PERSONAJES > PAUL BETTANY, EL ESPECIALISTA EN MORBO RELIGIOSO
› Por Mariana Enriquez
Hace varias semanas que los cines locales exhiben Legión de ángeles, la película del mago de los efectos especiales Scott Stewart, un veterano de ILM de George Lucas. Legión... es tan mala que dan ganas de suspender la producción de películas por, digamos, diez años, hasta que alguien vuelva a ser capaz de pensar. Resulta que Dios se cansó de los humanos y para exterminarlos manda a sus ángeles. Uno de ellos, un grosso, el arcángel Miguel, se arrepiente ni bien cae a la Tierra (es decir, a Los Angeles... ¡puf!) y decide defender a la especie que se salvará si vive un niño que flota en el vientre de una mesera que atiende un diner en el desierto de Mojave (un niño que ella pensaba abortar). Los ángeles, por un motivo impreciso, toman cuerpos de humanos en plan zombi, de modo que los resistentes los revientan a tiros para matarlos. En fin, una estupidez que podría ser divertida, pero no lo es porque... ¡no se puede matar a un ángel con una metralleta! Y son deprimentes estas extrañas fantasías republicanas de fin del mundo, armas y pro-life.
Pero tiene algo Legión...: lo tiene a Paul Bettany como el arcángel, todo tatuado (el cielo de esta película es rarísimo), con un saco gris divino, los pómulos sobresalientes, las cejas inexistentes, una torre de marfil rubia que, hay que decirlo, elige bien en tanto physique du rôle, pero no da con un guión ya no digamos bueno sino apenas sensato. Bien la escena de pelea entre Miguel y el arcángel Gabriel (Kevin Durand, el malo Keamy de Lost), no tanto por las patadas y los vuelos –están buenas las alas, eh– sino por una cuestión involuntaria: es terriblemente homoerótica, con acercamiento de bocas al borde del besote, mucha mirada a los ojos, mucho “te amo” (porque son ángeles, ¿no?), al punto que cuando Gabriel saca un arma intimidante que está entre la maza y el objeto sexual, uno dice: “Epa”.
En Legión..., Paul Bettany está hermoso en su especialidad de héroe/villano de thriller religioso: ya lo había hecho en El código Da Vinci como Silas, el monje Opus Dei albino que se flagelaba en una escena que cachondeó a muchos más de los que se atrevieron a admitirlo. Acá también se flagela cuando se corta las alas al caer y después se cose la herida: se ve que ha tomado nota de que su costado masoquista-católico funciona. Es todo muy raro. También es raro que sea tan rubio y tan sexy: el otro capaz de una proeza así es Sting, con el que Bettany comparte aire de familia. La que se dio cuenta fue Jennifer Connelly, su señora esposa. Acá nadie pierde tiempo.
Paul Bettany probó otros territorios antes de especializarse en el thriller religioso (su próxima película es Priest, basada en un comic coreano, donde hace de un cura bueno que persigue por el desierto a vampiros liderados por un cura satánico). Seguramente será mala porque la dirige Stewart, pero Bettany está espectacular en el poster con una cruz grabada en la fuente. Una pena que no le haya caído la adaptación de Hellblazer, el gran comic de Vértigo: el personaje de John Constantine, que parece escrito para él, le cayó a Keanu Reeves en otra película horrible (las oportunidades perdidas se apilan de una manera tan colosal que dan ganas de rendirse y decir chau, el cine se terminó, volvamos a contarnos cuentos alrededor del fuego).
Mejor volvamos a Bettany. Probó otros territorios, decíamos. Fue Geoffrey Chaucer en Corazón de caballero (2001) junto a Heath Ledger; el papel le queda perfecto, usa otro saco fabuloso –Bettany es muy estrella de rock– y tiene un desnudo de espaldas interesantísimo. Es muy alto Bettany, más de 1,90, muy blanco, muy inalcanzable: por eso lo eligen para tanta cosa rara como la alucinación de Russell Crowe en Una mente brillante, Darwin en Darwin (2009), uno de los muchos rubios de Dogville de Lars von Trier (2003), el naturalista de la tripulación de Russell Crowe en Capitán de mar y guerra, o el jugador de tenis de Wimbledon, (2004) una comedia romántica que le quedaba sorprendentemente bien, y eso que no es precisamente un inglesito simpático; o, de forma más predecible, un noble inglés de época como el Lord Melbourne que hace en La joven Victoria, biopic de la reina que también se puede ver ahora mismo en cines.
Algunos aventuran que Bettany elige los papeles que elige últimamente porque tiene un mambito religioso. Pero resulta que él se define como ateo, y en realidad el papel que aceptó con seriedad militante fue el de Darwin, porque vive en Estados Unidos con su hermosa esposa y allí se enteró de que el pueblo norteamericano tiene problemas con aceptar la legitimidad de la teoría de la evolución. Entonces quiso poner un granito de arena. Pero al mismo tiempo se entrega al oscurantismo con jovialidad: “Hago esas películas para divertirme, es imposible tomárselas en serio”, dice.
Y, la verdad, a relajarse: son una porquería estas cosas de ángeles y hombres, pero mientras esté Paul Bettany, este hombre tan extraño y tan magnífico –y especialmente si está con sandalias y con el torso desnudo y ensangrentado–, que sigan los bodrios: ver toda su pálida gloria es un placer.
Ah, y antes de terminar: ¿Silas no puede resucitar para un Código Da Vinci 2? ¡Vamos, un esfuerzo, que Dios es topoderoso!
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