Mujeres al borde de nervios
El libro: Las horas, una excelente novela literaria. Las protagonistas: tres mujeres en tres momentos históricos diferentes, apenas conectadas por otro libro, La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Sus temas: la homosexualidad, los nuevos vínculos, el suicidio y el incesto. La sorpresa: que Hollywood la filmara apenas dos años después de su publicación, y que además contratara a Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman para protagonizarla.
Los riesgos: todos (incluido el uso de una nariz postiza). El resultado: premios a granel, una actuación soberbia de Kidman y nueve merecidas nominaciones para los Oscar.
› Por Mariana Enriquez
Las horas es una novela tramposa. Qué tentación tan grande llevar a la pantalla un libro tan bien ejecutado, con final sorpresa para nada forzado, con tres papeles ideales para actrices/divas, un melodrama moderno protagonizado por Virginia Woolf, un ama de casa de los años cincuenta y una espléndida lesbiana neoyorquina del siglo XXI. La novela de Michael Cunningham es tramposa porque hace que todo lo anterior fluya con suma facilidad: el libro se lee en un fin de semana, y se relee inmediatamente. Parece sencillo. Los monólogos interiores, los episodios que se conectan, las pistas, las referencias literarias nunca se convierten en un texto impenetrable. Ni siquiera hace falta saber mucho sobre Virginia Woolf o La señora Dalloway, la novela de Virginia Woolf que Las horas recrea y en la que se inspira, para disfrutarla. El director Stephen Daldry y el guionista David Hare cayeron en la tentación, y con ellos Nicole Kidman, Meryl Streep y Julianne Moore, quizá las actrices más dúctiles de Hollywood. Y juntos se metieron en un berenjenal del que salen alternativamente bien y mal parados. Lo bueno es que Las horas (la película) asume riesgos e intenta algo diferente en el tedioso mainstream de la fábrica de sueños. Lo malo es que Las horas (el libro) es, como suele suceder, mucho mejor.
La película comienza con el suicidio de Virginia Woolf, cuyo espectro guía las acciones y omisiones de las mujeres bajo su embrujo. Enseguida se presentan las tres protagonistas y los tres planos de narración. En el 2001, Clarissa Vaughan (Meryl Streep), una editora lesbiana que vive con su pareja y su hija en un departamento estupendo del West Village, está organizando una fiesta para Richard (Ed Harris), su mejor amigo y ex amante, un poeta y novelista de vanguardia que está a punto de recibir un prestigioso premio a la trayectoria. Richard tiene sida, y aunque físicamente no se encuentra demasiado afectado, los medicamentos no llegaron a tiempo para salvarle la mente, y se está volviendo loco. En 1923, Virginia Woolf (Nicole Kidman) trata de recuperarse de su propia demencia en Richmond, y esboza las primeras líneas de La señora Dalloway mientras espera a su hermana Vanessa (Miranda Richardson), que viene a tomar el té. En 1951, Laura Brown (Julianne Moore), embarazada, empieza el día leyendo La señora Dalloway y después baja a la cocina de su casa de Los Angeles para preparar, junto a su hijo, una torta de cumpleaños para el marido, héroe de guerra. La película es tan sólo un día en la vida de las tres mujeres, tal como La señora Dalloway era un día en la vida de la señora Dalloway. Y las tres mujeres están relacionadas mucho más estrechamente de lo que sugiere este planteo.
El guionista David Hare explica que tuvo que encontrar su propia forma de conectar las historias, de encajar las piezas. El libro elige que se encadenen lentamente, usando capítulos, cada uno con el punto de vista de cada una de las mujeres, hasta el imprevisible y melodramático final. El rompecabezas se construye con toda eficacia, pero con mucha sutileza. Daldry y Hare eligieron otro camino: encadenar a través de analogías y repeticiones visuales. Los primeros minutos de Las horas son abrumadores. Esto es: una mujer se hunde en el río en 1941. Una mujer se despierta en Nueva York en el 2001. Otra se despierta en Los Angeles, en 1951. La suicida del principio se despierta, más joven y angustiada, en 1923. Las tres se quitan un mechón molesto de la cara con el mismo gesto. Un respiro y vuelta a tres huevos rotos en los tres años por las tres mujeres o alguien de su entorno. Uno más y las tres tienen un ramo de flores en sus manos. Otro respiro y Virginia Woolf se acuesta junto a un pájaro muerto pensando en la muerte, corte a Laura Brown acostada en un cuarto de hotel pensando en la muerte, casi fundido de ambos rostros. Daldry y Hare confunden solidez con precisión. Las horas es un melodrama, pero funciona con toda la contención de un mecanismo de relojería, y eso le quita emoción. Cuesta que conmueva con tanto despliegue técnico. El guión enfatiza cada guiño hasta la saturación, y la película se vuelve mucho más rígida que la novela. Para colmo, Philip Glass ofrece una banda sonorarepetitiva a todo volumen que pretende dar idea de continuidad, pero consigue jaquecas más tremebundas que las que sufría la desdichada Virginia.
