PERSONAJES > GABRIEL BYRNE COMO EL ANALISTA DE IN TREATMENT
› Por Mariana Enriquez
Cerca de los 60 años, es posible que Gabriel Byrne haya tomado la decisión de enfriar su carrera, dedicarse a ser embajador cultural de Irlanda –cargo que le dieron hace poco y que lleva adelante con entusiasmo– y, para no haraganear, agarrar una serie de TV que pagara bien sin exigir esfuerzos juveniles. La serie fue In Treatment, empezó en 2008 por HBO y Gabriel Byrne se convirtió en el psicólogo Paul Weston. Basada en Be Tipul, una serie israelí de gran éxito, la versión en inglés quedó a cargo de Rodrigo García (el hijo de Gabriel García Márquez) y en poco tiempo se convirtió en un éxito importante, con Emmy para Byrne, presentación en sociedad de actrices como Mia Wasikowska (Alicia de Tim Burton, Mi familia de Lisa Cholodenko) y, en esta nueva y tercera temporada, duelos actorales como el que comenzará con una nueva paciente interpretada por la extraordinaria Debra Winger.
La semana pasada, mientras hacía prensa para la tercera temporada de la serie en el programa The View –con camisa colorada, anillos, tupida cabellera negra, entre gitano y Byron–, una de las conductoras, la habitualmente respetable Barbara Walters, se abanicó, le dijo cosas soeces, se ruborizó como una adolescente, lo avanzó como una veterana... ¡y se puso pollera corta! Gabriel Byrne, como siempre, actúa como si no se enterara. Pretende que esto del psicólogo torturado de profundos ojos azules y manos exquisitas, no es –¡qué va!– la perfecta encarnación de decenas de fantasías, todas juntas, sino un desafío actoral. La justicia se impone: Gabriel Byrne está increíble, descomunal, como el imperfecto Paul Weston. Es una actuación consagratoria. Dicho esto: Gabriel Byrne está fuertísimo como Paul Weston. Distante y cálido, como una ventana allá a lo lejos por la que se ve la luz anaranjada de un hogar encendido en el medio de un temporal de nieve. Pero alcanzar ese resplandor, acercar las manos a ese calor... ¡qué tarea titánica! Siempre es así Gabriel Byrne, reconcentrado, oscuro, cool pero intenso, el lugar común del héroe romántico que no falla nunca. ¿Cómo es posible que nunca le hayan dado el papel de Heathcliff, que alguna vez hizo –qué desastre– Ralph “no-tengo–gracia” Fiennes?
Byrne llegó grande a la actuación: recién a los 30 años se mudó de Dublín a Londres, y cuando lo encontraron en Hollywood tenía casi 40: antes fue seminarista, estudió arqueología y enseñó español (lo habla perfecto. También habla gaélico. Es inteligente Gabriel Byrne, y se le nota). Entre sus primeros trabajos notorios –porque muy exitoso nunca fue– estuvo ese despelote de Gothic (1986) de Ken Russell, donde hacía de Lord Byron (y, sí) y una película rarísima de la gran realizadora Mary Lambert llamada Siesta (1987), donde conoció a su ex esposa, la despampanante Ellen Barkin. Después los hermanos Coen lo descubrieron en De paseo a la muerte (1990), un muy notable ejercicio noir, y más tarde Byrne tuvo una etapa irlandesa que incluyó Into the West (1992), donde hacía de traveler, un “gitano” de la isla, y la producción de En el nombre del padre, con sus amigos Daniel Day-Lewis y Jim Sheridan. Fue el profesor Baer para Winona Ryder en Mujercitas, estuvo excelente y bellísimo en Dead Man de Jim Jarmusch y entonces la pegó con Los sospechosos de siempre (1995) de Bryan Singer, donde era Dean Keaton, ex policía corrupto y supuesto líder de un grupo de ladrones y asesinos, aunque finalmente la tramposa película lo dejaba medio como un perdedor, casi un tarado. No importaba nada y ahí se veían sus poderes de seducción tenebrosa: uno seguía pensando que el malo era él, no importa cuántas veces dijeran que Keyser Soze era en realidad Kevin Spacey. Después, Byrne se puso a hacer dinero: D’Artagnan en El hombre de la máscara de hierro, un cura vestido de Armani en Estigma (1999), el diablo en End of Days (1999), un capitán en Barco fantasma (2002). Y tras juntar el billete, la madurez tranquila de vuelta en el indie y el teatro, con personajes notables en piezas de Eugene O’Neill, en Vanity Fair de Mira Nair o la estupenda Jindabyne (2005) de Ray Lawrence, película basada en un cuento de Raymond Carver llamado “So Much Water So Close to Home”. Parecía que sucedería eso, un desvanecerse en el indie que lo vio nacer, pequeños papeles de actor de carácter. No era un mal plan.
Pero no. Es el nuevo doctor adorado y se le tiran encima fans obsesivas, pacientes ficticias y periodistas, todo porque se sienta y escucha, y se lame los labios, y parece tan triste y a veces tan furioso, y se le escapa el acento, y cuando se ríe dan ganas de gritar victoria, y no se le cayó ni un pelo, y sigue mirando tan azul y tan profundo tras su muro de silencio.
En terapia (In Treatment) llegó por fin al cable básico y se puede ver de lunes a viernes, al ritmo de un paciente por capítulo de 30 minutos, a las 23.30 por Cinemax.
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