Dom 04.07.2010
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PERSONAJES > SANTIAGO GOBERNORI, DE CACIQUE TEHUELCHE A EDIPO

Del ascenso

Actor precoz, actuó, dirigió y escribió su primera obra a los diecinueve años. Jugador de rugby durante la adolescencia, Santiago Gobernori se decidió por el teatro hace unos diez años y desde entonces empezó a producir una teatralidad fresca, inteligente, disparatada, que hoy puede verse en su pieza Aspero, que también presenta en su propia sala, Defensores de Bravard. Y, además, acaba de estrenarse la película con la que hace su primer protagónico importante en el cine, la tragedia argentina El recuento de los daños, de Inés de Oliveira Cézar.

› Por Mercedes Halfon

Santiago Gobernori dice que a los cuatro años estudió teatro, pero “como oyente”. Se ríe cuando lo dice, pero la afirmación es cierta, estuvo en un grupo de teatro amateur, cuando todavía no sabía leer ni escribir. Su historia invierte la clásica en que alguien que va a terminar siendo un gran actor es llevado de casualidad por un allegado –un primo, un vecino– a una clase de teatro o, en su versión más exitista, a un casting. Allí, y de manera inesperada, es elegido por un director, o en su versión más sincera, por la vocación misma. A diferencia de este paradigma, el caso de Gobernori tuvo que ver con una obsesión personal, fue él mismo el que hinchó los quinotos a su primo apenas mayor hasta lograr que lo llevara a conocer el elenco infantil donde actuaba.

Pero de esas clases hoy no se acuerda nada. Pasaron más de veinte años, es cierto, pero en esa lejanía radica la particularidad de su primer encuentro con la actuación. El olvido absoluto de lo que se hacía en ese lugar, su pasión infantil anterior a los recuerdos, constituyó su relación con el teatro en un déjà vu: “En mi adolescencia no hice teatro, de hecho jugué al rugby hasta bastante después de haber terminado el secundario, pero siempre me quedó algo. Cada vez que entraba a un teatro era como si me perteneciera. Me acuerdo de que con el colegio fuimos al Teatro Colón de visita, y sentía algo familiar, una especie de melancolía”.

Sin necesidad de referirse a esta “primera etapa” –él llama así al momento con el grupo de teatro infantil–, Gobernori fue un actor precoz: su primera obra, Golpe real, la escribió, dirigió y actuó a los diecinueve años. Y desde ese estreno no paró nunca más. Junto a Matías Feldman, formaron un monstruo de dos cabezas y desde principios de 2000 Gobernori es un poderoso exponente de lo que el teatro de Buenos Aires comenzó a ser más o menos por esos días: un maremágnum de estéticas que venían de los ‘90, pero en las que las clasificaciones habituales se mezclaron por completo, los actores empezaron a dirigir, los directores a actuar, los actores a escribir y así sucesivamente.

A esa melange Gobernori sumó pasar del teatro al cine, como hoy, que de ser un deprimido indio tehuelche en el Teatro San Martín, pasó a ser un acomplejado aunque lacónico Edipo, en la pantalla del Malba.

Una voz en el telefono

Hay que decir que, en sus comienzos, Gobernori tuvo algunos reales golpes de suerte. Al empezar a estudiar, fue de la periferia al centro del asunto, vertiginosamente: “Yo vivía en Monte Grande, trabajaba en un locutorio nueve horas y entrenaba rugby martes y jueves. Si me pongo a pensar, el locutorio fue la primera situación teatral en que estuve. En el teatro tenés que disociarte, el texto, tus compañeros, los objetos; y yo en el locutorio de golpe tenía tres personas pidiéndome algo distinto, uno quería mandar un fax, otro una cabina, otro quería saber cómo llamar a Estados Unidos. La cuestión fue que cuando me decidí a estudiar teatro, y llegué al Rojas para inscribirme, no conocía a nadie. Así que me anoté en un grupo los miércoles, día que no entrenaba, y que iba a poder viajar seguro. Y ese grupo fue con Mariana Oberzstern”. La fortuna no terminaba ahí. A fines de los ‘90, en el momento del auge de los locutorios, Gobernori terminó estudiando con un director que también iba a hacer boom y convertirse en un emblema de esa década: “Al tiempo me entusiasmé tanto que quise estudiar con alguien más y entonces hice lo mismo. Fui al Rojas y elegí a la marchanta. Entre los nombres aparecía un tal Rafael Spregelburd, y me acuerdo que pensé que como Mariana me había gustado tanto y tenía un apellido complicado, éste debía ser copado también. Y así empecé con Spregelburd”.

