Dom 24.10.2010
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CINE > LA PELíCULA SOBRE FACEBOOK

La venganza de los nerds

Lo más nuevo, lo más joven y lo más moderno de Hollywood se juntó para filmar lo que a priori parece dificilísimo: la película sobre Facebook. Pero el director David “Zodiac” Fincher, el guionista Aaron “West Wing” Sorkin, y los actores Justin “Justin” Timberlake y Jesse “Adventureland” Eisenberg lo consiguen: Red social es una épica en la que se mezcla la venganza de los nerds con lo más impiadoso del capitalismo 2.0.

› Por Pola Oloixarac

La red social se despliega sobre mitos antiguos. Navega la paradoja de crear una red de amigos, y quedarse solo en el mundo. Es la historia del revolucionario que se enfrenta al poder tradicional (los hermosos machos alfa Winklevoss); es el cliché del niño judío resentido que carga sobre las elites cerradas. Es el pequeño Asperger que se lanza a construir una máquina imparable cuando su novia lo deja, en la primera de muchas escenas geniales (“Vas a ir por el mundo creyendo que las chicas no te quieren porque sos un nerd. Pero en realidad, va a ser porque sos un imbécil”). Y es la novela rosa de la filosofía de negocios norteamericana, contada con diferentes personajes, lugares, momentos. Y una estudiantina cruzada con el nuevo género de la narrativa empresarial (la deriva del arte en la época de la reproductibilidad capital: las creaciones son empresas). Con ritmo adictivo y diálogos brillantes, David Fincher y Aaron Sorkin crearon un nuevo clásico juvenil, con una inteligencia que recuerda a la dupla clásica de Joseph Mankiewicz y Ben Hecht.

La red social también cuenta cómo la historia del rock (su estirpe reventadora de hoteles y paradigmas) devino en la era de las empresas startup (ahora se revientan los servers, los sites...). La red social recrea el cuento dorado de la cultura garajera del software. El mito sagrado que inicia la travesía hacia la conquista de Silicon Valley cuenta entre sus bestias evangelistas a Steve Jobs, Bill Gates y los Google Boys programando como monjes en sus cobertizos californianos, hasta darse cuenta de que tenían billones potenciales entre manos. Esta vez el encierro primigenio se encuentra injertado dentro del ambiente ultra tradicional de Harvard. Es la historia de un chico que, con menos de mil dólares, crea un código –y su sucedáneo en la era del capital: una compañía–. Es como cuando las bandas empezaban a sonar en reductos underground que sólo los connoisseurs sabían olfatear; ahí entra Sean Parker (interpretado por un exacto Justin Timberlake), que funciona como un manager que descubre a un artista y lo conecta con las discográficas que quieren invertir en él (la breve impasse de Peter Thiel, temprano inversor, como si fuera Virgin en sus días de gloria). De hecho, Parker (fundador de Naspter) se cuenta entre los capitanes digitales de los que desbancaron a las grandes discográficas. Como cuando entran los managers, ocurren cambios en la banda original; pero no necesariamente porque “se venda al sistema”: el sistema es lo que se crea (las drogas se siguen consumiendo sobre la piel de las chicas).

La red social (siempre hablamos de la película y el modelo) consolida al héroe nerd que se emancipa de los papeles secundarios, como si el arco épico comenzado en La venganza de los nerds culminara en el estupendo Zuckerberg de Jesse Eisenberg hablando rápido, escupiendo bits de palabras, enfrascado en la pantalla, aislado, “wired” (conectado). La filmografía de las estudiantinas norteamericanas –el estudio antropológico más extenso sobre la tribu nerd– muestra el ascenso de los nerds en la carrera darwinista. Su paso de minoría oprimida a clase dominante culmina triunfal con la controversia que pone en escena la red social; desde el punto de vista de las comedias de estudiantes, el año 1986 corresponde a la Primavera de los Pueblos. Desde La venganza de los nerds a Karate Kid, los años formatorios del cine pop corn de los ‘80 establecieron un relato épico de la lucha de clases inscripto en el aula: el nerd, el animal omega, de pronto triunfaba sobre los machos alfa. Los hermosos gemelos Winklevoss esperaban alquilar el cerebro de Zuckerberg para que les hiciera un site donde capitalizar sexualmente el status de Harvard en un site de citas. El joven Zuckerberg accede (lo hace para hacer repuntar su reputación después de convertirse en el nerd más odiado del campus), pero demora fatalmente el lanzamiento del site de los gemelos, y crea el código para lanzar su propia idea. La técnica se imponía sobre los privilegios del nacimiento y la clase.

La red social combina lo más augusto y competitivo de ambos mundos: la figura del rebelde revolucionario con el vector inhumano de la competencia absoluta permitida por el paradigma de la innovación. Después de todo, las traiciones entre aliados forjaron la innovación tecnológica que habita ubicua nuestros hogares, a la que hace rato hemos invitado a quedarse: Bill Gates tomó la idea del software con ventanas de Steve Jobs, que a su vez la había tomado prestada de Xerox, y Steve Jobs estafó a su primer socio, Steve Wozniak, vendiéndole una parte 7 veces menor. La historia del Zuckerberg Judas lo suma a la serie áulica y cristaliza su liderazgo. Porque el paradigma de la innovación en la era del capital no es sino el avance del todo vale sobre la tradición y las ideas públicas o privadas para crear “un imperio sin límites”, para traer una frase de la Eneida que a Zuckerberg le gusta citar en las reuniones con sus jefes de producto en sus oficinas de Palo Alto.

La red social está llena de detalles deliciosos, de personajes que se delinean a partir de bombachas con insignias Ivy League, a Zuckerberg llamando “Wincklevi” a los gemelos, porque le gusta el latín y sería la manera correcta de adjudicarles el plural. Uno de los aciertos es que nunca se trata de la inocencia del nerd atrapado por la ambición del dinero (no es Wall Street 2.0), y que el drama permite a todos contar su parte; como todo en la red social, lo que está en juego es un juicio sobre una persona (en este caso, el creador del site). El juicio es injusto: los hermanos no merecen más que un par de cientos de dólares (no se patenta una “idea”, sino una tecnología), y lo que queda en liza es un desafío al paradigma creativo de la colaboración: qué ocurre cuando las ideas se desarrollan dentro de una red (social), y pasan de su forma idílica a la fase más idílica de negocios rentables. Otras películas sobre el tema (Startup.com, Pirates of Silicon Valley) no llegan a ser bocetos del tratamiento de artista que Fincher y Sorkin le dan a este mundo.

Lo que está en juego es, como en el arte, la habilidad de leer, de esculpir la forma del Zeitgeist contemporáneo: no es una obra, sino una plataforma que invitara a la ansiedad, la agresión controlada y la búsqueda de afecto ficticio. La primera acción es hacer caer el servidor de Harvard, a través de un aparatito misógino que permite hacer rankings de chicas. Toda la oscuridad de Facebook está en ese nacimiento violento; sin esa matriz de resentimiento, ansiedad, tic facial, no existiría Facebook.

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