Después de semanas de ensayo, Andrés Calamaro y una versión más compacta de la banda con que cerró gloriosamente el año pasado en el Ciudad de Buenos Aires viajaron a Junín para dar comienzo a una gira durante la que presentarán On the rock, el nuevo disco de estudio que sale el 1º de junio. Radar viajó con ellos y trajo de vuelta postales de los camarines, entrevistas con los protagonistas y cruces con la realidad. Además, Calamaro habla del disco que saca y de los discos por venir.
› Por Martín Pérez
Desde Junin
Las primeras diez filas para ver los dos shows de Andrés Calamaro en el cine San Carlos son localidades denominadas Vip Gold. Pero tienen también un nombre de fantasía, que –seguramente de manera involuntaria por parte del productor local– recuerda aquella ironía de Lennon al frente de los Beatles, que en una gala real les aclaró a los nobles de las primeras filas que en vez de aplaudir podían hacer sonar sus joyas: las del show de Calamaro son entradas “Alta suciedad”. Así, con las comillas que luce la denominación en el volante que se puede encontrar en todos los negocios céntricos de Junín. El juego de las canciones bautizando las filas del cine se continúa, y el ingenio vuelve a relucir, en las últimas de la planta baja, bautizadas “Te quiero igual”. Las primeras del pullman muy obviamente se llaman “La parte de adelante” y las últimas entradas de ese primer piso, las mas baratas (95 pesos), tienen el apropiado nombre (aunque algo macabro, a juzgar por la letra de la canción, cuyo primer verso reza: “Si te toca ir arriba antes que yo...”) de “Los chicos”. Pensándolo bien, tal vez no sean tan involuntarias las ironías bautismales del anónimo productor.
Un productor que aún se debe estar refregando las manos por haber disfrutado del lujo de que Calamaro y su banda, a casi medio año de cantar en diciembre ante una multitud en el Club Ciudad (y no hubo un segundo show sólo porque no lo permitió la Municipalidad), hayan regresado a los escenarios en un humilde cine como el San Carlos. Sucedió durante el fin de semana pasado, con entradas agotadas el sábado y a sala casi igual de llena el domingo. José “Niño” Bruno, baterista de Andrés desde la última época de Honestidad Brutal y entregado fotógrafo blogger (josebruno.com/blog) cuando el grupo está en gira, lo bautiza apropiadamente como Cinema Paradiso. Debajo del escenario, donde han armado dos camarines –uno más grande para la banda, y otro más pequeño pero más cuidado para el cantante– separando el amplio espacio con telas y cortinas, y adornándolos con luces apropiadas, se pueden ver viejos afiches, tanto de películas como de otros espectáculos que pasaron por aquí. Cuando Andrés baja por primera vez para la prueba de sonido del sábado, recorre con admirada curiosidad y algo de ironía los enormes carteles –convenientemente autografiados– de Reina Reech, Los Fabulosos Cadillacs de la época Matador y Caballos Salvajes, donde aparece como autor de la música (es más, “Algún lugar encontraré” aparece en la lista de temas de estos shows, y será estrenado el domingo). Alguien le propone que lo firme, aunque jamás se lo tomará en serio. Pero el más revisado es el de Ricky Martin, ubicado justo sobre la mesa de dulces del catering, lleno de firmas pero ninguna de ellas parece ser del buen Ricky.
