Dom 24.10.2010
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PLáSTICA > ALFREDO PRIOR EN EL MALBA

Ojos verdes

Las obras de Alfredo Prior suelen tener de todo: texturas y colores inmensos que rodean ominosamente a pequeños osos, niños, conejos, muñecos de nieve, gnomos. Pero en su nueva muestra, esas figuras parecen haber abandonado la escena para dejarnos ante unos paisajes abstractos que retratan todo un universo de citas y mitologías cubierto por el misterio del color.

› Por Santiago Rial Ungaro

Parafraseando a Mallarmé, Alfredo Prior alguna vez afirmó que, para él, “el mundo existe para terminar en una pintura”. En Verde pensar bajo una sombra verde, su nueva muestra, el pintor vuelve a confirmar esa cualidad que tiene para disolverse en sus pinturas. Quizás esa entrega explique por qué su obra, siempre efervescente y cambiante, mantiene una textura inconfundible. En estas telas no están ni los osos, ni los niños, ni Napoleón, ni chinos, ni conejos ni muñecos de nieve, ni gnomos. No hace falta: por su propio poder pictórico, por el puro deleite que generan sus verdes, azules y demás colores que estallan generando estelas fluorescentes y expansivas, esta nueva serie de cuadros abstractos nos lleva a disolvernos en la obra.

Ciudadela, 2010

Vale la pena quedarse un buen rato perdiéndose en estos espacios abstractos, paisajes primordiales en los que la luz se sumerge en la oscuridad y los elementos primordiales arremeten entre sí. Desde esa dimensión mítica, las referencias de los títulos a Danae (fecundada por Zeus convertido en una lluvia de oro), Orfeo, Mercurio, Hermés, Cronos, Bacco, Estigia (la laguna que llevaba al mundo de los muertos) y otros seres mitológicos son apenas invocaciones. Pero, si como decía Duchamp, el título es otro color que se le agrega a la pintura, con ese color y esa invocación a Prior le alcanza.

Se diría que, luego de la “guerra de estilos” que siempre caracterizó a su exquisita y desconcertante obra, estos nuevos cuadros, como bien señala Eva Grinstein en el prólogo del catálogo, parecen representar “la guerra entre sustancias que se encuentran y no se fusionan”, “el drama de esa imposibilidad de unión”. Claro que con alguien como Alfredo Prior, tan amigo de los retruécanos y de las paradojas, todo tiene siempre múltiples sentidos.

“Ese verso se puede interpretar de mil maneras: un verde pensar puede ser un pensar que aún está verde, en crecimiento, como un brote. Y también puede tener relación con los beatniks, con William Burroughs, por aludir, de manera indirecta, sutilmente, al fumo. Ese verde pensar tiene un tufillo cannábico”, dice mientras sonríe pícaramente. La frase en cuestión pertenece a un verso del poema “El jardín”, de Andrew Marvell (1621-1678), poeta y político inglés poco conocido en su época y redescubierto por T. S. Eliot y Ezra Pound. Y si en muchas de sus muestras anteriores el pintor generaba adrede un contraste entre la pequeñez de las figuras y la inmensidad del espacio (algo muy común en la pintura china y japonesa, en la que este contraste entre el hombre y el cosmos están fuertemente marcados), ahora el microcosmos de sus pinturas parece querer reproducir un macrocosmos en el que no hay nada, y por eso mismo, está todo en estado latente, potencial.

Hugo y yo, 2010

La cita inicial no es casual: al no culminar nunca en representaciones sino en sugerencias, estas pinturas serían del agrado de Mallarmé. Claro que en la obra de Prior las influencias orientales y simbolistas siempre terminan siendo elementos dentro de la “coctelera” en la que el pintor mezcla siempre muchos, muchísimos ingredientes. “Sí, creo que soy una coctelera: el que sepa ver, va a encontrar cosas de la pintura renacentista, hay fragmentos que pueden parecer el ala de un ángel de un cuadro barroco, o detalles manieristas.” Y aún más: hay algo del informalismo, apropiaciones de los formatos alargados del kakemono, vuelve a usar Tondos circulares y quién sabe qué más. Además de pintar, escribir y hacer música, Prior cada tanto les pone el cuerpo a bizarras y recordadas performances (como cuando se disfrazó de liebre y de Joseph Beuys en una performance junto a Rafael Cippolini, Favio Kacero, Sergio Pángaro y Adriana Vásquez en 1998): “A mí estas obras me hacen acordar a cuando era chico: hacía dibujos y me iba contando una pseudohistorieta. Era muy desprolijos: no tenían globitos, yo me iba contando a mí mismo lo que pasaba. Quizá todavía esté jugando a eso”, dice.

Prior cuenta que en la inauguración, una conocida crítica le preguntó si había pintado los cuadros bajo los efectos del LSD: “¡Qué insolente! Se habrá querido hacer la simpática”, dice Prior y se ríe de nuevo, al encontrarse, después de haber enunciado él mismo su propio credo “pirata” y “neo-manierista” (algo así como la licencia gozosa para saquear a discreción toda la historia del arte), con que su pintura ahora es ¿psicodélica? “Yo no definiría a esta obra así, pero también hay como una relectura del arte psicodélico. O más bien relacionado con la psicodelia, porque en general el arte psicodélico es medio choto. Muy gráfico, medio como para poster. Pero sí, estas pinturas tienen algo que ver con las imágenes que usaban en los conciertos, cuando ponían diapositivas o imágenes deformadas.” Prior lo relaciona con algunos artistas abstractos americanos de los años ’70, como Larry Poons, Jules Olitski, Morris Louis, Milton Resnick.

Danae, 2010

Lo cierto es que se puede trascender de todas esas citas para disfrutar de las pinturas de Prior. Pero también es fascinante perderse en los laberintos de estos jardines de senderos que se bifurcan en citas a menudo delirantes, muchas veces reveladoras.

Al lado de la mitología griega aparecen otros seres de otras “mitologías” como Beuys (“es santo de mi devoción”), Brian Jones o Victor Hugo. “Un cuadro como Ciudadela remite a Sus Majestades Satánicas. Después me repudrieron los Rolling: desde hace 10 años que no los soporto. Pero ese disco no me canso de escucharlo.” También un cuadro como Noé en el Hudson se hace eco de la célebre (e inventada) leyenda de Luis Felipe Noé de que había arrojado sus obras al río Hudson. En el universo reversible de Prior, Noé bien puede ser Yuyo o el Patriarca. Y Prior puede tomar así algo de Noé, ser contemporáneo de Kuitca, Rafael Bueno y Carlos Bissolino y acercarse como lo hizo a artistas de otras generaciones (en su momento Sergio Avello, hace poco Nahuel Vecino). Y es que si Alfredo Prior mantiene aún cierto desparpajo envidiable (también comentará al pasar que tiene un grupo de música junto al escritor Sergio Bizzio y al guitarrista experimental Alan Courtis, Súper Siempre), su mismo desarrollo como artista fue desde el principio, atípico. Prior estudió Letras, donde conoció a César Aira y a Arturo Carrera. Como pintor es autodidacta: “Creo que con leer las técnicas en un manual es suficiente. En general los alumnos van a ver a los maestros para que iluminen y te transformen en un genio. Pero el arte es instransmisible”, subraya. Quizá por eso, la fascinación de Prior que comparte con Rafael Cippolini por la búsqueda de tesoros estéticos perdidos termina resultando, más que snob, tierna:

Atlantis, 2010

“A mí siempre me interesaron los artistas raros, de culto. Pero no porque sean raros, sino que de repente los conocés curioseando... y después resulta que no los conoce nadie. No es que leo para pintar. Pero a veces los títulos son los que provocan las obras. Frank Zappa me influenció más que muchos pintores. Las maneras de armar formas que tiene Zappa no las encontré en un pintor. Lo mismo los Beatles a partir de Revolver”. De aquí que cuando Prior se inspira en Victor Hugo, lo haga en su faceta de pintor que “empezó haciendo cosas muy románticas, pero termino haciendo cosas totalmente abstractas”. Hugo forma parte de una suerte de canon secreto de Prior. Canon que, a no dudarlo, ya tendrá sus covers: “Yo desde los 12 años que ya sabía que iba a ser pintor. Me acuerdo que me gustaban Goya, Rembrandt. Y todavía me siguen gustando. Pero cada vez entiendo menos lo que hago. Es algo tan complejo. Cómo lo hice... Cuando pinto, es un proceso tortuoso: el placer se da en dosis homeopáticas. Pero cuando se da es como un satori. Una epifanía”. Esa misma epifanía que puede esperar a cualquiera que se detenga lo suficiente frente a uno de sus cuadros.

En la sala 3 del Malba,
Avda. Figueroa Alcorta 3415.
Hasta el 1º de noviembre

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