ENTREVISTAS > PABLO DACAL, SOLISTA SIN TIEMPO
Aprendió rock con Charly, y Charly lo mandó a estudiar. Arrancó en Buenos Aires pero huyó a Rosario, donde se graduó pero en rock. Es uno de los referentes solistas de la última generación indie porteña. Hoy lo acompañan Fito y Palo Pandolfo, escribe canciones con los letristas de Virus y Tanguito, y busca en el pasado el futuro del rock. Después de una presentación en un mercado popular de Primera Junta, y antes de un show más convencional, Pablo Dacal se sienta a la mesa para diseccionar su vida y sus canciones.
› Por Martín Pérez
Apenas empieza su nuevo disco, una voz se escucha dentro de una de las canciones de Pablo Dacal. Y esa voz le dice: “Tendrás que aprender a construir la melodía que hable de vos”. A la manera de The Smiths cuando cantaban eso de que hay que colgar al DJ porque la música que está pasando no tiene nada que ver con la vida, la canción en cuestión asegura que “lo que está sonando no es como tu vida”. Y la voz que aconseja al cantante es nada menos que la de Fito Páez.
Sentado ante un café en El Banderín, uno de los bares más porteños del Abasto, Dacal sonríe al escuchar la comparación, y asegura que la letra de “Lo que está sonando”, tercer tema del flamante El Progreso, es un diálogo hecho canción. “Fito es uno de mis héroes de la música, y lo conozco desde fines de los ‘90. Pero nos hicimos amigos y compinches después de una noche en que le invadimos la casa con 50 personas, luego de la fecha de cierre de un ciclo en El Nacional presentando mi disco anterior, La era del sonido”, rememora Pablo. “Le mostré la canción recién terminada, ya que venía a cuento de una larga conversación que habíamos tenido sobre los tiempos presentes. Le encantó, y grabarla fue un hecho natural, ya que él es el que habla en ese verso.”
Pero Fito no sólo grabó el tema, sino que también se sumó a la intervención realizada en un mercado popular de Primera Junta también llamado El Progreso, donde hace unas semanas Dacal dio el puntapié inicial a la presentación del disco, caminando guitarra en mano entre los puestos de frutas y verduras, mini-carnicerías y pequeñas despensas, seguido por un enjambre de clientes y curiosos, allegados y cámaras avisadas a tiempo del pequeño evento, que incluyó invitados como Palo Pandolfo cantando al lado de una pila de latas el emocionante “Nazarena”, uno de los puntos altos del disco. O Fernando Samalea –baterista de su banda actual– esperándolo en el bar del mercado para tocar su bandoneón en “Mi voz”. Pero el punto alto del paseo alimenticio-musical fue un imperdible Fito de delantal blanco, cantando sus consejos con un piano apoyado en el mostrador de una carnicería.
“Siempre me gusta que los títulos de mis discos escondan una broma, por eso 13 grandes éxitos como título del debut, por ejemplo”, explica Dacal. “Y me gusta la ambigüedad temporal que tiene El Progreso. Porque es un título que habla del futuro, pero en realidad remite al pasado. Así que es una forma de hablar del presente, pero tomando un camino extraño.” Tan extraño, en realidad, como el camino que ha recorrido Dacal buscando aprender a construir una melodía que hable de él durante más de una década de grupos, ciudades y canciones. “Contar con la amistad de tipos como Fito o Palo creo que me ha vuelto más audaz y valiente, más seguro ante los vaivenes de este oficio”, asegura uno de los solistas emergentes de la más reciente escena indie porteña, un porteño criado con altas dosis de Charly García, que huyó a Rosario a mediados de los ‘90 escapando de los aires alternativos de la época para recibirse de rocker tocando en una ciudad cuya escena estaba dominada por grupos como Mortadela Rancia, y solistas como Vandera y Coki y sus Killer Burritos. Volvió con el cambio de década, para reconvertirse en cantautor acústico, de salón, dejando de lado la electricidad para escucharse mejor, estudiando tanto a George Brassens como a Leonardo Favio y buceando en un repertorio que anteceda –y también termine superando– al rock del nuevo siglo. Con algunas letras tanto de Jacobi, el letrista de Virus, como de Lernoud, pionero de los inicios del rock local, Pablo Dacal como cantautor encarna cada vez más y mejor El Progreso, un futuro que suena a pasado y le canta a un presente perpetuo. Un pequeño aleph de amplias influencias, ambiciones estéticas y actualidad feroz buscando ser, por fin, una canción que pueda sobrevivir en un mercado, tan necesaria –y reconocible– como los alimentos de todos los días.
