Tony “Thunder” Smith. Todo magníficamente producido por Hal Willner, factótum de festejados homenajes multiestelares a figuras como Nino Rota, Thelonius Monk, Bertold Brecht y Charles Mingus.
(Paréntesis pertinente: The Raven sale a la venta en dos formatos y en su flamante site —loureed.org, diseñado por el pintor y director de cine Julian Schnabel— Lou Reed explica cómos y porqués: “Se lo puede adquirir en su formato original, la gran presentación, que contiene absolutamente todo. O en la versión abreviada de un cd para aquellos que no quieren escuchar dos horas o prefieren probar primero un poco antes de dedicarse a las dos horas. Así que está la versión grand mall o la exquisita versión más breve”. Permítaseme decodificar lo anterior: la versión doble —36 tracks— contiene todo lo que a Lou Reed se le pasó por la cabeza incluyendo diálogos que —en “The Cask of Amontillado”, según un crítico maligno— parecen las discusiones del psicoanalista Frasier con Niles Crane. La versión single —21 tracks— son nada más que las canciones con muy poco spoken word. Ustedes eligen, pero seguro que Lou Reed va a mirar con desprecio a los gallinas que no se animen con el cuervo completo. Y, ah, ya que estamos: después de escuchar The Raven escucho Nocturama —el nuevo de Nick Cave— y cuánto más poe-tico es el australiano a la hora del livin’ la vida gótica.)
GRAZNIDOS
He llegado hasta aquí y todavía, creo, me parece, no he aclarado si The Raven es muy bueno, regular, o muy malo. Respuesta rara: The Raven es al mismo tiempo muy bueno y regular y muy malo —en él pueden encontrarse los rostros y los sonidos del más sublime y más infame Lou Reed, delicadas canciones nuevas, manipulaciones de viejos hitos como “Perfect Day” y “The Bells”, profundidades de Velvet Underground y vereditas de Street Hassle— y es, por supuesto, uno de los ego-trips másegoístas de un músico que no le hace ascos a eso de arriesgarse para ascender hasta lo excelso o caer en el ridículo. En este sentido —y a diferencia de otros proyectos como Berlin— The Raven no se beneficia al ser producto de ese nuevo Lou Reed de los últimos años empeñado en que cada uno de sus trabajos sea considerado palabra divina y a él mucho pero mucho más que un simple rocker. The Raven está mucho más cerca de la necesidad de grandeza absoluta que ya mostraba Magic and Loss sin nada de la ternura emocionada y culpable del más que admirable Songs for Drella junto a John Cale. En The Raven —más cercano a la tontería comic del film con Brandon Lee que a la lírica cataléptica del autor de “Annabel Lee”— Lou Reed se pierde, una vez más, en el nombre de lo que entiende como Gran Arte. Síndrome mesiánico y complejo de inferioridad que viene contaminando a los rockers de un tiempo a esta parte: de golpe no alcanza con hacer música; hay que hacer —o deshacer— todo lo demás porque todo es posible para alguien que hace música, parece. Así, en The Raven, Lou Reed no tiene empacho alguno en reescribir y editar a Poe (“le quité todas esas palabras arcanas para hacerlo legible”, proclama sin ruborizarse), ese escritor a quien tanto admira y a quien —infantil e irresponsable— parece catalogar como antecedente primigenio de todo lo punk y al que hace sonar “moderno” y como detective cliché de serie negra. Es el mismo Lou Reed que tuve la oportunidad de ver y oír en los últimos años: el Lou Reed que pone cara de asco cuando su público le pide “Sweet Jane”, el Lou Reed que publica las letras de sus canciones como si se tratara de un acontecimiento literario de primer orden, el Lou Reed que se siente obligado a predicar una y otra vez las bondades fortalecedoras del Chen Tai Chin que practica diariamente en el Central Park como si alguien pudiera llegar a pensar que eso no es cosa de machos, el Lou Reed que acompañaba a su pareja Laurie Anderson en una sesión-performance de lecturas poéticas en el último festival Grec de Barcelona y que, lo siento, parecía más cerca de Yoko Ono que de John Lennon. Es el Lou Reed que nos pide, en una entrevista en la última edición de la revista Mojo, que consideremos a The Raven como lo mejor que ha hecho —ya lo había pedido a la hora del intragable Ectasy— hasta que, por supuesto, salga el próximo disco de Lou Reed: “Esta es la culminación de todo lo que he hecho hasta ahora. Todas las ideas en todos los otros discos... Las ideas sobre el sonido, sobre el modo de grabar una voz y sobre las maneras de utilizar la música debajo de las cosas... Porque no sé si se han dado cuenta, por ejemplo, que este disco no está comprimido del mismo modo en que están comprimidos el resto de los discos. Este disco se mueve, se mueve físicamente hacia ti. Es asombroso cuando eso ocurre. Cada vez que lo oigo me enloquece el modo en que se mueve. Trabajamos tan duro para conseguir que se moviera...”.
Y, hey, aquí sí que Lou Reed suena como Poe después de varias noches de ajenjo y opio. El mismo Poe que alguna vez escribió que “cuando la música nos arranca lágrimas que parecen no tener motivo no es que lloremos por un ‘exceso de placer’ sino por un impaciente y perpetuo pesar, como meros mortales que somos, por el hecho de no estar en condiciones de darnos un banquete con ese éxtasis del que la música apenas nos ofrece un vistazo indefinido”.
Ditto.
Pero no aquí.
Digamos entonces que The Raven es interesante. Patológicamente atractivo como versión freak de lo que Andrew Lloyd Weber & Co. vienen haciendo desde hace años. Y que resultará formidable a todos aquellos siempre dispuestos en encontrar escarabajos de oro en cualquier parte. El resto lo escuchará completo una vez, después algunas canciones y, muy pronto, mañana o pasado, lo que dijo el cuervo: “Nevermore”.
Palabra que Lou Reed no vacilaría en reescribir como “Cierra el pico”.