Dom 23.03.2003
radar

Salmones en la red

La leyenda Calamaro no deja de crecer: tras El Salmón y su monumental entrega de cinco compacts y 104 canciones, quedó claro que su estado de gracia compositiva no se había interrumpido. Mientras su departamento porteño seguía transformado en un bunker musical donde los días tenían más de 24 horas y todos los días nacía más de una canción, empezaron a circular hits en grabaciones caseras que él mismo distribuía, rumores de un nuevo disco y entregas esporádicas vía Internet. Ahora, ese material (incluido lo que quedó afuera de El Salmón, su rumoreado sucesor, covers y canciones inéditas) puede bajarse gratuitamente de una página web. Radar ofrece una guía para salir a pescar.

› Por Martín Pérez

“¿Vos no llegás a escribir una nota por día?”, me preguntó alguna vez Andrés Calamaro, en uno de aquellos maratones de escuchar canciones en su hogar porteño a la que todo periodista especializado ha sido invitado alguna vez.
“Claro que sí”, le respondí, sorprendido por su pregunta.
“¿Y entonces qué tiene de raro que yo escriba una canción por día?”, preguntó entonces otra vez. Y sin esperar una respuesta, continuó: “Si te sorprende es porque los artistas suelen ser unos vagos. Yo no lo soy. Y escribo más de una canción por día. He llegado a hacer cinco, y hasta diez en un solo día. Porque si escribo sólo una, estoy apenas a un día de dejar de escribir una canción por día. Y eso sí que me da miedo”.
Han pasado un par de años desde aquella confesión y, estimulado por aquel miedo –metafórico o real, quién sabe–, desde entonces Calamaro no dejó de componer hasta cincelar un mito vampírico que habla de días de más de 24 horas, y generosas cantidades de casetes grabados en una portaestudio de cuatro pistas, luego copiados en compactos grabables que llenaban una caja de cartón en su hogar porteño. La novedad es que todo ese material acopiado durante su peligroso estado de gracia compositivo porteño llena una gran valija que el mes próximo viajará a Madrid, lugar de residencia de Andrés desde el año pasado. Allí se procederá al delicado trabajo de escucharlos para así seleccionar el material que formará parte del demorado sucesor de El Salmón, hasta aquí el último trabajo discográfico editado por quien durante la segunda mitad de los noventa, con Alta suciedad (1997), sucedió a Fito Páez en el trono del artista más vendedor del rock nacional. Pero que, en vez asumir públicamente tal sitio de honor como merecida y gallardamente –y también algo vanidosamente, hay que decirlo– supo hacerlo Páez, eligió perderse en la búsqueda del Santo Grial de la canción, del fatal destino manifiesto del artista que no quiere jamás dejar de serlo, ni resignarse a abandonar un mundo que le es enteramente suyo por otro –llámese “real” o como sea que elija llamársele– que debe resignarse a compartir con otros.
“Nunca antes me había pasado algo así”, confesó Calamaro a la hora de recordar la bandera de largada para aquel iniciático vendaval compositivo que decantó en Honestidad brutal (1999), un compacto doble que en época del vinilo hubiese sido un disco triple y medio, y que con 37 tracks tenía un tema más que Sandinista!, el disco más extenso de la historia del rock antes de la aparición del compact disc. Producto final de un estado de gracia que comenzó hacia fines del ‘98, Honestidad brutal fue apenas el comienzo de un “maratón de escupir canciones” –tal como la describió el propio Calamaro– que ni siquiera terminó con la aparición de El Salmón (2000), un álbum quíntuple que aún hoy sigue siendo un experimento artístico inabarcable, sin concesiones y sin explicación posible.
Aquella exageración de Andrés antes de la decisión de editar su brutal disco doble –”Tiene que ser un álbum quíntuple, así se entera Bob Dylan”, había llegado a amenazar— terminó materializándose en un experimento que contenía 104 temas grabados lejos de los estudios de grabación. Un manifiesto de libertad artística que en España llegó a vender 70 mil ejemplares, mientras que la traicionera edición local apenas si rozó las 6 mil cajas de cinco discos. La “traición” argentina, tal como es percibida desde la trinchera de Andrés, consistió en haber editado en solitario un solo disco (que acusó ventas por 35 mil unidades), rompiendo el experimento que incluía los cinco, vendidos en España a 30 dólares, pero que aquí –aun en épocas del 1 a 1– cotizaba a 54. Al ser editado como un solo álbum, ese Salmón solitario podía ser percibido apenas como un disco mal grabado, en vez de entenderse como parte de un proyecto mayor.
