Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
A tres años de su último disco, y después de pensar y pensar qué hacer sin llegar a ninguna conclusión, Liliana Herrero saca un trabajo formidable: en un momento en que parece haber alcanzado la plenitud de su modo tan único de cantar, apostó por dejar de lado el folklore más tradicional para grabar canciones de compositores contemporáneos. A punto de presentar Este tiempo en Buenos Aires y el interior, habla de su primer disco sin Mercedes Sosa cerca, del lugar de heredera que muchos le asignan, de la polémica sobre Vargas Llosa encendida por su pareja Horacio González y de por qué no le quedó otra que hacer un disco que pateara el tablero para estar en consonancia con los tiempos que corren.
Por Mariano del Mazo
La primera frase que se escucha cuando rueda el CD-R blanco y radiante es “hoy se respira viento sur”; el último track es “Austral”, un viejo tema de Rubén Rada con voz y clarín improvisados en el estudio. Liliana Herrero tratará de explicar a lo largo de una hora y media su empecinamiento por ese punto cardinal que envuelve, circular, a Este tiempo, el disco que empezará a mostrar dentro de algunos días por todo el país. El Sur, el bendito Sur, que Manzi, Benedetti, Solanas y tantos más estigmatizaron como planteo romántico e ideológico se enlazará con otras temáticas ásperas (Horacio González vs. Vargas Llosa), heréticas (¿es Herrero la heredera natural de Mercedes Sosa?), políticas (“banco al gobierno y lo banco a Martín Sabbatella”) y estéticas (“No tenía ni idea el disco que quería hacer”).
Ya todos conocemos a Liliana Herrero: su discurso suele enredarse en vehementes disquisiciones filosóficas que contradicen aquella humorada de Frank Zappa: “Escribir y hablar sobre música es como bailar sobre arquitectura”. Pero ocurre que Herrero no habla de música: sus palabras se ubican más allá, en un lugar indefinido y espeso donde las preguntas tienen más fuerza que las respuestas. Finalmente la verdad inobjetable habrá que buscarla en Este tiempo, un gran gran disco que confirma la dirección que tomó en los últimos años su sinuosa carrera. Una dirección de menor a mayor, que arrumba aquellos audaces discos de la década del ’80 –totalmente atípicos para el folklore de entonces– a eso, a audacias, a experimentos de ensayo y error con un sonido de época que hoy se escuchan como de otro planeta. Sin embargo, tanto en sus últimos trabajos conceptuales (los realizados junto a Juan Falú sobre la obra de Cuchi Leguizamón y Manuel Castilla y de Eduardo Falú y Jaime Dávalos, y el doble Litoral) como en Igual a mi corazón (2008), la entrerriana parece estar en el punto justo de ebullición en cuanto a hallazgo de repertorios jugados, bellos y equilibrados, y en el tratamiento tímbrico. Pianista oculta y todavía tímida (“Fito siempre me insiste a que me anime y saque un disco de piano y voz”), entre tanto productor que se asienta en un par de ideas musicales y las exprime hasta la extenuación, está logrando una originalidad sonora significativa, un entramado de instrumentos acústicos que no se parece a nada: no huele a rock, ni a folklore, ni a eso que se llamaba proyección. Es el aporte de una aristocracia instrumental (Ernesto Snajer, uno de los capos musicales de este disco, sería el máximo representante de esa aristocracia) que combina madurez y juventud y que en el disco suena compacto, orgánico. A su vez, la compulsión interpretativa de Herrero a desestructurar armonías, ese canto “fuera de quicio”, ya dejó de ser resbaladizo, ya no pedalea en el aire: derivó finalmente en matriz artística, es su aporte a la tradición, un mensaje valiente, su “forma de dialogar”, dirá ella. O, enunciado de otro modo, un juego que cada día juega mejor, serio como todos los juegos, que se puede advertir en maravillas como su abordaje (su apropiación) de “La casa de al lado” o, antes, “Palabras para Julia”, para citar sólo dos canciones. No hay retorno después de esas interpretaciones. Por eso, no deja de ser cierto que el sustento de su búsqueda se encuentra en una máxima que ella dice separando cada sílaba, como subrayando: “No hay cover posible”.
“Es verdad. Los primeros discos hasta Isla del tesoro incluido son un tanto desaforados. Muy ochentas. Se nota en el audio, en el uso de los instrumentos. Lo que no cambió es el mecanismo de volver extraño lo que canto. De meter acompañamientos que las canciones no piden. La operación es exactamente igual a la actual. Mercedes me dijo una vez: ‘Vos te inventaste un modo de cantar sobre algo complicadísimo, algo que no pide el tema’.”
