CASOS >JOAO GILBERTO A LOS 80 EN FACEBOOK
Hace décadas que todo a su alrededor son rumores, biografías no autorizadas, excentricidades que hace o que ya no hace, y ahora, poco antes de cumplir los 80, el misterio llegó a Facebook: desde un perfil con su nombre, entabló contacto con músicos, concedió sus primeras entrevistas en años, sorteó preguntas capciosas para desenmascararlo y hasta negocia shows para su cumpleaños. Pero hasta entonces, nadie sabrá si el hombre del otro lado de la pantalla es o no es Joao Gilberto.
› Por Mariano del Mazo
El monje zen de la música brasileña se niega a salir de su templo, un departamento en el barrio de Leblon. Algunos, ya habituados a sus misterios y extravagancias, tratan de bajarlo de ese sitio ascético y prefieren definirlo simplemente como un neurótico genial. Ocurre que este hombre que inventó la bossa nova está a punto de cumplir los 80 y entonces vuelve a pasar lo que él detesta: lo buscan, lo llaman, lo ponen en foco, le apuntan. A partir de 1958, cuando con “Chega de saudade” develó su gran invención –la batida en la guitarra– y mostró una interpretación nasal única de palabras encadenadas y un fraseo deudor del antillano Henri Salvador, echó a andar un movimiento excepcional junto a Tom Jobim y Vinicius de Moraes (autores precisamente de “Chega de saudade”), Roberto Menescal, Newton Mendonca, Nara Leao y otros: la bossa nova. A partir de 1958, este Salinger tropical ha elegido la parquedad como modo de vida y, si fuera posible, la invisibilidad.
Ahí está, más de cincuenta años después: fóbico a más no poder, tratando de administrar sus escuetos ahorros. Ya no sale de madrugada por las calles de Río a bordo de su Monza a 150 por hora, ya no atiende el teléfono y se enoja con facilidad. Hace cinco años que no habla con Caetano Veloso y Caetano –autor de la célebre frase “mejor que Joao, sólo el silencio”– todavía se pregunta por qué: “Tengo entendido que no habla con nadie; igual sigue siendo mi Dios y yo sigo siendo su apóstol”. Continúa litigando contra su antigua compañía discográfica porque reeditaron sin su consentimiento y con una remasterización espantosa el material de sus primeros tres discos. A través de su mujer, Claudia Faissol, pide ayuda al gobierno para realizar un documental sobre su obra. Y más. El hermetismo les da pasto a las fieras: en Brasil se publica de todo y para todos los gustos. Ricardo Amaral, dueño de las boites más célebres de Río, editó el año pasado un libro de memorias que revela aspectos antipáticos de Joao Gilberto (noches en que desaparecía, plantones varios) y, por caso, una condesa realizó una demanda judicial a causa de problemas con el departamento que el bahiano alquila desde hace 15 años. También por estos días se preparan homenajes y en la prensa escrita salen producciones especiales sobre la influencia de Joao en las nuevas generaciones de la MPB.
En Buenos Aires es adorado por un público selecto. El también tiene debilidad por la ciudad. Cierta vez, luego de un abucheo en San Pablo, dijo: “Me voy a Buenos Aires, la verdadera capital de Brasil”. Los productores argentinos lo han padecido y disfrutado en dosis parejas. Hace diez años, antes de una serie de shows en el Sheraton, casi se vuelve a Río porque no estaba cómodo con la cama del hotel. “Me vuelvo. No pude dormir nada. Este colchón es muy blando. Necesito uno ortopédico.” Todos se preguntaban qué diablos era un colchón ortopédico y consultaban las Páginas Amarillas para dar con fabricantes de camas y colchoneros; los empleados del hotel iban agrupando diferentes tipos de colchones en la habitación de Joao para que él mismo eligiera. Ninguno lo conformaba. Finalmente decidió dormir en el suelo.
Pero lo más curioso ocurrió recientemente cuando Joao Gilberto asomó en Facebook. Llegó a establecer en poco tiempo más de 5000 contactos. Se comunicaba con músicos como Danilo Caymmi, Jacques Morelenbaum, Mú Carvalho y Daniel Jobim y con admiradores anónimos, posteaba clips de YouTube, reflexionaba sobre las enseñanzas del gurú indio Paramahansa Yogananda y sobre la política local. Resultaba al menos extraño un Joao Gilberto mundano que podía llegar a quedarse online hasta las cuatro de la mañana. Se hizo rutina que algunos que lo habían conocido en la vida real le plantearan pequeñas trampas con el fin de constatar la veracidad de la identidad. El falso Joao Gilberto o quien fuere no cayó en ninguna de esas trampas. Sérgio de Carvalho, el director artístico del disco Joao, voz e violao (2000), contó: “Cuando estábamos grabando, él me recomendó su pizzería preferida. Ahora, por Internet, saqué el tema y ¡pumba!, me da el nombre de la pizzería... ¿Cómo alguien que no es Joao puede saberlo?”.
El enigma no terminaba de develarse. Hasta un empresario trató de contratarlo vía Facebook y quedó perdido en una nebulosa que forzó a cancelar cualquier tipo de negociación. Entonces Joao Gilberto, que hace décadas que no da reportajes, dio dos entrevistas por mail: una a la revista Trip y la otra a Folha de Sao Paulo. El periodista de Folha, Marcus Preto, demoró un mes para publicarla. Durante ese lapso intentó averiguar quién era el que respondía con tanta precisión. Fueron once mensajes de madrugada sobre asuntos variados: las lluvias que devastaron la región serrana de Río, fútbol, libros, yoga, televisión. También habló sobre música: “No soy un genio. Genio es Einstein, Bach, Jobim, Caymmi, Mozart, Beethoven, Newton. Yo tengo un oficio, que es tocar, tocar, tocar y tocar”. En su investigación, Preto concluyó que se trataba de un falso Joao. Se consultó a integrantes del círculo familiar. La ex mujer, Miúcha, sólo respondió: “Nada es imposible, Joao es impredecible”. Su hijo Joao Marcelo, fruto del matrimonio con Astrud Gilberto, desde su casa de Nueva Jersey, fue terminante: “Papá ni tiene computadora”.
El monje zen de la música brasileña, el neurótico genial, cumple el viernes 80 años. Dicen que va a venir a festejarlos en septiembre al Gran Rex. Andá a saber.
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