Dom 31.10.2010
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ENTREVISTAS > KARINA K, DEL PARAKULTURAL AL MAIPO

La novicia rebelde

Empezó como un nombre fundamental del under porteño de los años ’80, nocturna y talentosa, amiga de Batato Barea, cantante ocasional de blues. Pero pronto debutó en el teatro comercial junto a Ricardo Darín y Susana Giménez en Sugar, y entonces Karina K demostró el arco de su talento y su capacidad de adaptación: bailarina notable, comediante infalible, cantante eximia que, sin embargo, es capaz de ponerse en la piel de la peor voz lírica de la historia, la de Florence Foster Jenkins, cuando hace poco la interpretó para Souvenir. Ahora brilla como la señora Lovett en Sweeney Todd, el thriller musical de humor negro en el que acompaña a Julio Chávez. Y en charla con Radar, cuenta su experiencia en España, los consejos de Darín y las tardes con Batato, y asegura que sus veinte años de budismo la ayudan a desapegarse de la vanidad y entrar en los personajes con fluidez.

› Por Natali Schejtman

Karina K habla con énfasis y flores. Tiene una oralidad perfumada, de colores estridentes y de sonoridad ambigua: por momentos pareciera que está cantando. Llamativo: la actriz, que ahora interpreta a Mrs. Lovett en el musical Sweeney Todd, apunta exactamente a ese pasaje prácticamente indivisible entre el cantar y el hablar cuando tiene que esgrimir por qué Stephen Sondheim, compositor de la obra, es un genio: “El se centra en la música contemporánea, con algunos retazos de Chopin, de Mozart, de Verdi, habaneras tiene... Hace un retazo dentro de esa locura ficticia que mezcla. Todo lo que canta Mrs. Lovett, cuando lo llevo a la voz hablada, vira natural. No tuve que tensar en nada, sólo transitar la partitura y el devenir de vivirlo y experimentar las notas y esos colores desde lo grave oscuro rasposo hasta lo hiperagudo histérico”, canta Karina, fascinada por la obra que la ocupa en este momento, para cuyo aprendizaje estuvieron entrenando –ella y Julio Chávez, nada menos que el otro protagonista en cuestión– dos meses. Y sólo con las partituras.

Sin embargo, no es sólo eso lo que Karina se lleva del trabajo al hogar, por decirlo de alguna manera. En esas palabras floridas pareciera estar espolvoreado también el genio multicolor de Renata Schussheim, encargada del vestuario de Sweeney Todd, de sus harapos y vestidos colorados, de su pelo naranja, de alguna que otra pluma en la cabeza. Y bueno, una chica fogueada en la vanguardia teatral argentina de los años ’80 no puede ser tan tajante respecto del arte y la vida. Aunque, a no exagerar: Mrs. Lovett y Karina K no se parecen en casi nada. El personaje de Sweeney Todd es una pobre mujer apremiada económica y psíquicamente por la Londres victoriana, que maneja una especie de panadería en la que se ofrece una comida asquerosa. La cuestión es que de repente vuelve él, Sweeney, interpretado por Julio Chávez, un barbero decidido a hacer justicia por navaja propia contra los que le robaron a su familia y lo llevaron a la cárcel. Ese es el objetivo final, el ministro, el malvado raptor de su hija y su esposa, pero en el camino el barbero se engolosina y va degollando a todos los que pasan por su barbería. Ella, la desquiciada Lovett, sugiere un destino para esos cuerpos: que sean la materia prima de sus pastelitos. Ñam ñam.

Sweeney Todd es un drama llevado al humor negro con pasos de comedia, para el cual una dupla compuesta por un actor tan preciso y expresivo como Julio Chávez y una actriz tan encantadora y cómica como Karina K se convierte, quizás, en la mejor pensada. Karina es fuerte en todas las áreas: con su cara, con su cuerpo, con su voz. Su carrera puede ser común en una actriz de su generación, pero es a la vez muy personal. Se movió en la Buenos Aires de los ’80, conoció a todos los chicos y todas las chicas del Parakultural y alrededores: las Gambas al Ajillo, Batato Barea, Tino Tinto, y otros. Entonces, con esa tendencia a perpetuar como música perlitas del pasado evocando los detalles, recuerda como si fuera hoy cuando tanteaba desde el teléfono público de una estación de servicio si Batato estaba en su casa, para preguntarle si podía pasar a visitarlo: “Me acuerdo de entrar a la casa y sentir ese olor a fragancias exóticas... especias... –y cuando encuentra la palabra especias, la enuncia con una sonrisa de toda la cara–. Una vez me llamó la atención un pajarito que se había escapado de alguna jaula y estaba ahí. Cada vez que iba era una celebración, de repente había un cuadro nuevo de Nora Iniesta o el vestuario hecho por la mamá, las pelucas de tul”, dice ella, reconstruyendo además de una escena, una época de su vida. Batato también era el invitado de honor de Las tratantes de Blues, un espectáculo que armó Karina con Graciela Mezcalina y Cristina Dall, de las Blacanblues, en el que hacían temas emblemáticos del jazz. Pero él hacía la suya, y si ellas estaban con el blues, él subía a cantar un tango vestido de chongo del 900, de chambergo.

