Domingo, 28 de noviembre de 2010 | Hoy
Corresponsal de guerra, fotoperiodista radicado en Francia, autor de una docena de libros de viaje, fotógrafo infatigable y lector empedernido, durante 30 años Daniel Mordzinski ha desarrollado y financiado una tarea titánica: la de fotografiar a todos los escritores de Latinoamérica y España que pudiera. Treinta y dos años después de aquella primera foto a Borges, vuelve a la Argentina a exponer, en la XX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, 200 de esos retratos que conforman una suerte de mapa de las letras iberoamericanas.
Por Víctor Andresco
Daniel Mordzinski viste de negro en invierno y en verano. Dice que lo hace por discreción, para no distraer a los demás cuando trabaja. Después de treinta y dos años como fotógrafo de guerra, de prensa y de escritores queda claro que Mordzinski sabe sobrevivir. Quizás el color negro le ayuda también a disimular una incipiente pancita que intenta desarrollar como contrapeso a su bolsa de trabajo. Entre las características físicas de este porteño pelirrojo y barbado que sólo parece alimentarse de café y éclair de chocolate destaca una condición de nómada radical: no para de moverse. Es como un gato silencioso que siempre está en el lugar donde el clic lo espera. Anda rápido, chequea cada centímetro cuadrado de los espacios (“costumbre de guerra”) y siempre parece haberlo visto todo antes. Sin embargo, sentado frente a su Mac en su estudio de París, Mordzinski se transforma en otra persona. Descarga con parsimonia densas tarjetas de memoria y mira los archivos sin proferir jamás un improperio. Desliza el ratón sobre el dormitorio de García Márquez en Cartagena de Indias como si apartase la lluvia del cristal que refleja a Vargas Llosa en Segovia, sin inmutarse. Trabaja en un barrio tranquilo pese a estar en pleno centro de París, rodeado de antiguas viviendas unifamiliares en piedra y pizarra, en medio de un silencio sólo roto por la música (en su casa todos cantan y tocan) y por el teléfono (“en este trabajo si no contestas no existes”). La pulcritud de los retratos de Mordzinski es inversamente proporcional al orden de su despacho. Pilas de papeles, libros y cajas con descartes y contactos desafían la ley de la gravedad desde el escritorio hasta la puerta. Los años han ido dibujando un pasillo mínimo por el que llega a desplomarse en su silla giratoria. Mordzinski no ahorra elogios para la tecnología (“imaginate todo esto teniendo que revelar y positivar”), pero el verdadero disco duro está, sin duda, en su cabeza.
Sólo en 2010 ha expuesto en la Feria del Libro de Frankfurt, en el Hay Festival de Zacatecas, en la Feria del Libro de Santo Domingo, en Vivamérica de Madrid, en el Instituto Cervantes de Tel-Aviv, en Turín, San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias. Ahora, parte rumbo a la Argentina para exponer por primera vez en largo tiempo: 200 retratos de escritores iberoamericanos que se inaugura el fin de semana que viene, en el marco de la XX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se celebrará en Mar del Plata.
La primera pregunta es obligada: ¿cómo es regresar a la Argentina 32 años después de tu partida? ¿No te da vértigo?
–Creo que hay al menos tres respuestas simultáneas. La primera es que nunca me marché del todo, en el sentido que dejé muchos afectos, mis papás y mi familia siguieron siempre acá y, con la democracia, comencé a volver cada año o cada dos. La segunda es que es un regreso relativo porque lo hago sólo con mi trabajo, viajo ligero con una mochilita donde caben treinta y dos años de fotos. Y la tercera es que al exponer en la Cumbre de Mar del Plata veo mi trabajo desde una perspectiva nueva, como si cobrara un sentido que no siempre se vio en su totalidad. Hace un par de años avancé parte de este trabajo en el Festival de Literatura de Buenos Aires (Filba), pero en esta ocasión tiene una dimensión diferente, más global.
¿Un sentido de finitud, de haber completado tu proyecto?
–No, lamentablemente –o tal vez afortunadamente, no sé– creo que nunca alcanzaré esa sensación. Mi proyecto de fotografiar un mapa de las letras iberoamericanas es, por definición, infinito. Y cada autor nuevo que retrato me sirve para descubrir que hay tres o cien que aún no fotografié.
¿Desde el principio tuviste claro en qué consistía tu proyecto de traducir en imágenes esta cartografía literaria?
–Desde el principio supe que me gustaban la literatura y la fotografía. Y que me sentía a gusto retratando a los autores de las ficciones que me fascinaban como lector, eso sí. Pero sólo con el tiempo y con el oficio periodístico fui dándole forma a lo que ahora algunos llaman “atlas de las letras” y que ha ido cobrando vida propia a fuerza de viajes, entrevistas, descubrimientos y, necesariamente, ausencias...
Porque siempre hay lagunas en tu atlas, me temo.