La pregunta incauta sería: ¿eso es bueno o malo?
–Yo creo que la música tiene que decir algo. Por eso pienso que no hay cover posible. Lo contrario nos condenaría a repetir hasta el infinito lo que ya está hecho, lo que ya está dicho. Hay que decir algo más. Yo he abandonado canciones porque no encontraba qué decir... ¡Podría sacar dos discos seguidos con las canciones abandonadas! A “Dulzura distante”, por ejemplo, no le encontraba la vuelta. Desde hace años venía merodeándola. Y la fui dejando. Le preguntaba cosas a Fernando Cabrera, pero no había forma...
“Dulzura distante” es uno de los grandes momentos del álbum. Herrero se ha hecho una especialista en Cabrera, un artista uruguayo intrigante, complejo y de alto vuelo poético-musical (ya había grabado de él dos perlas: “La casa de al lado” y “El tiempo está después”). El porcentaje de músicos uruguayos que interpreta es notable. Además de “Dulzura distante”, hace “Nueva” (letra y música de Hugo Fattoruso), “Abc” (Edú Pitufo Lombardo), “Tema del hombre solo” (Jaime Roos) y “Austral” (Rubén Rada). Este tiempo se completa con “Tu nombre y el mío” (Lisandro Aristimuño), “Bagualerita” (inédito de Luis Alberto Spinetta), “Se me va la voz” (Guillermo Klein), “Un punto solo en el mundo” (Diego Schissi) y, más del palo folklórico, “Antiguo barracón” (Ramón Ayala) y tres de Juan Falú: “Fada”, “A puro fierro” (compuesta con Pepe Núñez) y “Laurel” (con Jorge Marziali).
¿Cómo pensás los discos?
–En este caso no tenía ni idea qué disco hacer. Fue angustiante. Hacía tres años que había sacado Igual a mi corazón y andaba perdida. Me fui un mes a un campo en Colón a despejarme, a recuperar el cielo entrerriano, a cranear el disco. Al final, un disparador fue Spinetta. Nos encontramos una noche en una avant première y totalmente desubicada le pregunté si no tenía una canción para darme, para grabar en un futuro disco. Después le mandé un mail pidiéndole perdón por lo inoportuno. Al tiempo me envía una canción hermosa, “Bagualerita”. Venía el Bicentenario y yo quería hacer algo al respecto. Pensé que encajaba perfecta. Al final descarté lo del Bicentenario porque lo que había pasado era tan fuerte que no me dio... Y ahí se me ocurrió una idea: hacer un disco sobre autores actuales. Ya tenía título: “Contemporáneo”.
¿Qué pasó?
–Me pareció más apropiado Este tiempo, más abarcador, menos cerrado. Es un puñado de canciones de autores contemporáneos con el que mi canto intenta dialogar... Yo siempre hice lo inverso: retomar viejos temas y ponerlos a funcionar en el mundo contemporáneo. Ahora fue al revés. La pregunta fue: ¿qué diálogo puedo establecer cantando ya no con el pasado sino con autores de este tiempo? Estoy convencida de que la música es un diálogo extraordinario con texturas, con instrumentos. Son conversaciones, encuentros, escuchas... No es algo solitario. Ese mundo me inspira y me estimula. También pensé que aunque sean canciones del presente se cuela una memoria. O al menos una futura memoria.
La idea la completa –o la origina– Guillermo Korn en el sobre interno del CD: “Un telón se abre y asoma Este tiempo. Si en los discos anteriores se auscultaba el pasado; aquí es el presente, siempre tenso, el que se indaga. Menos trágico y más lúdico. Sonido y banda nueva para interpretarlo. En la voz de Liliana Herrero se insinúa la risa. No hay desdén por los viejos legados. La tradición, esa buscona, siempre asoma entre las sombras. En esta obra hay autores y compositores que no son clásicos, aunque podrán serlo. El tiempo dará su veredicto. Quien no puede imaginar el futuro –está dicho– no puede imaginar el pasado. En este tiempo todo es apertura y desafío. Liliana amasa la canción, la mastica y saborea, en sus vetas dulces y en sus hebras amargas, quebrando roca por roca”.
