CINE ARGENTINO
Dos de las buenas sorpresas que reserva el V Festival Internacional de Cine Independiente están en “Lo nuevo de lo nuevo”, la sección que acoge a los films argentinos recién salidos del horno. Una, Imposible (antes llamada Nocturno, de Cristian Pauls), monitorea el estado de las cosas sentimentales a lo largo de tres noches de pasión y malentendidos; la otra, Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Sergio Wolf y Lorena Muñoz), mezcla el documental con el thriller y sale en busca de una gloria perdida del tango de los ‘30.
Yo no sé qué me han hecho tus ojos, de Sergio Wolf y Lorena Muñoz, el lunes 21 a las 21.30 en el Hoyts 8 del Abasto (Corrientes 3247), el martes 22 a las 22 en el Hoyts 7 y el miércoles 23 a las 14.30 en el Cine Cosmos (Corrientes 2046).
Encrucijada
En Imposible, dos parejas se acercan, se cruzan, se alejan y vuelven a cruzarse
en un tablero amoroso cuyas reglas secretas van conociéndose sobre la
marcha. El director
se explica.
Por Lucio B.Dabove
¿Hay en Imposible un diagnóstico sobre el estado de cosas amoroso?
¿Cuál sería?
–Diagnóstico no, es mucho. Más bien hay apuntes sobre algo
que entiendo cada vez menos y cuyo misterio me produce ganas de saber. ¿Por
qué dos personas se encuentran y deciden seguir? Hay ahí algo
que desborda toda racionalidad, que parece inexplicable. Pienso muchas veces
en que la naturaleza del amor es refractaria, imposible de reducir a un objeto
identificable. Está hecha de pedazos de cosas, de huellas, de rastros.
Hay poco de llano o de terminado. Y hay una angustia del amor, como si fuera
algo que, a pesar del tiempo, conserva lo primitivo sin obedecer regla alguna.
Puro capricho, en el sentido más infantil. ¿Será eso lo
que nos entusiasma cada nueva vez, como si nunca hubiéramos vivido esa
experiencia?
¿Qué hay realmente entre los personajes de Bruno e Isabel? ¿Amor
loco? ¿Pura atracción? ¿Dos deseos de huir que se encuentran?
¿Pura ilusión?
–Podría haber esta idea: “No puedo más, voy a parar.
No me importan las consecuencias. Después veré”. La ilusión
de una aventura que permite entrar en territorio desconocido. Pero también
que hay que estar en algúnlugar. O estar y, a partir de ahí, descubrir
dónde se está. Pero para encontrar donde uno está, primero
hay que ir.
Hablemos un poco del papel del azar en el amor, y en la película.
–El azar como lógica imposible de los gustos y los sentimientos.
El azar como la aceptación de perder la posibilidad de tener la última
palabra.
Al final de la película, ¿cada personaje tiene lo que quería
o lo que no quería? ¿Se salen con la suya o se resignan a lo que
les tocó?
–No sé. Nunca lo supe. Siempre pensé que si me contestaba
eso no iba a poder hacer la película.
Dos palabras sobre los actores: Alejandra Flechner, Damián De Santo,
Jimena Anganuzzi, Francisco Fernández de Rosa.
–Son los actores con los que quería trabajar, pero trabajar “a
pesar” de los personajes, en tensión con una idea que cada vez
detesto más: la del “físico del rol”, de lo que se
presume como ese modelo (casi siempre escrito) en el que un actor debiera entrar
–bien o mal– para adaptarse –bien o mal–. Así
que no hay personajes. Para mí, un actor es alguien que lleva adentro
la huella de otro y que, al reconocerla, podría darla a entender, mostrándola.
Ahí está su arte.
Hiciste la película en video digital. ¿Balance de la experiencia?
–Siempre me interesó las consecuencias enormes que los instrumentos
tienen sobre las historias y las maneras de contarlas. Había seguido
mucho las experiencias digitales de Ripstein en sus dos últimas películas,
y eso se cruzó con algunas inquietudes que yo arrastraba desde hacía
tiempo:
1. Ver la imagen antes de hacerla –el video, a diferencia del celuloide,
no imprime una imagen– supone la posibilidad de discutir lo que se está
haciendo.
