Stand up de mujeres, de solteros, de gays, de judíos, de amateurs: eso que en los ’90 se veía por televisión al final del programa de Seinfeld y que hacia el 2001 empezó a tener su versión local con shows minúsculos y un público nuevo en formación, hoy se está convirtiendo en un fenómeno que llegó para quedarse y hablarle a una generación que parece pedir una nueva forma de humor arriba de un escenario. Por eso, cuando sólo en el complejo La Plaza hay más de 20 espectáculos en cartel, Radar entrevista a pioneros, profesores y recién llegados para diseccionar este boom que prolifera, que se adaptó al humor argentino y que hasta tiene lugares donde cualquiera puede ir y tomar el micrófono.
› Por Natali Schejtman
Si uno se para en la puerta/pasillo del Paseo La Plaza, la oferta llama la atención. Unos diez afiches anuncian shows de stand up, en distintos horarios, protagonizados por distintas personas y con títulos que contienen las palabras comedia, humor o de pie en diferentes conjugaciones y combinaciones. Como si fueran extensiones físicas de esos afiches y de otros shows que no aparecen en esa cartelera, otro paradójico ejército de individualidades entrega volantes insistentes tanto en la puerta del complejo teatral como a pasitos nomás, en la entrada de Liberarte, donde hace cinco años desfila semanalmente una selección de stand up que se va renovando. Una agenda online específica demuestra que la oferta supera y en mucho a los afiches: en La Plaza hay alrededor de 20 shows. Y esto es apenas una de las puntas que da cuenta del asentamiento de la costumbre en Buenos Aires. Otra es su grado de diversificación: ya hay monólogos cómicos de mujeres, de judíos, de sub 25, de gays y de lesbianas. También hay utilización de monólogo en publicidades –desde Dady Brieva para mujeres, exclusivas destinatarias de un producto de limpieza, hasta Diego Reinhold para Coca Cola Light de hace unos años, pasando por los hombres del espectáculo Cómico para la web de Lan–. O un complemento argentino bastante contundente para el especial de Stand Up de la señal VH1. Los espacios para ver monólogos en vivo, obviamente, se reproducen: el teatro tradicional con butacas, la sala con bar tipo café concert en el mismo complejo; el barcito relajado del centro cultural o una terraza que ofrece stand up y choripán. Y una nueva paradoja sobrevuela: así de contundentes y firmes se van poniendo las cosas para un género que tiene entre sus insignias la inseguridad, insatisfacción o incerteza de sus escritores.
En el borde del milenio, Diego Wainstein y Alejandro Angelini armaron un show en Liberarte, Todos de pie, al que se sumaron Martín Rocco, Hugo Fili y Natalia Carulias y que dio otra muestra en el 2001, titulada En pie de risa. Los dos tenían un sello resonante en sus paréntesis: stand up. “Era raro –dice Diego Wainstein–. La gente estaba acostumbrada a que los humoristas tenían que salir con pelucas. Salimos nosotros de pantalón y camisa y hacíamos reír sin otros artificios.” Una novedad para la escena porteña, pero hasta ahí: “El stand up es una persona arriba del escenario haciendo reír. Es más viejo que la escarapela. Lo que sí hay es un aprendizaje de técnicas de cómo estructurar chistes, y ciertas premisas, porque hay una técnica de creación humorística propia, diferente de las técnicas del mimo, clown o la improvisación”.
Esos espectáculos suelen ser mencionados entre los pioneros de esta ola actual, aunque hay quienes dicen que, en realidad, fue cambiarle el nombre y a veces la duración al clásico monólogo de humor escrito por el mismo intérprete, género en el que Argentina tenía referentes altos, desde Landriscina hasta Gasalla, Perciavalle o Pinti. Los protagonistas, generalmente consumidores de humor, aunque no siempre del argentino, tienen algo para decir sobre este punto. Fernando Quintans, un comediante creador hace cinco años de la Selección Argentina de Stand Up opina: “Por ahora, el Stand Up Comedy en la Argentina basa sus textos en una observación, exacerbación y parodia de lo cotidiano, en la que el cómico se ubica como centro de la escena. El estilo de actuación suele ser bastante austero, sin caracterizar a un personaje. Para mí, el stand up no es un ‘nuevo nombre para una vieja enfermedad’. Sería una vieja enfermedad pero con mutaciones”. La Selección viene aumentando sus arcas: los comediantes le mandan material a Quintans y, si a él le gusta, adentro.
