Dom 09.05.2010
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El Rey en sus dominios

Mientras el mundo se preparaba para ver en Zaire la pelea del siglo, en la que un Alí de 32 años buscaba recuperar el título mundial que el gobierno norteamericano le había quitado por negarse a ir a Vietnam, se organizaba al mismo tiempo un recital que devolvería a Africa a los mejores músicos afroamericanos. Una parte (la pelea), con sus internas, postergaciones, tensiones y bravuconadas, fue documentada en el extraordinario When We Were Kings. Pero ahora, El poder del soul, dedicado a ese recital en el que estuvieron todos, de BB King y James Brown a Celia Cruz y Miriam Makeba, viene a completar el retrato de ese 1974 en el que Africa reclamó su corona en las dos categorías más pesadas de la segunda mitad del siglo: el deporte y la música.

› Por Mariano Kairuz

Un enorme cartel indica en letras blancas sobre verde: “El Poder Negro se busca en todas partes, pero aquí ya se ha vuelto realidad”. Aquí viene a ser Kinshasha, capital de Zaire (hoy República Democrática del Congo) y la afirmación es por lo menos polémica, ya que la imagen del cartel corresponde a material de archivo de 1974, cuando el dictador Mobutu cumplía la primera de sus tres décadas en el poder. Aunque ése –el de la brutal represión que ejerció Mobutu– es un tema que fue explorado en el impresionante documental When We Were Kings (1996), que puede verse cada tanto en el cable. Estas imágenes de Kinshasha corresponden a otro film, titulado Soul Power, que pasó por el Bafici el año pasado y acaba de llegar al DVD como El poder del soul. Completado dos años atrás por el director Jeffrey Levy-Hinte, Soul Power funciona como complemento de When We Were Kings –que dirigió Leon Gast y se llevó el Oscar a mejor documental–, porque está armado con material que fue registrado en la misma ocasión: la puesta simultánea de dos eventos, el Rumble in the Jungle –la legendaria pelea entre Muhammad Alí y George Foreman– y tres días de shows musicales con estrellas como James Brown, Miriam Makeba, B.B. King, Celia Cruz, Bill Withers y otros. Podrá discutirse la decisión de organizar estos espectáculos de proyección internacional en un país que se encontraba bajo una dictadura sangrienta, pero la idea de Poder Negro fue irradiada con energía y una convicción asombrosa desde el cuadrilátero y desde los escenarios, como lo prueban estas películas que ahora forman un díptico.

En rigor, en el principio fue la pelea, organizada por Don King. Los organizadores de la serie de recitales que pasarían a llamarse Zaire ‘74 fue del músico Hugh Masekela y el productor Stewart Levine, que negociaron con King para combinar ambos eventos y buscaron la financiación. Los músicos participantes se plegaron a la propuesta con convicción, o eso al menos indican los testimonios filmados, donde se habla de una vuelta al hogar, “a la raíz de todo”. “Estamos volviendo aquí con aquello con lo que nos fuimos, además de las influencias que sumamos viviendo donde sea que vivimos durante los últimos 400 años –dice Withers–. Volvemos en la misma forma pero con otros lugares encima. Mientras tanto, los músicos africanos han evolucionado a partir del punto en el que nosotros estábamos cuando nos fuimos, así que nosotros hemos evolucionado en una esquina, y ellos en otra. Y ahora volvemos y vamos a escucharnos unos a otros y yo sé que voy a volver a casa sabiendo algo.” James Brown aborda con ingenio el aspecto comercial del proyecto: “Cuando un hombre hace algo que involucra a gente negra, y motiva a la gente negra, genera dólares. Y de eso se trata esto, de dólares: es imposible alcanzar la liberación si uno está en bancarrota”. También Don King se hace presente –en la presentación para la prensa en el Waldorf Astoria de Nueva York y en Kinshasha–, con su inconfundible cepillo capilar erizado, decidido a sumarse a las declaraciones de reafirmación política y cultural con que se promocionó el doble espectáculo. “Pienso en nosotros –dice King–, como gente que fue abandonada en el desierto. Nos desterraron y nos echaron en el desierto con paracaídas. Sabemos que tenemos un hogar en algún lugar, pero ¿dónde? Así que todavía tenemos los mismos sentimientos, los mismos lazos, sabemos que este hogar está en nuestro interior y que alguien está pensando parecido a nosotros. Sabemos que adentro, en lo profundo, a través de los años y a pesar de que muchos de nosotros murieron, todavía sabemos que esos lazos están ahí, en algún lado.”