Desde la inocencia más absoluta, Gobernori se metió de lleno en la médula del teatro contemporáneo off. Siguiendo recomendaciones de esos dos grandes docentes vio en el transcurso de un año una serie de obras que le dejaron la cabeza a punto de ebullición: La modestia, de Spregelburd, Máquina Hamlet, del Periférico de Objetos, El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís, Faros de color, de Javier Daulte, y Cachetazo de campo, de Federico León. “Fue algo que no sólo me volvió loco, porque no podía creer lo que veía, es que ni me imaginaba que existía algo así. Yo creía que el teatro era Alfredo Alcón.” Como la mayor parte de los recuerdos infantiles, el teatro en estado latente, cuando retornó, lo hizo con la fuerza de un huracán y se llevó todo.

Dos en uno

La actuación para Gobernori nunca estuvo separada de las otras esferas del teatro. “Rafael decía que, en Buenos Aires, si vos no te generabas el espacio para actuar, nadie te iba a llamar. Y me quedó grabado.” Tal es así que hasta hoy lo sigue haciendo. En este momento está en cartel Aspero, que dirigió y que se puede ver en su propia sala, Defensores de Bravard, donde tres ingenuos militantes de base esperan órdenes de su líder (el gordo Demi Moore), y se vuelven locos paulatinamente. Y hasta hace muy poco se lo podía ver actuar en Los sueños de Cohanaco, la bellísima obra de Mariana Chaud, donde él era el Cacique Cohanaco, un triste tehuelche confundido por el alcohol y las pesadillas recurrentes. Gobernori desplegaba en ese último trabajo lo que él llama “actuación abundante” y que consistía en una subrayada composición actoral, nada habitual en el teatro porteño. Empelucado, maquillado y hablando como un indio poeta desafió los límites de la corrección política (aunque ¿hay alguna forma correcta de interpretar a un tehuelche?) y, por qué no, del teatro de moda, lavado y cool.

Por eso, después de la desprolijidad, el delirio y el humor al que Santiago Gobernori nos tiene acostumbrados, sorprende verlo en el contenidísimo rol que hace en la película de Inés de Oliveira, que se estrena esta semana en el Malba. El recuento de los daños no es su primera incursión en el cine, pero sí la más importante en términos de participación. Gobernori es el protagonista de este filme oscuro y silencioso, que mezcla el mito de Edipo con la historia argentina reciente. Las líneas de diálogo se pueden contar con los dedos de una mano, y sus gestos son casi mínimos. El concluye: “Fue interesante trabajar con algo tan conocido por todos como es Edipo, pensar cómo se actúa algo que ya sabés cómo se resuelve. Cómo se actúa como si fuera la primera vez. Supongo que les pasará lo mismo a los que tienen que hacer de Hamlet, que ya sabemos todos como termina. Es casi tan difícil como hacer de indio tehuelche: alguien que no podés tener una idea de cómo era”.


Aspero se puede ver los domingos a las 19, en Club de Teatro Defensores de Bravard.

Reservas al 15-6677-7050 o a [email protected]


El recuento de los daños, de Inés de Oliveira Cézar, se puede ver en el Malba, Figueroa Alcorta 3415, los sábados a las 18 y domingos a las 20.

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