2. ¿Qué pasa cuando uno ve las cosas antes de hablar de ellas?
3. El video como mejor modo de filmar lo que está entre las cosas: filmar
una secuencia como si fuera un plano secuencia y después cortarle los
intermedios; usarla como secuencias internas que preservarían lo intenso
de la continuidad con que fue rodada y luego excluida.
4. La dificultad del video con los planos de presentación (los planos
generales): investigar qué pasa cuando el espacio y el tiempo no preexisten
a la acción, cuando es la acción la que crea el espacio y el tiempo.
5. Es una experiencia que recién comienza, inacabada por naturaleza,
y que el cine acaso impida por su condición industrial. Preguntas: ¿es
necesario preservar la narración? ¿Voy a seguir trabajando a partir
de ideas ligadas a la representación, que cada vez detesto más,
o a gente que finge ser otra cosa? En ese sentido, el video sería la
forma más justa para pensar el cine.
¿Cómo ves el cine argentino de estos tiempos (lo que te gusta,
lo que te interesa, lo que te rechaza) y cómo te ves en él?
–Desde que empecé a trabajar en mis dos últimos proyectos
he dejado de ver cine, y cine argentino. Tengo entonces una idea casi precaria
y poco más que periodística de lo que se está haciendo.
Pero con lo poco que he visto me pasa algo que nunca antes: las películas
y los cineastas me interesan. Ya no hay gran necesidad de hacer buenas películas.
Por otra parte, ¿qué es hoy una buena película? ¿A
quién le interesa una buena película? Más allá de
que unas me gusten más que otras –lo que ha dejado casi de preocuparme–,
aprecio bastante los momentos de cine: fragmentos, brillos, huecos, pasajes,
rastros. Un menú de desechos cinematográficos que, por suerte,
no tiene nada de consolidado y todo de apuesta.
Entre Sinfín (1988) e Imposible (2003) hubo un documental, Por la vuelta
(2002): ¿cómo están las relaciones entre la ficción
y el documental para vos (cómo operaron en Imposible, si es que operaron)
y cómo las ves en el cine en general?
–Creo que en los dos registros me interesa encontrar casi lo mismo: un
momento en que la representación más de superficie se quiebra
y permite aparecer algo nuevo, que sólo la puesta en escena –documental
o de ficción, indistintamente– produce. Un cierto grado de verdad
que tendría que ver con algo que los actores producen allí mismo,
ya no en tanto personajes, fingidos o representados. Un presente del cine: el
presente del rodaje, la inscripción verdadera, el aquí y ahora
de la relación cuerpo-cámara.
En Imposible la música tiene un papel clave. Por la vuelta es la historia
de un cineasta que quiere saber desesperadamente algo de tango. Los paraguas
de Cherburgo fue tu película favorita durante todos los años en
que ignorabas que querías hacer cine. ¿Qué es la música
para vos como cineasta?
–La música es todo para mí. Me interesa más que el
cine. Es el lugar de una promesa, la del encuentro con una identidad propia
que tal vez no existe, pero que –como si fuera sólo una idea–
creo guardar en algún lugar de la memoria. Muchas, muchísimas
veces, la llave de las cosas está para mí en ciertos acordes,
ciertos tonos de la música y de la voz. Entonces, algo que me parecía
rutinizado se reconquista y vuelve al presente para inquietarme otra vez: un
nuevo resplandor sobre las mismas cosas. Nada como la música para reconocer
un lenguaje interno de las cosas y las personas, oír un cuerpo, hacer
aparecer lo primitivo.
Imposible, de Cristian Pauls, el jueves 24 a las 21.15 en el Hoyts 9; el viernes 25 a las 12.30 en el Hoyts 6; el sábado 26 a las 20 en el Lorca (Corrientes 1428).
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