–¡Si sólo fueran lagunas! ¡Océanos! Porque queda mucho trabajo por hacer y porque hay nombres definitivamente imposibles de fotografiar. Las distancias, el azar, incluso la arbitraria muerte se anticipa en ocasiones.
A cambio tu trabajo rescata del olvido rostros y trayectorias que no siempre han tenido el reconocimiento que merecen.
–Esa es una de las grandes satisfacciones de mi condición de fotógrafo de escritores. Que una foto puede salvar miles de kilómetros y recordar quién es y qué obra ha creado una persona que vive fuera de los epicentros de la industria cultural.
Tu papel como fotógrafo va más allá del mero retratista de autores. ¿Cómo recordás tu entrada en el mundo de los libros?
–Ahora, a los cincuenta cumplidos, me veo de muy chico, con pantalón cortito, subido a una silla porque no llegaba hasta los estantes más altos de la biblioteca de mi papá en nuestro departamento de la calle Uriburu, mirando libros que me parecían maravillosos. A veces simplemente por las letras doradas del lomo de cuero, otras por el título como La isla del tesoro. Otra cosa que condicionó para bien mi perfil de lector fueron los libros que me regalaba Mario Ekman, gran amigo de mi papá. Mi tío Mario siempre supo acertar con el buen título en el momento oportuno. A su lúcida tutela literaria debo libros como Las palabras, El rojo y el negro, o el descubrimiento de Vargas Llosa.
¿La imposibilidad de leerlo todo te llevó a intentar fotografiarlos a todos?
–Nunca conté ni contaré los retratos que hice, no se puede reducir un trabajo a una cifra. Uno de los grandes descubrimientos de este oficio es que la literatura es algo profundamente democrático. Y que, pese al sistema de valores comercializados, los autores son cada vez más. Yo siempre ensalzo y agradezco la función de los festivales porque acercan el fenómeno literario a los lectores y a mí me permiten fotografiar autores que de otra manera difícilmente encontraría, pienso en los Hay Festival, en Vivamérica, en Filba.
A pesar de que tu madre esperaba que estudiaras Medicina, fueron tus padres quienes te llevaron a la fotografía. ¿Tu primera Nikormat no era la de tu papá?
–Sí, y me la prestaba sólo en ocasiones importantes, pero antes, mucho antes cuando tenía 7 u 8 añitos, estuve a punto de tener otra cámara... Fue al comienzo de un espectáculo de Batman al que me llevó mi papá; hubo una rifa y salió mi número. Cuando salí corriendo al escenario el animador y todo el público se burlaron de mí porque no tenía el número, lo había perdido. Aún recuerdo mi perplejidad y las lágrimas contenidas cuando a pesar de que nadie reclamaba el premio volvieron a hacer el sorteo. Un hecho revelador: el premio era una Kodak Fiesta que en esa época me parecía una Leica de oro.
Para ser un niño tímido empezaste tu colección de figuritas con una vara bien alta. En 1978 fotografiaste a Borges y ya era universal.
–Creo que Borges ya era universal cuando iba al jardín de infantes, je. La historia es que yo hacía un meritorio durante la filmación de Borges para millones de Ricardo Wullicher y me encontré delante de él con mi cámara y pensé: nadie me ve y esto que veo sólo lo veo yo. Y disparé unas cuantas fotos que se quedaron en una caja mientras seguía estudiando cine, queriendo ser fotógrafo y escritor. Sin saberlo estaba dibujando la primera letra, el Aleph, de un largo abecedario.
Y leyendo.
–Sin tregua. Al enorme Juarroz y a Cortázar y Soriano. Y a Sartre y a Camus y a Gide. Más tarde, en Francia, devoraría Puro cuento, la revista legendaria de Mempo Giardinelli, y me preguntaba qué papel podía tener yo en el increíble mundo de la ficción, si había titanes como aquellos que escribían poemas y novelas maravillosas mientras yo me limitaba a sacar fotitos, filmar en Súper 8 y tomar notas con las cuales no hacía nada.
Así empezaste tu novelícula sobre la literatura latinoamericana.
–En mi cabeza había un sueño hecho de libros, de fotografías y sobre todo de cine. Y gracias a Antonioni, Truffaut, Eisenstein, Leonardo Favio y a Nélida Pfister –una profesora de literatura del Nacional 17 que dictaba unos cursos de cine que marcaron mi vida–, aprendí a mirar. Más que los fotógrafos, fueron los directores y escritores quienes me dieron la pista de que hay una manera de fijar la mirada hasta crear una historia. Eran los años de Uncipar, la Unión de Cineastas de Paso Reducido, donde conocí a grandes amigos como Campanella, Arhancet y Bajarlía. Descubríamos la realidad con una Súper 8 en la mano, respirábamos a ritmo de fotograma, veíamos la vida a través de un visor.
¿Tienen tus fotos alguna intención narrativa?