Habrá que abonar el tono apologético porque sí, porque la tradición asoma nomás en la atemporal voz de río de Ramón Ayala en “Antiguo barracón”, en su recitado: “Sube la selva, llena de sombras y montes verdes / Catedral viva de los helechos y las serpientes./ Adentro del río, adentro, los ojos del jangadero / preso en su tumba de agua allá por el Uruguay, / sueñan con llevar la luna para su rancho alumbrar / y alimentar sus gurises con rebanadas de pan./ Adentro del río, adentro, allá, allá por el Uruguay”. O en el fraseo del canto de Juan Falú y su tono oscuro y severo en “A puro fierro”, esa canción enorme dedicada al herrero Daniel Nico. O, por qué no, el aporte de Fito Páez en “Se me va la voz” de Klein. Es el colchón más o menos conocido donde Herrero puede descansar aún dentro del vértigo de su intrepidez de intérprete, y desde donde puede permitirse naufragar en la versión de “Tema de un hombre solo”, una de las canciones más extrañas, viscerales y autobiográficas de Jaime Roos (“Recién vi a un extraño, con rostro familiar / ahora entiendo al resto, cuando me mira mal / El del espejo soy yo, extraño animal / Alguien dijo que nacemos y que morimos solos / Yo que nací varias veces, suscribo todo”). Y darle una impronta oblicuamente folklórica a “Bagualerita”, con cambios de tiempos y un trabajo percusivo formidable.
“El tema de Jaime me lo sugirió él mismo: a pesar de que tenemos el mismo representante, yo nunca había grabado nada de Roos. La canción es complicada, la escuché una vez, la pasamos a partitura porque prefería leerla para no pegarme su fraseo, tan característico... Y le suprimí una partecita de la letra. Para mí también es una forma de homenajear a Eduardo Mateo, que fue muy amigo de Jaime, de Cabrera y de Rada. El de Spinetta tiene una pequeña historia atrás: a mí se me ocurrió meter en el medio el ritmo de baguala. No sabía cómo decirle. Un día le comenté: ‘Luis, ahí en el medio oigo una baguala’. Me miró y me dijo: ‘Liliana, hacé lo que quieras’. Como diciendo: basta, la canción ya es tuya. No somos amigos, pero hay mucho afecto. Coincidimos en el Festival Medio y Medio, en Punta Ballena, y hablamos mucho de música, de cultura, del país. Cuando le mandé mi versión, sin masterizar, me respondió un mail con un montón de elogios. No sabés cómo quedé: volaba. Agrandadísima.”
En tus últimos discos se advierten dos características: ponés el foco en compositores, digamos, en vías de desarrollo e incluís una gran cantidad de canciones de Uruguay...
–Es cierto. En Uruguay pasan cosas poderosas. Pero también estoy alerta a lo que pasa acá. Es decir, no hago una diferencia: para mí es lo mismo Ana Prada que Coqui Ortiz. U Osiris Rodríguez Castillos y Atahualpa. Lo otro es relativo: pensá que canto a Jaime Roos, a Spinetta, a Falú, a Ayala..., artistas consumados, que obviamente no necesitan de mí. Eso sí, me interesan Lisandro Aristimuño, Diego Schissi, Guillermo Klein, Pitufo Lombardo. Me tomé un año para armar este disco. No delego nada. Cuando se formó la banda ya se fue definiendo el sonido. Son decisiones: si pongo contrabajo en vez de bajo eléctrico, si tengo vientos de madera, percusión... más o menos el sonido va saliendo solo. Los chicos son geniales: Ariel Naón, Mario Gusso, Martín Pantyrer y Pedro Rossi. El grupo se llama Nueva, como la canción de Hugo Fattoruso. Pantyrer fue el que lo armó. Y después son claves los músicos que participan: Fito Páez, Juan Falú, Ramón Ayala, Richard Nant, Pitufo Lombardo, y el aporte fundamental de Ernesto Snajer.
La socióloga María Pía López –amiga de Herrero– gusta hablar de “optimismo dolido” cuando se refiere a Este tiempo. “Lo escuché un par de veces y me parece que tiene como una serenidad nueva, que permite mayor sutileza. No se nota tanto la alarma o la tragedia, es como una especie de exploración que incluye la felicidad y la espera. Me gusta mucho la sensación de que la época permite esa ambivalencia de sentimientos y me irritan cuando aparecen las voces del optimismo puro y obligatorio.” Herrero sonríe como aprobando: todo lo que refiera a su música parece embriagarla. Le encanta que los conceptos se desplieguen como capas sobre capas sobre capas a riesgo de que se diluya la profunda sencillez que suele habitar en toda buena canción popular. Resulta curioso: así como se supone que hay al menos dos países, hay al menos dos folklores que a veces se cruzan. El hecho desde la Argentina profunda y el hecho desde la ciudad de Buenos Aires. Este último suele alcanzar niveles de calidad exquisita, inversamente proporcional a su representación masiva. Hace ya casi 20 años Liliana Herrero lloraba silenciosamente en un bar cercano al escenario del Festival de Cosquín: había sido vapuleada por el público. Eran años destemplados y al mismo tiempo festivos de Soledad, Nocheros y menemismo y se hablaba de “folklore joven”, un concepto de marketing que capotó a los 100 metros. Pero la dicotomía existe y por ahora parece irresoluta. Hasta Mercedes Sosa decía con más sapiencia que resignación: “Yo no soy popular, popular es Guarany”. Liliana Herrero recuerda aquel Cosquín, y dice que ahora hay otro campo de acción. “Todo cambió. Es otro tiempo. La música no es ajena a los cambios políticos. Yo pienso en fuerzas históricas, pienso que la música no es un mero aporte: al contrario, la memoria musical argentina es la misma memoria conflictiva de la constitución de la Nación”.
Liliana Herrero ostenta un extraño orgullo: Igual a mi corazón fue el último disco en el que Mercedes Sosa participó como invitada. “Me estremece de solo pensarlo. Canté con ella ‘Zamba del arribeño’, de Juan Falú y Néstor Soria, tucumanos como Mercedes. La extraño mucho, extraño su humor. Era hermoso grabar y después ir a tomar helado.”
Las diferencias artísticas e incluso políticas entre las dos cantantes son evidentes y tal vez más profundas de lo que parece. La sabiduría de Mercedes Sosa era básicamente intuitiva y su voz y talento quizá nunca sean superados. Herrero tiene una gran necesidad de enhebrar discursos y tal vez su plan artístico surja más desde decisiones racionales. ¿Es válida la comparación? ¿Tiene sentido? La cuestión es que fue Mercedes Sosa la que dijo que Herrero era su “heredera”. “Fue una expresión suya que me incomoda”, dice Liliana.
Hay aspectos, sin embargo, innegables. Ambas son fenómenos urbanos, ambas indagaron más allá de las fronteras del folklore. Desde que murió Mercedes Sosa nada es igual en la música popular argentina, y menos para las cantantes...
–Sí, tal vez. Siempre señaló el camino. Ella apreciaba mi canto. También me pegaba: por ejemplo, no le gustaba nada mi versión de “El cosechero”.
Este es tu primer disco sin su presencia... Mercedes Sosa siempre tuvo algo maternal, de Pachamama protectora y aglutinadora.
–No había pensado que es mi primer disco sin que ella esté. Antes lo primero que hacía era mostrarle lo que había hecho... No sé... ¡No tengo respuesta para todo! Lo que sí sé es que el procedimiento que yo he usado en todos mis trabajos es muy diferente al de Mercedes. Ella era “la” voz, una voz realmente privilegiada, y en el armado de los temas era más orgánica. Yo me manejo más con secuencias. Hay otra frase que me da pudor decirla, pero que ella la expresó públicamente. Mercedes Sosa dijo que yo era la cantante que la Argentina necesita...
Fuerte... ¿Y qué cantante necesitaría la Argentina?
–No sé. Te voy a decir algo muy arriesgado: es claro que yo simpatizo abiertamente con el Gobierno. Sin embargo no basta con simpatizar: el mundo de la música debe opinar sobre lo que pasa en este tiempo en términos políticos y sociales. ¿Viste que hay un grupo de gente que formó Músicos Por Cristina? Perfecto... ¿Alcanza con estar en Músicos Por Cristina? No. Lo que alcanza para estar a la altura de este tiempo es interrogar cada vez con mayor radicalidad aquello que damos por dado y por supuesto. Es lo que se necesita.
Explicalo mejor...
–Así como Cristina un día se levanta y dice: el Estado va a participar en los directorios de las empresas porque tiene dinero puesto ahí, uno debería hacer el mismo correlato en la música, con gestos valientes, radicales, extremos, claros... Yo aspiro a que mi disco dialogue con los cambios extraordinarios de este momento. Un momento tan promisorio como convulso. Me interesa la gente que patea el tablero. Si yo no pateo el tablero en el seno de la música, que es mi métier, siento que no estoy en sintonía con los tiempos. Por eso quise empezar el disco con “hoy se respira viento sur...” Para los que somos del interior, el viento sur es un viento que limpia, que te deja un cielo claro y despejado. Creo que cultural y políticamente estamos respirando ese viento.