“Todos me dicen que toqué alguna vez con los Abuelos en Junín, pero yo no me acuerdo de nada”, asegura. Víctor Bertamoni, guitarrista de Estelares y oriundo del lugar –que estuvo presente en las dos fechas, e hizo llegar al camarín un buen champán para el brindis de despedida–, recuerda que en esa visita de los Abuelos, su líder tuvo una pelea en la puerta de su hotel con algunos fans en la que fue asistido a puño limpio por Willy Crook. La leyenda cuenta que en esa reyerta Miguel Abuelo perdió su legendaria cruz con silbato, que aún está en Junín. El relato de Víctor permite explicar por qué Andrés no recuerda su supuesto paso por allí: si Crook formaba parte de los Abuelos, hace tiempo que ya no integraba la banda cuando tocaron en Junín. “Habrá sido así”, se encoge de hombros Calamaro, que trae de su camarín una placa que le fueron a entregar al hotel los fanáticos locales del club Independiente. “En la época de los Abuelos nos peleábamos entre todos para ver quién se llevaba esta clase de cosas”, dice con una sonrisa. Y recuerda también las viejas épocas de convivencia con Crook, despertándose por la mañana al escucharlo rasgar algún reggae en la guitarra. Enseguida se acerca con una sonrisa cómplice Olga Castreno, a la que Andrés alguna vez presentó como su hermanager y que –allá lejos y hace tiempo– supo darse a conocer como Olga del Rock, para recordar que no hay que hacer hablar tanto al artista justo antes del show. Igual, no hay tiempo para más recuerdos. Falta tan poco para finalmente volver a los escenarios después de seis semanas de ensayos en Madrid –y una más acompañando la gira local de Cigala–, que para los músicos llega el turno de pasar por el baño antes de subir a escena.
Antes de la última tanda de shows porteños del año pasado, a la altura de su paso por Chile, Bruno anunció en su blog que si alguien estaba pensando en ir a ver a Calamaro en vivo, ese era el momento. A juzgar por lo visto en el Club Ciudad y en el Luna Park, el baterista tenía razón. Aquel personaje casi escondido detrás del piano en su regreso en Cosquín, y que un par de años después corría por el escenario del Ciudad durante un multitudinario show del Pepsi luciendo una remera de Kiss, parecía ahora haber encontrado su punto exacto sobre las tablas. Acompañado, además, por un grupo y un repertorio ajustado, creativo y entusiasta. Queda claro, apenas el grupo arranca en el San Carlos –como en los shows del 2009– con un “Jumpin’ Jack Flash” que deja al público azorado, y empalma con “El Salmón”, donde la energía acumulada durante el tema de los Stones finalmente estalla en el canto colectivo, que aquel momento óptimo se continúa y profundiza con la banda actual, un tanto más pequeña y concisa. “No sé a quién se le ocurrió abrir el show con el tema de los Stones, son cosas de sala de ensayo y prueba de sonido”, explica Andrés, que confiesa no tener memoria para las letras. “Pero si la tengo, puedo cantar lo que haga falta”, asegura, y el recuerdo viaja hacia aquellos cancioneros siempre a mano en Deep Camboya, para poder seguir grabando y grabando. “Creo que es fundamental cantar canciones contrastadas. Es placentero y se aprende”, asegura. “Aun así es curioso comprobar que la gente conoce mejor ‘El Salmón’ que ‘Jumpin’ Jack Flash’. O nos estamos poniendo viejos o ‘El Salmón’ tenía destino de gloria. Lo más probable es que el público no haya escuchado suficiente rock ‘de toda la vida’, o que aprecien la música en este idioma por encima del rock grande y ajeno.”
Además de una cierta sutileza en la elección del repertorio –que recupera la antiquísima “Ni hablar” y también la delicada “Comida China”, y propone nuevos arreglos para “Todo lo demás” y “Te quiero”, por ejemplo– una de las curiosidades del show son las sucesivas versiones, que aparecen tanto como coda de ciertas canciones, así como por derecho propio, como sucede con “I’ll be there”, en homenaje a Michael Jackson. O una siempre entusiasta versión de “Puente sobre aguas turbulentas”, donde el entusiasmo hace aparecer algo que se podría llamar el Preacher Andy. Y que Andrés prefiere presentar como el espíritu de Wilson Pickett. “¡También ensayamos ‘Karma Camaleón’! Siempre estamos probando cosas en los ensayos”, advierte. “Pero es probable que nos moderemos un poco porque el público no entiende muy bien qué hacemos cantando en inglés”.
Sin los coros y con una guitarra menos, el grupo suena más compacto, pero también se permite dejar espacios en las canciones para que los aproveche el cantante. Sin embargo, ese toque sutil termina sosegando peligrosamente al auditorio. “Si no cantan, pero escuchan en silencio y luego aplauden, también vale. Nadie pretende corear las canciones en los shows del Cigala”, decía Andrés en los camarines. Aunque el arrebatador final del show en Rosario el martes –ante un auditorio que triplicaba al de Junín–, con el público coreando los bises de “Estadio Azteca”, “Crímenes perfectos” y “Flaca”, hizo reflexionar al personal. “Creo que podríamos ofrecer fragmentos más sólidos para el éxtasis colectivo”, escribió Calamaro antes de los shows en Mendoza. “Porque fue muy emocionante ver a tanta gente cantando ‘Crímenes’ o ‘Azteca’, es la consagración de la primavera de los reventados.”
