PINTURA > MARíA GUERRIERI REVISITA LAS BAñISTAS DE CéZANNE
¿Qué pasa si se saca a las bañistas del agua y de la compañía de las otras bañistas? ¿Y si además las bañistas son Las grandes bañistas de Paul Cézanne? ¿Y si al hacerlo se revela el lado extraño e inesperado del prócer más estricto del post-impresionismo? A todo eso se animó María Guerrieri cuando empezó los dibujos de Ex-Bañistas, una obra de una audacia nada pretenciosa que de manera impecable se zambulle, se empapa y no salpica.
› Por Veronica Gomez
Isabel Gómez Canle nació el 11 de febrero de 2005. María Guerrieri, su mamá, tomaba la ducha reglamentaria después de la cesárea cuando tuvo la sensación de algo oscuro a sus espaldas. Una cosa viva. Fue aquél un instante bisagra, donde la intensidad de la intuición deja una huella. Tiempo después la cosa decidió acostarse en un lienzo y adoptó la forma de un zorro. El pequeño óleo donde María registró su recuerdo-sensación se llamó La bañista. Se trata de una escena ingenua e inquietante. Una mujer toma un baño con la cabeza elevada hacia una ducha con forma de flor y garra al mismo tiempo. El agua que brota es magra, un poco sucia. A sus espaldas, un zorrito se entretiene hurgando en la jabonera con la intención de engullirse el jabón. El animalejo es oscuro. Sólo vemos una de sus patas delanteras que es igual al codo de una cañería. No le vemos la cara. La mujer no parece percatarse de la situación, mientras la otra pata del zorrito asoma por los azulejos emulando una canilla. Esta escena es la huella hecha imagen y es el pasado remoto de la serie de dibujos que hoy exhibe María Guerrieri en la galería Cobra bajo el título Ex-Bañistas. Si se escarba en la huella ésta se convierte en pozo y si el pozo se ahonda lo suficiente, sin la ambición del petróleo, tendrá la fortuna de convertirse en túnel. María Guerrieri atravesó el túnel y, al llegar al otro extremo, se topó con Las grandes bañistas de Paul Cézanne. Así comienza este extraño romance, cuyo prólogo es un túnel.
Trepando dos escaleras se accede al taller de María. La ventana está abierta. Feliz con la invitación, el aire fresco circula muy orondo, levantando papeles a su paso. Un dibujo se sube a la montaña rusa aeróbica. María Guerrieri no se preocupa. “Si una se monta en una calesita –explica– gira en torno a un eje reiteradas veces, pero si por algún motivo una se desprende del eje, si se suelta, no hay miedo, siempre se puede volver.” Otros papeles se suman al parque de diversiones de arquitectura invisible. Entregan su liviandad al viento, aunque las imágenes que contienen no sean precisamente leves. Le preguntamos a María por los títulos de sus dibujos y ella suspende un rato sus ojos verde miel rociados con pintitas oscuras, unos ojos rarísimos y dulces, y contesta que eso es algo que acostumbra postergar. En ese instante una frase de la canción de Rosario Bléfari se deja oír desde la computadora: “No me queda ni un segundo para enfrentar una torre de asuntos que voy a postergar”. María desaparece un rato y vuelve con un libro de Cézanne de la editorial Libsa. Desliza las páginas satinadas y se detiene en Las grandes bañistas, cuadro inconcluso perteneciente a la colección del Museo de Arte de Filadelfia, intitulado en esta edición Las bañistas corpulentas. Elige al azar una de las damas semidesnudas. Señala el lugar donde deberían estar las piernas según la lógica anatómica, pero en cambio hay una masa aglutinada que hace de la bañista una sirena grotesca. La clave para leer a Cézanne, según Guerrieri, está en el detalle de las figuras humanas. Aquello que Cézanne sacrificaba en función del todo. Y no es Dios quien está en los detalles del mundo cezanneano sino algún duende perverso de siniestros poderes malformativos. Las cabezas se abollan drásticamente, una pierna remata abruptamente en algo viscoso lejanamente parecido a un pie, dos figuras fueron clavadas en la tierra como estacas. La mejilla de una mujer se pega al pelo de otra como si se tratara de hermanas siamesas. El Guernica de Picasso podría resultar, en el sentido formal, menos horroroso que Las bañistas de Cézanne.
“Trabajé en base a algunas pinturas de Cézanne, principalmente con Las grandes bañistas, las aislé del contexto y de sus compañeras para ver mejor una gracia formal y un humor que no había reconocido antes en él”, así narra María la génesis de sus dibujos. “Me interesa la deformación instantánea y arbitraria que se establece con lo que se mira”, concluye.
En la visita guiada de María por los cuadros de Cézanne la extrañeza aumenta a un ritmo vertiginoso. Los segmentos de estas mujeres apresadas cual cariátides de la pintura moderna se muestran cada vez más torpes. Entre el horror y el ridículo, muy pronto una descubre que es fácil imaginarse a alguna de estas damas en la memorable escena de la película de Herzog El enigma de Kaspar Hauser, donde el protagonista es exhibido en la feria de rarezas del pueblo. Aquí, como en la operación que realiza María con Las grandes bañistas, la base del ridículo radica en extirpar a un ser humano de su contexto. Una vez que la bañista ha sido desbloqueada María la examina hasta el cariño.
