MúSICA > THE PROMISE: BRUCE SPRINGSTEEN REVISITA SU CUMBRE OSCURA
Después del éxito rotundo que lo convirtió en una estrella, Bruce Springsteen entró en una zona oscura: era 1975, Estados Unidos salía de Vietnam y el sueño americano se convertía en pesadilla. Born To Run sólo lo hizo sentir más responsable por quienes vivían bajo la sombra de las promesas rotas. Después de tres años sin grabar, de peleas con su manager, desconcierto y exigencia, entró a un estudio con 70 canciones y salió con Darkness On The Edge Of Town, un retrato oscuro y rabioso de su época. Ahora, The Promise rescata 21 de esas otras canciones que quedaron afuera, y sorprendentemente es un disco extraordinario, a la altura del original.
› Por Mariana Enriquez
En 1975, Bruce Springsteen se convirtió en una estrella cuando editó Born To Run, un disco enorme, con sus épicas de huida y de fracaso, un disco que él quería que sonara “como Roy Orbison cantando a Bob Dylan con la producción de Phil Spector”. Sin embargo, fue su primer disco que sonó exactamente como Springsteen el que volvió inmediatamente reconocible su sonido, sus historias de rutas, chicas solitarias y amigos que se traicionan.
Pero con ese éxito llegaron varios problemas; el más importante, la ruptura con su manager Mike Appel. La batalla legal que siguió a la pelea fue bastante brutal, incluyó drama tribunalicio y mucha angustia de ambas partes, porque Appel y Springsteen además eran amigos. La consecuencia más dañina fue un parate obligatorio: Appel demandaba que si Springsteen iba a grabar un nuevo álbum para suceder al éxito, debía hacerlo con los productores que el manager quisiera, y en el estudio que el manager eligiera. Appel, claro, quería repetir la receta del éxito, esas canciones enormes que crecían y crecían hasta que era imposible no preguntarse hasta dónde quería llegar la E-Street Band.
A fines del ‘75, sin embargo, no iban para ninguna parte. Bruce no estaba dispuesto a que le dijeran cómo y con quién debía grabar. Y además tenía sus propios retorcimientos existenciales: “El éxito de Born To Run me dio miedo”, dice en el documental The Promise: The Making Of Darkness On The Edge of Town de Thom Zimny, que se viene presentando en festivales internacionales. “No quería dejar de lado las cosas esenciales, no quería perderme. Más que rico, famoso o feliz, yo quería ser grandioso.”
Los problemas legales con Appel recién se desbloquearon en 1977, pero esos años sin grabar fueron desesperantes para Springsteen, que estaba en la mitad de sus veinte años, obligado a contener toda su energía de hombre joven. Eran mediados de los ‘70: entonces, todavía, dejar pasar tres años entre un disco y otro era algo desacostumbrado o, peor, sólo lo hacían los artistas que no encontraban cómo ni por dónde seguir adelante. “El futuro era nebuloso”, recuerda Springsteen. “Habíamos tenido un éxito, y sabíamos que eso era más de lo que mucha gente tendría en toda su vida. Y teníamos miedo de que fuera lo único, lo último, de ser un one hit wonder. Suena ridículo hoy, pero entonces tres años eran una eternidad.” Después de mucho tocar y ensayar en la casa de Springsteen en Nueva Jersey, la banda se metió por fin al estudio. Y para el nuevo disco que los traería de vuelta, Springsteen tenía un plan disciplinario, una idea rectora que culminaría en Darkness On The Edge Of Town, el disco que entonces vendió poco, que fue amado y odiado en partes iguales, y que hoy se erige como uno de sus álbumes legendarios, tanto que acaba de editarse –incluso en Argentina– The Promise, un álbum doble con los out-takes y las canciones que quedaron fuera del original. Canciones que no son borradores, sino que sencillamente no fueron consideradas lo suficientemente buenas o adecuadas para la novela de clase obrera frustrada que Springsteen quería grabar.
El plan para Darkness... era bastante claro: no tenía que parecerse a Born To Run. Por varios motivos, entre ellos que Springsteen ya no sentía esa euforia sino un enojo rumiante, una decepción que debía reflejarse en su música y en sus letras para esta nueva etapa que, pensaba, podía ser la final. Darkness es un disco que se grabó como si fuera el último: ya otros sellos estaban reclutando “nuevos” Springteen, desde Tom Petty hasta John Cougar Mellencamp. “Quería achicar el sonido y la escala de Born To Run. Quería que sonara enojado, duro, simple. Que sonara solitaria, sin sobregrabaciones. Que fuera café negro. Me sentía enojado y rebelde, pero también me sentía adulto, y eso le dio forma al disco.” A las influencias clásicas de Springsteen (Orbison, el pop y rock británico de los ‘60, Dylan, Buddy Holly, Elvis, Motown, Stax) se sumaban dos más: la música country, que por primera vez escuchaba seriamente fruto de las giras que le abrieron el cielo de Estados Unidos, y el punk, que le quedaba ahí cerca de casa, en Nueva York: había una disquería en Manhattan donde Springteen iba al menos una vez por semana a escuchar los nuevos lanzamientos de Television, Ramones, Patti Smith, New York Dolls y los que lentamente fueron llegando de Gran Bretaña.
Y la elección para las canciones fue clara: Sprinsgteen no quería ninguna que pudiera ser un hit radial. En el documental de Zimny se lo ve junto a su fiel guitarrista Steve Van Zandt cantando en piano e improvisada percusión lo que sería “Sherry Darling”, una canción súper hitera que acabaría en el disco The River, y que sigue siendo hoy una de las favoritas en vivo. En la película, sin embargo, no le dan futuro: “Esta es la única versión que escucharán de esa canción”, dice Springsteen a cámara, mientras Van Zandt se lamenta de estos rigores, porque “el mundo se perdió, y se pierde, un gran compositor pop. Bruce lo es. Puede escribir las melodías más deliciosas y las descarta. A veces me amargo, pero él es así”.
Para Darkness... se grabaron 70 canciones. Hay que pensar que para Born To Run sólo se habían completado nueve... y ocho fueron al disco. Para cuando se eligieron las diez del corte final, surgió otro inconveniente: cómo mezclarlas, cómo encontrar ese sonido rápido y furioso que Springsteen parecía escuchar en su cabeza y no podía sacar de allí dentro. La solución llegó con Chuck Plotkin, que más tarde sería uno de los productores más fundamentales para Springsteen: fue quien rescató los casetes en los que se grabó el casero y extraordinario Nebraska. A Plotkin le gustó, de entrada, que Springsteen no le hablara de música técnicamente, que le dijera cómo la sentía. “Por ejemplo”, cuenta, “me decía: ‘Esta canción debe ser como cuando en una película la cámara se mueve y aparece el rostro del muerto repentinamente’. Yo no había trabajado así, y me entusiasmé. Escuché el material y me dije que había que apretarlo, tenía que sentirse que los músicos luchaban por encontrar su espacio, y hundir la voz en la mezcla de modo que hubiera que luchar para entenderla, que hubiera que prestar atención, y sin embargo se perdieran palabras.”
La historia que Springsteen quería contar también estaba clara, pero le tomó muchos, muchos de sus cuadernos en espiral encontrar las letras adecuadas. Springsteen es un hombre modesto, y jamás pretende que las cosas le salgan fácil. Es un trabajador. Claro que las canciones, cuando están terminadas, parece que siempre hubieran estado ahí: lo que define a un artista popular. “Quería escribir sobre el hecho de que la vida ya no parecía un camino abierto. Que había que ceder, conformarse, hacer concesiones. Y era el momento de la vida en el que debía decidir qué concesiones estaba dispuesto a hacer, y en qué cosas no iba a ceder jamás. Cuáles eran aquellas cosas en las que, si cedía, me perdía a mí mismo. Y también quería honrar la vida de mis padres, de mis compañeros de generación, hablar sobre la lucha para igualar la promesa norteamericana con la realidad en la que vivíamos. Que no era prometedora.”
Darkness On The Edge Of Town es cinematográfico. Cada canción se escucha como un capítulo: el ingreso bestial de “Badlands”, sobre pasarse la vida esperando un momento que no llega y que suena como si estuviera en la radio, en la ruta, como si saliera de un auto a toda velocidad, “recibí un choque de frente en las tripas”; la historia de frustración que se transmite de padre a hijo en “Adam Raised a Cain”; los chicos que andan en auto buscando un trago porque no hay nada más que hacer en “Something in the Night”; la chica salvaje, prostituta y muy amada, de “Candy’s Room”; más autos y desolación urbana en “Racing In The Streets”; el joven trabajador que cree en la tierra prometida en “The Promised Land”, “a veces me siento tan débil que quiero explotar”; el padre que va a la fábrica en “Factory”, el hombre que camina sin rumbo en “Streets of Fire”; las dudas sobre el futuro de la pareja de “Prove it All Night” y la escalofriante “Darkness On The Edge Of Town”, una de las mejores y más misteriosas canciones jamás grabadas, con ese protagonista que paga el precio por querer las cosas que sólo se encuentran en la oscuridad que vive en los límites del pueblo.
¿Por qué desenterrar algo de lo muchísimo que quedó afuera de ese disco seco y fantástico justo ahora? No hay que ignorar, claro, el especial momento comercial de la industria de la música, que parece encontrar una salida a sus más que alicaídas ventas en la edición de rescates y lujosos box-sets, algo que un download no puede ofrecer, y que el fan agradece y paga. Pero además, desde hace muy poco tiempo, Bruce Springsteen por fin se preocupa por el catálogo, por fin empieza a mirar atrás. “Desde hace diez años grabamos todo”, dice, como si fuera una cosa rarísima. Ya se editó el box-set de Born To Run y un álbum doble en vivo de la gira, Hammersmith Odeon London 1975. Ahora es el turno del otro mito y para eso desempolvaron las 21 canciones de The Promise. Conociendo la historia, se entiende por qué quedaron afuera –salvo en un caso, al que volveremos–. The Promise es un disco mucho más alegre, diverso y “pop” que Darkness. No es mejor ni intenta serlo, pero resulta una fotografía de época increíble, así como es increíble que Springsteen haya guardado canciones tan acabadas durante tanto tiempo. Muchas son canciones de amor, por lo general un amor que sale mal: “Rendezvous”, grabada en una toma (antes apareció en el disco Tracks, un rescate de 1999, pero esta versión es más vital, es mejor), “Candy’s Boy”, la versión más dulce (en todo sentido: es una balada) de “Candy’s Room” o “Because The Night”, que Springsteen no supo cómo terminar en su momento y se la dio a Patti Smith, que completó la letra en una noche de angustia, esperando el llamado del hombre del que estaba enamorada y que sería su esposo, Fred “Sonic” Smith. Fue el único Top 40 de Patti Smith, y aunque Springsteen siempre la tocó en vivo, nunca había mostrado la versión original. Aquí está y es excelente, algo tenebrosa. Toda esta época tiene algo tenebroso: quizá sea que las canciones transcurren casi todas de noche, o que hay una violencia latente o un sueño muerto. Debían ser muy tenebrosos los Estados Unidos post-Vietnam.
Otro rescate es la versión original de “Fire”, que Pointer Sisters llevó al Top 5, favorito de los vivos pero nunca presentada en disco. Hay canciones divertidas, como “Talk To Me” o “Gotta Get That Feeling” o “Ain’t Good Enough For You”, donde Springsteen muestra esa facilidad para hacer bailar, la misma que en “Rosalita” o “Dancing In The Dark”: estos son los hits seguros que quedaron fuera por divertidos. Tenía razón: hubieran desentonado con los dientes apretados del disco original, porque son pura soltura. También hay homenajes a Stax y Motown, como “One Way Street”, que podría ser de Smokey Robinson, o “It’s a Shame”, que hasta lleva el título de una canción de The Spinners, y a otros artistas como “City of Night”, que recuerda tanto a Elvis como a Lou Reed, y “The Brokenhearted”, muy Roy Orbison. Y también están las canciones-auto: Springsteen suele decir que, cuando una pieza no le funciona, la saca y la pone en otro motor. Así “Come Let’s Go Tonight” es una primera versión suave de “Factory” y “Spanish Eyes” tiene la misma letra que “I’m On Fire”, esa canción más que sugerente de Born in the USA.
Pero el gran misterio de The Promise es “The Promise”, la canción. ¿Por qué quedó afuera? No es una desconocida para los fans, pero es la primera vez que se la presenta completa, con todos los arreglos y la letra completa. Los miembros de la E-Street Band rezongan en el documental ante la decisión del jefe de eliminarla: “No entendía cómo alguien podía darse el lujo de no incluir en un álbum una canción así de buena”. Y que además, en su clima, su letra, su dimensión ambiciosa y contenida encajaba perfecto con el disco. La banda trabajó tres meses en “The Promise” y creían que sería el centro del disco. Springsteen dijo que no. “Me tocaba demasiado de cerca. Es una canción sobre pelear y no ganar... No era lo que me pasaba, pero era lo que sentía. No lo sé. Es irracional. Sentía que no podía juzgarla porque venía de un lugar muy íntimo. No sabía si era buena. No podía confiar en los demás. No podía incluirla.”
“The Promise” es quizá el iceberg de Darkness, la canción enorme bajo la superficie, la que le da esa grandeza apocalíptica a la producción sencilla y rabiosa. Una canción que habla con el gran éxito del disco anterior y le dice que hay algo agonizando en la carretera, algo que acecha y que nunca va a dejarlos escapar.
The Promise se consigue en una preciosa edición local doble, con todas las letras y una introducción de Springsteen. Los fans obsesivos seguramente preferirán el box-set que mandarán pedir previo ahorro: incluye los dos discos de The Promise: The Lost Sessions y uno de Darkness On The Edge Of Town remasterizado por primera vez (a no temer, no ha perdido su filo), más tres dvd, uno con el documental de Thom Zimny, otro con doble programa, una presentación íntima del disco en el Paramount Theatre de Asbury Park en 2009 más material nunca visto del ‘76-’78 de ensayos, shows y grabaciones; el último dvd es la presentación de Darkness en Houston, 1978, en un concierto frenético.
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