Apenas se ingresa al site oficial de Calamaro (calamaro.com), un curioso samurai con el rostro del cantante luciendo anteojos negros recibe al visitante mientras suena “Los divinos”. Ahí se anuncia el título del disco (Calamaro on the rock) y su fecha de salida a la venta: 1º de junio. “Es una broma de estudio con César Sogbe”, explica Andrés, refiriéndose al ingeniero de mezcla del álbum. “Cuando la convivencia necesita la chispa adecuada, empezamos a brindar con caballitos de tequila y a reírnos con el fotoshop. Nos gustó el contraste de los Ray Ban con el heroico samurai, con un bebé superdotado, con Michael Jackson, con Bin Laden. Tenemos una galería de fotomontajes que nos alegraron las jornadas”. Pero, advierte Calamaro, el samurai siempre será una broma. Para la tapa del disco recurrió a sus compinches de Zona de Obras, que pensaron una estética para prolongar la broma soviética de las Obras Incompletas. “El concepto son los diseños estatales argentinos. El subtexto sería: ¡Devuelvan nuestras riquezas, Imperio! La tapa debería recordar el logo de Gas del Estado. La pensamos en gris cemento, y a último momento la coloreamos con diferentes colores, uno diferente para las distintas regiones donde se edite el disco”, explica, haciendo babear por anticipación a los coleccionistas.
Aunque en los papeles es el sucesor de estudio del exitoso La lengua popular (2007), On the rock funciona más como una suerte de continuidad de Obras Incompletas (2009), y no sólo por la gráfica o la simple sucesión cronológica. “Cuando elegimos canciones para Obras Incompletas, separamos algunas en una carpeta titulada 2REC, o sea: para grabar. Se trataba de canciones sólidas o interesantes que podían, o merecían, grabarse ‘en condiciones’. Así reunimos 77, que les mandé a mis compañeros y a Guido Nisenson. Cada uno eligió sus preferidas. Finalmente nos encontramos todos en Madrid en febrero, y trabajamos sobre catorce tracks para dejarlos en condiciones”.
¿Cuáles fueron tus elegidas?
–No hice mi ranking, esperé las listas de mis compañeros y luego sumé mis peticiones democráticamente. Creo que “Gomontonera” es una de las que sumé a las grabaciones: rock político y acelerado.
Cuando se le recuerda que “Los barcos” había formado parte originalmente de Honestidad brutal, o que “Las tres marías” fue uno de los temas que compuso en Rosario antes de La lengua popular, Calamaro se hastía de tanta exigencia de precisiones. “Son canciones mías y contemporáneas, no hay diferencia entre una canción escrita hace cinco años, hace diez o hace dos meses. Salvo de la diferencia normal que ofrece la variedad”, apunta. “Pero hay una minoría de personas que parece obsesionada con el morbo de adivinar si voy a grabar canciones ‘nuevas’ o ‘viejas’. Una curiosa clase de incondicionales con mecanismos parecidos a los de Chapman asesinando a Lennon después de pedirle un autógrafo, y no es paranoia mía porque me consta que la enorme mayoría del público es sensible, tolerante, generoso y culto. La lengua popular también empezó así: conmigo mostrándole a Cachorro muchas canciones. Pero me pidió seis canciones más, a sabiendas de los colores y el carácter que necesitaba el disco para estar completo. Entonces nos sentamos a hacer canciones, y escribimos una por día. Las primeras tres fueron nominadas para los Grammy.”
Bueno, esta vez no estaba Cachorro para insistirte en componer una canción por día...