Alejandra Bavera
“Yo vivo sola. Cuando pido al delivery nunca pido para menos de ocho personas. Tienen tu dirección, tu teléfono, ¡¡saben todo de vos!! ¡Si pido cuatro empanadas van a saber que estoy sola! En el freezer tengo comida para dos años. Pero me siento muy segura.”
Sebastián Wainraich
“Los judíos jugamos al conocés a: se encuentran dos judíos por primera vez y se dicen: ¿Conocés a Tamara Feldman? ¿Conocés a Martín Rubinstein? Repasamos la lista de Schindler completa, a ver si encontramos a alguno.”
El fenómeno del ascenso exponencial de comediantes argentinos tiene varias explicaciones. La necesidad de armar una rutina en primera persona a partir de la explotación de lo que llamamos “uno mismo” probablemente guarde alguna relación con la fiesta de la subjetividad y la necesidad bloguística de opinar de todo, que se asentó al mismo tiempo que crecía el género en la ciudad. Por supuesto que la expansión de referentes globales como Jerry Seinfeld es ineludible y, aunque los comediantes argentos quieran afianzar sus diferencias australes, no dudan en señalar modelos de humoristas de Estados Unidos, donde la cuestión tiene décadas y algunos genios. Por otro lado, las progresivas apuestas de la producción local por una opción realmente barata, con infraestructura mínima y personalismo máximo, fogueó el circuito y lo hizo crecer. Quizá también su éxito radique en una nueva hora para los perdedores, sensibles y enroscados, aristas que algunos cómicos –no necesariamente todos– explotan con rotundez y disparadores narrativos como la falta de sexo, la timidez, la dominación, las dudas existenciales y operativas, la soltería eterna y toda una serie de desgracias que los vulnerabiliza.
Uno de los nombres más sonados de nuestra escena es el de Sebastián Wainraich, humorista que se viene desenvolviendo en distintas plataformas y que adereza con lógica standapera todos sus ámbitos de influencia. Dado a la lectura, escritura y producción, cuando todavía trabajaba como notero de Duro de Domar, ingresó a la planta permanente del espectáculo Cómico, que para entonces iba por su segunda edición. “Cuando vi por primera vez stand up me divirtió, me hizo reír, me sentí identificado. Me di cuenta de que algo así tenía en mi cabeza.” Wainraich es un observador hilarante de los detalles cotidianos. Y ése es el fuerte no sólo de sus monólogos, sino en parte de Metro y medio, el programa de radio que conduce junto con Julieta Pink por Metro (95.1) y que recibe habitualmente a humoristas para perderse en distintas discusiones de, según quien lo juzgue, relevancia máxima (como “flan o panqueque”). Así, todos los días la vida misma le depara material potencial para anotar en su libretita. “En realidad, toda la vida se puede llevar al stand up porque toda la vida se puede llevar a lo artístico. A una película, un libro: hay que ver qué habilidades tenés para plasmarlo. Si lo hacés tal cual tal vez no te vaya tan bien. No hay una fórmula, por suerte. Hay maneras de decir las cosas, de contarlas, movimientos corporales, silencios. Cosas que se van descubriendo a medida que lo hacés, con la respuesta del público, al instante. Se rieron o no se rieron. Término medio no hay. A veces hacés un buen chiste y no se ríen. A veces se ríen y te da vergüenza. Cuando mejor te va es cuando lográs entrar en una especie de trance y estás muy metido en lo que decís”, dice Wainraich, sentado en la mesa de un bar y con la vista desviada hacia una riña callejera entre un auto mal detenido con balizas en la equina y una camioneta laburante que quería doblar. ¿Quién tenía razón? Wainraich lo dirimiría pronto en Metro y medio.
Malena Pichot
“Según los creativos publicitarios, las mujeres tenemos dos preocupaciones en la vida nada más: que la ropa esté de un blanco imposible y poder cagar.”
“Si el hombre pudiese quedar embarazado, abortar tendría la misma carga moral que explotarse un grano.”
Dalia Gutmann
“Yo me inmolo arriba del escenario. Te tirás a la pileta, te exponés demasiado. Pero a su vez, exponerte así hace que los otros puedan sentirse identificados.”
