CASOS > CHARLIE SHEEN, BRILLA Y ARDE COMO NUNCA
Sus escándalos son legendarios hace décadas, pero siempre consigue superarse. Ahora, después de una seguidilla de 36 horas de fiesta en Las Vegas, desintoxicación en una clínica, convivencia con dos novias al mismo tiempo, y mientras era el actor mejor pago de la historia de la televisión, le levantaron Two and a Half Men, rompió relaciones con la Warner y –lejos de deprimirse– su furia sólo lo volvió más popular. Apenas con insultar a su ex en Twitter consiguió un millón de seguidores. Acá, su historia y su versión de su propia leyenda.
› Por Mariano Kairuz
El público ama a Charlie Sheen. No es una perogrullada de productores excitados porque después de más de ocho años, hasta hace poco, le seguían exprimiendo millones de dólares a una sitcom que no es nada del otro mundo. Es un hecho comprobado: Sheen era hasta hace un mes el actor mejor pago de la televisión norteamericana contemporánea, con un sueldo de casi dos millones de dólares por cada episodio de Two and a Half Men. Hoy, Sheen twittea alguna barbaridad contra sus ex empleadores en el momento más escandaloso de su carrera, y en menos de un día obtiene el récord de un millón de seguidores. O, en plena escalada de su agresivo cruce de demandas con sus ex jefes, anuncia que hará un tour nacional con su obra Mi violento torpedo de verdad: la derrota no es una opción, empezando en Detroit el próximo 2 de abril, y las entradas se agotan en 18 minutos, marcando un récord en Ticket Master. Ya había ocurrido antes: unos diez años atrás, cuando su carrera cinematográfica estaba en franco declive y empezaba a ser identificado más con sus parodias en Locos del aire que por Pelotón y Wall Street, reemplazó a Michael J. Fox –que acababa de hacer pública su enfermedad– en el protagónico de la serie Spin City, y los ratings, contra buena parte de las expectativas, subieron. No solo se trataba de una movida poco común y arriesgada –reemplazar al personaje que parecía estar sosteniendo el programa– sino que además el badboy Charlie sonaba como una de las opciones más opuestas imaginables al siempre bueno y querible y familiero Fox. Pero funcionó. Porque el público ama a Charlie Sheen.
Y será en parte que Charlie es una garantía de diversión –y en cierta medida de honestidad– en un medio careta, achatado por la hipocresía, las más anodinas declaraciones promocionales y la total corrección política. Por supuesto que éste no es el primer gran viaje de Charlie, y cada vez que sus asuntos llegan a la corte empieza el agitado recuento biográfico: sus primeros porros a los 11 (alguno provisto por el joven Laurence Fishburne en el set filipino de Apocalypse Now!, donde filmaba su padre), su temprano arresto por posesión de marihuana y fraude con tarjeta de crédito, su debut sexual a los 15 con una prostituta de Las Vegas pagada con la tarjeta de papá, sus primeras dos-botellas-de-vodka-al-día todavía en su adolescencia, el accidente de su novia Kelly Preston (pasó en casa de él, con un arma de él, pero al parecer se disparó ella sola), su noviazgo con la actriz porno Ginger Lynn, su sobredosis del 98, su discurso de estrella “rescatada” dos, tres años después (cuando empezaba a convertirse en una figura renacida para la televisión), su divorcio de su segunda esposa (nada menos que Denise Richards), plagado de acusaciones de maltrato, y, en la aceleradísima sucesión de las últimas semanas, su guerra con el creador y productor de Two and a Half Men, Chuck Lorre. El desastre comenzó a espiralarse en enero, cuando Charlie entró en rehabilitación y Lorre y el equipo de la serie decidieron suspender la producción de lo que quedaba de la temporada. Pero a fines de febrero, durante una entrevista con el periodista Alex Jones, Sheen calificó a Lorre de payaso y charlatán, refiriéndose a él como Chaim Levine (es decir, por la traducción hebrea de su nombre, y por su apellido verdadero: Levine), lo cual fue recibido como un gesto antisemita. Acusación a la que Sheen respondió, en su descargo: “Quería dirigirme al tipo por su nombre real, no por su personaje televisivo de mentira. O sea que cada vez que alguien me llama Carlos Estévez, que es mi verdadero nombre, ¿yo puedo alegar que están haciéndome un comentario antilatino?”