YO MISMA PRODUCCIONES

Paralelamente, Karina daba sus primeros pasos en el teatro comercial, y lo hacía con papel pequeño en una obra inmensa, llamada Sugar y protagonizada por Ricardo Darín y Susana Giménez. Un mes y medio de pruebas agotadoras para quedar como bailarina. Porque si la vida del artista es sacrificada, el recorrido de Karina K está lleno de pequeños pasos, esfuerzos divertidos y golpes de timón. Tanto es así que después de dos años y medio de Sugar, y con una lista de buenos contactos en la escena underground, ella armó sus valijas detrás de un amor y se mudó a Barcelona. Antes, escuchó unas palabras que hoy adquieren eco. “Ricardo Darín me dijo: ‘No dejes la actuación, no te encasilles como bailarina’. Yo sabía que había algo más allá de la danza.” Esas palabras ejercieron su influencia (“A mí, Ricardo me parecía un cómico extraordinario, un manejo del humor, un histrionismo...”). Apenas llegada a Barcelona –ya habiendo cambiado su italianísimo apellido por una letra que replicaba la primera sílaba de su nombre (mandato de la época)–, Karina trabajó como bailarina para pagarse sus clases de teatro, que incluyeron clown, comedia del arte, bufón, máscara neutra, personaje, contrapersonaje y otros componentes que implica el método Lecoq, que ella reivindica con entusiasmo, tanto como a otro de sus formadores, Norman Briski. “Mis experiencias con Batato, Urdapilleta o Tino Tinto me dieron una motivación interna, y cuando encontré el espacio, que fue en Barcelona, pude volcar todo eso que había aprendido y esas ganas. Hice mis propios personajes, con canciones, con letras que armaba yo, dentro de las posibilidades que tenía de producción. Pero tenía tanta avidez, tantas ganas, y la escuela de teatro en Barcelona me daba tantas herramientas... Me encontré haciendo festivales, café concert, neocabarets...”

La vida artística de Karina K se puede organizar por décadas: los ’80 en Buenos Aires, entre Batato Barea y Susana Giménez; parte de los ’90 en Barcelona, haciendo teatro off (no hablaba perfecto catalán como para el oficial) y sumergida en la comedia cosmopolita; otra parte de los ’90 de vuelta en Buenos Aires, agitando la noche en los lugares más recordados del momento como Morocco, El Dorado, El Living, El Codo. Incluso ahora mismo es posible encontrar en YouTube una síntesis de su show Antidivas en El Dorado (aunque empezó al final de su estadía en Barcelona), a cargo de “Yo misma producciones”, en donde Karina propone un unipersonal que, en su versión completa, iba encarnando a distintas mujeres de diversas nacionalidades e interactuaba con el público. La de 2000 vendría a ser la década de Cabaret, Víctor Victoria, Te quiero, sos perfecto, cambiá, Souvenir y Sweeney Todd, entre tantísimas otras cosas.

Pero en realidad también podemos agarrarnos del espíritu “Yo misma producciones” y dibujar una trayectoria que fue y vino entre lo grande, enorme, y lo muy pequeño. Esos contrastes, buscados o encontrados, son probablemente responsables de darle otra espesura a esta actriz musical: “Cuando volví de España, después de ocho años, venía de protagonizar Drácula, de Pepe Cibrián, y tuve que empezar de nuevo”. Ella ya era dueña de un capital que la dejaba tranquila: “Lo que a mí me dio la experiencia free lance fue esa tranquilidad de decir ‘bueno, no me voy a morir de hambre. Voy a estar arriba del escenario, siempre voy a tener la posibilidad de poder estar trabajando’”. Entre las cosas que hizo a la vuelta, además de ofrecer clases de canto, fue lanzar el grupo Patricias Argentinas, una banda de mujeres de rap, soul, raggamuffin, con toques de humor y sin un disco editado (aunque sí grabado). Compartieron circuito con Fabiana Cantilo y Babasónicos, pero el lugar más extraño en donde les tocó actuar fue en el Congreso de la Nación: “Fuimos el primer grupo de música en el Congreso. Tocamos hip-hop para los diputados, cerrando una muestra de arte”, recuerda todavía anonadada.

