Cuando le preguntaron a Roberto Bonano si podría soportar las presiones por atajar en el Barcelona, casi le da un ataque de risa. “¿Presión? En River y en Central me ponían un chumbo en el estómago y me decían ‘Si no ganás el domingo sos boleta’ –respondió el ex arquero de la Selección–. O desde atrás del alambrado me amenazaban con que iban a matar a toda mi familia. Yo vengo de ahí: ¿qué presión puede ser jugar en el Barça, en un estadio lindísimo, con cien mil personas alentándote, que a lo sumo, cuando están en desacuerdo, sacan pañuelos blancos?”.

La anécdota es evocada por el sociólogo Sergio Levinsky, uno entre la cuarentena de entrevistados a los que apela Fútbol Violencia S. A., el documental de Pablo Tesoriere que durante este mes podrá verse en el Centro Cultural de la Cooperación. El prisma de voces está compuesto por periodistas especializados (Víctor Hugo Morales, Juan Pablo Varsky, Gustavo Veiga), escritores futboleros (Roberto Fontanarrosa, Eduardo Galeano), algún dirigente solitario (Raúl Gámez, de Vélez) y familiares de víctimas de la violencia en los estadios o alrededores, entre otros. En tren de seguir con las comparaciones, las imágenes de hinchas apaleados o de policías disparando sonrientes, también podrían llevar a otra pregunta, hipotética: “¿Presión, un chumbo en el estómago, que te amenacen a la familia? ¿Y los asesinatos?”. Tesoriere contabiliza 128 personas muertas desde 1979, cuando Julio Humberto Grondona asumió la presidencia de la AFA.

Les preguntaron a Mauricio Macri y a José Luis Aguilar, ex presidentes de Boca y de River, por la presencia en sus clubes de barrabravas: “No hay”, “Nunca tuve trato con ninguno”, fueron las respuestas. Los pactos de silencio entre barras, dirigentes y policías son monolíticos. En su viaje final a San Vicente, el mismísimo general Perón supo de la violencia que suele generarse cuando algún interés entra en cortocircuito: véase el cruce entre la barra de Independiente (banque Moyano) y las de Estudiantes y Defensores de Cambaceres (banque Pata Medina). Hasta Juan Román Riquelme dijo en abril pasado que había vivido “algo muy feo” con La Doce en un entrenamiento, pero eligió callarse cuando un fiscal le exigió precisiones. El avión que llevó al seleccionado argentino a Sudáfrica estaba, también, poblado de barrabravas de distintos equipos, y no hubo quien se hiciera cargo en público y con alegría de esa coincidencia. Don Julio es un capo para moverse en las sombras, para promover el silencio: ningún dirigente en la AFA se le opuso para nombrar a Maradona como técnico, ninguno se opuso a que se lo destituyera. Unanimidad. Cada tanto se le sale la cadena, como cuando amenazó a Oscar Ruggeri, hace poquito, con unos tiros en las piernas. Que lo sacaron de contexto, explicó luego. “Bilardo no va a hablar”, dijo Don Julio, y quedó claro que fue el anuncio de una decisión tomada por orden suya, para que no prendiera el ventilador tras la acusación de traidor que le largó Maradona. Silencio: hay mucha plata en juego. Y muchos involucrados.

Porque el asunto abarca desde el entongue ya de chiquitos, en las inferiores (te pongo o no te pongo), hasta la reventa de entradas, desde la negociación con la comisaría en torno a cuántos policías son necesarios para la seguridad, hasta la mano de obra para ganar unas elecciones, el escrache a un opositor o el tour pintoresquista al corazón de La Doce. La sucesión de miradas que propone Tesoriere –director y guionista, también, del documental Puerta 12, aquella masacre en la cancha de River en la que murieron 71 personas– esboza un panorama estructural multifacético: el fútbol como caja de resonancia de una violencia social mucho más amplia, según el especialista en psicología deportiva Darío Mendelsohn; los barras con tanto poder que ya tienen autonomía de vuelo, según Varsky; la corrupción y la violencia como criaturas que se retroalimentan, según Veiga; la permanencia en la AFA de Grondona como garante de un sistema, según Marcelo Parrilli, fundador del CELS y abogado de Daniel García, un hincha asesinado por barras de River. “Maneja la AFA porque compra dirigentes con cargos, con viajes –dice Parrilli–. Es la combinación eterna de dádivas o palo. Una regla de oro es que ningún club vaya jamás a la Justicia: todo se resuelve ahí. Las pocas veces que alguien sacó los pies del plato y fue a la Justicia se convirtió en un muerto civil ahí dentro. Su lema es que Todo pasa y se arregla puertas adentro”.

Se nota bastante que el documental fue hecho a pulmón, y eso acaso revaloriza el abanico de testimonios. Con un buen trabajo de musicalización y edición, la imagen alterna entre los rostros de los entrevistados y escenas de violencia en los estadios. Tesoriere escogió algunos casos emblemáticos para mostrar diversas facetas del tema: Eduardo López como presidente de Newell’s, 14 años sin elecciones en el club, con varias causas judiciales abiertas. O los testimonios de las madres de Daniel García y Christian Rosuolis, del padre de Daniel Souto, contando de las muertes de sus hijos, de sus luchas vanas en la Justicia. Forman parte de la organización Familiares de Víctimas del Fútbol Argentino: el final, el documental muestra una suelta de globos, una noche, junto al Obelisco. Puntos que pronto se alejan, se pierden en el cielo.

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Fútbol Violencia S.A. puede verse todos los jueves de agosto, a las 20.30, en la Sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543. Entradas: $ 10.

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www.futbolviolencia.com