Hay que decir que el monólogo interior (el “fluir de la conciencia”) no es material fácil de trasponer al cine. Las horas (la novela) lo usa, tal como lo usaba Virginia Woolf. Marleen Gorris (Memorias de Antonia) lo intentó en su versión de La señora Dalloway usando flashbacks y voz en off, y el resultado fue convencional y tedioso. El guionista David Hare decidió a priori no utilizar ni voz narradora ni flashbacks, para evitar lugares comunes. Por eso, para explicitar lo que sienten los personajes y su pasado, introdujo con mucha elegancia pequeños diálogos reveladores. Con Clarissa y Virginia funciona a la perfección, porque tienen compañeros con los que interactuar; en el caso de Virginia, su esposo, sus sirvientes, su hermana, sus sobrinos; en el de Clarissa, su hija, su pareja, sus amigos. Pero Laura Brown está casi todo el tiempo sola, acompañada de su hijo de tres años. El libro se toma su tiempo para mostrar que esa mujer profundamente infeliz que lee La señora Dalloway el día del cumpleaños de su marido, atrapada en el baby-boom y la insípida vida hogareña, es una mujer que sospecha ser inteligente, que quiere conseguir algo grandioso, algo, no sabe qué, pero sí sabe que no lo logrará en esa casa de juguete preparando una torta, y también sabe que tiene el coraje para abandonarlo todo, en más de un sentido. En la película, parece que sufriera porque... ¿lee? ¿Porque no leva la torta? No es culpa de Julianne Moore, que está estupenda en el escaso margen con el que cuenta para expresar esa angustia que la excede. Todas las escenas de los años cincuenta piden a gritos una aclaración, y Hare no se las puede arreglar para ofrecerla.
Aunque lo intenta, Las horas no es un film deslumbrante. Tampoco es un desastre. Puede lanzar a cientos en búsqueda del libro, lo que está muy bien, porque la novela es excelente. Y puede desde allí disparar un espiral de renovado entusiasmo por la obra de Virginia Woolf, siempre oportuno. Es elogiable que se trate de mujeres, con personajes fuertes y complejos, toda una rareza en Hollywood. Y no es poco introducir temáticas como nuevos vínculos, suicidio, independencia femenina, lesbianismo e incluso incesto en tan conservadora industria. Han hecho una concesión, sin embargo. Las horas (la novela) tiene un centro: el tema gay. En la película aparece cortajeado. Faltan personajes como Mary Krull, la novia de la hija de Clarissa, una lesbiana feminista radicalizada; falta un amigo gay frívolo y encantador que es la contraparte del lúgubre Richard; falta una estrella de Hollywood que salió del closet y perdió su estrellato. Quizá el recorte se deba a un intento de que la película sea lo más comercial posible, teniendo en cuenta que empieza con un suicidio y se apoya en historias de miedos, frustraciones, abandonos y amores perdidos, cuestiones no precisamente menores. Es probable que agregarle además la reflexión sobre la cuestión gay hubiera sido demasiado, teniendo en cuenta que ni Hare ni Daldry se atreven a la ironía e incluso al humor negro que se permite Cunningham. De un libro que, además de ser sobre La señora Dalloway es sobre nuevos vínculos (ver nota aparte), obtuvieron un film sobre mujeres, sobre un mundo sin hombres, sobre la trascendencia de la vida cotidiana. Un poco como Todo sobre mi madre, pero con menos sentido del humor. Por momentos, dan ganas que este guión hubiera caído en manos de un Pedro Almodóvar en pleno ataque de lucidez.
Teniendo en cuenta las capas de significado, lo intrincado de aquello que parecía sencillo, Las horas es fallida, pero interesante. Daldry es un artesano quizá demasiado escrupuloso, pero con chispazos de calidad, sobre todo cuando permite que su elenco se luzca. Las horas está hecha para que las divas se luzcan, y ellas cumplen. Meryl Streep exuda melancolía, torpeza y dignidad. La siempre eficiente Julianne Moore, sin embargo, está bastante desaprovechada: una escena central del libro, cuando se hospeda en un hotel durante algunas horas para estar sola, es, inexplicablemente,apenas una viñeta en el film. Es Nicole Kidman la que se lleva la ovación, tanto que las escenas de Virginia Woolf son las más notables de la película. Kidman no tenía ninguna necesidad de ponerse una nariz prostética y encarar la engorrosa tarea de interpretar a un icono de Gran Bretaña, el feminismo y la literatura. Por eso su gran interpretación es tan valiosa, porque meterse con Virginia Woolf es un verdadero terreno peligroso. Kidman no tiene opciones: es el éxito o el ridículo. Y sale airosa componiendo a una mujer de inteligencia feroz y enorme inseguridad, una mujer que se siente (se sabe) superior a los meros mortales, pero envidia profundamente a su hermana sana que puede asistir a todas esas fiestas que le tiene vedada la locura. Al principio, parece caer en cierto estereotipo de interpretación “loca” pero, cuando se suceden las escenas, Kidman ofrece un arco que logra que ese icono excéntrico de intelecto único parezca una persona. La regla de los Oscar indica que la estatuilla se la lleva quien interpreta a un enfermo o a un loco. Kidman se atiene a la regla y, además, se merece el premio.
Las horas logró ubicar allí, entre la última de Nicholson y la última de Scorsese, una suerte de genealogía extravagante y temeraria, una película que se interroga sobre la locura y la infelicidad, y que propone atesorar esos momentos que parecen la felicidad, porque son la felicidad. Está muy por encima de Náufrago o Una mente brillante, por citar sólo algunas de las superficiales tonterías que fueron tratadas como películas importantes. Quizás haya que volver a la novela para definir el film. Michael Cunningham describe la frustrante experiencia del ama de casa y su fallido intento de hornear la torta perfecta así: “Laura es un artesano que hizo un intento público y fracasó. Ha fabricado algo simpático, cuando lo que deseaba (es embarazoso, pero es cierto) era fabricar algo bello”. Daldry y Hare intentaron fabricar algo perfecto, y no lo lograron. Pero no fracasaron: la película no tiene nada terriblemente malo. Es sólo que se esfuerza demasiado por ser más grande, más significativa y más profunda de lo que en realidad es.
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