CINE > V, BRIGADA A Y KARATE KID: POR QUé NADIE PUEDE REGRESAR CON DIGNIDAD A LOS ’80
› Por Mariano Kairuz
El regreso a los ’70 que hizo el cine de los ’90 fue más o menos sofisticado, con Boogie Nights llorando el fin del porno en fílmico y Tarantino regurgitando toda la clase B de su adolescencia –del blaxploitation a las artes marciales– con soundtrack exacto y precisión nerd. Los resabios de la época recibieron luego el único tratamiento que les cabía: la reinvención paródica. No había manera sensata de volver a Los Angeles de Charlie o a Starsky & Hutch. ¿O alguien se acuerda de SWAT con Colin Farrell?
No mucho después volvieron los ’80, una de las piezas más valiosas del mercado de la nostalgia berreta, ahora que los adolescentes de entonces ya tenían su propio dinero para desperdiciar. Durante los últimos años, los canales de cable fueron reestrenando los “clásicos” como El Auto Fantástico con publicidades que apelaban a la ironía y a la memoria emocional. El mercado probó ser grande y redituable, y ocurrió lo inevitable: todo objeto de culto ochentoso protagoniza hoy el rumor de su remake. La gran pregunta que todavía ninguna de las películas que lo explotan parece estar en condiciones de responder es qué significa volver a los ’80. ¿Hay un mundo ahí que vale la pena extrañar? Lejos del homenaje retro, Watchmen, la película, eligió anclarse en los años del comic de Alan Moore para retratar en toda su miseria la vida bajo Thatcher, los reaganomics y la Guerra Fría. Oscura, amarga, su fracaso comercial fue sonoro. Así que puede que lo que se nos está vendiendo ahora con tanta alegría no sea sino el fantasma de los ’80, y que los verdaderos ’80 estén tan muertos como Michael Jackson y Gary “Arnold” Coleman. Que aquélla no sea sino una década maldita y mejor dejarla descansar en paz.
Pero la operación retorno está en marcha y consiste en recuperar leitmotiv, merchandising, nombres propios: pura superficie. El único que se animó a una remake conceptual de un gran éxito fue Michael Mann, que tomó su propia y más famosa creación, División Miami, y la reiventó a partir de unos pocos de sus componentes, en una película moderna, muy buena, con toda la espectacularidad y hasta buena parte del tenor graso del original. El relanzamiento de franquicias largas como la saga de las pesadillas de Freddy Krueger o los Martes 13 de Jason achurando campamentistas tiene apenas la “sutileza” de servir de secuelas de series que siempre funcionaron por repetición, y a la vez de ser algo más o menos nuevo para los chicos que nacieron en los ’90. Casi al mismo tiempo, la reedición de V, invasión extraterrestre (ahora sólo V) puso en evidencia los límites de este cachivacheo: era su ardorosa berretez lo que volvía irresistibles y perdurables a algunos de aquellos programas y de aquellas películas, y no sus iluminados contenidos. La nueva V, post-Lost, nació sobredimensionada, solemne hasta el vómito, como olvidando que en el fondo no se trataba más que de un cuento morboso sobre unos marcianos lagartoides que venían a convertirnos en chickenitos. Mientras sus productores parecen convencidos de estar rehaciendo un clásico para la “nueva televisión”, sus espectadores se preguntan dónde está Diana, esa increíble villana de telenovela (que además estaba tan buena).
La novedad es que el jueves que viene llegan a los cines al mismo tiempo las películas basadas en dos artefactos que fueron puro zeitgeist: Brigada A y Karate Kid.
Y así están las cosas. Mientras Sony distribuye las primeras imágenes de Los Pitufos, estreno del año que viene (en serio), Brigada A, esa serie que para algunos críticos norteamericanos terminó de asimilar en el imaginario pop el trauma de Vietnam (con sus cuatro veteranos dados de baja deshonrosa “por un crimen que no cometieron”), es ahora un videojuego explosivo que retoma la premisa argumental de la serie –trocando toscamente Hanoi por Bagdad–, pero sin despegarse jamás del ejercicio de la nostalgia vacía: sus actores no interpretan a sus personajes sino a los actores que los interpretaban en los ‘80. Especialmente Liam Neeson, quien con el pelo teñido de gris y el habano permanente, no hace nunca de Aníbal “Me encanta cuando un plan se concreta” Smith sino de George Peppard. Las escenas de acción intentan subir la apuesta de Duro de matar 4, la del héroe clásico que parece transcurrir en una Playstation, pero el resultado es rutinario, reiterativo y no exhibe una mínima noción de desarrollo dramático. Por supuesto que lo que hay que reprocharle no es que sea absurda –como Los Angeles de Charlie– sino que no lo es lo suficiente.
La nueva Karate Kid es más aceptable porque retiene algún factor humano, siguiendo de cerca el guión original (caso de remake pensada para un público virgen) a la vez que efectuando cambios innecesarios. Ya no es la historia de iniciación de un adolescente de Nueva Jersey que se trenza con los insolados matoncitos de su nueva escuela en California, y que nos invitaba a identificarnos con ese héroe improbable que interpretaba Ralph Macchio (bajo dirección de un experto en la aventura de los perdedores: John G. Avildsen, el del primer Rocky). El nuevo protagonista es Dre, un chico de 12 años (el hijo de Will Smith), trasplantado de Detroit a Beijing (donde nos dan el city tour: Domo Olímpico, Ciudad Prohibida, Muralla) sólo para enfrentar a los nuevos matoncitos, orientales, y vencerlos en su propio arte marcial y su propio terreno. Cambia Japón por China y karate por kung fu, lo que no les impidió a sus responsables mantener el título marca-original. Hay que decir que Jackie Chan honra el recuerdo del Sr. Miyagi de Pat Morita, pero la aventura de este nene haciendo proezas en el extranjero es un asunto bastante más ajeno que aquella otra del adolescente lidiando nada menos que con la adolescencia.
Y para el que se pregunte qué fue de Ralph Macchio a todo esto, el sitio Funny or Die tiene una respuesta posible en un clip titulado Wax on Fuck off, la ordalía de una estrella adolescente de los ’80 que vio su carrera desvanecerse por la falta de escándalos públicos y miserias personales.
Y para el que se pregunte dónde están de verdad los ’80, la respuesta es que, si no muertos, al menos retirados, como Michael J. Fox, pequeño héroe que fue capaz de volver simpático al proto-yuppie reaganiano recalcitrante que interpretó durante la mayor parte de la década en la serie Lazos familiares (una sitcom poco recordada, pero que narró con ingenio el fin del sueño hippie norteamericano). Quién dice: Michael J. Fox pudo haber sido un gran Patrick Bateman, mucho más sutil y tenebroso que el intenso Christian Bale. Hasta es posible imaginárselo hachando a una de sus víctimas con Huey Lewis and the News de fondo.
A propósito de lo cual (de Michael J. y de Huey Lewis), hace poco se dijo que la Universal planeaba rehacer Volver al futuro, que por estos días cumple 25 años. Y que el próximo Marty McFly podría ser Zac “High School Musical” Efron. Así que ahora sí, de verdad: déjense de joder.
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