En su último monólogo para Cómico 4, en el que también estuvieron Rocco, Peto Menahem y Dan Breitman, él hablaba de la ansiedad, del nacimiento de su hija, de las noticias exaltadas de los medios. Bastante asentado, y coherente con ese perfil de persona normal, puede reconocer equivocaciones pasadas: “No hay que ser muy pretencioso en este género. Esos que quieren hablar del sentido de la vida me parece que la pifian; a veces hablando de alguna pelotudez te encontrás hablando del sentido de la vida. Yo cometía ese error”.
Con varios años arriba de los escenarios y otros tantos como espectador, Wainraich describe una situación habitual: “Muchas veces pasa que las primeras funciones va bien y a las siguientes empieza a ir mal. Hay una explicación lógica: la primera vez te van a ver todos tus amigos y familiares y se ríen porque decís ‘Tardo mucho para bañarme’ y todos saben que tardás mucho para bañarte. Y al público común no le importa que tardes mucho para bañarte si no le explicás por qué. Haceme el chiste. La cuestión no es que sea verdad, sino que lo digas con verdad. No es que sufras, sino que lo transmitas. Una vez nos vino a ver Hugo Varela y después nos fuimos a comer todos. Y en un momento nos mira y nos dice: ‘Momento: infancia triste todos, ¿no?’. Yo no diría triste, pero sí, seres que se angustian con facilidad...”.
Oh, la angustia: uno de los tópicos favoritos de los escenarios con fondo de ladrillo (costumbre típica yanqui, acá no siempre importada) o al menos un estigma omnipresente. El humorista gráfico Rudy, especialista en angustia y humor, también probó con las tablas como para vivir eso que en la gráfica y en los libros queda afuera: el momento en que el receptor se ríe de sus chistes. El prefiere decir que hace monólogos, porque hablar de stand up lo ubicaría en un circuito y una generación a los que no pertenece. Lo suyo tiene más que ver con el juego de palabras o la interpretación humorística y sagaz de asuntos variados: desde Malena (las que canta el tango) o las tragedias griegas hasta las aristas de una madre judía: “Uno en realidad en stand up o monólogo apunta a la risa, a reírnos de esas cosas que nos angustian. Yo nunca vi chistes sobre las cosas que anden bien”.
Rudy pasó por clases para aprender algunas técnicas y la última década lo encontró experimentando por ahí: en el 2007 debutó junto a otros humoristas en su primer show de stand up, Oi, Oi, Hoy, y en 2008 hizo su primer unipersonal, Rudy for vicepresident: “Como hacedor de monólogos me inquieta esa situación despojada de estar solo frente al público. Es un desafío atrapante, no tenés más recursos que un micrófono y lo que vos escribiste. Como espectador me gusta cuando otro logra interesarme, hacerme reír sobre lo que le preocupa o le conmueve, esas cosas que no le dan lo mismo. Y como humorista los hallazgos humorísticos que pueda tener un colega. Hay algo que a mí me interesa puntualmente: esa manera de detectar los absurdos de lo cotidiano y denunciarlos. Y que la gente se ría, claro”.
Fernando Sanjiao
“El comediante habla de su realidad y su verdad y eso cambia en cada cultura y país. El tiempo de comedia en Argentina es otro al de Estados Unidos, nuestro humor es pícaro e irónico, y está conectado con lo que siempre nos hizo reír: la sencillez de Les Luthiers, la rapidez de Pinti, lo absurdo de Casero, las contraposiciones grotescas de Capusotto.”
Fernando Quitans
“Creo que lo que falta para que sea un género masivo es más televisión o que Tinelli produzca stand up, o algún show en el que algún actor o actriz muy conocido haga stand up. ¿Qué tal Estandapeando por un sueño?”
Diego Wainstein
“Supongo que la primera vez que vi stand up fue en la película Annie Hall, de Woody Allen, donde él es un cómico. Me atrajo la sencillez y la profundidad de poder hacer con el público lo que uno quiere hacer. O tal vez la película Lenny, donde me di cuenta de que se podía hacer un humor mucho más personal que el de cuentachistes.”
