LIBROS > DIARIOS DE BICICLETA, DE DAVID BYRNE
Desde hace décadas, David Byrne –ex líder de Talking Heads, gran divulgador de la world music como solista– carga con su bicicleta en cuanto viaje se le presenta y recorre así las ciudades que visita. Después de años de tomar notas y apuntes, en 2009 publicó sus recorridas y observaciones en Diarios de bicicleta, libro que acaba de publicarse en castellano. Además de ciudades de EE.UU., Byrne escribe sobre Berlín, Estambul, Manila, Sydney, Londres, y en cada punto se ocupa de predicar su evangelio de ciclista convencido. Aquí presentamos fragmentos del capítulo dedicado a Buenos Aires, que incluye una visita a León Gieco y a Mercedes Sosa, un breve paso por Liniers y su intriga –escrita varios años antes de este presente de bicisendas– de por qué los porteños prefieren enfurruñarse en sus automóviles antes que abrazar las dos ruedas.
› Por David Byrne
Buenos Aires, situada en el terreno aluvial del Río de la Plata, es bastante llana, lo cual, sumado a su clima templado y sus calles más o menos ordenadas en cuadrícula, la hacen perfecta para moverse en bicicleta. Aun así podría contar con los dedos de una mano el número de gente del lugar que vi circulando en bicicleta. ¿Por qué? ¿Llegaré a descubrir por qué nadie se mueve en bici por esta ciudad? ¿Hay alguna explicación oculta y secreta a punto de revelarse ante mí? ¿O soy un estúpido ingenuo? ¿Es por lo temerario del tráfico, por el elevado número de robos, por lo barato de la gasolina y porque el coche es un símbolo imprescindible de status? ¿Tan menospreciada está la bicicleta que incluso los mensajeros usan otros medios para desplazarse?
No creo que se deba a ninguna de estas razones. Creo que simplemente nadie ha considerado en serio la idea de moverse en bicicleta. El meme ciclista no se ha implantado o nunca arraigó. Me inclino a darle la razón a Jared Diamond, quien, en su libro Colapso, afirma que la gente desarrolla afinidades culturales con cierto tipo de alimentos, maneras de desplazarse, tipos de ropa y costumbres tan arraigadas que, según explica el autor, persistirán en sus hábitos hasta llevarla, a veces arrastrando a toda su civilización, a la extinción. Diamond aporta numerosos precedentes históricos: por ejemplo, en el siglo XIX, una colonia escandinava en Groenlandia cuyos miembros persistieron en dedicarse a la ganadería, una actividad a todas luces poco práctica. Nunca adoptaron ni adaptaron –porque era culturalmente inaceptable– la dieta o los hábitos de los esquimales locales, con lo que acabaron muriendo todos. Ni siquiera fue un asentamiento breve, ya que duró más de cuatrocientos años, tiempo más que suficiente para convencerse de cuál era el mejor camino. Por supuesto, en esta era de total dependencia de los combustibles fósiles y de cambio climático, las lecciones de historia de Diamond tienen una resonancia amenazadora. Así pues, aunque nos guste pensar que la gente no puede ser tan estúpida como para encaminarse directamente hacia la autodestrucción –con todos los medios para la supervivencia justo delante de sus narices–, puede hacerlo, y de hecho lo hace.
No digo que ir en bicicleta sea una cuestión de supervivencia –aunque puede ser una parte importante de cómo podamos sobrevivir en el futuro–, pero aquí en Buenos Aires parece una forma tan sensata de desplazarse que la única explicación que se me ocurre de que nadie pedalee por las calles es cierta aversión cultural.
Después del concierto, Charly García, que ha venido a ver la actuación, me invita a ir con él a un club. Charly, uno de los instigadores del movimiento nacional del rock que emergió en los años ’60, se hizo muy conocido a principios de los ’70. Era contemporáneo de los artistas folk y de la nueva trova, pero para la gente como Charly, aunque respetuosa con aquella música, el folk era un estilo contra el que había que rebelarse. El y muchos otros representaban sexo, drogas y rock and roll: la decadencia en oposición a la causa política.
