POLéMICA > LA OBRA SOBRE EL BAZUCO Y LA COCAíNA DEL COLOMBIANO CAMILO RESTREPO
Cada una de las cuatro partes de la muestra de Camilo Restrepo despertó reacciones igual de virulentas: las pipas compradas a los paqueros del Barrio Triste de Medellín, donde los jóvenes se entregan a gastar lo que tienen en bazuco; las fotos policiales estetizadas hasta lo publicitario; las citas a las latas de Warhol; y los seis mil soldaditos y un hipopótamo de plástico. Radar estuvo en Medellín y expone el mapa sobre el que esta muestra se despliega.
› Por Emilio Ruchansky
Desde Medellin
Los paisas de Medellín le dicen “Barrio Triste”. Sus calles huelen a aceite de auto quemado, a gasolina, a grasa, a meo; siempre están como recién llovidas. Queda en el centro, son sólo quince manzanas donde se concentran casi todos los talleres mecánicos y la venta de repuestos de la ciudad. En el empedrado abundan los tornillos, los tubos, las arandelas y la estopa. Con eso consiguen armar sus pipas de paco los bazuqueros, como si fueran pájaros ciegos en busca de ramitas para armar el nido, persistentes y llenos de paciencia.
Hace algunos años, el gobierno local intervino el barrio y demolió “las cuevas”, los edificios abandonados, precarias sedes de los fumadores del bazuco. Desde entonces, por la noche se juntan en la calle jóvenes, adultos y viejos; hombres y mujeres que dejaron la abogacía, el taller mecánico, la enseñanza o cualquier oficio para fumar. Muchos son pibes y pibas que nunca tuvieron esa posibilidad.
Hay de todo, pero lo que descorazona son esas chicas a las que el Estado les sacó la tenencia de sus bebés por su consumo. Se las ve en un documental del papa Giovanni, un iluminado que se puso un centro cultural en Barrio Triste. Les dan teta a muñecas que llevan en recuerdo de sus críos. Una llora a su niño y aspira pegamento metido en una botella que sujeta dentro del escote. Por la vereda vuelan las bolsitas negras donde también respiran Sacol, el Poxirán nuestro.
En el centro es más barato comprar un gramo de perico, de merca, que un combo en McDonald’s. Se cena temprano porque los boliches cierran a las dos. El que se quedó muy duro pierde. Le toca deambular, golpear persianas, colarse en esa casa-de-un-amigo-de-alguien-que-no-conocés pero regaló un saque de merca cargado en una llave antes de rumbear. El bazuco cuesta diez veces menos: 500 o 1000 pesos colombianos. Los pulmones son una vía de absorción más rápida que la mucosa nasal. Fumar cocaína, aunque sea mala y mezclada, pega más y más rápido que aspirarla. “Para una necesidad monstruosa, hace falta una droga monstruosa”, dicen en Brasil. En Colombia ya lo saben, lo saben hace más de veinte años.
Por la mañana, cuando es día de semana, en Barrio Triste aparecen los vendedores empujando sus carritos de bebé repletos de termos de café y tortas. Se oye el movimiento controlado de las cadenas, el ruidoso contoneo de las persianas metálicas y la charla animada de los mecánicos. Los bazuqueros siguen en la suya. A los que lograron dormir no los despierta ni el lamento de Gardel a todo volumen en una vieja radio portátil. El Zorzal es muy popular acá. Podrán discutir si nació en Uruguay o en Francia, lo que no se discute es que murió en esta ciudad, dicen con orgullo los taxistas tangueros de Medellín. Los mismos que llevan en sus autos casquillos de balas, a veces reales, en reemplazo de la perilla de seguro de sus puertas.
Camilo Restrepo comenzó a merodear Barrio Triste en 2007 con una propuesta enigmática para los bazuqueros. Quería comprarles las pipas. Pasó los primeros seis meses peleándose con su intermediario, el Mocho, un hombre manco que al principio le traía pipas que fabrican los propios “jíbaros”, los dealers, y se fumaba el vuelto. Se quedó sin brazos tratando de sacar el pie que le había quedado enganchado en las vías del tren. “Me las vendía a 2000 pesos (4 pesos argentinos) y estaban casi sin usar, les pedí que me trajera otras y vino con pipas hechas con maracas, con calcomanías de Hello Kitty”, recuerda Restrepo.
“Al principio los bazuqueros no entendían para qué las quería”, agrega Restrepo, mientras mira las fotos de algunas 120 pipas que finalmente consiguió exhibidas en una Galería de la Oficina en Medellín. Son parte de su instalación, en gran parte dedicada a bordes insospechados del consumo de bazuco, pero también de cocaína, pegamento. Las tomas de las pipas fueron hechas en su ventana, de noche, y luego retocadas para eliminarles el fondo, y aunque están ampliadas tienen proporciones reales entre una y otra. “El lenguaje de las fotos es comercial, creo que es lo que hizo que bajara el rechazo a la muestra”, aclara el artista, cuya obra fue incluida en Una línea de polvo. Arte y drogas en Colombia, entre otras publicaciones.
