Dom 21.11.2010
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PERSONAJES > GAINSBOURG Y SUS MUJERES EN LA PANTALLA Y EN LA VIDA

El punto G

› Por Mariana Enriquez

Hay una escena particularmente sensacional hacia la mitad de Gainsbourg (vïe héroique), la extraña biopic sobre el genial músico francés del director Joann Sfar (más conocido por sus novelas gráficas, sobre todo El gato del rabino). La escena, entonces: Serge está muy borracho a orillas del Sena, justo detrás de la basílica de Nôtre-Dame. Lo acompaña Jane Birkin, con un vestido supercorto que deja ver sus piernas eternas. El está frustrado por algo, a lo mejor porque no puede dibujarla, sobre todo porque está muy bebido. Y amenaza con arrojarse al río. No es una amenaza seria, pero ella lo detiene, lo abraza y le dice: “Sos hermoso. Sos tan hermoso. Soy muy feliz”. Y de repente, uno se da cuenta de que ella está diciendo la verdad. Serge Gainsbourg no era bello, pero de seguro las mujeres que lo amaron no estarían de acuerdo: ellas pasaban de las orejas grandes, los ojos saltones y casi sin pestañas, la fumata constante, los dientes amarillos, la nariz ganchuda, la espalda estrecha, la pancita de bebedor: le veían los labios –su único rasgo convencionalmente lindo– cantando “Manon” y “La Javanaise”; lo veían divertirse a discreción con “Comic Strip”; veían su sonrisa pervertida cuando cantaba “Les sucettes” con la estrella teen de los ‘60, France Gall: la canción era sobre el sexo oral, pero parecía hablar de chupetines y la niña no lo sabía. Serge sí, y hay que verlo mirando a los ojos a esa chica a quien estaba corrompiendo –-un poco– cuando cantan juntos en un canal de TV. Las mujeres que lo amaban veían en él a Lucien Ginsburg, el chico judío que había sufrido mucho en la Francia ocupada, obligado a mudarse de París y a usar una estrella amarilla; el chico que sabía no sólo de la crueldad nazi sino del antisemitismo francés. El chico que se convirtió en uno de los mejores y más famosos artistas de Francia sin que lo ayudara nadie.

Lo mejor de Gainsbourg (vïe héroique) –que se estrenó en la Argentina en el Festival del Mar del Plata– es esa infancia, que Sfar pobló de animación y muñecos, protagonizada por un niño brillante, insolente, bravo. Después, cuando el enorme Gainsbourg entra en escena –y se suceden las leyendas: Boris Vian, Juliette Greco, Brigitte Bardot–, la película pierde esa magia inicial, pero aparecen otros estímulos. Primero, el enorme Eric Elmosnino, que hace mucho más que imitar a Serge: lo captura hasta que uno olvida que se trata de un actor. Segundo, la amante, hermosa y alegre Lucy Gordon como Jane Birkin (la actriz británica, que antes había tenido un pequeño papel en El Hombre Araña 3, se suicidó después de terminar la película, lo que le agrega un aire de tristeza a su figura lánguida y gatuna). Y sobre todo la otra famosa amante de Serge: Brigitte Bardot (con ella grabó “Bonnie & Clyde” y le dedicó “Initials BB”), a quien le pone el cuerpo Laetitia Casta, una de las mujeres más hermosas del mundo. A los 32, Laetitia no es, claro, la legendaria Bardot, y ni siquiera se le parece tanto. Eso decepciona en los primeros cinco segundos, hasta que Laetitia-Bardot le hace un baile a Serge envuelta en una sábana blanca, y no muestra su desnudez, pero en su sonrisa y en las sombras se adivina que es magnífica, deliciosa, frutal. Laetitia fue, hasta 2003, la Marianne: el rostro que se toma como modelo para representar a la República francesa. Bardot fue la primera Marianne. Así de espectaculares son las criaturas galas.

Pero Serge prefirió a una inglesa, a Jane: con ella grabó “Je t’aime... moi non plus”, que originalmente era para Bardot, pero la superestrella no quiso o no pudo hacerlo. Jane fue allí, bien lejos, donde el hombre que amaba se lo pedía: hasta grabar un orgasmo al final de la canción, hasta hacer una película erótica con ese título junto a la estrella de Warhol, Joe Dallesandro, que trata de seducirla. Jane también le inspiró su mejor disco, Historie de Melody Nelson (1971), donde fue musa y participante, y puso la voz en una de sus mejores canciones, “69 annèe erotique”. Jane lo hizo padre de su hija más querida, Charlotte, quien hoy guarda su casa, su memoria y su legado. Cuando Jane lo abandonó, embarazada de otro hombre (Jacques Doillon), Serge inauguró la etapa trash de su vida, esos terribles años ‘80 donde se lo veía enfermo, borracho y enojado, pero siempre de la mano de una belleza: lo acompañó hasta el final la modelo Bambou, que algunos afortunados habrán visto con los pechos desnudos en el video de la bailable “Love on the Beat”. Bambou era nieta de un notorio oficial nazi, Friedrich Paulus, que se rindió en Stalingrado y, contradiciendo a Hitler, no se suicidó y pidió asilo en la Unión Soviética. Gainsbourg quizás estaba exorcizando demonios cuando se enamoró de la hermosa Bambou, o espiralaba en la autodestrucción, o sencillamente la quiso. También es exquisita la mujer que interpreta a Bambou en la película, Mylène Jampanöi, una franco-china que había llamado la atención por su intensidad en Martyrs (2008) y que ojalá dé el salto a Hollywood con Hereafter, de Clint Eastwood, donde actúa.

Pero la belleza exótica de Bambou no puede borrar esas escenas de dicha que pueden verse en alguna versión del video de “Je t’aime... moi non plus”. Jane Birkin con su flequillo y sus piernas, puro swinging London y personalidad, pecas y algo juvenil y accesible en su sonrisa, riendo en una góndola veneciana. Y Serge con algunas canas y una paloma en la mano frente a la catedral, en la Plaza de San Marcos, inconsciente de su leyenda, inconsciente de que junto a esa mujer de voz frágil y piernas largas se estaban transformando en stencil callejero, foto fetiche, pareja icono.

Gainsbourg (vïe héroique) se vio en el Festival de Mar del Plata y circula de manera informal en DVD.

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