“Había una grabación”, recuerda Pablo. Era la del show presentación de Yendo de la cama al living, al que lo habían llevado sus padres, y cada vez que apretaba play, pese a la voz omnipresente de Badía en ese registro radial del evento, el pequeño Dacal se empeñaba en encarnar una y otra vez a Charly, utilizando un brazo del sillón del living del hogar familiar de Villa Crespo como teclado. “Considero a Charly como a mi padre musical, porque me acompañó durante toda mi infancia. Entendí al rock entendiéndolo a él”, confiesa el entonces aprendiz de cantautor, que a los quince años decidió que ese sería su oficio, “aunque aún no había escrito ni una puta canción que valiese la pena”. Acompañando a un padre director de teatro y maestro de actores, Pablo dice haber entendido la independencia, y todo lo que acompaña a un show, desde difundirlo hasta presentarlo, algo que haría con cada uno de sus proyectos musicales, que los hubo, y muchos. Porque el niño con talento para el dibujo, y que fue a una secundaria dedicada a eso, terminó corriendo detrás de la música y huyendo de los estudios, y sólo la evocación –otra vez– de García consiguió orientarlo hacia el conservatorio. “Mi viejo me dijo que Charly sabía tocar a los clásicos, así que me di cuenta que estudiarlos debía servir para algo”. Poco tenía que ver el conservatorio con el rock, pero Dacal asegura que ahí se le abrió la cabeza, musicalmente hablando. Alumno de Leda Valladares y principalmente de Liliana Herrero, comenzó a ver un mundo –y un país, especialmente– más allá del rock, que terminaría catalizando en el fascinante camino que lo llevó hacia su Orquesta de Salón. “Algo que ya hacía de alguna manera cuando era chico, y en la ducha cantaba las letras de rock como si fuesen canciones con otras sonoridades”, recuerda el joven aprendiz, que apenas tuvo la oportunidad finalmente hizo girar su rueda mágica y se fue de casa a tocar rock’n’roll. A pesar de haber tenido un par de grupos, antes y después del conservatorio, Dacal no parecía encontrar su propio camino, y tuvo que ser drástico: no sólo se fue de casa, también de ciudad, y terminó en Rosario. “Ahí me recibí en rock’n’roll, con todo lo que eso implica”, ríe el músico que se hizo un nombre allá como parte de Coki y sus Killer Burritos, y llegó a grabar –solo y acompañado– un par de discos de los que inmediatamente renegó, para volver a casa vencido y en llamas, pero arrastrando al menos una buena idea –según asegura– que germinó en Música de Salón, el dúo acústico que integró con Manuloop. “A Manu lo había conocido en mi primer grupo de la secundaria, tenía el pelo largo y escuchaba thrash”, recuerda Dacal. “Nos volvimos a encontrar cuando volví de Rosario, con la idea de armar una unidad musical pequeña con la cual tocar seguido.” Esa buena idea era la de versionar la música de autores como Brassens (vía Paco Ibáñez), Ramón Ayala, Leonardo Favio, y siguen las firmas. “Era como un curso de composición”, calcula ahora, con el diario del lunes. “Fijate que no versionábamos Spinetta, Charly o Calamaro, que nos sabíamos de memoria”, subraya. Descubrir a Dacal y Manu –uno aprendiendo a tocar la acústica, el otro el cello– en aquellos tiempos era ingresar en un mundo privado y fascinante, donde la música se democratizaba y no había escalafones: Joni Mitchell era igual que Gardel, Dylan estaba a la misma altura de Rodrigo. El grupo Violeta Plástica con el que había tocado en Rosario se terminaría amalgamando a la Música de Salón que inventaba con Manuloop, y por primera vez Dacal parecía encontrar su voz. “Siempre armaba proyectos ambiciosos, y cuando los concretaba no estaban a la altura de esas ambiciones”, confiesa. “La clave esta vez fue no dejar que creciera esa ambición, editar EPs caseros con lo que tuviésemos, no componer sino versionar, que las cosas fuesen sucediendo.” El resultado fue la mezcla de temas propios y versiones en una sucesión de EPs, que desembocaron en 13 grandes éxitos (2005), un debut que llegó cuando el dúo con Manu devino Orquesta. Un disco lleno de canciones propias y covers a la misma altura que –pese a la ironía del título para un álbum debut– ya eran éxitos entre su público reducido pero fiel, como “Girasoles”, “Tiempos Modernos” o la hermosa “Todo o nada”, con letra de Jacobi.
