FENóMENOS > LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EL NUEVO BOOM ADOLESCENTE
Harry Potter termina, Crepúsculo ya pasó la cresta de la ola, pero las hordas de adolescentes ya encontraron una nueva adicción y esta vez es más fuerte y oscura: la trilogía Los Juegos del Hambre, una distopía ambientada en el futuro en el que adolescentes sorteados por el Estado compiten en un reality por la supervivencia. Elogios de Stephen King, el New Yorker y el New York Times, traducciones a 26 idiomas, ediciones en casi 40 países y un par de millones de ejemplares vendidos anticipan las películas.
› Por Mariano Kairuz
Chicos matando a chicos. Adolescentes asesinándose entre ellos. Ahora que la larga década de las aventuras comerciales del mago huérfano están llegando verdaderamente a su fin, y que se va haciendo hora de que la hermosa histérica de Bella de la saga Crepúsculo vaya eligiendo entre lobos y vampiros, parece haber aparecido un megaéxito literario para adolescentes capaz de llenar la vacante. Es decir, de multiplicarse en películas que a su vez multipliquen las reediciones y ventas de los libros originales, en su país y en el mundo. Porque, a diferencia de los conflictos y las soluciones mágicas de los habitantes de Hogwarts, y de la maldita y colmilluda eternidad de las criaturas de la santurrona de Stephanie Meyer, Los Juegos del Hambre buscan proyectar en las deprimentes circunstancias que rodean a sus protagonistas algo de lo que ya ha ocurrido por acá y de lo que podría ocurrir si las cosas siguen como están. Sin aspiraciones muy realistas, cruzada por algún que otro detalle tecnofantástico, sí, pero con algo de ese pesadillesco “podría pasar” que caracteriza a las mejores distopías. Hay en la trilogía de Los Juegos del Hambre –que acaba de completarse dos meses atrás en Estados Unidos, y hace unas pocas semanas acá, publicada por la Editorial Del Nuevo Extremo– una negrura y una desesperanza que crecen libro a libro. Hay, antes que nada y en el centro de todo, chicos matando a chicos, adolescentes asesinándose entre ellos.
El marco en el que esto tiene lugar es un feroz reality show organizado anualmente por el gobierno dictatorial de lo que queda de los Estados Unidos en un futuro lejano y post-apocalíptico. En Los Juegos del Hambre (The Hunger Games) se superponen los obvios ecos de las distopías más famosas (1984, algo de Un mundo feliz), y también algo de El señor de las moscas y, en particular, de la sanguinolenta saga japonesa Batalla real, en la que los adultos se sacaban de encima a los chicos “problemáticos” encerrándolos en una isla con órdenes de eliminarse entre ellos. Hay un intento en el relato de matizar un poco tanta salvajada con una subtrama romántica diseñada para adolescentes, pero los libros terminan por imponer la inusual brutalidad de su premisa. Podría considerársela, hasta cierto punto, una serie difícil de vender y difícil de llevar al cine, pero los 450 mil ejemplares vendidos en su primera semana por el tercero y último de los libros, titulado Sinsajo (Mockinjay), la buena recepción de la crítica –incluida la de grandes medios, como el New York Times–, el anuncio de que la primera película ya está en preproducción, confirman el potencial y la fuerza narrativa de un relato capaz de evocar terrores más adultos y reales que los de sus antecesoras en el podio de la literatura destinada a ese nicho que la industria editorial estadounidense llama “Young Adults”.
Los juegos del ominoso título de la trilogía son una suerte de competencia a la romana, controlada por omnipresentes cámaras de televisión. La organización corre a cargo del Capitolio, el Estado rico que gobierna con mano dura los otros doce empobrecidos distritos que componen Panem, es decir, el territorio antes conocido como Norteamérica. En los Juegos compiten a muerte dos adolescentes de cada uno de los distritos, seleccionados por sorteo. La protagonista de la serie es una chica de 16 años llamada Katniss Everdeen, habitante del doceavo y más pobre de los distritos, un pueblo minero cuyas profundidades se tragaron a su padre cuando ella era chica. Al principio de la historia, Katniss se ofrece para ir a los juegos en lugar de su hermana menor, que ha sido seleccionada para competir, sabiendo que no tiene la menor oportunidad de sobrevivir. A diferencia de los distritos más prósperos, que entrenan orgullosamente a sus chicos para cuando les llegue la hora de convertirse en “tributos” de los juegos, Katniss sólo cuenta con cierta habilidad con el arco y la flecha adquirida en sus cazas clandestinas en el bosque, destinadas a alimentar a su familia. El primer libro cuenta cómo se las arregla para avanzar hasta las últimas instancias del juego a pesar de su infinita nobleza y bondad, y gracias a su alianza con el otro chico del distrito 12, un tal Peeta –el hijo del panadero– y a la guía de un viejo y borracho ganador del torneo, que les es asignado como mentor. Katniss es quien lleva el relato adelante, en primera persona y en presente.