. Poco después, Lorre y la Warner tomaron una decisión inesperada: matar a la gallina de los huevos de oro, dando por terminada la serie y prohibiéndole la entrada a Sheen al lote de los estudios donde se grababa el programa. La carta de despido hablaba de “su conducta autodestructiva”, de sus incidentes recientes, que incluyen el haber destrozado una habitación de hotel y amenazar a una acompañante paga en noviembre pasado, un publicitado fin de semana salvaje en Las Vegas y sus 36 horas de fiesta non-stop en enero, por las que terminó hospitalizado, además de los problemas que le estaba acarreando a la producción de la serie (“su apariencia física, su incapacidad para decir sus líneas, y para colaborar con el equipo, sus comentarios inflamatorios que envenenaban la relaciones clave de trabajo, y la frustración del ambiente creativo por su espectáculo público de desintegración autoinfligida”, sic). Sheen dijo que respondería con una demanda contra Lorre y Warner por cien millones de dólares, por abandonar ese programa “de latón que yo convertí en una mina de oro con mi magia”, y multiplicó sus increíbles apariciones públicas –contando cómo se termina sus piedras diarias de siete gramos, así como distintos detalles de su vida con sus dos nuevas novias– a través de, entre otros medios, su propio programa en Internet, Sheen’s Korner, donde aparece convertido en su propio superhéroe. Respecto de sus dos nuevas novias, la estrella porno Rachel Oberlin y la ex niñera Natalie Kenly, a quienes llama sus “diosas”, dijo: “Ustedes han escuchado hablar de ellas, son una sensación internacional. Son las mujeres que amo y que han completado los tres tercios de mi corazón”. Y las chicas apoyan públicamente la relación apareciendo en cámara cada vez que se les da la oportunidad: “Es una locura para todo los demás pero para nosotros funciona”, dice Kenly. “La cama es suficientemente grande para los tres, y nos turnamos para dormir en el medio, pero si alguien necesita descansar bien, hay dónde hacerlo”, dice Rachel. “Tenemos”, dice Charlie, “algunas reglas en esta casa. Nadie entra en pánico, nadie juzga a nadie, nadie se muere. Y disfrutamos cada momento. ¿Qué me olvido? Tomamos leche chocolatada. Hay muchas risas en esta casa y una tonelada de nobleza”.
Cuando no hace mucho anunció estar “bajo una droga: se llama Charlie Sheen”, su representante Stan Rosenfield decidió que era demasiado trabajo para él y renunció. El viaje de Charlie tiene pendiente a medio mundo, y muchos estarán esperando verlo estrellarse en vivo y en directo. En una de las pocas notas que parece realmente preocuparse por él, el periodista de Slate.com Nathan Heller cita a Sean Penn, amigo desde la infancia de Sheen (y uno de los pocos personajes conocidos que, según Sheen, le han expresado su apoyo en estos momentos turbulentos, junto con, ejem, Mel Gibson). Penn teorizó que el actor tal vez se esté inmolando en nombre de lo que sería una suerte de performance artística suprema. Para Heller hay algo en todo este circo del orden del reality show, del “pacto de entretenimiento” con el que nos disponemos muy alegremente a presenciar el sufrimiento de otros seres humanos. “Si hay una tragedia verdadera en la carrera de Sheen”, escribe, “es el encuentro de una vida que fluye demasiado fácilmente en la performance y un estilo de entretenimiento mainstream que convierte la disolución pública en una estética. Es una situación amarga para el actor y para su mundo, pero, en realidad, peor para todos nosotros. Cuando millones de espectadores pueden pedir updates de Twitter pero no pueden recordar cómo sentirse acerca de otro ser humano que se está desintegrando, nadie gana”.
Mientras tanto, el torpedo de la verdad sigue su curso a toda velocidad con un destino incierto y sí, Heller, tiene razón, seremos muy cínicos, pero es un espectáculo fascinante.
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