DVD > EL DEBUT DE RICKY GERVAIS COMO DIRECTOR
Ricky Gervais es lo último y lo mejor que Estados Unidos ha importado en el rubro comedia. The Office, que él creó en 2001, se reproduce en todo el mundo. Extras y The Ricky Gervais Show fueron un éxito indiscutible. Su podcast radial batió marcas de descargas en Internet. Trabaja con lo más granado de la comedia americana de varias generaciones. Y ahora sale en dvd La mentira original, su primera película como director: la vida en un mundo en donde la mentira no existe. Hasta que alguien inventa a Dios.
› Por Mariano Kairuz
“Pepsi: para cuando no hay Coca.” ¿Cómo sería la publicidad si sólo dijera la verdad, si se atuviera a los hechos, si no intentara abusivamente reclutarnos con sus falsas promesas de felicidad? “Tome Coca-Cola: es sólo agua con azúcar y colorante. Es muy famosa.” En su primera película como director, Ricky Gervais, el comediante inglés que está conquistando Norteamérica paso a paso desde hace unos cinco años, imagina un mundo en el que la mentira no existe. No es que esté legal y/o moralmente condenada: sencillamente no existe. Y no existen por lo tanto las palabras “verdad” y “mentira”. A excepción de este dato, se trata de un mundo cercano en la superficie al que conocemos, como una realidad apenas alternativa: la misma gente, las mismas instituciones, incluso –se encarga de marcar la película– el dinero tiene la misma circulación y también hay desigualdad social, pobreza, miseria. Pero por algún motivo sus habitantes no sólo dicen la verdad, sino que la dicen siempre, compulsivamente, no se la callan ni aun a riesgo de hacer sentir mal a los demás. Es un mundo en el que la chica bonita le dice de entrada a su cita a ciegas (el propio Gervais) que está decepcionada y que no lo encuentra en absoluto atractivo. Donde los hogares para ancianos se llaman “Un lugar triste para viejos sin esperanza”. Donde las únicas películas que hay consisten en relatos históricos. Donde Pepsi se declara segunda sin discusión.
Y entonces Gervais se pregunta qué pasaría en este mundo si alguien descubriera la capacidad de decir “algo que no es”. Y cómo le sacaría provecho. En el banco, en el casino, ante la policía, en el trabajo. La película se llama The Invention of Lying (“La invención de la mentira”) y acaba de editarse directamente en dvd sin pasar por los cines, con el título La mentira original. Después de divertirse un rato con esta premisa, de imaginar como naturales situaciones que de este lado del espejo serían por lo menos incómodas y vergonzantes –marca esencial del humor de Gervais– se pone un poco más serio y se pregunta cuál sería la gran mentira sobre la cual podría refundarse un mundo sin mentiras: y entonces su protagonista inventa a Dios.
Gervais ya se granjeó la antipatía de algún sector de la crítica norteamericana por sus insistentes declaraciones de ateísmo militante y tras el estreno de La mentira original hubo quienes se lo cargaron por sermonear demasiado sobre la inexistencia de Dios. Gervais respondió que, en todo caso, ya sufrimos mucho tiempo y con mucha fuerza el bombardeo del sermón opuesto –y citó como ejemplo los libros y las películas multimillonarias protagonizadas por ángeles o descendientes de Cristo–. Pero ahora que, mientras van sumándose algunos detractores que lo critican por ser demasiado malhablado y políticamente incorrecto, por ser un entrevistado ocasionalmente antipático y hasta engreído, su popularidad crece y se multiplica a ambos lados del Atlántico, con versiones de las series televisivas que lo hicieron famoso, películas (como actor y como director), libros para chicos (la exitosa serie Flanimals, que pronto será un film de animación), giras como comediante stand-up y hasta la publicación de sus guiones, y ya están quienes se preguntan si el inglés que se está haciendo la América es un genio genuino del nuevo humor británico o la mentira mejor contada de los últimos años.
Y antes de inventar la mentira, Gervais inventó la verdad –o al menos una forma de esa cosa compleja que es la verdad televisiva– con su programa The Office. Contada en un estilo semidocumental, The Office narró las miserias de la convivencia laboral en una oficina administrativa como no lo había hecho ningún otro programa hasta el momento, pero, acaso consciente de que la verdad tiene patas cortas, Gervais y su amigo y coguionista Stephen Merchant decidieron limitarla a doce episodios y dos especiales entre 2001 y 2002. Hoy es una serie de culto que se repite permanentemente en todo el mundo (acá se da cada tanto por I.Sat) y es objeto de remakes en varios países, algunas mucho más longevas: la norteamericana, que cuenta con supervisión de Gervais y Merchant, ya tiene seis temporadas con Steve Carell a la cabeza haciendo una versión propia de ese monstruo de la incomodidad y la vergüenza ajena que compuso originalmente Gervais en el programa. Luego vinieron otra serie, la también extraordinaria Extras; un podcast radial que se convirtió en un record Guinness como el más bajado de la historia; y recientemente, basado en esa misma experiencia, The Ricky Gervais Show, una serie animada que ya tiene asegurada continuidad el año que viene. El año pasado Gervais fue invitado a conducir la entrega de los Globo de Oro, lo cual ayudó a consolidarlo como una de las máximas estrellas importadas, y ahora parece tener proyectos norteamericanos con cada personaje que ha hecho algún aporte insoslayable a la comedia norteamericana en los últimos veinte años: desde Ben Stiller y Una noche en el museo (donde además se cruza con varias generaciones de comediantes, como Robin Williams, Dick Van Dyke y Mickey Rooney); hasta la coautoría de un episodio de Los Simpson (mientras se echan flores mutuamente con Matt Groening); una participación junto a Larry David en el nuevo programa de Seinfeld y un divertido sketch en Saturday Night Live; y además consiguió que participaran en su primera película, por poco o nada de dinero, Christopher Guest, Philip Seymour Hoffman, Tina Fey, el renacido y autoparódico Rob Lowe y siguen las firmas. Faltan South Park y Will Ferrell y están todos.
Y es cierto que La mentira original (que está codirigida por el desconocido Matthew Robinson, autor de la idea) derrapa en su último tramo cuando empieza a ponerse demasiado seria respecto de la búsqueda de verdades más profundas detrás de la apariencias, cosa que además muchos interpretaron como autobombo: un artilugio para que la alta y esbelta Jennifer Garner finalmente decida quedarse con ese petiso gordito de la nariz ridícula (Gervais) que es además un tipo muy gracioso, inteligente y sensible (Gervais). Como sea, el mayor hallazgo de la película está en sus primeros cincuenta minutos, cuando muestra sus mejores cartas y propone que un mundo sin mentiras no sería exactamente un mundo mejor. Que puede haber hipocresía sin mentira, y que una mentira blanca puede tener un poder sanador enorme. Que, después de todo, sin mentiras no tendríamos ficción, no tendríamos arte, no tendríamos cine. Sólo por eso, y hablando de verdades más profundas, resulta que el ateo militante es, en el fondo, un verdadero creyente.
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