Man Ray, la banda de esta noche, acaba de empezar a tocar. Son las dos y media de la mañana. Al frente de la banda está una mujer que a veces canta con Charly. En el aspecto de vida social, esta ciudad se parece a Nueva York –conciertos a altas horas de la madrugada, gente de fiesta hasta el alba–, pero en más de un sentido la vida nocturna se alarga más que en Nueva York, tanto ahora como antes. Los restaurantes, en su gran mayoría, no cierran hasta las cuatro, mucho más tarde que en Nueva York. A las tres y media de la madrugada, ¡las calles están abarrotadas! Los cines ofrecen regularmente pases que empiezan a la una y media, y no se trata de The Rocky Horror Picture Show u otras películas típicas de la medianoche: ¡hasta El Rey León acaba a las tres de la madrugada! Entonces, al salir del cine, el público va inevitablemente a comer algo o a tomarse una copa. ¡Se puede ver a familias enteras paseando a altas horas de la noche! ¿Cuándo duermen? Igual que en las grandes ciudades de España, la gente cena tarde –nunca antes de las nueve y media–, y luego puede salir a ver un espectáculo que empieza bien entrada la noche.
Una ciudad de vampiros. ¿Acaso esa gente no trabaja de día? ¿Hacen estos horarios toda la semana? Quizás existan dos sociedades separadas: la diurna y la nocturna; dos turnos, dos poblaciones urbanas que nunca se encuentran y cuyos caminos nunca se cruzan. ¿Tal vez consumen cocaína o enormes cantidades de hierba mate para mantenerse despiertos? ¿O es que después del trabajo se echan una pequeña siesta mientras el resto de nosotros cenamos según el horario de Nueva York?
A primera hora de la tarde, León Gieco y yo pasamos a tomar té por la casa de Mercedes Sosa, una leyenda de la música argentina desde hace bastantes décadas. Esto me hace pensar en la cadena humana de contactos que me ha traído hasta aquí, a su apartamento. A principios de los años ’90, Bernardo Palombo, un cantante argentino de música folk, me daba clases de español en Nueva York. Durante las clases me inició en la música de Susana Baca, Silvio Rodríguez y otros, y yo practicaba mis rudimentos de español haciendo preguntas sobre la música y las letras de sus canciones. Amelia Lafferriere, una amiga de Bernardo aquí en Buenos Aires, había trabajado con Silvio y también con el cantante de folk rock León Gieco, que es amigo de Mercedes Sosa. En mi primera gira argentina hice una versión de una canción de León, “Solo le pido a Dios” (y de otra popularizada también por Mercedes, “Todo cambia”), y más tarde, en Nueva York, León me invitó a tocar con él en un concierto que hizo con Pete Seeger. (Las conexiones son pasmosas, incluso para mí. De hecho, seis grados de separación musical.)
Mercedes es una cantante increíble y toda una personalidad. Inició su carrera musical en la segunda mitad de los años ’60 y se la podría considerar una especie de cantante de art folk, ya que hace pocas concesiones a las tendencias del pop convencional. En cierto modo, algunos de estos cantautores estaban musicalmente más cerca de los modelos folk británicos, porque buscaban la inspiración en las raíces y los sonidos de su propia cultura y su propia historia. A Mercedes se la podría asociar con la nueva trova, el movimiento de la nueva canción que emergió aquí y por toda Latinoamérica en los ’60 y que no tuvo equivalente en el norte, aunque había cierto paralelismo con los cantantes folk de los ’60, que también incluían en su repertorio canciones sobre política y derechos humanos. Sin embargo, cantar aquí sobre derechos humanos y libertad era, por lo menos en aquellos tiempos, un asunto de vida o muerte. Hacía falta un coraje y una pasión con la que los músicos de Norteamérica nunca hemos tenido que lidiar.
