Dom 17.04.2011
radar

Pedaleando en el aire

› Por Rodrigo Fresán

En una escena de Stop Making Sense –ese glorioso rockumental sobre un concierto de Talking Heads que Jonathan Demme filmó en 1984– David Byrne canta a los gritos mientras se descontrola en una de sus espasmódicas y características coreografías solitarias. Y, sí, parece estar pedaleando en el aire. Yendo a toda velocidad hacia todas partes y ninguna. Clavado y con los ojos bien abiertos en el centro del escenario.

Ese mismo movimiento y mirada es el que ahora da forma al vigoroso y tonificante Diarios de bicicleta (Mondadori). Páginas cinéticas de un psycho-biker que ya lleva treinta años bicicleteando por el mundo y que aquí reúne sus impresiones mientras surca Estados Unidos, Berlín, Estambul, Buenos Aires, Manila, Sydney, Londres, San Francisco y Nueva York y, próximamente, la calle en la que ustedes viven con un ding-ding como amén.

Aun así, siendo Diarios de bicicleta el libro de un converso, tiene una gran virtud: no es el libro de un fanático. Byrne predica los méritos del vehículo (no confundir su irónica bicicleta con la utópica motocicleta de los diarios del Che Guevara) pero no intenta convencer a nadie de que deje de soñar con su Ferrari Testa Rossa.

Y lo más importante de todo: Byrne –un tipo normalmente raro o particularmente común– viaja y nos hace viajar, observa y nos hace observar, con esa pupila única y esa prosa imprevisible que ya conocimos en las letras de canciones inquietas como “Road to Nowhere”.

“Este punto de vista desde una bicicleta –más veloz que caminando, más lento que un tren y a menudo más alto que una persona– se convirtió en mi ventana panorámica con vistas a buena parte del mundo a lo largo de los últimos treinta años. Y lo sigue siendo”, postula David Byrne en la introducción a Diarios de bicicleta.

Yendo y llegando a todas partes, Byrne es un guía que recuerda a su personaje/testigo/cronista en el film True Stories: alguien siempre dispuesto a cambiar el cliché de la postal turística por el dato o el paisaje insospechado con la respiración casi zen de quien usa la bicicleta para ir de un lado a otro pero, también, para meditar aferrado al mantra de su manubrio. De este modo, Diarios de bicicleta (que no acaba aquí sino que sigue y sigue en www.journal.davidbyr ne.com con cada nuevo desplazamiento de su autor) trata de ruedas, sitios y destinos pero –por encima de todo eso– de lo que está pensando Byrne. Y Byrne piensa en cosas como el diseño de los cascos para ciclistas, música, Colin Powell, crítica de arte, planeamiento urbano, religión, lo kitsch, música latina, fútbol, gastronomía y la decadencia del mundo en el que vivimos. Byrne piensa en todo eso y mucho más mientras se mueve y no deja de moverse.

Pedaleando y contando, sí, pero como si bailara cantando.

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