› Por Rodrigo Fresán
Calamaro hay uno solo. Y tal vez por eso hay varios Calamaros en Calamaro. El tiempo corre, los discos giran, el cantante canta, y a mí siempre me pareció que la obra solista (pero siempre tan bien acompañada) de Calamaro podía dividirse en dos grandes bandos nunca enfrentados, siempre complementarios, en los que el Dr. Calamaro y Mr. Calamaro coexisten sin molestarse y se dan la mano y la garra.
Por un lado, pienso, están los álbumes de género y/o sonido: Hotel Calamaro o el flúo-pop, Vida cruel o el glam-romantic-palermitano, Alta suciedad o el urban-studio-de luxe, El salmón o el kurtz-sensurround, El cantante o el cover-discover, Tinta roja o el tango-milenarista, y El palacio de las flores o el retro-futurismo memorioso.
Y por el otro lado están los álbumes de letra y/o música: Por mirarte, Nadie sale vivo de aquí, Honestidad brutal, La lengua popular y, ahora, en la legalidad callejera y el huracanado deseo de On the Rock. Es decir: discos de Calamaro que tratan sobre el fino arte de diseccionar canciones. CSI Calamaroland. La canción como cuerpo al que arrancarle no un cómo murió sino un cómo no morir nunca. La canción como tema. La canción como teoría y práctica. Canciones para mirar y para cerrar los ojos. Rock que no se derrite (¡Calamarrock!) porque lo suyo es la redonda eternidad del glaciar que se ríe del calentamiento global, y no lo pasajero y cuadrado de un cubito de hielo.
Y me pregunto si habrá alguien que sepa más del misterio que mueve y aquieta las canciones que Calamaro. Y me respondo que no. De pie sobre una roca, a la hora de escribir y describir canciones, Calamaro lleva desde hace años la voz cantante. Calamaro es El Señor de las Canciones. Y vuelve a demostrarlo en On the Rock, donde la sofisticación hipnótica de “Todos se van” y “Los divinos” convive con el ladrido mordedor y canchero (de cancha) e himnótico (de himno, de himno nacional-universal) de “El perro” o los cantos de guerra de “El pasodoble de los amigos ausentes” y “Flor de samurai”, sin por eso privarse de actuar como sentido médium de José Alfredo Jiménez en el standard “Te solté la rienda”.
Desde el inicio opulento y ambarino de “Barcos” y “Te extraño”, pasando por el lamento elegante de lounge-lizard en “Insoportablemente cruel”, hasta el final con el rodriguezismo redux de “Me envenenaste” y a la urgencia crítica-crisis otra vez politizada de “Gomontonera”, On the Rock es un/otro viaje. Un nuevo ascenso al fondo de ese lugar en el que Calamaro se zambulle y se sumerge y sale a la superficie con un nuevo puñado de canciones profundas.
Doce nuevos capítulos para la novela de una obra.
Letra y música y todo lo demás también.
Todos se van, sí, pero –como una roca firme en un paisaje con demasiadas piedras que ruedan– Calamaro permanece.
Este texto de Rodrigo Fresán estará incluido en el cuadernillo que acompañará al CD.
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