ARáOZ Y LA VERDAD: FúTBOL, DERROTAS Y LEYENDAS DE BARRIO
Después de aquella celebrada y polémica escena en la cancha de Huracán promediando El secreto de sus ojos, la segunda novela de Eduardo Sacheri volvió a tener el fútbol en su centro. Ahora, inspiró una obra de teatro que transcurre en los arrabales del fútbol: un ídolo quebrado, un partido mítico, una jugada impensada y destinos que descarrilan para siempre.
› Por Juan Pablo Bertazza
Es difícil pensar que en otro país del mundo se hubiese creado y mantenido un programa como Atlas, la otra pasión, que sale en Fox Sport y consiste en una especie de reality show reconcentrado en el aspecto más humano de los dirigentes, jugadores, hinchas y utileros de aquel club de fútbol de General Rodríguez. Esa atracción por el derrotismo que generaba el, en aquel entonces, último equipo de la última división del fútbol argentino –un cuadro que lejos de sostener el mundo, casi parecía caerse de él–, sólo podía darse en un país donde el tango es una de sus máximas banderas. Lo mismo había sucedido, un par de años antes, con Luna de Avellaneda, aquella película de Campanella que nos mostraba el ocaso de un club de barrio que había tenido su ratito de esplendor en los carnavales de 1959, cuando el Club Social y Deportivo Luna de Avellaneda era famoso más por lo social que por lo deportivo. Aráoz y la verdad –obra de teatro dirigida y adaptada por Gabriela Izcovich, a partir de la segunda novela de Eduardo Sacheri, la primera se hizo luz y se volvió El secreto de sus ojos– apunta hacia lo mismo y también podría haberse convertido en un éxito cinematográfico de Campanella.
Protagonizada por Luis Brandoni y Diego Peretti, la obra tiene el doble don de atrapar al público con el dulce de la derrota y recorrer esa pasión de multitudes que es el fútbol pero desde lejos, es decir, bordeando el terreno de juego y sin caer en algunos de los vicios de esa agotadora relación, salvo honrosas excepciones, entre el fútbol y la literatura que el propio Sacheri visitó en sus relatos tempranos de Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol y Lo raro empezó después, cuentos de fútbol y otros relatos.
Un hombre baja solo en un andén de un pueblo perdido en la nada, hasta que se encuentra con otro hombre y le dice que viene a hacer una represa hidroeléctrica. Pronto, nos enteramos de que esto es mentira porque, al rato, estamos en la YPF del pueblo –la escenografía de esta obra es notable, y expresa hasta las últimas consecuencias el placer que nos genera la derrota–, donde el impostor (Peretti) pregunta por Fermín Perlassi, un jugador de fútbol al que supuestamente quiere entrevistar para la revista El Gráfico. “Si busca a Perlassi póngase en la fila, porque son muchos los que lo esperan, no le debe plata, ¿no?”, le responde y repregunta el también supuesto encargado de la estación, de supuesto nombre Lépori, quien lo invita a quedarse unos días en una habitación inmunda hasta que el olvidado jugador de fútbol regrese de su viaje. Aquella mentira sobre la represa hidroeléctrica será el puntapié inicial de una serie de mentiras que irá desmintiendo ese mismo hombre que, luego sabremos, se llama Ezequiel Aráoz, mentiras sobre los motivos de su visita, mentiras sobre su vida amorosa. Ese desnudarse de historias falsas, marca un contrapunto más que interesante con su imperiosa necesidad de conocer la verdad. La verdad de su vida que, dadas las circunstancias fracasadas de su presente, se reduce a averiguar de una vez por todas qué fue exactamente lo que pasó en esa extraña jugada en un partido contra Lanús que decidió el estrepitoso derrumbe de su equipo, el deportivo Wilde. En tiempo de descuento de ese partido en el que Wilde debía sacar al menos un empate para no descender de la máxima categoría, Perlassi –la estrella del equipo, un número cinco intratable–, dejó que el tanque Villar de Lanús se mandara solo a toda velocidad, sin ni siquiera intentar hacharlo en los tobillos, como era su costumbre, permitiendo que el delantero clavase la pelota en el ángulo generando no sólo el descenso a la B de Wilde, sino también a las otras categorías para terminar desapareciendo, una especie de exageración de lo que sucedió hace unos años con Ferro.
En el tiempo que dura su lamentable estadía en el pueblo, Aráoz trata de sonsacarle a su interlocutor las razones de ese descuido que algunos interpretaron como uno de los primeros casos de coima del fútbol argentino, al mismo tiempo que se va creando una relación de odio y amor con Lépori (un excelente Luis Brandoni), que sabe mucho más de lo que está dispuesto a decir, pero que poco a poco empieza a largar data importante, como por ejemplo el hecho de que el Tanque vivió y murió en ese mismo pueblo.
Con un final antológico –teniendo en cuenta el de La pregunta de sus ojos, parece que Sacheri pone particular atención en los finales–, y un abuso de querer hacer reír que no concuerda con la esencia y la atmósfera que generan sus actores, esta obra que escenifica un pacto entre caballeros, puede ponerle a más de uno la piel de gallina. Sin importar de qué cuadro sea.
Aráoz y la verdad se da en Paseo la Plaza (Av. Corrientes 1660), sala Pablo Neruda, miércoles y jueves a las 20.45, viernes a las 21, sábados a las 20 y 22, y domingo a las 20 con localidades desde $ 80.
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