CINE > LA TERCERA JACKASS EN 3D
Los acusan de estúpidos, de inmorales y de escatológicos. MTV les levantó el programa hace años por convertirse en un peligro para sus espectadores. Y cuando pasaron al cine, parecieron batir todos los records de mal gusto y peligro absurdo. Pero los chicos de Jackass no se rinden y ahora van por todo eso pero en 3D. Otra que Avatar: acá los cuerpos no son perfectos y azules, sino comunes y morados de tantos golpes. Probablemente sea la última de la saga (y justo la primera en estrenarse en los cines de nuestro país). Por eso, Radar pone la lupa en la honorable tradición cinematográfica en la que se inscriben para explicar el porqué del éxito de la franquicia más repugnante de todos los tiempos.
› Por Javier Alcacer
A los pocos minutos de comenzada Jackass 3D, Bam Margera, uno de los integrantes de la troupe, decide mear contra el viento. En este caso, la ráfaga de aire no tiene una causa natural, sino que es generada por la turbina de un avión. Tal como enseñan las leyes de la física, Bam es empapado por su propio meo, hasta que el vendaval alcanza tal potencia que lo lanza al suelo. “¡Esa la historia de Jackass!”, grita Johnny Knoxville, otra de las estrellas del equipo, a salvo de la turbina y de la orina de Bam. No es una de las peores ideas que filmaron (¿cómo hacerle sombra a la vez que Steve-O, quizás el más extremo de los integrantes del grupo, se puso una sanguijuela en el ojo?) pero hay que darle la razón a Knoxville: ilustra muy bien lo que hicieron los últimos diez años, pruebas dementes que sólo terminan bien cuando terminan mal, interpretadas por grandulones en un eterno viaje de egresados y con el dinero suficiente como para alquilar un avión.
Pero mejor empezar por el principio. O al menos por uno de ellos. En la década del ’90, la cultura skater vivió su pico de popularidad, basta ver los videoclips que más rotaban por MTV para comprobarlo. Una de las revistas más celebradas de aquella subcultura fue Big Brother, que alcanzó la fama gracias su contenido poco convencional, como rankings de las mejores maneras de suicidarse, guías para falsificar documentos de identidad y estafas que uno podía practicar con sus vecinos. Acorde al espíritu punk de la revista, un colaborador quiso venderle al editor, Jeff Tremaine, un artículo en que probaría en su propio cuerpo distintos métodos de defensa personal, como tasers y aerosoles de pimienta, para terminar poniéndose un chaleco antibalas y recibiendo un disparo en el pecho de un revólver calibre .38. Al editor la idea le gustó, pero le dijo que, en lugar de escribirlo, tenía que filmarlo. Cuando Johnny Knoxville presentó el tape con el resultado, a Tremaine se le ocurrió que eso merecía estar en la televisión. Junto con algunos de los colaboradores más desquiciados de la revista y la CKY Crew, un equipo de skaters que había alcanzado cierta fama gracias a los accidentes que intercalaban entre los trucos de sus videos, Tremaine y su amigo Spike Jonze (más tarde director de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas) le vendieron Jackass a MTV en 2002.
Hasta entonces nunca se había visto nada como ello en la TV: escenas de autodestrucción, escatología, bromas pesadas, nudismo y escenas de riesgo de peligro mortal se sucedían en cada programa. Cual crash test dummies de carne y hueso, los integrantes de Jackass les ponían el cuerpo a las pruebas más idiotas, acumulando cortes, fracturas y vómitos, convirtiéndose en un éxito inmediato. Una buena prueba de ello fue la cantidad de niños que quisieron imitar sus proezas, lo cual terminó con hordas de padres furiosos haciendo demandas al canal. Luego de tres temporadas, hartos de pelearse con MTV, que vetaba las pruebas más peligrosas y ofensivas, el show se canceló y Knoxville & Cía. se mudó a la pantalla grande, elevando la apuesta con Jackass (2002), dirigida por Tremaine y, cuatro años después, con la primera secuela.
Desde el lanzamiento del programa hasta su tercera incursión cinematográfica, el lugar común para desmerecer a Jackass fue acusarla de “estúpida”. Obviemos el título de la película, que vuelve aquel comentario redundante, y el hecho de que son ni más ni menos que Beavis y Butthead quienes la presentan; en primer lugar, esa es una crítica habitual que se les hace a las comedias, como si la comedia no fuese esa alquimia capaz de transformar algo estúpido en algo inteligente (por ejemplo, el sketch del baile del pez, de los Monty Python). Pero más allá de los prejuicios de siempre, lo cierto es que, tanto en la TV como en las películas, Jackass captaba una fascinación tan vieja como el cine. Mejor dicho, una fascinación mucho más antigua aún, que sólo el cine puede registrar y que lo hizo precisamente en sus primeros minutos de vida y que luego desarrolló, sin interrupciones, por más de 120 años.
En 1895, los hermanos Lumière presentaban su invención con proyecciones que mostraban a unos obreros saliendo de una fábrica, unos fotógrafos llegando a un congreso, un bebé jugando con un pez; nada fuera de lo cotidiano, registros de la realidad, escenas rutinarias que ocurrieron delante de la cámara. Así fue hasta el sexto corto que proyectaron: El regador regado, la primera ficción de los Lumière –y, claro, de la historia del cine– y también su obra de mayor influencia para la posteridad. En ésta, un hombre (el jardinero de Louis) riega las plantas, cuando un muchacho se acerca y pisa la manguera. Desconociendo el motivo del corte del agua, el regador acerca su rostro hasta la boca de la manguera. Cuanto está lo suficientemente cerca, el muchacho quita el pie y el chorro impacta en la cara del regador, volando su gorra y dando lugar a una breve persecución que termina con un tirón de orejas y una serie de nalgadas. Gracias a una broma que no ha perdido su vigencia y que todos hemos hecho alguna vez en alguna oportunidad, en esos cuarenta y nueve segundos nació la comedia cinematográfica (y, de paso, tuvo lugar la primera escena de persecución). Fue el cine, su posibilidad de captar y reproducir el movimiento, lo que hizo que aquel gag pudiera ser visto por miles, por millones. Con El regador regado queda al desnudo la atracción irresistible que provoca en el espectador la visión de un tercero sufriendo un golpe imprevisto, el paso súbito de la calma al dinamismo, siempre con resultados dolorosos, ya sea en una pantalla, en un escenario o en la calle. Con el tiempo llegarían especialistas que elevarían el porrazo a la categoría de arte: Charles Chaplin, Buster Keaton, Harpo Marx, los Tres Chiflados, Jerry Lewis y Jackie Chan fueron apenas algunos de los maestros de la comedia slapstick.
La aparición de las cámaras hogareñas y la circulación que ofrecía el VHS democratizó el slapstick, por lo menos la gama involuntaria, dando lugar a los bloopers, accidentes caseros que, algunas décadas más tarde, encontrarían en Internet y emails la forma definitiva de difusión. Hasta que surgió YouTube, lugar donde pueden encontrarse, al igual que el baile del pez de los Monty Python, El regador regado y el resto de los cortos de los Lumière, una infinidad de compilados de bloopers, en expansión constante.
Con cada una de las películas, Jackass había batido los límites del mal gusto y peligro de la entrega anterior. Para que esta tercera parte superara a sus antecesoras, Tremaine optó por el chiche favorito de Hollywood: el 3D. Si James Cameron había recurrido a las tres dimensiones en pos de una experiencia novedosa en un mundo de fantasía demasiado parecido a las tapas de los discos de Yes, en Jackass 3D aporta nuevas maneras para repugnar. En el transcurso de la película, el lente de la cámara será vomitado, cagado y meado; si bien la espectacularidad del efecto es notoriamente más ofensiva y mucho menos romántica que la de Avatar, hay que señalar que el uso que se le da aquí también es extraordinario. A los cuerpos perfectos de los Na’vi, a la gracia de cada uno de sus movimientos, Jackass le responde su desdén por el canon de la belleza que manda la industria, con hombres de treinta y pico sin interés alguno por su figura, disfrazados de conejitas de Playboy y cubiertos de moretones arriesgándose en acrobacias tan ridículas como apasionantes. En combinación con la trimidensionalidad, la película utiliza una cámara que toma mil cuadros por segundo, lo cual, al ser reproducido a la velocidad normal, produce un efecto ralenti extremo, que por momentos vuelve el registro de los golpes que sufren los integrantes de una lección de anatomía, mostrando con fría parsimonia cómo se doblan de dolor los rostros, cómo una ráfaga de disparos de una metralleta de paint ball revienta contra un abdomen. Algunas ideas de Jackass 3D demuestran un alto grado de creatividad a la hora de concebir las bromas: una mano gigante de utilería que tumba a los desprevenidos que atraviesan un pasillo y se les pide que “choquen los cinco”; una pelea apócrifa en un bar entre dos enanos peleando por una mujer, que termina con la intervención de un escuadrón de policía, también conformado por enanos. Incluso la escena más asquerosa de la película, la cual por decoro no describiremos, funciona como gag a pesar del shock, gracias a un cuidado sentido del timing cómico.
La secuencia de créditos, que intercala algunas de las primeras escenas del programa de TV y fotos de la infancia de los miembros del equipo de Jackass, da a entender que este es el final del camino. Quién sabe, quizás, algún día, la saga sea recordada como una desquiciada forma de quijotismo practicada en la primera década del siglo XXI.
Jackass 3D se estrenó en los cines el jueves 11 de noviembre. Jackass y Jackass 2 se consiguen en DVD y la serie original puede verse por VH1.
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