Fuma un puchito en su departamento de San Telmo, entre libros, discos y teclados. El humo busca el sol casi perpendicular que entra desde la ventana, y la imagen tiene su encanto otoñal. Linda casa: hay una disposición tipo chorizo, en un primer piso, que en su momento Cacho Vázquez (el histórico dueño de El Club del Vino) ayudó y conminó a reciclar. “Ganamos mucha luz. Igual, ya nos queda chico”. Hay un interesante desorden de fotos, premios y papeles: se puede adivinar qué sector corresponde a Liliana Herrero y cuáles son los espacios de Horacio González, su pareja desde 1984, director de la Biblioteca Nacional desde 2005. Cada tanto, en medio de su verba, la cantante pregunta: “¿se entiende?”. Habla de su hija Delfina y de su nieta, Rita, de tres años. “Delfina trabaja en la Municipalidad de Rosario, en una organización que se ocupa del regreso de los chicos a la escolaridad. Y Rita... es un solcito”. Dice que le cuesta autoabastecerse “porque yo me quedo con los masters de las grabaciones” ¡Eso es lo que va a heredar Rita!.. “Pero al final –concluye– el dinero lo consigo... Me apoya una tarjeta de crédito y Suterh, el gremio de Víctor Santa María.”
Ofrece café y se queja de un dolor: necesita masajes. Es más baja de lo que parece. Recuerda sus tiempos de docente en la Universidad Nacional de Rosario. “Estaba a cargo de la cátedra de Filosofía. La última clase la di en 2005. Tuve problemas políticos y dejé. Extraño a veces. Pensá que yo empecé a cantar profesionalmente de muy grande. Soy de 1948, y recién canté a partir del retorno de la democracia.” Dice que a veces se acuerda de su infancia, de su condición de “mujer de río”. “Los cielos entrerrianos y rosarinos están en mí, por más citadina que sea.” Tiene la fantasía de continuar haciendo discos con Juan Falú sobre duplas compositivas de la música argentina (“el único problema que tenemos es de tiempo”). Concede que detesta su propia versión de “Cinco siglos igual” y que durante la concepción de Este tiempo pensó mucho en Omega, el formidable disco que el cantaor granadino Enrique Morente grabó con la banda heavy Lagartija Nick. Luce serena, es buena conversadora. Su talante cambia ante la sola mención de un apellido doble: Vargas Llosa.
¿Cómo viviste todo el proceso de la cacareada polémica?
–Con mucha angustia. El acoso periodístico fue grande. Algunos medios pusieron dos rótulos de los cuales es difícil salir: la Presidenta lo retó y Horacio González es un censor. Y ninguno de los dos son ciertos. Los medios le dieron unos mazazos... De todas maneras, debo decirte que yo me siento profundamente orgullosa de su desempeño en los programas de televisión en los que estuvo. Lo que más me dolió fue lo que dijeron viejos amigos.
¿Quiénes?
–Muchos. Cosas terribles, ofensivas. Martín Caparrós dijo que Horacio era un peón de Cristina, y que era autoritario. ¡Martín Caparrós!
¿Se equivocó en algo Horacio González?
–En nada. Lo de Horacio fue una gran reflexión acerca de la posibilidad de dar un debate sobre la Feria del Libro, sobre la relación de literatura y política, sobre Vargas Llosa, sobre lo que significa el Premio Nobel. Bueno... por si hiciera falta, quedó demostrado con Obama el tono político de ese premio. Más allá del señalamiento de la Presidenta, que fue correcto y Horacio así lo entendió, al mismo tiempo sirvió para debatir. Por eso creo que este tiempo es auspicioso. Todo se discute y está bueno. El debate con Beatriz Sarlo fue bien interesante... Ahora el debate con ese tal Andahazi... no sé. Yo no lo conozco..., ¿quién es? ¿Vos leíste algo de él? ¿Tiene entidad?
Dicho esto se para, va a la cocina, vuelve, cuenta una anécdota más sobre Spinetta, menciona a Juan L. Ortiz, habla de la importancia de improvisar en el estudio, mira a los ojos, señala el grabadorcito digital, se ríe (“¿qué va a salir de todo esto?”), la risa es invadida por un fugaz gesto de preocupación y la artista que se maneja mejor en las preguntas que en las respuestas ametralla: “¿Te gustó en serio el disco?”. “¿Te mudaste de San Telmo?”, “¿Va a ser tapa de Radar la entrevista?” y, finalmente, en el palier, como un suplicio: “¿Se entendió lo que quise decir?”.
Liliana Herrero presenta Este tiempo el 29 de mayo en el teatro Auditorium de Mar del Plata, el 1° de junio en el Teatro Plaza de Godoy Cruz (Mendoza), el 4 de junio en la SHA (Sarmiento 2255, Buenos Aires) y el 5 en el Auditorio del Pasaje Dardo Rocha (La Plata).
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