–Pero estaba El Langui de la Excepción, un artista social de rap y hip hop, muy querido y respetado en España. Tiene un programa de radio, filmó una película y ganó un Goya al mejor actor revelación y a la mejor canción. Nos conocimos en invierno pasado comiendo en De María, que es mi segundo hogar. Cuando terminamos nos quedamos esperando que nos vengan a buscar en coche, porque Langui tiene parálisis y se mueve con dificultad. Entonces nos paró la policía, mientras grupos de jóvenes no dejaban de sacarse fotos con mi amigo. Incluso los propios maderos se llevaron fotos y firmas de Langui porque a mí ni me veían. Al día siguiente llegó al estudio solo, y escribió y grabó, mientras yo escribía, poseído por la epifanía de Montilla, rimas y rimas. En los días siguientes escribí cerca de treinta textos. Las misteriosas formas de invocar la inspiración.
¿Por qué llamarlo On the rock, si no es lo que se podría llamar literalmente tu disco de rock, sino más bien con todo lo que esté vinculado a eso?
–Me aburre pensar que voy a tener que estar sujeto al juicio frívolo que dicte opinando si este álbum es culpable o inocente de usar el sagrado rock en vano. Es un álbum de rock y no hay discusión y no hace falta que explique por qué. Estoy en paz con el rock, le di mi vida y me la devolvió. Así que los talibanes del rock subdesarrollado se pueden meter su discurso internauta en medio del orto.
Bueno, no quería ponerte a la defensiva, me refería más al hecho de que el rock siempre es más de lo que llaman rock, más que la pose... Pero al ponerlo tan adelante en el título, creía que había alguna toma de posición al respecto...
–No estoy a la defensiva porque el rock, justamente, es más que el cliché o la pose rocker. Pensamos que este título no estaba ‘por delante’ del disco y su repertorio, no es un título ‘cervantino’ como La lengua popular, ni promete honestidad en dosis brutales. Es una broma, porque no es ‘en las rocas’, como el whisky de Isidoro Cañones. Ni ‘on the road’, en el camino de Kerouac. De hecho, la mayoría de las veces no me molesto en dar explicaciones y cuento que On the rock es el nombre de un velero que tengo anclado en el puerto de Marbella. Hasta te podría dar el nombre de mis otros dos barcos, que también estaban ternados como probables títulos del disco. Ahora empiezo a entender por qué Peter Gabriel editaba discos sin nombre...
¿Cuáles eran esos otros dos barcos?
–Podría haberse llamado Flor de samurai, que es un buen nombre para un segundo barco. Pero puestos a elegir entre Flor y Rock, elegimos este último a pesar de la sonoridad dignísima del guerrero. El tercer barco se llama Siete mares, igual que el barco de Iggy Pop, que tiene guardado en San Fernando, cerca de la última lancha de Pappo. Y el de Keith Richards se llama Mandrax, y creéme que llegué a considerar este nombre para el disco.
Como se trata de la primera noche, y hay una segunda al día siguiente, el grupo decide que no habrá salida después del show. Así que las trasnoche se pasa en la habitación del Niño Bruno, gran anfitrión con la música de su I-Pod –Candy Caramelo y Diego García entran en éxtasis escuchando un disco en vivo de Keith Richards–, las cervezas del frigobar, y las fotos del grupo que llenan su laptop. Una sucesión de tomas durante la grabación del disco, mientras Calamaro le explica a Bunbury lo que tiene que hacer en la grabación de “Te solté la rienda”, son las preferidas.
“¡Ah, qué vida tan relajada la del que vive en un hotel!”, escribió Julián Hernández, el cantante de Siniestro Total, en su libro titulado ¿Hay vida inteligente en el rock?, donde revela que la fantasía de los rockeros destrozando cuartos de hotel eso sólo eso, una fantasía. Principalmente porque después se recibe escrupulosamente la cuenta. Y enumera las cosas terribles que sí se pueden hacer durante el paso por un hotel: llenar la bañadera y tirar las toallas dentro. Prender todas las luces y los electrodomésticos y salir sin apagarlos. Encargar el alimento más caro para el cuarto de al lado. Y, agrega Hernández: “Se puede, incluso, en casos de extrema perversión, leer algún libro”. En ese sentido, sin dudas, Bruno debe ser el más perverso de la banda de Calamaro. En su cuarto hay libros de Borges, Vila-Matas y Kink, la biografía de Dave Davies. Y en su blog anuncia que, como para entender más la Argentina le han recomendado Santa Evita, casi no puede esperar a poner el pie en una librería. “Resulta algo inverosímil que un baterista sea el intelectual de un grupo”, se ríe Nisenson, con su libro de Geoff Emerick –el ingeniero de los últimos discos de Los Beatles– bajo el brazo.