Llamado a silencio discográfico desde El Salmón, eso no significa que desde entonces Calamaro haya dejado de escribir canciones. Al contrario: el ritmo pareció acelerarse. Los discos grabables se apilaban en DeepCamboya, como lo puede atestiguar cada visitante de su recoleto hogar, sentado invariablemente a compartir una larga escucha de temas flamantes, visitante que, de extender su visita lo suficiente, pasaba a ser testigo –e incluso partícipe– de la grabación de nuevos temas. Semejante agitación tomó cuerpo en un puñado de canciones que apareció el año pasado gratis en Internet, bajo el bautismo grupal de Deep Camboya, nombre del estudio casero de donde provienen. También se comenzó a hablar de un próximo disco, llamado El 22 o El tilín del corazón o Los poetas de la zurda, cuya aparición no ha dejado de postergarse, hasta convertirse en un nuevo mito de la leyenda Calamaro. Una leyenda cuya última aparición pública fueron ciertas declaraciones incoherentes recogidas en vivo en Plaza de Mayo, en medio de un acto de las Madres el 24 de marzo pasado, y transmitidas por Crónica TV. Repetida hasta el hartazgo, la curiosa entrevista lo muestra balbuceando “situación de sala de ensayo, rock y estupefacientes”, en respuesta a una confusa referencia del cronista a la presencia policial custodiando el acto. Sala de ensayo, rock y estupefacientes parece ser, efectivamente, el ideal punto de partida del músico argentino urbano, un estado de inocencia que Calamaro busca y al mismo tiempo mutila con los temas que asoman ahora en Internet, junto a los que integraban aquel Deep Camboya que había dejado de estar accesible y que, ahora con sonido masterizado, forman parte de este testimonio de la época post-Salmón.
Aunque la existencia de aquellas míticas “canciones turras” –contagiosas melodías con estribillos tarareables dejadas ex profeso afuera de El Salmón porque eran canciones mentirosas, según su autor– deja claro que nunca perdió el toque de Midas del éxito instantáneo, Calamaro se alejó decidido del camino más sencillo en sus canciones del último lustro. De la misma manera que Charly García en su más extremo momento Say No More, Calamaro busca verdad en vez de artificio, busca vísceras y no chorizo. Pura sangre en canciones sin anestesia, el Calamaro versión 2000-2002 tiene un discurso que nunca excede los dos minutos por tema. “No sabés la cantidad de cosas que se pueden decir en dos minutos, sin los solos ni los estribillos”, aseguraba entusiasmado cuando aún estaba por presentar El Salmón.
Ahora que las noticias que llegan de la España que no ha abandonado desde el año pasado hablan de un Calamaro menos extremo y reconciliado con Mónica García, su musa desde su época Rodríguez, estos temas que asoman on line son la única forma de asomarse al Calamaro más allá del Salmón. Un Calamaro secundado por los Poetas de la Zurda –el Cuino y Jorge Larrosa–, que habla del País con mayúscula mientras repite eso de que “¿Viste cuántos países que ya no existen?”. Un Calamaro sin hits que, a su vez, no puede dejar de escribirlos. Un Calamaro que hace evidente su proceso creativo, que revisa la historia argentina a partir de recuerdos colectivos y también de los más personales, hasta que devengan recurrentes. Un Calamaro que, aun ausente discográficamente, no ha dejado de escupir éxitos, tal como lo pueden testimoniar Los Ratones Paranoicos, Los Animalitos o Coti Sorokin, así como su discográfica, cansada de ver pasar los hits sin poder facturarlos. Un Calamaro que ahora espera en Madrid esa valija con cintas y compactos para intentar descubrir el disco –simple o doble, depende del material que se elija reunir– que proyecta grabar y editar antes de fin de año. Un proyecto que incluye hacer accesibles vía Internet los temas que no lleguen al disco.
Para ayudar a esperar hasta que llegue ese momento, aquí les presentamos una hoja de ruta por el Calamaro colgado y on line, un Calamaro ausente pero virtual, y –como no podía ser de otra manera– con los clicks llenos de canciones.

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