El aumento de comediantes y shows es tal que el género se diversificó. El espectáculo Friendly, por ejemplo, intentaba acomodarse de manera irregular como stand up gay. En ese espectáculo participaba Ana Carolina, que hablaba, entre otras cosas y muy explícitamente, de situaciones chica-chica y los compromisos que ahora le suponía el matrimonio igualitario. Además, hubo stand up judío con Oi, Oi, Hoy 1 y 2 y hasta existió algo llamado Bar Mitzvá Comedy Club. ¿Stand up de temática judía? Y no sólo: en el espectáculo, hecho por alumnos del taller de stand up del grupo Shenkin (AMIA), todas las acciones de estos monólogos trascurrían... ¡en un Bar Mitzvá!
“Las chicas” ya están firmes como una de las patas del fenómeno. Tal es el caso de Dalia Gutmann, que ahora comanda Cosa de minas junto a Alejandra Bavera (quien a su vez participa con un muy buen monólogo en Snorkel) y llena la sala The Cavern del complejo teatral La Plaza todos los jueves. Dalia es la anfitriona y cada jueves invita a humoristas diferentes que hacen estallar de risa a los grupos de mujeres que asisten. Ella habla de la diferencia entre mujeres y varones, las escenas que le depara la menstruación, la reacción frente a los piropos de desconocidos conforme pasan los años... Todo con una sonrisa, a diferencia de los hombres, que parecieran hacer de la seriedad una insignia del humor en el escenario. Dalia es más del desparpajo y la espontaneidad: incluso, su gracia radica en que uno puede escucharla más de una vez, pero siempre va a sonar un poco distinto, como si fuera la primera vez que lo dice. Ella, locutora, llegó al humor y al stand up después de una calesita vocacional y acá se queda. “Me parece que es un género muy catártico. Lo que me atrapó cuando lo vi por primera vez es que alguien pueda hacer humor con cosas que hacen sufrir a todos. Entonces ves que no estás solo”, dice ella, que solía disfrutar de ver monólogos especialmente los días bien para abajo. Pero además, señala otra verdad: “No es un género de gente diva: el que está con el micrófono es una persona muy común, y te sentís fácilmente identificado”, dice ella, que está preparando junto a Martín Pugliese un espectáculo sobre parejas. “Evidentemente, se agradece mucho cuando una persona se entrega y cuenta lo que le pasa con verdad.”
El año pasado Gutmann hizo Socios, con Guillermo Selci. Ahora, por Cosa de minas pasan humoristas jóvenes, muy jóvenes y medianas. El público está formado por mujeres en despedida de solteras, grupos de amigas y alguna que otra pareja. Si son sueltas, las humoristas suelen enganchar y a veces dialogar con ese público sediento de humor girly. A Gutmann, que trabaja por las mañanas en el programa AM, no le preocupa para nada quedar identificada con el género dentro del género: “A mí me gusta eso. Me parece que está bueno que haya un grupo para stand up de chetos, otro de pendejos, stand up gay, uno va a ver algo y ya sabe la temática”. Por ahora, dice, las chicas siguen siendo muchas menos que los hombres, pero hay varias en cocción, cada vez más cerca de su punto de caramelo: “Lleva su tiempo: animarte, subir, divertirte. Funciona cuando te empezás a divertir. Además, es un género muy cruel. Siempre que hacés humor vas a comerte un montón de malas experiencias. Siempre que hacés un chiste a alguien le va a caer mal. Tenés que vivir mucho escenario, teatro chiquito, días de mierda. Me fue mal mil veces, y es horrible, pero nada, termina la función, me como un pancho y estoy callada, me quedo callada durante dos, tres horas. El que hace stand up tiene que tener una tolerancia a la frustración importantísima”.