–Sí. Ahora procuro contar algo en un solo plano. Generando en un espacio rectangular –da igual si es papel o pantalla de computadora– una historia que, con ayuda de lo que el escritor representa para el lector, da mil posibilidades narrativas. Si le preguntamos a un argentino qué significan Sabato o Gelman para él, dirá siempre algo diferente del resto. Y quizás ése sea un signo distintivo nuestro frente a los españoles o franceses. Pero si es un lector el que mira, el fenómeno es universal porque cada retrato está inmerso en un mundo invisible de ficciones que es patrimonio de todos.
¿Así que vos distinguís entre lectores y no lectores a tus espectadores?
–¡No, para nada! Ahí quería llegar. La historia que se cuenta en cada foto -–a veces hay mucho del autor, hay veces que su participación es casi involuntaria–- es universal y da igual quién la contemple. Cada uno verá cosas distintas pero no es necesario que estén vinculadas a la obra del retratado. Yo mismo, en ocasiones, no conozco la obra de quien fotografío.
Pero tenés fama de lector voraz.
–No exageremos. Leo porque me gusta y este trabajo es mi pasión. Pero en ocasiones conozco apenas la biografía del escritor. Cierto que en otras tengo algún conocimiento y, sobre todo, tengo el privilegio de ser buen amigo de muchos escritores.
Por eso te ganaste el sobrenombre “el fotógrafo de los escritores”.
–Tal vez porque elegí la vía del insistencialismo y porque sobrevivo a todos mis otros empleos –como fotorreportero, fotógrafo industrial, corresponsal de guerra– sin olvidar que a menudo las letras son la única patria de los que no tienen otra. Quizá por eso también aposté por dibujar este mapa de las letras, una cartografía que en las enciclopedias y en las universidades no siempre se ve demasiado nítida.
¿Es tu manera de contribuir a la literatura latinoamericana sin escribir novelas?
–Sería pretencioso afirmarlo, pero en cierto modo, sí. Yo no me veo escribiendo lo que ya hicieron otros mucho mejor. Y sin embargo me siento un poquito parte –con toda la humildad del mundo– de ese gran fenómeno colectivo que nos une y nos lleva aún más allá de las fronteras del español, que ya son bastante grandes.
Sos amigo de varios autores, ¿no?
–Aquí no puedo ahorrar vanidad porque siento que esta es la gran recompensa por mi trabajo, y estoy orgulloso de ello. En estos treinta años de fotografiar autores he conocido a algunos de mis grandes amigos del alma y si puedo presumir de algo en la vida es de esas amistades. Luis Sepúlveda, con quien he viajado y trabajado en tantos lugares –sale pronto Ultimas noticias del Sur, fruto de nuestros viajes a la Patagonia y a Tierra del Fuego–, Antonio Sarabia, José Manuel Fajardo... Tengo la suerte de tener dos grandes familias: la de verdad y la de la literatura. Y como se llevan todos bien, no tengo que ocultar ningún amor.
¿Y qué hay de cierto en que mandás más en las letras que algunos agentes y editores? Eso de que sos el gran conseguidor.
–Bah, supongo que es un piropo amable para significar que tengo buena relación con muchos autores. Lo cierto es que también tengo buenos amigos entre editores, traductores, críticos, y eso a veces me permite poner en contacto a personas que tal vez no entrarían en contacto fácilmente porque pertenecen a ámbitos muy diferentes. Pensá que, para mayor complicación, las letras iberoamericanas se desarrollan en un territorio vastísimo, no es como la literatura holandesa o la italiana, que tienen un territorio mucho más delimitado. Yo, si puedo, ayudo a los demás -–esto también lo aprendí de chico en mi casa–-, y si sé que un libro ha funcionado en un sitio y me parece que podría resultar en otro, pues se lo digo al editor o al agente. Pero afortunadamente a mí no me necesitan para nada.
Exponés en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Mar del Plata. ¿Cómo nació este proyecto y qué hace un fotógrafo entre tanta gente importante?
–Gracias a la oportunidad que me brindó Enrique Iglesias, secretario general de la Segib, quien visitó la exposición que hacía en la Feria del Libro de Frankfurt, voy a mostrar doscientos retratos de escritores iberoamericanos que, por el número y a veces por su obra o por sus biografías, sirven para reflexionar sobre la ocasión histórica que representa este Bicentenario. Se celebran dos siglos de la creación de las repúblicas y Estados herederos del espíritu de la Ilustración en un proceso que sigue vivo y nos ayuda a mirarnos de nuevo, a vernos mejor.
Teatro Auditorium
Centro Provincial de las Artes
Mar del Plata
Boulevard Marítimo 2280
Del 2 al 12 de diciembre.
Una vez terminada la exposición en Mar del Plata, las fotos recorrerán el interior del país. Y para septiembre del 2011 está preparando su regreso a Buenos Aires con una megamuestra en el marco de la ciudad como capital mundial del libro.
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