Cuenta la leyenda que Guido conoció a Andrés en Le Chavalet, aquel antro de Barrio Norte donde solían tocar los punks del barrio a fines de los ‘70. Ahí tocaba Calamaro con la Elmer’s Band –junto a Gringui Herrera– y también Nisenson con su grupo. Sus caminos se volvieron a cruzar más profesionalmente cuando vino a presentar Alta Suciedad al Gran Rex. Nuevamente la leyenda: le ponen a Andrés una lista de técnicos de sonido para que elija, y el flamante ex Rodríguez escoge a alguien que no está en la lista: “Llamemos a Guido”, dice. Por eso es que Nisenson estuvo en aquella mítica grabación inicial con la que arrancó lo que luego terminaría siendo Honestidad Brutal. “Me acuerdo de Andrés grabando ‘Paloma’ y diciendo: escucho las voces de las multitudes cantándola. Y yo pensaba, incrédulo: ¿quién se va a acordar semejante letra? Cada vez que la gente la corea de punta a punta en los bises me saco el sombrero.”
Además de coproducir On the rock –junto a Calamaro, Candy Caramelo y Rafa Arcaute–, Guido se encarga del monitoreo de escenario desde que Calamaro se fue de gira junto a la Bersuit por España. Cuando se le pregunta si On the rock, por el hecho de que Calamaro al fin vuelva a producirse en un estudio de grabación, no es el final de ese arco de regreso de las selvas camboyanas que comenzó con El cantante, Nisenson aventura que tal vez haya algo de eso. “Porque el regreso es tan largo como ir. Y yo viví ese proceso. Nadie se vuelve loco de la noche a la mañana, y también toma tiempo volver. El retorno es mental, emocional y físico. Algo que empezó discográficamente en ese trabajo, poco a poco, cantando y rebuscando en el material que dejó ese viaje. Y que vino haciendo disco a disco desde entonces, porque aquellos fueron años sumamente prolíficos. Pero se puede ir notando que, paso a paso, vuelve a ser él”. Tanto comentario sobre regresos parece haber cansado a Calamaro, que cuando se le comenta lo mismo sólo señala que no llegó a tanto como comandar en el estudio porque en el momento de arreglos, ensayos y grabaciones estaba “prolijamente” ausente. “Digamos que soy el ideólogo de esta grabación que produce un póker de productores”, señala. Y agrega: “Somos una banda sólida porque nos exigimos, nos gusta ensayar y mejorar. Pero todavía tenemos que seguir ‘regresando’, y es posible que quiera, y tenga, que cantar mientras el cuerpo aguante”.
En un intercambio previo de mails, me contaste que tenés hambre de experimentos, y que por eso On the rock tal vez marque un límite de cierto modelo de canción... ¿En qué estás pensando?
–Ultimamente vengo pensando eso, sí. Pero también es cierto que no sabemos para qué estamos grabando discos. Y es un cuadro de situación que merece un análisis diario, casi. No descarto volver a escribir canciones de rock con melodía pero me gustaría hacer un disco como ejercicio de estilo, algo que me inspiró mi colaboración en los proyectos de Fabián Jolivet, el hermano del Conejo, de los Dulces 16, que recaló en España a fines de los ‘70 y terminó en Londres, Nueva York y Los Angeles. Es también un buen momento para desprenderme de la melodía y la letra, para embarcarme en discos conceptuales. Además, tal como están las cosas, podría seguir tocando sin editar discos, y sobrevivir dignamente. Sin contratos, como Don Draper en Mad Men. Dicho esto, no descarto embarcarme en una próxima aventura discográfica que reúna feeling, amistad y ambiciones. Pero pienso mucho en los cambios que sufrió nuestra profesión en los últimos años. Y no entiendo el desopilante debate sobre la importancia del derecho humano autoral que en España es un debate de alcance nacional.