La que parece divertirse de una manera muy energizada es otra sonada mujercita del medio y de otros medios. Se llama Malena Pichot, y se hizo conocida vía YouTube cuando, deprimida, empezó a autograbarse y editar escenas de su despecho amoroso, descargando la furia bajo la firma “La loca de mierda”. En tiempos de furor contenido en un click, sus videos gastaron los mouses: llegaron a tener más de 900.000 repeticiones de gente que quería verla insultar a su ex con violencia, transparentar su perfil maníaco-depresivo y su formación universitaria. Pichot se subió a su show de stand up de una manera casi paralela al éxito virtual: “Toda mi adolescencia la pasé frente al canal Sony viendo sitcoms. Era fanática de muchas, de Seinfeld más que ninguna. Mi madre me trajo de Nueva York un cd de audio del último show de Seinfeld I’m telling you for the last time. Lo escuchaba mucho con mi hermano en el living y nos reíamos, me lo sabía de memoria”, dice Malena. “Lo que me pasó y me sigue pasando es admiración, es pensar ‘qué increíble cómo carajo se le ocurrió pensar eso’. El imaginario de una persona pensando cosas graciosas todo el tiempo me fascina.” En el escenario, con la carcajada siempre a punto de romper (un condimento muy simpático y poco visto en el género) encarna un monólogo virulento y filoso desde la bronca femenina: las propagandas de toallitas, la hipocresía del Día de la Mujer, los libros de Alessandra Rampolla, el sexo y sus posiciones, y mucho más. Bajita y fibrosa, ella no juega tanto con la identificación, sino que alterna entre la reflexión convincente y todo lo que la hace única y extravagante. Es, hasta se puede decir, la que más se acerca al humor político: “Armo mis monólogos generalmente a partir de un tema que me interesa, me intriga o me parece injusto. También puede ser a partir de una frase o palabra que me parece graciosa o inclusive a partir de la necesidad imperiosa de que se hable de algo”, dice, consciente de que si hay algo que salta a la vista en su rutina es la vehemencia. A Malena le va muy bien con su espectáculo, en donde también hace su monólogo el actor Ezequiel Campa, rubio, lindo y canchero. Campa es de los pocos que prácticamente casi no se planta como loser. Lo de Malena en todo caso es, sin lugares comunes, hablar desde alguna minoría, si bien disfruta de llamarse concheta, compradora y decir que ella no es feminista porque, por ejemplo, se depila. Con respecto al “fenómeno” stand up, es igual de determinante que con la mayoría de los temas: “Supongo que se debe en parte a una moda, en parte a la necesidad de algunas personas de ser miradas, a una forma de subirse a un escenario que algunos creen que es más fácil que otras. Lo cierto es que la gente no se ríe así nomás, ni tiene ganas de hacerle las cosas fáciles a nadie. Lo que tiene este género es que, si no sos bueno, la crítica es inmediata, el público está mudo, y si esto te pasa muchas veces, no hay vuelta, no servís. También creo que este surgimiento del stand up es el pedido de una generación de un tipo de humor que lo represente. Crecimos con los Simpson, la globalización nos modificó en nuestras exigencias y gustos”.
Los humoristas tienen sus propias hipótesis de por qué pudo haber crecido tanto el género. La mayoría coincide en la idea de que es algo que se disfruta como espectador, que es barato y que “parece fácil”, por lo que el que antes miraba quiere cruzarse y contarle al mundo sus ideas, anécdotas y sensaciones. Peto Menahen es uno de los pocos que hace stand up desde una formación actoral. Dice que no sabe bien si lo que hace es o no es y, además, observa que su formación le pide un “caminito dramático” para sus monólogos, a diferencia de los que pueden saltar de un tema a otro confiados en que la voz del que cuenta une todo. Los monólogos de Peto llegan a ser incluso musicales: en su última presentación, la gente se agitó de la risa con algo tan simple como su incapacidad para pronunciar la palabra Leberwurst. El apunta a una cuestión expresiva: “Me gusta pensar que lo que pasó es que hubo una crisis y esta es una manera barata de que la gente se suba a un escenario. Pero aparte de lo económico, hay una necesidad de expresarse. Yo no sólo noto que hay mucha gente haciendo stand up, sino muchos niños tocando, haciendo música”.
Cuando Wainstein empezó con sus shows, tenía la sensación de que era tan pequeño todo que tal vez había que plantar algunas semillitas. Con esa motivación se empapó de técnicas de stand up y se puso a dar clases. De aquel primer show surgieron otros cursos también: el de Alejandro Angelini y el de Martín Rocco, todos nombres obligados a la hora de hablar de maestros de humoristas.
En las clases, dice Wainstein, se trabaja con la experiencia de vida de cada uno: “Se trata de experimentar y después enseñar cómo es partir de uno y no de un personaje para hacer humor. El stand up es lo que te enseña a hacer de tu vida algo humorístico y decir una verdad sobre el mundo que lo rodea, aunque esa verdad sea lo más pelotudo de la Tierra”.