Resulta curioso que Guerrieri, cuya obra respira grácil, a veces con densidad, otras volátil y tierna, llena de humor y desprovista del rigor sistemático, haya puesto sus ojos en un pintor “serio” como Cézanne, tan empeñado en construir un arte perdurable, un arte digno de museos, y para quien la pintura debía mantenerse alerta frente al contagio pernicioso de la literatura. De los próceres del post-impresionismo Cézanne no es precisamente el más amable. No es divertido. Difícilmente se nos piante un lagrimón o esbocemos una sonrisa en la contemplación de sus obras. No tiene la gracia refinada de Gauguin o Matisse, a quien María adora, ni la pasión desmesurada de Van Gogh. Sus composiciones, específicamente sus versiones sobre el clásico tema de las bañistas, son solemnes y monumentales. Un pintor que renunció a retratar flores porque se marchitan enseguida. Las frutas, en cambio, le parecían más leales, pues conservan por más tiempo el olor del campo que han dejado.
Sin embargo, Guerrieri, quien gusta incluirse en la categoría de pintores domingueros, citando a Manuel Mujica Láinez en sus luminosos y delicados escritos sobre pintura ingenua editados por Viscontea, y quien tiene como amigos imaginarios a artistas de la talla de Casimiro Domingo, Augusto Schiavoni y Ana Sokol, ha posado esta vez sus ojos en Cézanne. Su mirada es gentil, pero es también un poquito irreverente, anticezanniana. Recordemos que Cézanne elaboraba composiciones arquitectónicas donde cada parte tenía una relación indisociable con el todo. “No tiene que haber ni una sola malla suelta, ni un agujero por el que pueda escurrirse la verdad. Llevo a cabo el proceso de realización sobre mi tela en general, en todas partes al mismo tiempo. Pongo todo en recíproca relación, en un solo esfuerzo y de una sola vez”, dijo alguna vez el pintor. Extraer una figura de su cuadro es quitar una columna del edificio.
Esta muestra marca un ligero desvío en la trayectoria de María. Si añoraba que su obra fuera leída como un cuerpo animal o vegetal, que tiene partes con diferentes formas, contenidos y funciones que se mueven como una unidad, en estas figuras de bañistas solitarias, despojadas de su contexto, se huele cierta nostalgia del todo. Obras anteriores de Guerrieri, como la inquietante y bellísima serie de retratos hechos con trazos brutales de carbonilla del 2005 (Chica Bonnard, Perrosirena, Dama celeste con garra) también sufrían recortes, borraduras que el papel registraba, como parte de un trayecto cuyo puerto era una composición reestructurada a base de fragmentos integrados. La unidad se recuperaba.
De pequeña, María acariciaba secretamente una fantasía: desde una gran cama se dedicaría a dibujar y escribir. Todo lo haría desde allí, no habría necesidad alguna de abandonar ese micromundo autosuficiente y placentero. Hasta ahora, el material del que Guerrieri se viene alimentando para dar vida a sus dibujos eran sus propios sueños. Acá, hay otro dato no menor en esta serie de bañistas: su substancia no proviene de los sueños.
En cuanto a este proceso de gestación falto de sueños, Ex-Bañistas mantiene un parentesco con la serie de pájaros que María exhibió en la galería Braga Menéndez en el año 2006. El preámbulo de esa muestra fue un largo período de ausencia de actividad onírica. A la hora de dibujar, en un estado de hipnosis fruto de la maternidad reciente y el descanso interrumpido, de la mano de Guerrieri sólo salían pájaros. Ese estado casi lisérgico es el mismo que reaparece en Ex–Bañistas cuando Guerrieri abandona el estudio formal de las mujeres de Cézanne y hace foco en el color, allí donde el pintor se vuelve hipersensible.
Si estas mujeres ya no son bañistas, ¿qué cosa son? ¿En qué se están convirtiendo?
Las obras exhibidas son pocas, pero una de ellas nos da la clave del futuro de estas damiselas huérfanas: serán lectoras. En este dibujo, el más grande de la muestra, las mujeres rodeadas de libros y aun poseídas por la voluntad formal de Cézanne, habitan un paisaje distinto que empieza a configurarse.
Lo que María Guerrieri demuestra en Ex–Bañistas, didácticamente y con una audacia nada pretenciosa, es que Cézanne, desde lejos y como ya lo sospechábamos, es un enorme señor de ceño fruncido, obsesivo y malhumorado, pero si nos acercamos sigilosamente, sin hacer ruidos molestos, descubrimos que se trata de un gigante gracioso y algo torpe con quien iríamos encantados al parque de diversiones. Una vez montados en el carrito del Tren Fantasma, con grandes copos de azúcar rosados temblando en nuestras manos, hablaríamos apasionadamente de los pasajes de color en la escultura de La Momia, aprenderíamos que el blanco nunca es sólo blanco y observaríamos maravillados cómo la figura de la momia se integra armónicamente con las vibraciones cromáticas del espacio. Un trecho más adelante en el túnel, Frankenstein nos parecerá una criatura realmente bella.
Ex–Bañistas
María Guerrieri
Hasta el 19 de diciembre de 2010
Cobra. Pequeña galería y librería
Aranguren 150, Caballito
Jueves a domingo, de 16 a 20.
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