Los tropicalistas de Brasil fueron encarcelados o enviados al exilio. En la Argentina y Chile fue mucho peor. Mercedes fue arrestada sobre el escenario y exiliada. En Chile, a Víctor Jara le cortaron las manos y lo asesinaron. León también se tuvo que exiliar. Mercedes huyó primero a Brasil y después a París y Madrid; León, a Ann Arbor, Michigan.
León se parece un poco a Sting, si Sting condujera un camión en la Patagonia. León es más rockero que Mercedes, aunque ambos toman a menudo elementos de la música indígena –y no me refiero solamente al tango–, que luego incorporan en sus canciones y discos. Para mí, esta fusión musical dice tanto de lo que son capaces estos artistas como las letras de sus canciones. Su sonido proclama que están orgullosos de su patrimonio y su cultura, que no se conforman con imitar los arquetipos norteamericanos tan populares en todo el mundo, aunque en esa mezcla sonora incluyen también elementos de esas músicas. En mi opinión, ellos y muchos otros se ven a sí mismos y al presente de la música como una tercera corriente, un híbrido que no es exclusivamente ni una cosa ni la otra, y que puede tomar prestados elementos de cualquier parte. Son músicos que definen su identidad con unos medios formales instantáneamente reconocibles en el sonido. León ha escrito también canciones que, como alguna de Dylan, expresan con palabras el sentir de mucha gente en una época determinada, razón por la cual es reverenciado y muchos se saben sus canciones de memoria.
Durante un tiempo, León estuvo en una banda con Charly García, un reputado rockero bonaerense, de manera que entre Mercedes, León y Charly existe un hilo que conecta varias tendencias musicales bastante alejadas unas de otras. Y supongo que, al menos como músico influido por ellos, también formo parte de esa cadena, y me siento muy emocionado de conocer a ambos, tanto por su música como por lo que representan, política y culturalmente. Mercedes es una mujer corpulenta y su voz resonante es comparable en volumen a la de una cantante de ópera. Sus afables rasgos mestizos contienen elementos indígenas, o quizá solo me lo imagino por el poncho que suele llevar en el escenario. Las conversaciones entre ella y León son profundas y variadas, y van desde remembranzas de Víctor Jara hasta comentarios elogiosos para David Lindley y otros extravagantes y talentosos músicos de Los Angeles con quienes León ha grabado recientemente.
Ahora son las dos de la madrugada, temprano según los cánones de Buenos Aires, y nos hemos acercado al restaurante japonés de un hotel. Después de cenar, al salir del lugar, un grupo de chicas, que aguardaban sentadas en el bordillo la aparición de un ídolo adolescente local, envuelven a Mercedes con besos y abrazos. Las separa más de una generación, pero incluso las fans adolescentes saben quién es Mercedes.
Me alejo del centro de la ciudad. Paseo sin rumbo. Así llego hasta una feria de pueblo, un festival al aire libre dedicado a la cultura gaucha y campestre. Tiene lugar en una pequeña plaza de los suburbios. Paso junto a una cola de gente. Sólo se ve la hilera humana, sin destino ni final: tan sólo gente parada, que espera pacientemente y avanza un poco de vez en cuando, pero no se sabe hacia qué avanza. La cola es tan larga que desaparece en algún punto al final de la calle, pero no se alcanza a ver dónde acaba. La cola serpentea por varios vecindarios y pasa del centro de un pueblo al otro. A veces la pierdo de vista, y luego vuelve a aparecer como por arte de magia. Tiene por lo menos cuatro kilómetros de longitud. Medio millón de personas o más, me entero más tarde, esperando para ver a San Cayetano, santo patrono de los desempleados. Este es el santo al que le reza la gente cuando necesita trabajo, y hoy es su día. Todas las vías locales que rodean la iglesia del santo están cortadas por la policía. La gente viene a rezar para conseguir trabajo, un empleo. Algunos sostienen haces de trigo teñidos con pintura fluorescente, que se llevarán a casa como recuerdo, mientras que otros se van sin nada.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux