Sábado, 6 de noviembre de 2010 | Hoy
EXPERIENCIAS > DE PASEO POR CHACARITA CON LEANDRO TARTAGLIA AL VOLANTE Y EN LOS OíDOS
Una vuelta en auto. Un programa de radio que sólo se oye por los auriculares en su interior. El paisaje perfectamente sincronizado con la información y la música que se reciben. Y el artista al volante y al control. En La esquina indicada, Leandro Tartaglia cruza en una obra hecha para experimentar las muchas capas de información que recibimos al circular por la ciudad, y el modo en que unas condicionan e iluminan a las otras.
Por Claudio Iglesias
Estamos en una esquina, esperando un auto, a la derecha de la entrada principal del cementerio de la Chacarita. Cuando el auto llega, se baja el conductor (traje oscuro, anteojos de sol, actitud institucional), saluda y hace entrar a los pasajeros. Tres como máximo. Nos ponemos los auriculares y el conductor nos hace OK con la mano derecha, a lo que respondemos. Mira su reloj, enciende el motor y cada cual se hunde en su asiento, predispuesto a lo que puede resultar de una mezcla de recorrido en auto por la ciudad, programa de radio y obra de teatro. “Sean bienvenidos ustedes a la primera estación de tiempo adaptada a un automóvil”: así comienza La esquina indicada, la pieza escrita y dirigida por Leandro Tartaglia y realizada en conjunto con Mariano Ast, estrenada a mediados del mes pasado. A medida que el viejo auto convertido en cabina de escucha da vueltas por Chacarita y La Paternal, entramos en un ciclo de señalamientos espaciales y coincidencias temporales (no por nada el conductor mira el reloj todo el tiempo, como Joseph Gordon-Levitt en Inception) entre la deriva sonora del programa y la deriva visual del automóvil.
Pero, ¿de qué se trata la obra? Precisamente, de un programa informativo grabado en el mismo automóvil y a lo largo del mismo recorrido que realizan los espectadores. El programa, que también tiene su equipo de conductores, discurre como una edición normal de una emisora, con referencias al programa de la semana pasada y a otros programas de la misma radio, aunque en verdad es una pieza única. Para sumar otra capa narrativa a la obra, Tartaglia decidió que durante los tiempos muertos de la radiofonía (la música, la publicidad, los separadores, etc.) los escuchas/pasajeros oyéramos lo que los conductores radiales comentan fuera del aire. Así se genera un efecto de ficción dentro de la ficción, realzado por los movimientos estudiados del conductor al girar o cambiar de marcha. Para Tartaglia, una cierta ambigüedad es necesaria para resultar motivante. “Mezclar información con ficción proyecta dudas sobre ambas cosas, y eso puede generar que ese espectador haga búsquedas o investigaciones por sus propios medios.” El programa desarrolla así, entre temas de Nina Simone y M.I.A., una agenda de cuestiones que van de la política actual y la tecnología a una lectura de poesía y una breve historia del Albergue Warnes, frente a cuyo antiguo sitial el vehículo convenientemente se detiene.
Tartaglia ya había trabajado con la esfera pública en algunos proyectos anteriores, como Todos los días, presentado en la edición 2009 del premio arteBA-Petrobras, centrado en torno de los diarios, la actualidad política y el sistema de medios en Argentina. En una tradición que podría remontarse por igual a Bertolt Brecht y el arte de los medios, con La esquina indicada profundiza su afán de incorporar temas de discusión pública a un formato de la radio, y que en este caso es utilizada para plantar dudas, interrogantes e ideas en la mente de los espectadores.
Uno de los puntos fuertes es el momento en el que Laura (co-conductora del programa, encarnada en los oídos del oyente por Violeta Kesselman) nos cuenta los fundamentos de la novela El traductor, de Salvador Benesdra, un libro de culto en la literatura contemporánea (Benesdra se suicidó en 1996, antes de publicarlo) que trata de las posibilidades de sindicalización de los “trabajadores intelectuales” que resultaron de la informatización del mundo productivo, escrito en una década además marcada por el creciente desempleo y por el tópico del fin de las ideologías. En el recorrido que plantea la obra, esta temática y otras como el precio de la nafta y de la carne se entrelazan con la perspectiva cercana que el viaje en auto ofrece sobre la ciudad y sus habitantes, es decir, la sociedad en conjunto: casas de repuestos, cartoneros, trabajadores, baldíos, gimnastas y paseantes circulan por el mismo plano de realidad que el programa, sus temas y sus pasajeros. Ansiosos por picar algo mientras suena un tema, los conductores piensan en comprar facturas pero, en plena calle Warnes, descubren que sólo encontraran “una docena de bujías”. “El kiosco reemplazó a la panadería”, agregan. Los comentarios pasan como los locales en alquiler y los carteles de publicidad vial: la experiencia de escuchar radio y simultáneamente ver pasar la ciudad (tan típica de un viaje en taxi) nos obliga a poner el foco (o los oídos) sobre la forma en que procesos económicos generales se entrelazan con la vida de una ciudad y sus personas: el espacio urbano y la esfera pública aparecen así tan sincronizados como lo que vemos por los vidrios y escuchamos por los auriculares.
Operando de manera astuta sobre el nivel de concentración del oyente, la emisión finaliza con una lectura del poema “Kevin”, de Mariano Blatt a lo largo del muro del cementerio: “Voy en motito a comprar pan / son como las diez de la mañá / tal que pienso un poco en dios / tal que pienso un poco en Kevin...”. El ritmo suelto del texto y la larga pared, el cielo de Chacarita y el arrullar calmo del vehículo producen un final relajado e intencionalmente monótono, como el último tema de algunos discos. Vueltos al punto de partida, el auto frena, el conductor saluda, nos invita a bajar y sigue de largo. La función ha terminado. Minutos después reaparece, con el saco en la mano y acuciado por la necesidad de almorzar. “Hay una parrilla orgánica dentro de la estación, con choripán libre de agrotóxicos”, le comenta alguien. “Sí, pero estuve toda la semana pensando en ir a Imperio”, dice ya a unos pasos de distancia. El grupo de pasajeros se desbanda, cada cual en su propia dirección, y todos extrañamente conscientes de la experiencia inmersiva, tan común y tan singular, que supone la vida diaria de una ciudad.
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