CINE > HANSEL Y GRETEL REVISITA EL CUENTO INFANTIL Y LO DA VUELTA
Adaptar los clásicos infantiles ya es una costumbre y una industria. Pero darlos vuelta y usar a los niños para aterrar a los adultos, no es tan común. La película surcoreana Hansel y Gretel se anima a barajar y dar de nuevo los roles de los cuentos de hadas.
› Por Javier Alcácer
En un episodio de The Sandman, la historieta en la cual Neil Gaiman repasó con maestría gran parte de los mitos y leyendas creados por el hombre, Rose, la protagonista de la saga Casa de muñecas, le pide a Gilbert –un personaje que comparte con Chesterton mucho más que el nombre de pila– que le cuente un cuento de hadas para ayudarla a tranquilizarse. Este le cuenta una versión de Caperucita Roja en la que el lobo, luego de hablar con ella en el bosque y hacer que tome un camino más largo, corre a la casa de la abuela de la niña y asesina a su abuela antes de que ésta llegue. A continuación pasa a cortar en trozos el cadáver y junta la sangre de la anciana en una botella. Más tarde, cuando Caperucita llega finalmente a la casa, el lobo le da de comer y de beber los restos de su abuela. Sin sospechar nada, ella come hasta saciarse. Entonces el lobo convence a la niña de que tire sus ropas al fuego y de que se meta desnuda en la cama, en donde él la está esperando. Allí el lobo la devora. Fin. Rose mira a Gilbert atónita: “Es horrible”, le dice. Gilbert suspira y le contesta: “Eso me temo, hay versiones anteriores aún peores”.
La historia había sido contada muchas veces antes de que, en 1697, Charles Perrault la pasara a papel (y, en el proceso, le agregara el detalle del color de caperuza). Aunque aquella versión prescindía del canibalismo familiar, todavía tenía un final terrible: Caperucita terminaba siendo presa del lobo. Fueron otros grandes recopiladores de cuentos quienes le agregaron un final feliz: los Hermanos Grimm aportaron un nuevo personaje al trío protagónico clásico, uno cuya inclusión buscaba nada más ni nada menos que reducir la carga de truculencia de las versiones más tempranas aunque, eso sí, sin que la niña desobediente dejase de ser castigada. Así es como, cuando Caperucita está lo suficientemente asustada como para darse cuenta de la magnitud de su pecado, hace su aparición el cazador y la salva de las fauces del lobo.
La película surcoreana Hansel y Gretel, de Pil-Sung Yim, también reversiona un cuento de hadas clásico, quizás el más famoso de los hermanos Grimm, y se atreve meterse con los roles arquetípicos y los orígenes del mal devolviéndole, al menos por un rato, una buena parte de su crueldad a un género hoy en día pasteurizado, probablemente porque de retomar las versiones primigenias de los relatos provocaría el efecto opuesto a su objetivo actual: hacer que los niños se duerman de una buena vez.
Esta vez Eun-soo, un niño desobediente que orilla los treinta, vuelca su auto por contestar un llamado al celular mientras maneja por una ruta desolada. Una niña, Young-hee, lo encuentra en el medio del bosque y lo lleva hasta su casa, en la cual vive con sus padres y sus dos hermanos: Man-Bok, el mayor y el que lleva la voz cantante, y la diminuta Jung-soon. A diferencia del cuento, las golosinas no reemplazan a la madera. En estos primeros minutos de la película el director transmite una calma que en realidad no hace otra cosa que gritar que algo no va bien. A base de planos y contraplanos y a través de la mirada de Eun-soo, todavía aturdido por el accidente, la cámara se detiene en pequeños detalles que niegan lo que parecía ser el retrato de una familia feliz, en una casa colorida, repleta de juguetes y en la que la dieta excluye cualquier cosa que no sea dulce. Eun-soo pasa la noche allí. A la mañana siguiente lo despierta el llanto de los niños: sus padres los han abandonado. Ellos insisten para que Eun-soo se quede, pero éste se niega e intenta regresar a la ruta pero se pierde en el bosque, y luego de mucho caminar termina llegando al punto desde donde había partido. “Deberías haber marcado tu camino con migas de pan”, le dice Young-hee. A Eun-soo no le queda otra cosa que cuidar de los niños, que comienzan a llamarlo “tío”. Cuando ve una figura que lo observa en la noche, Eun-soo concluye en que algo no está bien y que los niños saben más de lo que aparentan.
Sin revelar demasiado, bastará con decir que, de a poco, la película va abandonando la fantasía para meterse en el terreno del terror (invocando a un episodio clásico de La dimensión desconocida que Joe Dante adaptó al cine junto a Steve Spielberg en 1983 y que Los Simpson parodiaron en un episodio memorable de Halloween). El mundo maravilloso que rodea a Eun-Soo pronto se vuelve el escenario de una pesadilla, parecido a lo que pasaba en Coraline y la puerta secreta de Henry Sellick (basada en una novela de Gaiman), donde la protagonista terminaba encerrada en una realidad aparentemente perfecta en la que estaba obligada a ser feliz. Pero lo curioso es por dónde aparece la maldad: lo más interesante de Hansel y Gretel es que si hasta ahora en los cuentos de hadas a los niños les tocaba ser aleccionados –y/o asustados y mutilados, dependiendo de la época–, aquí ellos cumplen otro papel, hasta entonces destinado a brujas malvadas, ogros implacables y lobos feroces. Pero en la segunda mitad de la película se suceden, en forma de flashbacks con golpes bajos, las revelaciones; a la perfidia infantil se le agrega una explicación, un verdadero villano cuya aparición expone la condición de víctimas de los que hasta entonces parecían ser victimarios. El final termina edulcorando lo que podría haber sido verdaderamente perturbador: un cuento de hadas para adultos en el que los niños se descargan brutalmente contra sus hadas madrinas.
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