NEGRURA E ILUMINACIONES

De El Dorado al Maipo, pasando por el Honorable Congreso de la Nación. Así es Karina K, como si su falta de apellido impidiera clasificarla en un tipo de persona, en una conducta regular. Es un apellido total, tan total que hasta incluye la posibilidad de brillar en el teatro lírico. Precisamente antes de Sweeney, Karina descolló en Souvenir (también bajo la dirección de Ricky Pashkus), interpretando a un inquietante personaje de la música internacional: Florence Foster Jenkins, conocida como la asesina de Mozart o la peor cantante de la historia. Mujer de un millonario y dada a la beneficencia, no encontró mejor opción que ser ella la cantante de esos eventos que anfitrionaba y que nucleaban a la nobleza neoyorquina. Pero la mujer era realmente imposible: el sonido que conseguía su voz mezclaba lo peor del espacio auditivo. Y Karina K, eximia cantante, se puso en esa voz, en la de un personaje a la que la gente iba a ver para reírse (una costumbre que hoy es más común, por cierto): “Fue desapegarse de la vanidad. Dejar de lado la técnica, el talento y estar a disposición de encarnar un rol que es como un fetiche para los cantantes líricos. Cuando me propusieron hacer la obra, apenas yo firmé, tuve cinco meses escuchando solamente a ella. Una tortura. Arias emblemáticas de la lírica perdidas. Tenía todos los defectos del canto: desafinaba, no tenía aire, no sostenía las notas, se le caían”.

La maestría de su interpretación le valió todos los aplausos. El personaje de Jenkins era tan dual que generaba pena, vergüenza ajena y bronca en las mismas dosis. Porque la obra consistía, además, en la relación entre ella y su acompañante musical (Pablo Rotemberg), quien iba cambiando sus sentimientos con los ensayos. Fue justamente mientras hacía Souvenir cuando Karina K se enteró, prácticamente al verse en una foto grande con Chávez en el diario, de que pronto iba a interpretar a otro personaje dual: “Yo había visto la obra en el ’94 en Barcelona. Una de mis compañeras catalanas de Drácula había quedado en el casting de Sweeney Todd y me pidió ayuda con el personaje para hacerle como un entrenamiento actoral. Ahí fui a ver la obra y aluciné”. La obra tiene algo especial, una negrura exagerada, es como un esperpento en el que todos los personajes se desvían y carecen de toda ejemplaridad. Karina menciona lo que significa para ella trabajar con Chávez, que sostiene un protagónico cantado con una contundencia enorme: “Yo lo conocí a través de Ricky. El me había visto en otras obras y tuve hermosas devoluciones de trabajos que había hecho. Me alentó mucho. A mí me resonó, viniendo de él, de su criterio. Su grado de compañerismo es maravilloso, su metodología es un ejemplo, su grado de concentración; se sumerge de lleno”.

Como otra de sus actividades creativas, hace unos tres años que se junta con un músico para ensayar sus temas y planea un espectáculo con recursos audiovisuales y multimedia. Ella tiene una manera muy detallista y atemporal de describir los motores que la inspiran, como por ejemplo las termas de Copahue, un lugar geográfico que resonó en Karina como una fuente de imágenes que logrará plasmar pronto: “Quedé flasheada porque es un volcán donde estuve 10 días haciendo terapia termal en un cráter que por momentos parecía la Luna, porque es tanto el calor que a la noche, cuando baja la temperatura, se forma una nebulosa. Yo sentía que estaba en la Luna. Todo lo que me descontextualiza, me inspira”. Ella es así: entusiasta, expresiva, positiva. Probablemente algo de ese ímpetu se lo deba a la filosofía budista, a donde llegó gracias al consejo de Tino Tinto hace 22 años. Karina transmite los interesantes detalles de este universo y forma parte de la ONG Soka Gakkai, presente en 192 países. Además practica en su propio altarcito que cuenta con un pergamino que representa el objeto de devoción y donde está expresado el estado de budeidad. Su mirada esperanzada y positiva, se nota, es algo más orgánico. Porque justamente –y más allá de Lovett y sus extraños gustos culinarios–-, Karina K es un personaje orgánico, en la cual convive una historia nutrida que la enorgullece y un presente activo y divergente: “De la época más del under, me acuerdo de salir hasta las 6, 7 u 8 de la mañana, más o menos hasta el 2000. Pero por ejemplo eso me sirvió para hacer a Sally Bowles en Cabaret. Por eso no me arrepiento de nada y como actriz todo me sirve. Uno hace un corte como de etapa, pero eso queda resonando en la vida de uno, en la experiencia, en el reflejo y en los cinco sentidos. En definitiva, todos los estilos por los que pasé quedan perpetuados en una escena de Mrs. Lovett”.

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