¿Qué es lo que no entendés?
–Todo el mundo opina sobre el asunto, y las estrategias de la sociedad de autores para cuidar la integridad del derecho siempre fueron muy mal vistas. Allá se vive en permanente debate electoralista y el affaire download llegó al territorio de la política. Lo desopilante para mí es que se opine masivamente sobre cuestiones tan técnicas, como ocurrió acá con la cuestión tributaria de la 125. Porque para formarse una opinión sobre determinadas cosas tenés que ser un especialista o estudiar un poco el asunto, sino sos un reaccionario vomitando estupideces a los cuatro vientos.
El diario se llama Democracia, y es de Junín. Su edición del domingo pasado llevaba ese show de Calamaro en tapa, y lo acercaron a los camarines cuando la banda apenas había terminado de tocar. Recién hecho. Por eso la curiosidad de los presentes, rodeando a un Andrés que recorría en voz alta lo que se suele llamar la primera plana. Pero el asombro por la rapidez dejó paso enseguida al estupor ante la desfachatez de dos titulares, uno debajo del otro. Arriba: “Calamaro conquistó a pura canción” (con foto y todo). Y debajo: “Aumenta el consumo de cocaína en Junín”. Las carcajadas resonaron en los camarines bajo el escenario del San Carlos, y el ejemplar fue disputado como un trofeo.
Pero la humorada –digna de la revista Barcelona o de Capusotto– lleva rápidamente a otras cuestiones más serias, discutidas al lado del afiche de Ricky Martin y la mesa de los dulces del catering. El comentario son las opiniones contundentes que cada vez más se escuchan aquí y allá, y Andrés recuerda el horror de su madre en un almuerzo familiar, repitiendo alguna barrabasada que le había sorprendido escuchar al hacer las compras. Y también rememora el encogimiento de hombros de su padre, asegurando: “Siempre supimos que eran así”. Una noche se sucede a la otra, la banda se despide de Junín con un brindis en el que Calamaro anuncia que la gira que acaba de empezar allí los llevará, en septiembre, a Londres. Y lo que sigue es Rosario, el martes, y luego Mendoza, este fin de semana. Pero por mail, unos días mas tarde, Andrés accede a explayarse un poco mas sobre el asunto. “Cualquiera que lea los periódicos online, o publicaciones virtuales, se habrá encontrado con los repugnantes cometarios de los lectores. Clarín no necesita de comentarios porque están envenenando la opinión desde las tapas del diario, pero los comentarios ‘espontáneos’ de Crítica son tan reaccionarios como los de La Nación. Y no puede considerarse una minoría microscópica al grueso de los internados online, con sus reacciones contra Maradona, León Gieco o Hebe de Bonafini. Son un lamentable cuadro de situación protofascista en el encefalograma diestro del pueblo opinador, que tiene muy poca memoria y una capacidad de análisis que no podría competir con la de un chimpancé.”
¿Qué pensás que se puede hacer mientras el mundo parece torcerse hacia la derecha? Además de tocar en una banda de rock, como decían los Stones, claro...
–Ultimamente siento que perdimos la cuarta guerra mundial. Hace diez años estabamos hablando de una tercera vía de pensamiento para cuestiones profundas y complejas. Pero el asunto vasco, el ultracapitalismo, los poderosos cambiando figuritas que son los medios de comunicación y empresas múltiples perfectamente metidas en nuestros hogares con furia, la transformación de la cultura, la solidaridad brillando por su ausencia mientras mueren humanos como moscas, la debacle ecológica, etc... El enemigo es muy grande y estamos con la mierda hasta el cuello. Nosotros tenemos que aferrarnos a nuestros valores y a la verdad, darse cuenta un poco todos los días y discutirlo. No pensar que nuestra opinión no sirve para nada, ni reducir la progresía a debates infantiles que discutan la importancia de suspender las corridas de toros. La última trampa de la progresía es no ser progresista, difrazarse con algun cliche “anti-algo” y participar en el coro ultraconservador... ¡a veces sin darse cuenta!
Andrés Calamaro presenta On the rock el 17 en La Plata, el 24 en Posadas y el 11 de junio en el Luna Park, en Buenos Aires.
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