Se le ha criticado a la novela su falta de “literatura”, que sus 400 páginas sean puramente descriptivas y se compongan casi exclusivamente de diálogos y de escenas de acción. También es cierto que puede resultar irritantemente reiterativa, pero su mayor problema es en rigor su tendencia a distraerse con el triángulo conformado por Katniss, Peeta (su eventual aliado en el juego) y Gale (un amigo de ella de toda la vida), dos personajes descriptos insistentemente como hermosos y altruistas hasta lo imposible. Y es cierto que el primer tomo dilata todo lo posible las escenas en las que Katniss tiene que matar para vivir, haciéndola sobrevivir mientras los otros competidores se van liquidando entre ellos o van cayendo víctimas de las trampas de la Arena del juego. La victoria de Katniss es previsible, pero abre lugar a las ideas más interesantes de la serie: la chica sobrevive imponiéndole una condición al Capitolio que es interpretada como un desafío sin precedentes a la autoridad y para el segundo libro, En llamas (Catching Fire), la convierte en símbolo popular de rebeldía. Para el tercer y último libro se habrá revelado la existencia de una organización revolucionaria que prepara, desde las profundidades del territorio en el que se encontraba el extinto Distrito 13, el derrocamiento del Capitolio. El último tomo, Sinsajo, narra la guerra, y va dejando atrás los aspectos menos interesantes (el triángulo) para concentrarse en las contradicciones de su protagonista y de la organización rebelde ante su inminente ascenso al poder. A pesar de no contar con una prosa pulida ni mucho menos, y de ser tan reiterativa como los dos libros precedentes, esta tercera parte es la que mejor consigue transmitir la sensación de un relato propio de tiempos de guerra, de que no importa qué tan victoriosos resulten los rebeldes, nadie podrá salir indemne de todo esto. Ya veremos si las películas se atreven a enfrentar a su público a estos niveles de pesimismo y decepción.
La pregunta que muchos se hicieron cuando el primer tomo de The Hunger Games resultó ser un éxito de ventas dos años atrás en Estados Unidos, fue de dónde había salido su autora, Suzanne Collins. En los ’90, antes de su saga millonaria –que ha sido traducida a 26 idiomas y vendida a unos 40 países–, Collins trabajó por años como guionista de la televisión infantil, colaboradora freelance del tipo de programas preescolares como los que pueden verse en Nickelodeon y Discovery Kids. Entre 2003 y 2007 publicó los cinco libros de su primera serie literaria para adolescentes, The Underland Chronicles, concebida como una suerte de Alicia en el país de las maravillas urbana y repleta de cucarachas, ratas y otras alimañas gigantes, que no esquivaba temas como la muerte y la guerra, al parecer los que más obsesionan a la autora.
La inspiración para Los Juegos del Hambre, dice Collins, provino de varias fuentes, y en particular del mito de Teseo, según el cual Atenas fue forzada a enviar a varios de sus hombres y mujeres más jóvenes a Creta para ser devorados por el Minotauro. “Lo leí por primera vez cuando tenía ocho años y quedé profundamente impresionada”, dice Collins. “El mensaje de Creta era: si no nos obedecen, les haremos algo peor que matarlos: mataremos a sus hijos. El ciclo no terminaba hasta que Teseo se ofrecía voluntariamente para ir y hacía frente al Minotauro. A su manera, Katniss es una suerte de Teseo del futuro.” La idea empezó a tomar forma de libro una noche en que Collins, tirada en su cama, hacía zapping... entre reality shows y las noticias sobre la guerra en Medio Oriente. “En un canal había un grupo de chicos compitiendo por no me acuerdo qué, y en el siguiente, un grupo de chicos peleando en una guerra de verdad. Estaba muy cansada, y la división entre ambas historias empezaron a borronearse de una manera perturbadora. Entonces se me ocurrió la historia de Katniss y los juegos”.
El tercer elemento –probablemente el más importante– de los que engendraron el relato de Collins fue el recuerdo de los relatos de guerra de su padre, militar de carrera, historiador y experto en ciencias políticas que se crió durante la Gran Depresión (“cuando cazar no era un deporte sino una manera que tenía su familia de llevar comida a la mesa”) y que estuvo un año en Vietnam. “Mi padre me enseñó que hay ciertas cosas que los chicos deben aprender, y estaba convencido de que no bastaba con visitar los museos y los campos de batalla; había que comprender las causas y las consecuencias de la guerra. Por suerte, tenía un gran talento para convertir la Historia en relatos fascinantes, y parecía tener una gran percepción acerca de lo mucho que un chico es capaz de entender sobre los aspectos más duros de la realidad.”
El primer libro de Los Juegos del Hambre no sólo fue bien recibido por la crítica sino que se ganó incluso una recomendación que vale oro: la de Stephen King, quien escribió su reseña para la revista Entertainment Weekly. King no deja de hacer algunas objeciones (“el triángulo amoroso es un material de lectura púber estándar”), señala que en su mayor parte se trata de “una novela veloz y violenta que genera un suspenso permanente y que también podría generar una controversia considerable”. “No pude dejar de leer –continúa– y una vez que asimilé el tonto nombre de la protagonista, esa chica empezó a gustarme mucho. ¿Cuántas novelas de esa categorización absurda que es el Young Adult contienen personajes aguijoneados hasta la muerte por avispas monstruosas o devoradas por hombres lobos mutantes? Collins es una estilista de la prosa eficiente, directa y sensata, con un sentido del humor agradablemente seco. Los Juegos del Hambre es tan adictiva (y violentamente simple) como esos videojuegos de dispárale-si-se-mueve de los centros comerciales: uno sabe que no es real, pero sigue echándole moneda tras moneda”. King también le cuestiona algún detalle argumental desdibujado por “pereza autoral” y no se priva de señalar lo mucho que la novela le recuerda a Batalla real y a dos historias de su autoría (The Running Man, filmada como Carrera contra la muerte, y The Long Walk), pero asegura que piensa seguir ahí, echándole monedas a la historia de Katniss hasta ver qué le depara el destino.
En cuanto a la controversia que cree anticipar, no ha sucedido gran cosa, pero al menos un par de críticos se preguntaron a qué viene esa nueva oleada de “distopías” para lectores adolescentes que está copando las librerías desde hace un tiempo. En un artículo publicado en el New York Times a fines de 2008, John Green analiza dos de los libros para chicos más importantes de ese año,The Dead and the Gone (de Susan Beth Pfeffer) y Los Juegos del Hambre, como punta más visible de un fenómeno reciente: acababan de ver la luz al menos una docena de “novelas adolescentes post-apocalípticas sobre cómo podría verse el futuro una vez que nuestros insostenibles estilos de vida dejen de sostenerse. (Revelación: va a ser feo)”. El libro de Pfeffer narra las desventuras de supervivencia de un chico de padre portorriqueño en medio de una Nueva York devastada tras un incidente natural: un asteroide ha impactado en la Luna y las mareas han hecho estragos. Para Green, el espíritu de The Hunger Games es similar: “El lujo de la vida norteamericana, después de todo, depende de la pobreza de otros”.
En un artículo con similares preocupaciones publicado a mediados de este año en la The New Yorker, Laura Miller suma a la lista de distopías para chicos The Maze Runner (de James Dashner, donde todos los adolescentes despiertan con sus memorias de sus vidas previas borradas, y encerrados en un complejo rodeado por un laberinto atestado de monstruos), y Uglies (de Scott Westerfeld, una serie en la que los chicos de 16 años son sometidos a una cirugía para adaptarse a un estándar de belleza universal), y argumenta que el “típico arco de la narrativa distópica refleja el curso de la desafección adolescente”. “Los juegos –dice Miller en alusión a los libros de Suzanne Collins y otros afines–, pueden ser considerados como la alegoría pesadillesca de la experiencia social adolescente. Los adultos arrojan a sus hijos a ese nido de serpientes que es la escuela secundaria con una perorata absurda sobre lo maravillosa que es la etapa de la vida en que se encuentran. Una etapa en que las reglas son arbitrarias, insondables y sujetas a cambios repentinos; y prevalece una brutal jerarquía social en la que los ricos, los apuestos y los atléticos imponen sus ventajas sobre todos los demás.”
El tema ahora es qué va a quedar de esa historia de chicos matando chicos cuando la agarre Hollywood. Es decir, qué va a pasar ahora que el estudio Lionsgate se aseguró los derechos y ya hay un director casi confirmado (Gary Ross, el de Pleasantville y Seabiscuit) tras el descarte de Sam “Belleza americana” Mendes y David “Hard Candy” Slade, una fecha tentativa de estreno para 2012 y un presupuesto asignado de unos 60 millones de dólares. Qué va a quedar de toda esa oscuridad y amargura que atraviesan las 1200 páginas de la trilogía en películas que deben ser aptas para teenagers. Lo que se sabe es que la propia Collins trabajó en una primera versión de un guión con target PG13 (es decir, apta para mayores de 13 años), que ahora está reelaborando Billy Ray (director de Shattered Glass, y de la inminente remake norteamericana de El secreto de sus ojos). Mientras, los fans arrojan nombres de sus actrices favoritas para interpretar a Katniss en cuanto foro de internet se les presente. Es de esperar que el guión omita un poco la parte más boba y sentimental, que recuerda un poco a la anémica historia de los vampiros abstinentes de Crepúsculo, y se concentre en la descripción de ese mundo empobrecido sometido a una tecnocracia feroz, al pan y circo televisivo (de donde saca su nombre Panem), a la perturbadora ambigüedad de sus héroes, al incómodo comentario sobre las dictaduras derrocadas por nuevas dictaduras, a la repetición de los ciclos más amargos de la historia de la humanidad. Es decir, a todo lo que podría hacer de Los Juegos del Hambre una de esas fantasías apocalípticas cinematográficas que, como Fuga en el siglo XXIII, El planeta de los simios, Año 2000: carrera mortal o Batalla real, se han vuelto pesadillescos e inolvidables reflejos de un mundo que en el fondo no es sino el mismo en el que ya estamos viviendo.
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