Nueve son los temas de El Progreso, editado por el sello español que publicó su disco anterior, pero a la hora de presentarlos en vivo se sumó un décimo, acústico y dylaniano, llamado “Más allá del bien y del mal”. Al día siguiente de la charla en El Banderín, Dacal lo envía por mail, asegurando: “esto es todo lo que pienso, ahora mismo”. Acostumbrado a escribir manifiestos –el primero fue en Rosario, “al estilo Horacio González”, defendiendo a Rodrigo– cuando siente que tiene algo para decir, ahora le salen canciones. Y es algo que lo pone contento. “Más allá del bien y el mal/ Esto tiene que cambiar” es el estribillo de un tema que recorre su mirada crítica ante el mundo, que incluye un resumen de su flamante polémica –online, claro– respecto de los suplementos juveniles de los diarios. “Los suplementos no quieren mirar/ dicen que sí y que no y a cobrar/ El pensamiento tiene su tiempo”, canta, y se ríe cuando piensa que ya no tiene que hablar de eso en cada entrevista, manda la canción y listo.
Recién grabado por su amigo Xoel López, el flamante tema lo pone ante una disyuntiva: ¿qué hacer con él? Habla de ahora, y no tiene ganas de esperar que comience la rueda de dos años que terminará en el próximo disco. “Lo que pasa es que es una rueda demasiado larga, y lo que me da no es tanto”, asegura Dacal, que viene sintiendo algo parecido desde su debut. “Tardó tanto en salir, que para cuando lo hizo yo ya estaba aburrido del repertorio.” Por eso es que, cuando puso manos a la obra con La era del sonido, estaba seguro de que era su último disco. “Porque estaba harto de autoeditarme.” Para conservar el concepto del disco en tiempos digitales, lo pensaron –junto a Pablo Grinjot, el productor– como una suite. “Fuimos dogmáticos en eso: lo ensayamos, grabamos y tocamos siempre en orden.”
Las cosas empezaron a acelerarse para Pablo cuando empezó a liberarse del peso de la Orquesta, que tanto le había costado, primero formar y luego amaestrar. “Siempre huyo de las cosas que consigo”, se queda pensando, y cuenta que retomó el sonido rocker primero al juntarse a tocar sus nuevas canciones con el grupo Voladores, al estilo Dylan eléctrico. Y si había reunido un colectivo de cantautores con Grinjot, Alvy Singer y Tomi Lebrero, la velocidad de las cosas lo llevó a armar Los Viajantes, junto a Manuel Onis, Alfonso Barbieri y Juan Jacinto, con un sonido de rock setentista que dejó un único disco. “Sacamos todo lo que teníamos dentro, fue como volver al barrio”, asegura, y cuenta que a partir de entonces no dejaron de aparecer canciones, y empezó a tener los brazos llenos de proyectos. “Ando hiperactivo, me pegaron los años tal vez”, dice el flamante padre, que también compone junto a su pareja, Tálata Rodríguez, y su próximo proyecto parece ser un disco con las canciones de Leonardo Favio. “Soy un cancionista solitario que planea trabajar con sociedades eventuales, generar proyectos particulares y traducir el sentimiento del nuevo siglo en canción, andando por el mundo”, escribe Dacal para terminar la entrevista, vía e-mail. “No invento ni miento: exagero para que se me entienda”, asegura mientras prepara un viaje a México y otro a Colombia. Y sigue sonando esa canción que resume todo lo que piensa: “Si te molesta este tono fatal/ O te incomoda que hable sin dudar/ Mi garantía es la juventud/ que me ha llevado años y salud/ Sé lo que digo porque lo vivo/ Más allá del bien y el mal/ Esto tiene que cambiar”.
Pablo Dacal presenta El Progreso este jueves en Boris Jazz Club, Gorriti 5568, a las 22.
Entradas: $ 40.
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