Los cursos se van multiplicando. Fernando Sanjiao, comediante, guionista y docente, admite que el crecimiento de la cantidad de alumnos es impactante. Como humorista, está todas las semanas junto a Pablo Fábregas y Malena Guinzburg en Reíte de mí en La Plaza. En sus monólogos, suele presentarse como un tipo tímido, apocado, que puede llegar a sentirse amenazado cuando la computadora lo asalta con esos pop ups que le insisten en si “está seguro” de lo que va a hacer. La primera vez que decidió armar una rutina lo hizo en torno a su trabajo de entonces, vendedor de electrodomésticos en un supermercado. Y si será reflexivo que empezó a dar clases después de hacerse algunas preguntas: “Me empecé a obsesionar con la idea de ¿de qué nos reímos? Soy muy obsesivo de cada detalle que hace que un chiste sea efectivo. A veces, cuando mis compañeros o alumnos están en el escenario y yo en el camarín, me la paso tratando de adivinar por qué un chiste que dijo en el momento funcionó o no”.
Sanjiao hace un trabajo con los alumnos a partir de las características de su personalidad, su ocupación o algo de su vida cotidiana: “Los ejercicios generalmente tienen que ver con enfrentar la hoja en blanco. Que te escriban las primeras dos horas de su vida en detalle es un buen generador de material. Lo que pasa es que de lo que uno escribe en tres hojas puede sacar 5 chistes...”
Retomando lo que decía Dalia Gutmann, hay algo con la frustración que en este género arde: todo es responsabilidad de la personita, nunca del iluminador, productor, director, escenógrafo, etcétera. Si no se rieron, no se rieron de vos. “El ego es un tema difícil, siempre –dice Sanjiao–. Uno se frustra mucho. En diferentes funciones podemos decir el mismo chiste, y a veces es genial, a veces es malísimo: ¿por qué? Porque dependió de cómo lo dijimos, con qué pausa, con qué actitud, con qué honestidad, y muchas causas más. Quejarse del público o pensar que uno no sirve es lo más fácil. Yo trato de pensar qué hice mal, simplemente eso.”
Lo que empieza a surgir cada vez con más naturalidad son espacios en que la gente va y prueba si lo que dice hace reír o no. La proliferación ubica a los nuevos en horarios y días marginales, pero en las mismas salas. Gabriel Grosvald es productor conocido de stand up. Supo subirse a las tablas con un micrófono, pero encontró su lugar detrás de la escena. Programa la parte de stand up de la sala The Cavern, que por semana tiene entre veinte y treinta shows, y acaba de abrir el club de los miércoles que, después de algunos comediantes fijos, habilita el escenario al público. El clima es relajado y gauchito; muchos de los que van tienen relación con el stand up y el club es también un punto de encuentro, en una sala pequeña del Paseo. Algunos toman algo, sobre sillas desorganizadas, sin mesas, y varios se quedan hablando a la salida. “Yo creo que la gente que va a ver stand up es a la que no le gusta el teatro. No es teatro: no hay cuarta pared, la gente le habla al público. Además, se puede tomar algo y divertirse”, dice Grosvald, entrándole como sin querer a un hermoso y muy polémico tema llamado teatro y gastronomía. “El fenómeno se da porque es un espectáculo económico de producir y porque es muy efectivo. La gente va y se ríe. Por eso funciona.”
El último comediante del público que acaba de subir al escenario de su Club es Cristian Domínguez, un chico de 19 años que fue notero en un programa fugaz y un poco pelado de nombre Standaperos. Muy histriónico y gran caracterizador de mujeres que no le dan bola, a Cristian le va más que bien esa noche. De todos modos, ya tiene su propio show generacional: Corte, con otros dos sub 25. Grosvald, con una remera roja que lleva la frase Pretty... Pretty... Good (uno de los slogans de Curb Your Enthusiasm y su Dios Larry David), traída por Pichot desde Nueva York, describe: “Por un lado, estas funciones sirven para el comediante que ya está asentado. Ezequiel Campa, por ejemplo, no puede probar material en una sala en la que la gente pagó 60 pesos la entrada. Pero también sirve para los principiantes o los que no se subieron nunca: pueden venir y hacer 10 minutos. Lo que tiene de bueno es que hay cierta reserva. No anunciamos quién va a venir.”. Pero además el productor señala por qué La Plaza pudo haberse convertido en epicentro, siendo que ni siquiera fue pionero: “Es un género de clase media urbana, educada. Esa es la gente a la que le gusta ir al Paseo. Comes algo, ves una obra de teatro, tenés dónde estacionar: la conjunción de la experiencia hace que funcione todo”.