El director de El poder del soul, Levy-Hinte, conocía el material disponible muy bien: él fue uno de los montajistas que trabajó sobre buena parte de las desbordantes 125 horas de filmaciones a partir de las cuales se dio forma a When We Were Kings, y por lo tanto sabía que en ellas se alojaba al menos otra película posible. Para Levy-Hinte el proyecto funciona también como una suerte de reparación para con un recital que no es recordado como debiera: “Creo que, en cierto modo porque la película no estaba terminada y los álbumes no fueron lanzados, el impacto del evento siempre quedó truncado. Siempre me pregunto qué hubiera sido de Woodstock sin la película y las grabaciones. Tal vez no hubiera sido otra cosa que un montón de hippies afirmando que una vez sucedió una cosa asombrosa, pero si se convirtió en un evento cultural icónico fue precisamente por la manera en que fue distribuido a través de los medios, una trayectoria que Zaire ‘74 no tuvo”.

El Rumble in the Jungle finalmente no ocurrió al mismo tiempo que el recital, porque cuando ya todo se encontraba en marcha George Foreman se lastimó un ojo y la pelea del siglo debió posponerse unas semanas. Ali, que por entonces tenía 32 años, tenía bastante en juego en esta pelea: era su oportunidad de recuperar el título mundial que había perdido cuando el gobierno norteamericano le quitó su licencia para pelear en 1967, al resistirse a ser reclutado para combatir en Vietnam. (Ali había argumentado objeción de conciencia, una postura relacionada con su unión a la Nación del Islam en 1964, cuando cambió su nombre familiar Cassius Clay por el que lleva hasta el día de hoy.) Así como When We Were Kings dejaba de lado el concierto, presentándolo solo al pasar, en clips fugaces (y organizando el material de archivo con entrevistas a Norman Mailer, George Plimpton, Spike Lee y el biógrafo de Ali, Thomas Hauser); Soul Power propone la operación inversa. Pero Alí vuelve a estar ahí, inevitablemente, y es increíble cómo la fuerza de su figura vuelve a apoderarse de la película aunque sus apariciones duren unos pocos minutos. Alí vuelve a marcar el espíritu de la película con su gracia imbatible, su militancia vociferante, su sentido del humor. Diciendo cosas tales como que “las moscas son más rápidas acá en Zaire que en los Estados Unidos. En América comen mucho, son haraganas. Tienen demasiado para comer. Estas moscas no consiguen mucho para comer, así que se mantienen hambrientas y ágiles”. O que “Nueva York es mucho más una jungla que acá. La policía llega con sus pistolas calibre 45 y sus perros, a cada minuto hay un homicidio, robos, violaciones, o alguien que les dispara a doce personas desde un techo. Siempre pasa algo. Esto es tan tranquilo. La verdad es que los salvajes están en Norteamérica”. En los años en que estuvo en la cima, la rapidez con que se movió sobre el cuadrilátero se replicó en cada entrevista (y en sus increíbles insultos rimados a sus contrincantes, una forma de provocación favorita), lo que hizo de él un personaje cinematográfico hipnótico: no por nada es una de las figuras a las que –además del intenso biopic de Michael Mann con Will Smith e incontables especiales televisivos– más documentales se le han dedicado: a When We Were Kings deben sumarse los recientes Facing Ali (un homenaje de diez de sus ex rivales) y Thrilla in Manila (que cuenta un presunto costado oscuro desde el punto de vista de su contrincante Joe Frazier), y el épico y político Muhammad Ali, The Greatest, realizado por William Klein en 1969 pero rescatado por festivales (incluido el Bafici) en los últimos años. Y, ahora, también El poder del soul, donde cada intervención suya es, aunque fugaz, Alí puro, abajo del ring como arriba: ligero como una mariposa, filoso como el aguijón de una abeja.

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