“Ahora están imitando el catálogo de las elegantes pipas de brezo y de espuma de mar. Y la verdad es que no desmerecen. En las fotografías lucen las vueltas del caucho que sostiene la corona de papel aluminio, los nudos de bolsas negras que intentan atrapar todo el humo, el detalle de esos ‘insectos’ que hay que buscar debajo de la normalidad de nuestras ciudades. Hace más de ochenta años Magritte nos puso la imagen del paradigma de una pipa acompañada de un texto que la desmentía: Ceci n’est pas une pipe. Al contrario, estas hechuras necesitan un rótulo que aclare su función y su naturaleza: ‘Esto es una pipa’, dice el título, y todavía nos acercamos un poco para cerciorarnos”, escribió Pascual Gaviria, editor del diario Universo Centro, cuyos textos guían la muestra.
En la sala contigua de la galería hay una pared tapizada con fotos de esas bolsas negras con el fondo apretado. Todas fueron usadas para aspirar pegamento. Restrepo las juntó en Barrio Triste, La Paz y El Paseo del Río. “Me interesó captar los desechos, los objetos de ellos. Vengo de exponer esto en Bogotá y la gente se veía muy afectada”, dice sobre esta instalación, llamada Figuritas en el piso, frase con la que los presos en Colombia describen el efecto al pegamento. A un costado, una máquina tenebrosa infla y desinfla una de estas bolsas negras. “Hace cuatro años las ferreterías dejaron de vender pegamento a los menores de edad y a los indigentes –comenta–, así que el negocio lo tomaron los jíbaros.”
Algunos colegas y fotógrafos criticaron por lo bajo la muestra de Restrepo, diciendo que él no se animó a entrar a las cuevas, a mezclarse con los bazuqueros y a retratarlos. “Yo no quiero hacer pornomiseria”, aclara el artista.
En sus cuadernos de hojas lisas, Restrepo guarda junto a los bocetos de su obra cientos de artículos periodísticos y fotos de diarios prolijamente recortadas y pegadas. Una de ellas muestra a un pelotón militar posando frente a un hipopótamo muerto, que acaban de fusilar. Era Pepe, una de las joyas de Pablo Escobar, el mítico narcotraficante que pretendía crear el zoológico privado más grande del mundo. La foto fue difundida en 2009 y despertó la indignación de los colombianos: era una muestra de la crueldad del ejército, de sus triunfalismos absurdos.
Algo de este absurdo sobrevuela Bloque de búsqueda, esa instalación casi infantil de Restrepo, que juntó seis mil soldaditos de plástico y los apuntó a un hipopótamo de juguete que los mira por sobre su hombro. “A Pepe lo descuartizaron. Es lo que hacen los paramilitares con sus víctimas. Fue como una venganza contra Escobar”, dice. Para él, Pepe también es como un “falso positivo”; las víctimas civiles del conflicto armado que el gobierno “disfraza” de guerrilleros o de narcos en las cifras oficiales.
En otra sala de la galería está Blanca sobre blanco, cuadros hechos con papel fotográfico al que Restrepo les sacó una capa para crear siluetas, en un contraste sólo perceptible de cerca. La idea también proviene de las fotos de los diarios, de un examen meticuloso de los panes de cocaína que la policía exhibe, ordenados y numerados, tras los decomisos. Una muestra de espaldas a siete personas esposadas entre sí, otra muestra un pan sellado con el logo de Nike, tal como fue decomisado, y varios otros panes apilados.
“Los traficantes, los diarios, los policías, los adictos, los consumidores, los moralistas: todo el mundo parece haber cedido a la fascinación por el sencillo molde de esa envoltura. La pureza de la coca, la pureza de la forma y la promesa de esos paquetes han logrado que los perseguidores acudan a una geometría maniática para exhibirla; ha hecho que los productores pongan un sello personal sobre su producto y que los periódicos nos regalen una postal recurrente con las extravagancias alrededor de esa envío: un pequeño talismán”, escribió Pascual Gaviria.
La última obra, Great for cooking, está inspirada en el famoso cuadro de Andy Warhol, la lata de sopa Campbell. Sobre un estante, ocho latas azules traen cada una la inscripción de los químicos para procesar y cocinar la cocaína. Kerosene, acetona, ácido sulfúrico, soda cáustica y ácido clorhídrico, entre otras sustancias. La clave cínica de este tramo hay que buscarla en la etiqueta de la Campbell: “For US export only”. Estados Unidos sigue siendo el principal comprador y consumidor de la cocaína y, al mismo tiempo, el país cuyo gobierno impulsó (léase “financió”) la fracasada guerra contra las drogas en Colombia. Lo de “fracaso” es cuestionable: no se pierde una guerra que tal vez no quiera ganar. Pero Restrepo no habla de esto, deja que su obra lo insinúe.
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