Con respecto a la difusión y a la propagación del éxito, Ezequiel Hara Duck, agente de prensa especializado en stand up, habla de los sorteos en las radios y de un factor determinante: los volantes: “La mayor fuente de convocatoria de público son los volantes, que se entregan en mano en la puerta de las salas donde se realizan los shows. Si caminás por Corrientes, es imposible que no termines con una pilita de volantes de algún show de stand up. Está comprobado que los volantes no sirven para promocionar una obra de teatro tradicional, pero sí funcionan para este tipo de shows, porque gran parte del público que sale por Corrientes no sabe qué quiere ir a ver, y el volante y el speech de un buen volantero con secundario completo sirven como última arma de persuasión”.
El Bululú, a cargo de José Luis Alfonso, es también conocido por haber sido contenedor de varios humoristas. Además, ahí suelen presentarse tanto jóvenes humoristas como otros más conocidos. “Para mí, como tengo más años, el stand up no es más que el clásico monólogo de café concert actualizado”, dice con cierto escepticismo Alfonso, que tiene su show Alfonso Chou los viernes. Pero no hace falta tener un teatro para organizar eventos de stand up. La gente de Chimichurri Stand Up ya armó dos encuentros en escenarios rotativos y con entrada simbólica para probar material y un chori después del show. Dice Simón Booth, uno de los organizadores: “La idea surgió de una necesidad. No existía un lugar en donde el comediante pudiera probar material más relajadamente, en el que no tuviera la presión de hacer una ‘buena función’, y pudiera jugar y probar ideas”, cuenta Booth, que comparte escenario con Diego Florido, José Leone (los otros dos organizadores) y Carolina Leone en ¡Chapoo! Stand Up los viernes en El Bululú. Y basta ver el clima del primer Chimichurri: una terraza, una parrilla, y un escenario improvisado fueron suficientes para generar un punto de encuentro, prueba y error.
Pensando en el futuro, algunos humoristas señalan que todavía falta para que sea un género masivo. Que un Tinelli, como dice Quintans, podría darle un fuerte empujón (hasta propone un “Estandapeando por un sueño”, un poco en chiste, un poco en serio). Grosvald, por ejemplo, no es muy fanático del stand up televisado, y cree que el mejor escenario para los humoristas locales es que empiecen a moverse en otros ámbitos -como Wainraich en la tele, Malena Pichot en una comedia (cuyo piloto intenta vender)- y mantengan en paralelo sus presentaciones. El público aumenta junto con los comediantes de pie. Así como los nerds de antes son los nuevos poderosos y millonarios del planeta, parece que los timidones, ansiosos e inseguros encontraron la forma de salir ganando.
SHOWS Y HORARIOS
Sebastián Wainraich presenta su unipersonal Wainraich y los frustrados (con monólogos y personajes) el 7 y 14 de abril en el Samsung Studio, Pasaje 5 de Julio 444.
Rudy presenta monólogos, parodias musicales y mucho más con Silvana Gregori los viernes de marzo y sábados 2 y 9 de abril a las 21.30 en Multisoquete (casi multimedia) en el Café Montserrat, San José 524. El 15 de abril re-estrena su unipersonal Rudy parcialmente descremado, en The Cavern Club, Paseo La Plaza, Corrientes 1660.
Club @gabou: miércoles a las 22 en The Cavern Club (entrada gratuita).
Reíte de mí: viernes a las 22.30 en The Cavern Club.
Cosa de minas: jueves a las 20.30 en The Cavern Club.
Campa/Pichot: viernes, sábados y domingos a las 0.30 en el Velma Café, Gorriti 5520.
Corte: viernes a las 0.30 en la Sala John Lennon, Paseo La Plaza.
Selección Argentina de Stand Up: sábado a las 23 y 0.30 en Liberarte, Corrientes 1555.
Alfonso Chou: sábados a la 1 en El Bululú, Rivadavia 1350.
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